Defender a los nazis siendo jud¨ªo
El fundador de Human Rights Watch, Aryeh Neier, que escap¨® del Berl¨ªn de 1939 siendo un ni?o, decidi¨® asumir en 1977 la defensa de los miembros del partido nazi de Estados Unidos para que pudiesen manifestarse. El libro ¡®Defendiendo a mi enemigo¡¯, que ahora se publica en espa?ol, recuerda su historia. Adelantamos su pr¨®logo
¡°Solo espero ¡ªse le¨ªa en una carta que recib¨ª de un hombre de Boston¡ª que, si a ambos nos obligan a caminar hasta alg¨²n crematorio alg¨²n d¨ªa, sea usted quien lidere la marcha y goce entonces, en un momento de ¨¦xtasis para usted, de la oportunidad de cantar hosannas en alabanza a la libertad de expresi¨®n que desea para sus torturadores¡±.?He recibido muchas misivas como esa. Se redactaban ante la provocaci¨®n que supon¨ªa el empe?o de la Uni¨®n Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en ingl¨¦s), de la que fui director general, p...
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¡°Solo espero ¡ªse le¨ªa en una carta que recib¨ª de un hombre de Boston¡ª que, si a ambos nos obligan a caminar hasta alg¨²n crematorio alg¨²n d¨ªa, sea usted quien lidere la marcha y goce entonces, en un momento de ¨¦xtasis para usted, de la oportunidad de cantar hosannas en alabanza a la libertad de expresi¨®n que desea para sus torturadores¡±.?He recibido muchas misivas como esa. Se redactaban ante la provocaci¨®n que supon¨ªa el empe?o de la Uni¨®n Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en ingl¨¦s), de la que fui director general, por garantizar el derecho a la libertad de expresi¨®n a un grupo de nazis americanos que declararon su deseo de manifestarse en la localidad de Skokie, situada en el estado de Illinois. De entre las notas, la m¨¢s sucinta provino de un hombre que propon¨ªa un lema para la Uni¨®n: ¡°La Primera Enmienda ¨¹ber Alles¡±, [en alem¨¢n] por encima de todo.
Si doli¨® recibir aquellas cartas, m¨¢s inquietante a¨²n result¨® el mensaje de apoyo que nos hizo llegar una mujer: ¡°Amo la libertad de expresi¨®n ¡ªrezaba¡ª m¨¢s de lo que odio a los nazis¡±. En la misma l¨ªnea que aquellos que me acusaban, ella hab¨ªa llegado a la conclusi¨®n de que deb¨ªa elegir entre la defensa de la libertad de expresi¨®n o la lucha contra los nazis, y hab¨ªa decidido decantarse por la primera opci¨®n.
En mi caso no hubo elecci¨®n. Yo defend¨ª el derecho de los nazis a expresarse libremente cuando quisieron manifestarse en Skokie como una manera de luchar contra ellos. Defender al propio enemigo es la ¨²nica forma que hay de proteger a una sociedad basada en las libertades, de quienes se oponen a la libertad. Si esto se percibe como parad¨®jico, albergo la esperanza de que resulte m¨¢s comprensible tras la lectura de esta obra.
Las razones que explican que odie a los nazis son de ¨ªndole tanto personal como filos¨®fica. Podr¨ªa haberle respondido al hombre que comparti¨® conmigo su deseo de que yo encabezara la marcha hacia el crematorio explic¨¢ndole que estuve muy a punto de morir all¨ª.
