¡°Acabo de rodar una pel¨ªcula espantosa¡±: ¡®Cuatro bodas y un funeral¡¯, el cl¨¢sico de la comedia en el que ni su propio equipo cre¨ªa
La comedia rom¨¢ntica de Hugh Grant y Andie MacDowell, que puso sobre el mapa a un plantel de estrellas, guionistas y directores brit¨¢nicos y puso de moda la comedia con personajes c¨ªnicos y mucha lluvia de fondo, se estren¨® hace 30 a?os sin que nadie de los que formaban parte de ella creyesen que iba a ser el ¨¦xito que fue
Treinta a?os despu¨¦s de su estreno, el director Mike Newell recuerda Cuatro bodas y un funeral como un tren que lleg¨® a su destino perfectamente a tiempo, pero no sin antes estar a punto de descarrilar en casi todas las estaciones intermedias. Al veterano director le mortificaba, muy especialmente, la falta de dinero, esos escu¨¢lidos tres millones de libras que la productora hab¨ªa puesto a su disposici¨®n y que se le antojaban del todo insuficientes para armar una comedia rom¨¢ntica ¡°coral y muy ambiciosa, con decenas de personajes y cinco entornos distintos¡±.
Alcanzado el trig¨¦simo d¨ªa de rodaje, Newell se hab¨ªa gastado ya hasta el ¨²ltimo penique y ten¨ªa que resolver a¨²n una de las cuatro bodas y un cl¨ªmax rom¨¢ntico que ¨¦l imaginaba grandioso, con la c¨¢mara elev¨¢ndose sobre Hugh Grant y Andy McDowell para regalarles un plano cenital empapado de lluvia justo en el instante en que, por fin, se sinceran el uno con el otro. Esa escena, como mucha otras concebidas por el director, no est¨¢ en la pel¨ªcula. Hubo que sustituirla por una bastante m¨¢s barata y convencional sucesi¨®n de planos y contraplanos entre McDowell y Grant que hoy, pese a todo, se estudia en las escuelas de cine como un ejemplo se?ero de desenlace ¡°cl¨¢sico¡±.
Las historias de ¨¦xito pueden resultar enga?osas. Hoy sabemos que Cuatro bodas y un funeral estaba destinada a multiplicar por 50 la m¨¢s bien modesta inversi¨®n inicial y recaudar unos imponentes 245 millones de d¨®lares. Convirti¨® a Hugh Grant en una gran estrella y a la intensa y pla?idera Andie McDowell en nueva reina de la comedia rom¨¢ntica. Puso en ¨®rbita de una vez por todas a esa int¨¦rprete prodigiosa que es Kristin Scott Thomas. Dio a conocer a secundarios del calibre (y el talento) de Simon Callow, Charlotte Coleman o John Hannah. Revitaliz¨® la espasm¨®dica carrera de Mike Newell. Transform¨® a su guionista, Richard Curtis, en uno de los pesos pesados de la industria. Arras¨® en los BAFTA, opt¨® a los premios de la Academia, compiti¨® de igual a igual con los grandes estrenos de un 1994 espl¨¦ndido en lo cinematogr¨¢fico, de Pulp Fiction a Entrevista por el vampiro pasando por Ed Wood, Cadena perpetua, Asesinos natos, Clerks, El rey le¨®n o Forrest Gump.
M¨¢s a¨²n, demostr¨® que la comedia popular brit¨¢nica pod¨ªa volver a ser un producto de exportaci¨®n global m¨¢s que viable y convirti¨® en moda ef¨ªmera cualidades, en principio, tan poco encomiables como la ostentaci¨®n, el esnobismo o el sarcasmo, juiciosamente edulcoradas, eso s¨ª, por una sana dosis de atolondramiento y torpeza social. Desde un punto de vista corporativo, ciment¨® el inmenso prestigio de la productora Working Title y de su socia continental, la distribuidora neerlandesa PolyGram, que muy pronto se codear¨ªa con los grandes estudios de Hollywood.
As¨ª se escribe la historia
Como todo aquello ocurri¨® (y, adem¨¢s, sopesadas las virtudes de la pel¨ªcula, nos parece l¨®gico que ocurriese), tendemos a considerar que era poco menos que inevitable. Pero basta con leer lo que dicen estos d¨ªas, coincidiendo con el 30 aniversario del artefacto, Newell, Curtis, Grant o el productor de la cinta, Duncan Kenworthy, para comprobar que los principales impulsores de esta comedia sard¨®nica y desprejuiciada no estaban en absoluto seguros de tener un caballo ganador en la cuadra.
