Ch¨¦jov en un d¨ªa de lluvia
En su ¡®Cuaderno de notas¡¯, el escritor nos permite ver de cerca la sencillez, la humanidad y el verdadero nihilismo que conviene a los seres humanos
Me encontr¨¦ en medio de un abrasador mediod¨ªa de este pasado verano con un antiguo conocido. Desparramado sobre un banco, m¨¢s que respirar, anadeaba. Fue un editor curioso y valiente, algo esnob, desde luego, y ahora no s¨¦ en qu¨¦ anda. Le hice la pregunta ritual en estas circunstancias: ¡°?Qu¨¦ vas a hacer este verano?¡±. Me mir¨® de arriba abajo y la energ¨ªa regres¨® a sus ojos inapetentes. ¡°Pues leer a los rusos...¡±. Y ah¨ª lo dej¨® flotando, con los patos del estanque como fondo ambiental. Cuando alguien dice algo as¨ª, siempre resulta jactancioso. ¡°Pelotudo¡±, pens¨¦. ¡°?Pero t¨² sabes ruso?¡±, le preg...
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Me encontr¨¦ en medio de un abrasador mediod¨ªa de este pasado verano con un antiguo conocido. Desparramado sobre un banco, m¨¢s que respirar, anadeaba. Fue un editor curioso y valiente, algo esnob, desde luego, y ahora no s¨¦ en qu¨¦ anda. Le hice la pregunta ritual en estas circunstancias: ¡°?Qu¨¦ vas a hacer este verano?¡±. Me mir¨® de arriba abajo y la energ¨ªa regres¨® a sus ojos inapetentes. ¡°Pues leer a los rusos...¡±. Y ah¨ª lo dej¨® flotando, con los patos del estanque como fondo ambiental. Cuando alguien dice algo as¨ª, siempre resulta jactancioso. ¡°Pelotudo¡±, pens¨¦. ¡°?Pero t¨² sabes ruso?¡±, le pregunt¨¦ un poco irritada. ¡°Hombre, con la biblioteca que hay en la casa de mam¨¢; mi abuelo ten¨ªa de todo, y claro¡¡±. Vamos, que s¨ª, que ¨¦l le¨ªa ruso. ¡°?Bunin, Turgueniev, Akhmatova, Ch¨¦jov?¡±, aventur¨¦. ¡°?No, no, los grandes, los leones!¡±.
¡°Requetepelotudo¡±, mascull¨¦. Y, de pronto, al regresar a casa y dejarle all¨ª con sus imponentes planes estivales, record¨¦ aquella conversaci¨®n entre Herbert Spencer y Aldous Huxley. Busqu¨¦ el libro y all¨ª estaba, reluciente, como un rub¨ª viv¨ªsimo. Spencer le dec¨ªa a Huxley que ¡°la ¨²nica esperanza posible era dejar una peque?a impronta antes de morir¡±. A lo que respondi¨® Huxley: ¡°Mira, d¨¦jate de improntas siempre que puedas dar un buen empuj¨®n¡±.
Ant¨®n Ch¨¦jov muri¨® a los 44 a?os, y vivi¨® entre 1860 y 1904. Sab¨ªa que no le sobraba el tiempo, porque era doctor y pod¨ªa reconocer una enfermedad incurable en la ¨¦poca: la tuberculosis. Muchos lectores, me imagino, conocen alguna de sus obras de teatro; La dama del perrito, por ejemplo, que se llev¨® al cine. Pero no todos hab¨ªamos le¨ªdo estos apuntes, sin ¨¦nfasis ni f¨¢usticos alardes, en su Cuaderno de notas, que nos permiten ver de cerca la sencillez, la humanidad y el verdadero nihilismo que conviene a los seres humanos.
Lo public¨® en castellano La Compa?¨ªa, editorial de Buenos Aires, junto con la madrile?a P¨¢ginas de Espuma. Eso fue en 2010. Le ampara un pr¨®logo de la estupenda Vlady Kociancich ¡ªde la que si tengo sitio hablar¨¦¡ª, y una traducci¨®n esmerada del franc¨¦s, adem¨¢s de un notable posfacio de Leopoldo Brizuela. Ambos figuran en la portada del libro, en tipograf¨ªa bien visible, lo que nos indica ya qu¨¦ clase de editores son estos, y con que atenci¨®n y placer han envuelto las notas, muchas de ellas apenas pausas de trabajo de Chej¨®v. Aut¨¦nticos signos que, desde la muerte, nos hablan a los vivos (??). El libro no est¨¢, afortunadamente, descatalogado y puede encontrarse en una de esas librer¨ªas cuyos due?os son amigos y se toman el trabajo de rastrearlo.
Es, en efecto, un cuaderno en el que, sin dar muchas pistas directas, el escritor saltaba de pensamientos a observaciones; de aut¨¦nticos bocetos de personajes de sus obras teatrales hasta sue?os o quejas amargas. Tambi¨¦n se permit¨ªa una especie de lirismo ¨ªntimo, de alguien que necesita poco para so?ar. ¡°En el dormitorio, la luna brilla tras las celos¨ªas, y brilla tanto que pueden verse los peque?os botones de n¨¢car de su camis¨®n¡±, escribe. Sensualidad y delicadeza campesinas de primera mano, dir¨ªa yo. En cada uno de estos bocetos hay que detenerse, subrayar con l¨¢piz, incluso marcar ferozmente la p¨¢gina, para no olvidarle jam¨¢s. A Herbert y a Aldous les hubiera convenido hojear este librito que no se acaba nunca, porque mientras lo lees vives intensamente y de verdad.
A prop¨®sito de un rico de pueblo muy religioso, a quien le rodeaba una banda llorosa de codiciosos familiares y amigos, aconseja, por ejemplo, calma ante el prohombre moribundo, porque, a pesar de sus lamentos heroicos y sus h¨²medos y banales consejos, ¡°todo se estrellaba contra un muro de autoadmiraci¨®n¡±. S¨ª, esa autoadmiraci¨®n que seca el coraz¨®n de los poderosos. Y acabo ya ahora, con una chispa de su humor pagano: ¡°El perro del sobrino del di¨¢cono se llamaba Sintaxis¡±. O justiciera: ¡°los campesinos que trabajan m¨¢s que los dem¨¢s jam¨¢s usan la palabra trabajo¡±.
Nota Bene. De Vlady, que ya va para los 80, hablar¨¦ otro d¨ªa, porque hay mucha tela que cortar.