Soy jud¨ªo, nacido en Berl¨ªn. Mis padres eran unos Ostjuden ¡ªjud¨ªos de la Europa del Este¡ª que dejaron a sus familias en Polonia y se mudaron a la capital alemana en los a?os posteriores a la Primera Guerra Mundial. La d¨¦cada de los a?os veinte los trat¨® bien y les permiti¨® organizarse una vida c¨®moda all¨ª. Sin embargo, para cuando yo nac¨ª, en 1937, el mundo de mis padres se estaba derrumbando. Con todo, y aunque muchas de sus amistades ya se hab¨ªan marchado, mi padre, Wolf Neier, que entonces trabajaba como profesor de hebreo para la Comunidad Jud¨ªa de Berl¨ªn, decidi¨® quedarse. Acabamos y¨¦ndonos en 1939, en la que probablemente fuera nuestra ¨²ltima oportunidad para hacerlo, y huimos a Inglaterra. Mi hermana Esther, que ten¨ªa 10 a?os, viaj¨® sola. Mi padre lo hizo por su cuenta y, aparte, mi madre y yo. Salimos de Alemania en agosto de 1939, d¨ªas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
No nos reunimos inmediatamente. Los brit¨¢nicos se tomaban su tiempo para identificar entre los refugiados a esp¨ªas y saboteadores. Una vez mi padre hubo pasado la criba, se vio obligado a buscar un empleo y ganar algo de dinero para poder juntar a la familia de nuevo. Yo pas¨¦ un a?o en una hospeder¨ªa para ni?os refugiados, una experiencia que recuerdo con nitidez: era un lugar trist¨ªsimo, y yo lo odiaba.
Al poco de lograr reencontrarnos todos en Londres, la casa en la que viv¨ªamos qued¨® destrozada por un bombardeo, de modo que nos evacuaron y nos trasladaron a una ciudad de las Midlands, la regi¨®n central de Inglaterra, donde, tras alojarnos durante un tiempo en el hogar de una familia inglesa que nos acogi¨® con generosidad y bondad, hallamos finalmente un lugar propio que habitar.
Finalizada la contienda, mis padres fueron descubriendo qu¨¦ hab¨ªa sido de sus parientes: casi todos hab¨ªan fallecido. Apenas se contaba con informaci¨®n dispersa sobre la forma en que los hab¨ªan asesinado. A la madre de mi padre la hab¨ªan matado de un disparo al principio, poco despu¨¦s de que los alemanes arrasaran el pueblo de Polonia donde viv¨ªa. Dos de los hermanos de mi madre hab¨ªan sobrevivido en Bergen-Belsen hasta el ¨²ltimo momento, pero acabaron con ellos la v¨ªspera de la liberaci¨®n del campo. Y otros hab¨ªan ido muriendo en ese tiempo.
En Northhampton (Inglaterra), donde pas¨¦ los a?os inmediatos al final de la guerra, un amigo de mis padres cre¨® una vivienda tutelada para ni?os jud¨ªos que hab¨ªan sobrevivido a los campos de concentraci¨®n. Mi padre y mi hermana se convirtieron en sus maestros, de modo que yo pasaba gran parte de mi tiempo con ellos y acabamos entablando amistad. Eran los primeros supervivientes de los campos de la muerte que yo conoc¨ªa, lo que me permiti¨® enterarme un poco de c¨®mo hab¨ªan conseguido evitar los crematorios. Yosie, que cuando lleg¨® a Inglaterra apenas ten¨ªa catorce a?os y ofrec¨ªa un aspecto a¨²n m¨¢s infantil, hab¨ªa pasado cuatro de ellos en el bosque, y en soledad casi todo el tiempo. Janek hab¨ªa salido vivo porque entreten¨ªa a los guardas del campo cantando y tocando el acorde¨®n. Otro hab¨ªa sobrevivido ¡ªtal y como deduzco ahora por su aspecto y por lo que los dem¨¢s contaban entonces¡ª porque los guardas lo encontraban hermoso.
¡°La frase m¨¢s repetida en los numerosos textos que recib¨ª sobre lo ocurrido en Skokie rezaba: ¡®Y t¨², siendo jud¨ªo, ?c¨®mo puedes defender la libertad para los nazis?¡±
Saco a colaci¨®n a mis propios antepasados para dar pistas de por qu¨¦ no deseo poner nada, ni siquiera mi amor por la libertad de expresi¨®n, por encima de mi odio por los nazis. Con todo, muchos habitantes de Skokie (Illinois) disponen de mejores argumentos que yo para aborrecerlos, pues ellos s¨ª experimentaron en carne propia los campos de la muerte. A diferencia de m¨ª, que solo conozco ese horror a trav¨¦s de las palabras de otros, ellos vieron a los nazis matar a sus familiares. Yo era demasiado peque?o como para siquiera conocer a aquellos de mis parientes que hab¨ªan perecido all¨ª, y adem¨¢s me encontraba a cientos de kil¨®metros, en Inglaterra, cuando ocurri¨®. No podr¨ªa haber tenido el valor de defender el derecho a la libertad de expresi¨®n en Skokie si no creyera que hay m¨¢s posibilidades de impedir que se repita el Holocausto en una sociedad donde se planta cara a cualquier amenaza contra la libertad. La libertad conlleva sus riesgos, pero ahogarla, creo, aboca sin duda al desastre.