Kenworthy, sin ir m¨¢s lejos, lleg¨® a plantearse muy poco antes del estreno que el original guion de Richard Curtis hubiese merecido un director de sensibilidad menos adocenada y m¨¢s ¡°contempor¨¢nea¡± que Mike Newell, cuya credencial m¨¢s llamativa era haber dirigido a Miranda Richardson en Un abril encantado. Tambi¨¦n le preocupaba que el reparto no contase con ninguna estrella de peso, m¨¢s all¨¢ de una muy c¨¦lebre pero no del todo valorada Andie McDowell, y que el papel de Charles, el personaje que puso de moda la expresi¨®n ¡°mon¨®gamo en serie¡±, hubiese ca¨ªdo en manos de un por entonces prometedor, sin m¨¢s, Hugh Grant, despu¨¦s de que se barajasen opciones con bastante m¨¢s lustre, como Alan Rickman o Jim Broadbent.
A Curtis no acababa de convencerle Grant (¡°me parec¨ªa demasiado guapo, demasiado joven y demasiado desprovisto del barniz de exquisito cinismo que yo imaginaba para Charles¡±) y le descorazonaba que McDowell, a ra¨ªz sobre todo del ¨¦xito de Atrapado en el tiempo, hubiese sido elegida como sustituta de ¨²ltima hora de la actriz a la que el guionista consideraba ¨®ptima, Marisa Tomei. La neoyorquina lleg¨® a aceptar el papel y pensaba trasladarse a Inglaterra en primavera de 1993 para empezar los ensayos, pero un inesperado problema de salud de su abuelo materno la oblig¨® a cambiar de planes.
En cuanto a Newell, su principal preocupaci¨®n, seg¨²n ha explicado a medios como Evening Standard, era completar la pel¨ªcula en las seis semanas previstas ¡°sin que hubiese muertos ni heridos¡±. No es broma, o al menos no del todo: el cineasta londinense asegura que Hugh Grant y Charlotte Coleman se jugaron la integridad durante el rodaje de una escena de alto riesgo no del todo bien calibrada.
En concreto, aquella en la que sus personajes, Charles y Scarlett, est¨¢n apunto de llegar tarde a la primera de las ceremonias y deciden conducir unos metros marcha atr¨¢s para tomar un desv¨ªo pese a que un cami¨®n avanza hacia ellos a toda velocidad: ¡°Por alguna raz¨®n¡±, ha contado Newell, ¡°decidimos que la escena fuese rodada tal cual, sin trucos visuales de ning¨²n tipo, y que fuese Hugh quien ejecutase la maniobra. Falt¨® muy poco para que acabasen empotr¨¢ndose en los bajos del cami¨®n¡±. Mientras Grant maniobraba, Newell tuvo un instante de dolorosa lucidez en que se vio acompa?ando a los actores al hospital en una ambulancia, ¡°con el rodaje cancelado y la carta de despido bajo el brazo¡±.
El propio Grant recordaba en una conversaci¨®n con la SAG-AFTRA Foundation que las primeras proyecciones privadas de la pel¨ªcula, con un montaje provisional que, al parecer, convenc¨ªa a Newell, pero no a Curtis ni a Kenworthy, resultaron un fracaso: ¡°Los comentarios eran bastante desalentadores. Llegamos a pensar que hab¨ªamos perpetrado uno de las comedias rom¨¢nticas m¨¢s bochornosas de la historia, que ¨ªbamos a fracasar sin paliativos y nos ver¨ªamos obligados a emigrar a Per¨²¡±. El actor neozeland¨¦s Sam Neill explica en su autobiograf¨ªa que su buen amigo Grant, en un encuentro informal en primavera del 1994, le cont¨® que acababa de rodar una pel¨ªcula ¡°espantosa¡±, una aut¨¦ntica abominaci¨®n a la que auguraba ¡°cr¨ªticas feroces¡± y el odio incondicional de ¡°casi cualquier espectador con un m¨ªnimo de criterio¡±. ¡°Me temo que nunca me recuperar¨¦ de esta¡±, conclu¨ªa el atribulado int¨¦rprete.
