?Por qu¨¦ Fajardo?
Frente a los clientelismos y las politiquer¨ªas que son el paisaje usual en nuestra pol¨ªtica, el suyo es un raro caso de intransigencia
El 26 de julio de 2019, un pu?ado de organizaciones convoc¨® a una marcha en defensa de los l¨ªderes sociales que por esos d¨ªas ca¨ªan asesinados (igual que ahora: en eso no hemos cambiado), y all¨ª vi a Sergio Fajardo, caminando hacia el oriente por la calle 26 de Bogot¨¢, movi¨¦ndose entre las pancartas y las banderas y las fotos de las v¨ªctimas. Se le acercaba mucha gente sin necesidad de esquivar guardaespaldas, y con todos hablaba Fajardo, metido en la misma chaqueta impermeable con la que ha hecho campa?a en estos meses, y lo hac¨ªa con esa atenci¨®n y ese inter¨¦s que no se pueden fingir ni impo...
El 26 de julio de 2019, un pu?ado de organizaciones convoc¨® a una marcha en defensa de los l¨ªderes sociales que por esos d¨ªas ca¨ªan asesinados (igual que ahora: en eso no hemos cambiado), y all¨ª vi a Sergio Fajardo, caminando hacia el oriente por la calle 26 de Bogot¨¢, movi¨¦ndose entre las pancartas y las banderas y las fotos de las v¨ªctimas. Se le acercaba mucha gente sin necesidad de esquivar guardaespaldas, y con todos hablaba Fajardo, metido en la misma chaqueta impermeable con la que ha hecho campa?a en estos meses, y lo hac¨ªa con esa atenci¨®n y ese inter¨¦s que no se pueden fingir ni impostar. (Yo he visto a los pol¨ªticos cuando fingen, y casi me conmueve que no se den cuenta de lo mucho que se les nota la impostura.) No me sorprendi¨®, porque de esta misma forma, caminando sin guardaespaldas por las calles y hablando a pie con la gente, Fajardo hab¨ªa encabezado un movimiento pol¨ªtico que a principios de siglo le dio la vuelta a una de las ciudades m¨¢s dif¨ªciles del mundo.
He recordado ese d¨ªa porque as¨ª, recorriendo a pie los 32 departamentos del pa¨ªs y hablando con la gente, entregando volantes con ideas en lugar de gritar consignas y esl¨®ganes desde una tarima, Fajardo y su equipo han hecho este a?o una campa?a para la presidencia que habr¨ªa merecido mejor suerte. Eso que por conveniencia se ha llamado Centro ha sobrevivido a sabotajes internos y externos, al juego sucio que le ha llegado desde ambos lados del espectro pol¨ªtico y a la admirable capacidad que han tenido siempre los progresistas para dividirse, y ahora las encuestas no le dan tantas probabilidades de llegar adonde muchos queremos que llegue; pero Fajardo y Murillo, su candidato a vicepresidente, me siguen pareciendo no s¨®lo la mejor opci¨®n para las pr¨®ximas elecciones, sino la ¨²nica realmente capaz de sacar a este pa¨ªs del marasmo de crispaci¨®n, corrupci¨®n y violencia en que ha vivido en estos cuatro a?os.
De todos los candidatos, Fajardo es el ¨²nico que ha pasado con ¨¦xito real por cargos de poder. Y no ha sido cualquier cargo, ni cualquier tipo de ¨¦xito, sino la alcald¨ªa de Medell¨ªn, una ciudad que se hund¨ªa en la desesperanza cuando lleg¨® al poder su equipo, y que en pocos a?os vio c¨®mo una serie de pol¨ªticas bien hechas les arreglaban la vida a miles de ciudadanos. Hay toda una generaci¨®n de votantes que no lo recuerda, pero yo tengo muy clara la imagen surrealista del rey Juan Carlos caminando por Santo Domingo Savio, que hasta poco antes hab¨ªa sido uno de los lugares m¨¢s peligrosos de Latinoam¨¦rica, despu¨¦s de inaugurar una de muchas bibliotecas que construy¨® la alcald¨ªa con una premisa demasiado buena para ser verdad: lo m¨¢s bello para los m¨¢s humildes. Igual que miles de interesados en lo que estaba pasando, yo visit¨¦ las comunas del nororiente poco despu¨¦s; y, como tambi¨¦n hab¨ªa estado all¨ª en 1994, durante los peores a?os, pude ver de primera mano la magnitud del cambio.