Al describir los encontronazos de mi infancia con el terror nazi no aspiro a atenuar la rabia del hombre que quiere verme encabezando la marcha hacia el crematorio. No servir¨ªa de nada. La mayor parte de los jud¨ªos conocen a otros jud¨ªos tan impregnados de odio hacia los propios jud¨ªos que act¨²an como los mayores antisemitas. A m¨ª, supongo, se me ha asignado esa categor¨ªa en muchas de las cartas en las que tan duramente se me denunciaba por defender la libertad de expresi¨®n de los nazis.
La frase m¨¢s repetida en los numerosos textos que recib¨ª sobre lo ocurrido en Skokie rezaba: ¡°Y t¨², siendo jud¨ªo, ?c¨®mo puedes defender la libertad para los nazis?¡±.
Y mientras reflexionaba sobre la respuesta a esta pregunta durante los muchos meses en que las cartas fueron llegando en gran n¨²mero, descubr¨ª que al hacerlo tambi¨¦n se fortalec¨ªa mi propia identidad jud¨ªa. La conclusi¨®n a la que llegu¨¦, y que quiz¨¢s ejemplifica uno de los rasgos que suele atribuirse a los jud¨ªos, empezaba las m¨¢s de las veces por una pregunta: ¡°Y yo, siendo jud¨ªo, ?c¨®mo puedo negarme a defender la libertad, aunque sea para los nazis?¡±.
La libertad no garantiza la protecci¨®n. Los riesgos son evidentes. En efecto, si los nazis gozan de libertad para expresarse, puede que ganen adeptos para su causa, quiz¨¢ tantos que alcancen a obtener el poder para abolir la libertad y destruirme.
Sin embargo, comparto la visi¨®n de John Milton sobre la pervivencia de la verdad en un encuentro libre y abierto con la falsedad. Por eso quiero que los enfrentamientos dial¨¦cticos sigan siendo libres y abiertos, para darle as¨ª una oportunidad a la verdad. Aun as¨ª, no puedo asumir la infalibilidad de la premisa miltoniana. En este siglo en el que se ha visto tanta maldad, har¨ªa bien en no depositar mi plena confianza en una hip¨®tesis que dependa del comportamiento humano y deber¨ªa examinar cuidadosamente las opciones de las que me es posible disponer como alternativa. Puede que mi libertad y, en ¨²ltimo extremo, mi vida dependan de esa elecci¨®n.
Una religi¨®n aparte
La alternativa a la libertad es el poder. Si albergara la certeza de ser capaz de eliminar para siempre el nazismo, as¨ª como toda amenaza del calibre a mi seguridad, a trav¨¦s del ejercicio del poder, entonces quiz¨¢s me sentir¨ªa tentado a optar por esa v¨ªa. Sin embargo, los jud¨ªos ostentamos un magro poder, somos reducidos en n¨²mero y se nos conoce en el mundo como una raza aparte y como una religi¨®n aparte, adem¨¢s de que solo los jud¨ªos se ven se?alados, por a?adidura, como un pueblo aparte.
El resto del planeta sospecha de nosotros. Somos todos iguales y nos apoyaremos entre nosotros, se cree. Si hace falta un chivo expiatorio, conviene buscar entre los jud¨ªos y acusarlos a todos seg¨²n la l¨®gica que esgrime que, si un jud¨ªo particip¨® en la Crucifixi¨®n, entonces todos los jud¨ªos son asesinos de Cristo, o que, si el capit¨¢n Dreyfus es un traidor, todos los jud¨ªos han de serlo. En la misma l¨ªnea, si un Karl Marx es jud¨ªo ¡ªa pesar de haber recibido las aguas bautismales en su infancia¡ª, todos los jud¨ªos son revolucionarios o, si un jud¨ªo forma parte de un esc¨¢ndalo financiero, entonces todos los jud¨ªos manipulan la econom¨ªa. En efecto, si de alguien se indica que es jud¨ªo, entonces su juda¨ªsmo es lo que centra la atenci¨®n. Y como hay jud¨ªos por todas partes, se nos puede culpar de todo.