La hora de la verdad
Grant se equivocaba. De alguna manera, la pel¨ªcula fue rescatada contra pron¨®stico en la mesa de montaje y presentada con todos los honores en enero de 1994, durante el festival de Sundance. Las primeras cr¨ªticas fueron entusiastas. Intuyendo su potencial, PolyGram y la distribuidora internacional, Rank Films, insistieron en estrenarla en primer lugar en los Estados Unidos, aunque fuese de manera limitada, como quien mete el pie en mar para comprobar la temperatura del agua.
El 11 de marzo se presentaba en cinco cines de Nueva York y Los ?ngeles y dos semanas despu¨¦s, ante el ¨¦xito abrumador de esa primera toma de contacto, se lanzaba una ambiciosa campa?a de marketing que cost¨® m¨¢s de 11 millones de d¨®lares. La pel¨ªcula acab¨® aterrizando en su ¨¢mbito natural, el Reino Unido, a mediados de mayo y no llegar¨ªa a Espa?a hasta finales de agosto. Por entonces, rondaba ya los 100 millones en taquilla y se hab¨ªa convertido en uno de los fen¨®menos populares de la temporada, pulverizando incluso a comedias de perfil tan alto como Ace Ventura o Priscilla, reina del desierto. Solo La m¨¢scara, estrenada poco despu¨¦s, se acercar¨ªa a sus registros, pero justo es reconocer que la pel¨ªcula de Jim Carrey hab¨ªa costado unos m¨¢s que respetables 23 millones de d¨®lares.
Suele decirse que el fracaso es hu¨¦rfano y que al ¨¦xito se le atribuyen m¨²ltiples padres. Paul O¡¯Callaghan, cr¨ªtico de cine vinculado al British Film Institute, considera que, en el caso de Cuatro bodas y un funeral, el terso guion de Curtis, la ic¨®nica interpretaci¨®n de Grant, la excepcional galer¨ªa de secundarios y la presencia en la banda sonora de un hit sobrevenido (Love Is All Around, de los Troggs, en satinada versi¨®n de la banda escocesa Wet Wet Wet) resultaron ingredientes clave en la receta ganadora.
Curtis, en especial, cre¨® un ecosistema de personajes memorable y supo trufar su libreto de r¨¦plicas brillantes y observaciones mordaces sobre la vida, la muerte, el amor o el matrimonio. Adem¨¢s, tuvo el buen tino de recurrir a un viejo c¨®mplice, Rowan Atkinson, para una escena irresistible, la del sacerdote en pr¨¢cticas que oficia su primera boda y no es capaz de encadenar m¨¢s de cuatro palabras con sentido. Atkinson y Curtis hab¨ªan trabajado juntos en los guiones de series como La v¨ªbora negra (Blackadder) y Mr. Bean y el guionista consideraba al c¨®mico la mejor p¨®liza de seguros a la que pod¨ªa aspirar la pel¨ªcula: aunque resultase un desastre, siempre podr¨ªan contar con que los fans de Atkinson fuesen a verla.
Para el m¨²sico y periodista cultural Bob Stanley, el ¨¦xito de una comedia popular va a depender siempre de factores contextuales y de su capacidad para sintonizar con el signo de lo tiempos. En el caso de Cuatro bodas y un funeral, Stanley destaca que se estren¨® en ese verano de 1994 en que un joven advenedizo, Tony Blair, asum¨ªa el liderazgo del partido laborista, una banda de Manchester llamada Oasis editaba su primer ¨¢lbum, Definitely Maybe, y una nueva corriente est¨¦tica, el britart, irrump¨ªa con contundencia en galer¨ªas y museos de la mano de ¡°j¨®venes talentos chabacanos y escandalosos¡± como Damien Hirst o Tracey Emin.
En ese contexto de nuevo laborismo, anglicidad amable, arte de una beligerancia festiva y pop brit¨¢nico de proyecci¨®n internacional pese a su insularidad arrogante, Cuatro bodas y un funeral dio en la diana porque fue muy oportuna y, adem¨¢s, ten¨ªa sustancia, ten¨ªa arraigo y ten¨ªa todo el sentido. De ah¨ª su triunfo, atribuible tambi¨¦n a una frase tr¨¢gica, rescatada de un poema de W.H. Auden (¡°¨¦l era mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste¡±), y a di¨¢logos tan hilarantes y certeros como este:
¡ªEncantado de saludarle. Soy Charles.
¡ªNo sea rid¨ªculo, Charles muri¨® hace m¨¢s de 20 a?os.
¡ªSeguro que se trataba otro Charles.
¡ª?Me est¨¢ diciendo que no conozco a mi propio hermano?
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