Todo el mundo, salvo casos de cinismo, reconoce que Fajardo consigui¨® aquello sin una sola componenda, sin intercambiar favores pol¨ªticos y, sobre todo, sin opacidades ni corruptelas. Frente a los clientelismos y las politiquer¨ªas que son el paisaje usual en nuestra pol¨ªtica, el suyo es un raro caso de intransigencia, y acaso sea una met¨¢fora perfecta de nuestro momento presente el hecho de que eso le haya granjeado la antipat¨ªa de muchos, enemigos y a veces amigos, que lo acusan de una falta extra?¨ªsima: fundamentalismo moral. Se refieren a que no est¨¢ dispuesto a hacer cualquier cosa, ni a negociar cualquier convicci¨®n, con tal de ser elegido. En el mundo atrabiliario de la realpolitik nacional, eso lo convierte en un mal pol¨ªtico. Pero Fajardo repite cada vez que puede que uno gobierna como es elegido. Quiere decir que se puede gobernar seg¨²n lo que se ha prometido o pagando hipotecas, siempre devolviendo favores a los que lo han puesto a uno en el poder. Y es cierto: basta mirar a Duque.
El problema es que a los colombianos no les alcanza la imaginaci¨®n para concebir un gobierno como el que proponen Fajardo y Murillo: un gobierno que de verdad sea para todos, no s¨®lo para el partido del presidente. No, no les alcanza la imaginaci¨®n: tal vez porque se han acostumbrado a la politiquer¨ªa como modus operandi, a la polarizaci¨®n deliberada como estrategia electoral y a la agresi¨®n y la calumnia como ¨²nica forma de conversaci¨®n ciudadana, o tal vez porque llevan demasiadas elecciones votando por miedo o por rabia, por desprecio del otro o por la convicci¨®n irrefutable de ser despreciados. Y eso es lo que yo veo ahora: un pa¨ªs donde resulta impensable para muchos dar un voto que no se d¨¦ contra alguien, un voto que no implique de alguna manera vengarse de alguien.
La violencia es rentable en nuestra democracia; las amenazas de muerte contra un candidato ya no sorprenden a nadie, y aun son algo saludado por muchos. Humberto de la Calle, que acompa?ar¨ªa a Fajardo de manera m¨¢s directa si no se lo impidieran los caprichos absurdos de nuestro sistema electoral, ha hablado mucho de la idea, tan campante en Colombia, de que exista una ¡°violencia buena¡±: la que justificamos porque de alguna manera nos conviene. Yo tengo para m¨ª que un gobierno de Fajardo y Murillo representar¨ªa, entre muchas otras cosas, la desactivaci¨®n de esa violencia que nos ha corro¨ªdo durante a?os porque les ha servido a los pol¨ªticos. Fajardo no ha usado nunca la polarizaci¨®n para conseguir votos. M¨¢s bien ha tratado de bajarle el tono a nuestros enfrentamientos, para ver si no nos pasamos la vida sintiendo que ser colombiano es la obligaci¨®n de odiar a alguien m¨¢s o de soportar que alguien nos odie.
Por lo dem¨¢s, en el programa de Fajardo est¨¢ todo lo que me parece importante. Como lo he le¨ªdo con atenci¨®n, la acusaci¨®n de ¡°tibio¡± que le lanzan con frecuencia se me ha convertido en una se?al inequ¨ªvoca de tendenciosidad o de pereza mental. En lo social, el programa de Fajardo es una atrevida defensa de los m¨¢s vulnerables, con planes factibles para sacar a la gente de la pobreza (en lugar de castillos en el aire y promesas hechas en mala poes¨ªa); en lo econ¨®mico, es un programa responsable y concreto que ha sido elogiado por los economistas m¨¢s sabios de este pa¨ªs (pero eso de escuchar a los que m¨¢s saben pas¨® de moda durante el mediocre duquismo). Y luego est¨¢ la defensa de los acuerdos de paz: cualquier interesado puede ver la intervenci¨®n maravillosa de Murillo durante el debate de candidatos a la vicepresidencia, que a m¨ª me dio la certeza de un hombre capaz de recuperar el tiempo perdido.
Esta campa?a ha sido el fiel reflejo de nuestra vida pol¨ªtica: agresiones, amenazas, politiquer¨ªa barata y una ¨¦tica del todo vale. En medio de este escenario infeliz, s¨®lo Fajardo y su coalici¨®n pueden decir sin mentira que no han usado nuestras animosidades para ganar votos ni negociado con los politiqueros y los corruptos. Y yo s¨ª creo que uno gobierna como hace campa?a.
Juan Gabriel V¨¢squez es escritor.