As¨ª que, precisamente porque los jud¨ªos somos particularmente vulnerables, considero que apenas nos sentiremos a salvo de la persecuci¨®n en una sociedad en la que los choques se resuelvan sobre la base del poder. Por eso, en tanto que jud¨ªo y por ende preocupado tanto por mi propia supervivencia como por la del resto de los jud¨ªos ¡ªpues ambas est¨¢n inextricablemente unidas¡ª, mi deseo es que haya restricciones al ejercicio del poder. En particular, las que m¨¢s me importan son las que garantizan que yo no acabe aplastado por ¨¦l sin que se entere el resto del universo. Si me encuentro en peligro, quiero poder llamar a gritos a mis hermanos jud¨ªos y a todos aquellos a los que pueda contar entre mis aliados. Quiero apelar al sentido de justicia del mundo. Por eso quiero l¨ªmites que impidan que quienes ostenten el poder puedan atentar contra mi derecho a expresarme, mi derecho a publicar o mi derecho a reunirme con otros que se encuentren asimismo amenazados. Quienes ostenten el poder no deben poder impedirnos que nos reunamos para elevar juntos nuestras voces de modo que se nos oiga m¨¢s fuerte y asegurarnos as¨ª de que se nos escucha. Para defenderme, debo servirme de la libertad para poner coto al poder, incluso aunque quienes se beneficien temporalmente de ello sean los propios enemigos de la libertad.
Tal y como afirm¨® Albert Camus, ¡°[l]a libertad concierne a los oprimidos, y sus custodios naturales han provenido siempre de entre ellos¡±. Se trata de una cuesti¨®n de inter¨¦s personal. Los subyugados constituyen las v¨ªctimas del poder. Si lo que desean es poner fin a su opresi¨®n, deben conquistar libertades o, alternativamente, adjudicarse el poder. En efecto, muchos de entre quienes se han visto aplastados prefieren lo segundo, de ah¨ª que un quinto de la poblaci¨®n jud¨ªa mundial haya optado por refugiarse en su propio hogar, Israel, un lugar donde esperan hurtarse a la opresi¨®n porque all¨ª son ellos quienes dictan las reglas, quienes ostentan el poder. Otros se han guarecido en distintos pa¨ªses, en comunidades dispersas donde la mayor¨ªa de sus vecinos son asimismo jud¨ªos. En este sentido, dado que en una localidad como Skokie gran parte de la poblaci¨®n es jud¨ªa, lo consideran un lugar donde escapar de la opresi¨®n, pues tambi¨¦n all¨ª pueden establecer las normas y ejercer el poder. Skokie, en ese sentido, es un reflejo en miniatura de Israel. Constituye un entorno donde los jud¨ªos sienten que podr¨ªan defenderse de una potencial invasi¨®n.
El beneficio de la ley
En esa l¨ªnea de pensamiento, son los esfuerzos heroicos los que han permitido a Israel hacer frente a la invasi¨®n y sobrevivir a los embates de vecinos hostiles en busca del poder. Incluso quienes muestran una mayor disposici¨®n a emplear las demostraciones de fuerza para reivindicar los intereses israel¨ªes saben seguramente que llegar¨¢ un momento en que tales medios no bastar¨¢n para proteger al pa¨ªs de la destrucci¨®n. Lo que Israel necesita es limitar el poder de sus vecinos antes de que sea demasiado tarde, dado que la fuerza de la espada no bastar¨¢ para garantizar su pervivencia.
Existen otros refugios para los jud¨ªos, como Skokie, que cuentan con muchas menos posibilidades de salir airosos en duelos basados exclusivamente en el ejercicio del poder, porque, al estar regida por las leyes y las costumbres del estado de Illinois y de los Estados Unidos de Am¨¦rica, Skokie no puede considerarse una naci¨®n independiente: 70 000 personas, que van y vuelven a Chicago cada d¨ªa para trabajar, no pueden erigir un muro a su alrededor para bloquear las ideas que supongan una amenaza. El tipo de protecci¨®n que Skokie necesita es distinto, pues, aunque cabe que los jud¨ªos y sus amigos alcancen all¨ª el poder, no lo han hecho ni lo har¨¢n jam¨¢s en el resto del pa¨ªs. De modo que lo que les hace falta a los jud¨ªos de Skokie es establecer l¨ªmites al poder por mor de su protecci¨®n. De nada servir¨¢ impedir a un pu?ado de nazis salir a las calles del pueblo si eso debilita el derecho a expresarse, a publicar o a reunirse libremente en cualquier lugar de los Estados Unidos.
En la obra de teatro de Robert Bolt Un hombre para la eternidad, sir Tom¨¢s Moro pregunta a Roper: ¡°?Y usted qu¨¦ har¨ªa? ?Se saltar¨ªa una ley para atrapar al diablo?¡±. Y Roper responde: ¡°Acabar¨ªa con cualquier ley de Inglaterra para lograrlo¡±. ¡°?De veras? ¡ªreplica Moro¡ª, y cuando hubiera acabado con todas y el diablo se volviera contra usted, ?d¨®nde se esconder¨ªa, Roper, sin ley que lo amparara? [...] ?De verdad cree que podr¨ªa mantenerse firme contra el viento que soplar¨ªa entonces? Yo s¨ª. Por mi propia seguridad, yo le ofrecer¨ªa al diablo el beneficio de la ley¡±.
¡°Los nazis, y con esto respondo a quienes preguntan c¨®mo puedo defender la libertad para ellos siendo jud¨ªo, deben poder expresarse libremente porque los jud¨ªos deben gozar del mismo derecho y porque yo, a mi vez, debo poder ejercerlo¡±
Los jud¨ªos no pueden esconderse de los nazis en Skokie, sino que, por su propia seguridad, deben ofrecerle al diablo ¡ªlos nazis¡ª el beneficio de la ley. Es peligroso cederles la palabra, pero aniquilar las leyes que niegan a cualquiera el poder de silenciar a los jud¨ªos si estos llegaran a necesitar gritar pidiendo auxilio a sus hermanos y al mundo lo es mucho m¨¢s. Los jud¨ªos ya han sufrido persecuciones demasiadas veces a lo largo de la historia como para que pueda afirmarse que sus sufrimientos han acabado para siempre, de modo que cuando llegue el momento en que deban hablar, publicar o manifestarse por su propia seguridad, no debe permit¨ªrsele ni a Illinois ni a los Estados Unidos que se lo impidan. Los nazis, y con esto respondo a quienes preguntan c¨®mo puedo defender la libertad para ellos siendo jud¨ªo, deben poder expresarse libremente porque los jud¨ªos deben gozar del mismo derecho y porque yo, a mi vez, debo poder ejercerlo.
Recib¨ª muchos miles de cartas de denuncia, mientras que hubo apenas unos cientos de ellas que contuvieran muestras de apoyo. Y, como en el caso de la mujer que valora la libertad de expresi¨®n m¨¢s de lo que odia a los nazis, no todos los mensajes de sost¨¦n llegaron a reconfortarme plenamente, a pesar de lo cual parte de aquel respaldo logr¨® compensar los ataques m¨¢s feroces. Una de mis misivas favoritas proven¨ªa de un m¨¦dico de Nueva York que manifestaba su profundo compromiso con la defensa del derecho a la libertad de expresi¨®n de los nazis as¨ª: ¡°Defiendo el derecho a expresar cualquier y toda opini¨®n impopular ¡ªafirmaba¡ª, aunque, como dir¨ªa mi abuelo, esas opiniones solo deber¨ªan caer en saco roto¡±.
Los nazis nunca llegaron a manifestarse en Skokie. Anunciaron la movilizaci¨®n en un fruct¨ªfero intento por mantener su visibilidad en un periodo en el que se les imped¨ªa congregarse en Marquette Park, el barrio de Chicago donde se ubica su sede y donde cuentan con el mayor n¨²mero de seguidores. Ese litigio contra las restricciones a la libertad de expresi¨®n se desarroll¨® discretamente al mismo tiempo que se lidiaba la batalla por lo de Skokie con enorme notoriedad. Escasos d¨ªas antes de la fecha en que estaba prevista la manifestaci¨®n all¨ª, en junio de 1978, desaparecieron los impedimentos legales para congregarse en Marquette Park, por lo que, alcanzado su objetivo primero, los nazis cancelaron la concentraci¨®n de Skokie. A sus ojos era evidente que, de seguir adelante con ella, habr¨ªan ofrecido un espect¨¢culo rid¨ªculo, pues habr¨ªan acudido veinte o treinta personas frente a las cincuenta mil que se esperaba que participaran en la marcha alternativa organizada por los l¨ªderes de la comunidad local de supervivientes de los campos de concentraci¨®n.
¡°A pesar de que all¨ª nunca se produjera la manifestaci¨®n nazi, Skokie ha pasado a la historia como el campo de batalla simb¨®lico. El tema gener¨® un importante debate p¨²blico, que contin¨²a¡±
Con todo, y a pesar de que all¨ª nunca se produjera la manifestaci¨®n nazi, Skokie ha pasado a la historia como el campo de batalla simb¨®lico. Durante los quince meses que transcurrieron entre el primer anuncio de los nazis sobre su intenci¨®n de congregarse p¨²blicamente en el pueblo y el momento en que anularon la convocatoria tras la confirmaci¨®n legal de su derecho a celebrar manifestaciones, el tema gener¨® un importante debate p¨²blico, que contin¨²a. Casi todos los peri¨®dicos locales del pa¨ªs publicaron editoriales al respecto. Con contadas excepciones, la prensa tom¨® partido por la defensa de la libertad de expresi¨®n, sum¨¢ndose as¨ª a la postura de la Uni¨®n Americana de Libertades Civiles. Los textos de la secci¨®n de cartas al director, en cambio, se alinearon con el bando contrario, mientras que los columnistas aut¨®nomos se dividieron aparentemente a partes iguales. Igualmente, Skokie se ha convertido en un asunto candente en cientos de llamadas que entran en los programas radiof¨®nicos a lo largo y ancho del pa¨ªs, as¨ª como en un tema recurrente en los sermones de iglesias y sinagogas. Los senadores estadounidenses han declarado sus puntos de vista al respecto a trav¨¦s del diario de sesiones Congressional Record, a la vez que, en escuelas, despachos, centros c¨ªvicos, residencias de la tercera edad, restaurantes, cuartos de estar y all¨¢ donde se haya reunido la gente, ha elevado el tono de las conversaciones. En estas discusiones, me cuentan, casi todo el mundo se decantaba por la libertad de expresi¨®n.
Las cuestiones que provocaban mayor disenso se centraban m¨¢s en si los nazis americanos hab¨ªan perdido su derecho a expresarse al identificarse con una ideolog¨ªa que condujo al Holocausto, o en si, dado que se les permit¨ªa hablar, ?no cab¨ªa al menos prohibirles hacerlo en una ciudad considerada un puerto seguro para las v¨ªctimas del nazismo? Las charlas que escuch¨¦ rara vez discurrieron en un tono moderado, sino m¨¢s bien dominadas por intensos estallidos emocionales. En algunos casos incluso daba la impresi¨®n de que la agresividad que se trasluc¨ªa da?ar¨ªa para siempre las relaciones entre las personas.
Skokie como s¨ªmbolo
?Por qu¨¦ Skokie se ha convertido en un s¨ªmbolo y en un lugar que invita a manifestarse? El conato nazi de hacerlo all¨ª inspir¨® en realidad preguntas jur¨ªdicas manidas, con razonamientos a favor y en contra de la libertad de expresi¨®n id¨¦nticos a los ya esgrimidos en cientos de juicios anteriores. Lamentablemente, tampoco hay nada nuevo en la estampa ofrecida por un grupo de americanos que decidieron pavonearse ataviados con uniformes propios de las tropas de asalto y que luc¨ªan brazaletes con esv¨¢sticas. En las ¨²ltimas dos d¨¦cadas, im¨¢genes como esa se han convertido en parte habitual del escenario urbano, aunque hoy los nazis no cuentan con m¨¢s adeptos ni representan una amenaza pol¨ªtica mayor que entonces. Tampoco extra?a el amago nazi por congregarse en un lugar donde su mera presencia constituye una calculada ofensa a la memoria de las v¨ªctimas del nazismo. Como cualquier otro grupo disidente, este es conscientemente provocativo con la esperanzada intenci¨®n de atraer la atenci¨®n y de generar reacciones vituperables y poco dignas por parte de sus enemigos.
¡°Skokie sucede en un momento de profundo declive del liberalismo. Cada vez cuesta m¨¢s dar con un candidato pol¨ªtico que quiera identificarse como liberal, ya sea hombre o mujer¡±
Aun as¨ª, Skokie se eleva como un hito clave para las libertades americanas y figura ya como un caso cl¨¢sico en los anales del Derecho. Su fama se debe en parte al contexto temporal, pues se produjo en un momento en el que los jud¨ªos americanos tem¨ªan ser traicionados ¡ªellos e Israel¡ª por las democracias occidentales: ?se antepondr¨ªan la necesidad del petr¨®leo ¨¢rabe y los petrod¨®lares a los intereses jud¨ªos? Por eso simboliza el resurgir de la amenaza definitiva a la existencia hebrea. El mundo ya contempl¨® imp¨¢vido c¨®mo los nazis aniquilaban a los jud¨ªos, de modo que podr¨ªa ocurrir otra vez.
Lo de Skokie tambi¨¦n ocurri¨® en un periodo de especial fragilidad para la inc¨®moda entente entre la gente primeramente comprometida con las pol¨ªticas de izquierda m¨¢s aquella leal a la defensa de las libertades civiles, una alianza forjada por el movimiento pro derechos civiles que caracteriz¨® la d¨¦cada de los a?os sesenta, y la movilizaci¨®n antibelicista y de oposici¨®n a Richard Nixon. Esos pactos pertenecen al pasado: Skokie y otros casos afines los hicieron tambalear y caer.
Por ¨²ltimo, Skokie sucede en un momento de profundo declive del liberalismo. Cada vez cuesta m¨¢s dar con un candidato pol¨ªtico que quiera identificarse como liberal, ya sea hombre o mujer. Uno de los argumentos que se escuchan sobre este asunto es la definici¨®n de un conservador como ¡°un liberal al que han robado¡±. La defensa del derecho a la libre expresi¨®n para los nazis all¨ª es, seg¨²n opinan muchas voces, un claro ejemplo de la ingenuidad propia de los liberales, casi comparable con invitar a un ladr¨®n a casa a cenar. S¨ª, mejor no defender al enemigo.
Sean cuales fueran las razones, Skokie ha supuesto un impacto para muchas instituciones americanas. Las organizaciones jud¨ªas y otros grupos que han intentado mantenerse firmes en su tradicional compromiso con la libertad de expresi¨®n se han visto desacompasados del sentir de sus comunidades. Algunas se han cobijado en el silencio mientras que otras han considerado que las circunstancias de Skokie eran especiales y que por ello lo convert¨ªan en un caso distinto a cualquier otro en el que haya grupos que buscan mostrar su visi¨®n en un espacio donde sus doctrinas son vistas como un anatema. Incluso la organizaci¨®n que lidera la defensa de la libertad de expresi¨®n en el pa¨ªs, la Uni¨®n Americana de Libertades Civiles, ha visto c¨®mo una parte significativa de su parroquia se alejaba notablemente enfadada por defender los derechos de los nazis que quieren desfilar por Skokie.
Esta obra narra la historia de lo que ocurri¨® all¨ª, as¨ª como otros ejemplos recientes en los que los enemigos de la libertad han reclamado para s¨ª los derechos que niegan a los dem¨¢s, y describe las ra¨ªces hist¨®ricas que los explican. En ella me esfuerzo por trasladar tan bien como puedo los razonamientos de aquellos que limitar¨ªan el derecho de grupos como los nazis o el Ku Klux Klan a expresarse. Y trato, asimismo, de rebatirlos. Por ¨²ltimo, el libro explora el impacto que Skokie tuvo en la gente y en las instituciones que contribuyeron a la formulaci¨®n del caso a la vez que se vieron, a cambio, influidas por ¨¦l.
Defendiendo a mi enemigo
Traducci¨®n: Nuria Brufau
Editorial: Fundaci¨®n Berg Oceana
Formato: Cart¨®ne, 288 p¨¢ginas (20 euros)