Ladrar bajito
Walter de la Mare fue una figura de culto del que Thomas Hardy hablaba con devoci¨®n y los astutos surrealistas muy pronto se apropiaron, antes de olvidarlo en el fondo de su avaricioso saco
Persuasivo hasta la incomodidad, y esclavo de un deliberado pacto con ¡°los invisibles¡± ¡ªtrasgos, hadas, criaturas descaradas y parlanchinas que se esconden en los torrentes o se chamuscan el pubis dorado entre las brasas hasta dejarlo de un rojo coral¡ª, el destino de este gran poema no ha quedado tan claro para muchos lectores apresurados. Walter de la Mare, despu¨¦s de escribir The Listeners en 1912, de alg¨²n modo, volvi¨® a tentar a la suerte. Era ya una figura de culto, del que ...
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Persuasivo hasta la incomodidad, y esclavo de un deliberado pacto con ¡°los invisibles¡± ¡ªtrasgos, hadas, criaturas descaradas y parlanchinas que se esconden en los torrentes o se chamuscan el pubis dorado entre las brasas hasta dejarlo de un rojo coral¡ª, el destino de este gran poema no ha quedado tan claro para muchos lectores apresurados. Walter de la Mare, despu¨¦s de escribir The Listeners en 1912, de alg¨²n modo, volvi¨® a tentar a la suerte. Era ya una figura de culto, del que Thomas Hardy hablaba con devoci¨®n y los astutos surrealistas muy pronto se apropiaron, antes de olvidarlo en el fondo de su avaricioso saco.
Pero Walter segu¨ªa dando pocas pistas. Hubo, sin embargo, una excepci¨®n, cuando cay¨® presa de ese experto cazador de citas literarias que fue el guap¨ªsimo Frederic Prokosch. Bien criado, estudioso y n¨®mada, hijo de un germanista y, en su juventud, jugador de tenis de cierto prestigio, Frederic, tambi¨¦n escritor de viajes, pasar¨¢ a la historia no tanto como un literato, sino como ¡°el buitre con libretita¡±. En Voces, Memorias, la autobiograf¨ªa que public¨® Planeta en castellano en 1983, encontramos un extenso y bien escogido cat¨¢logo de sus conversaciones y citas mundanas, desde Lady Cunard hasta T.S. Elliot, pasando por un retrato miserable del pintor Giorgio de Chirico. Se ve que le debi¨® de encontrar m¨¢s machote que a s¨ª mismo, y encima en plena Bienal de Venecia cuajada de celebridades.
Me excuso. Volvamos a lo nuestro, a Walter de la Mare. Hab¨ªan pasado a?os desde que Los oyentes desataron la pasi¨®n por una poes¨ªa inquietante, limpia y al mismo tiempo ajena a las modas. Esta segunda vez se trataba de establecer una contrafigura urbana y doliente con Miss M, en una novela ciertamente descorazonadora, titulada Memorias de una enana, escrita o so?ada muchos a?os despu¨¦s, en 1921. Fijaos en las fechas, en ese trueque de las dos cifras finales, que confiere a todo el asunto un halo de juego macabro, pero en definitiva gentil. Yo le¨ª primero, en una edici¨®n de Siruela de 1988, en su colecci¨®n El Ojo Sin P¨¢rpado, esta ficci¨®n (??) sobre una damita victoriana adoptada por una gran casa, no mucho m¨¢s diminuta que la propia reina Victoria, y nunca me atrev¨ª a retomarla. Record¨¦ a aquellos oyentes y ya nunca he podido dejar de top¨¢rmelos en circunstancias no particularmente misteriosas.
Relatar¨¦ mi encuentro con uno de ellos, no sin antes admitir lo que el propio De la Mare dec¨ªa acerca de sus criaturas: ¡°Soy ya demasiado viejo para inquietarme por esas cosas. Cuando uno se da cuenta de que son pocos los a?os que le quedan y cuando el panorama se oscurece, uno debe acordar su comportamiento con sus energ¨ªas. Debe regresar al mundo de lo maravilloso. Dejo el mundo de los dogmas para los j¨®venes, los en¨¦rgicos, los agitados. En lo tocante a quienes escuchan, le dir¨¦ que me pas¨¦ toda la noche en vela, pensando en su significado, y al fin conclu¨ª que no eran trasgos, ni emanaciones. ?ramos nosotros mismos. Eran la faceta m¨¢s oscura y disidente de nuestra alma. Eran, para decirlo m¨¢s directamente, la esencia de la atenci¨®n. Eran los o¨ªdos entre las hojas, los o¨ªdos entre las pe?as. Eran los o¨ªdos situados en lo profundo de nuestro ser, que escuchan todo lo que decimos, y tenemos el DEBER de andar con mucho cuidado, cada vez con m¨¢s cuidado a medida que envejecemos, porque queda ya muy poco tiempo para hacer las paces con lo innombrable¡±.
Yo misma no quisiera, a estas alturas, desperdiciar mi tiempo y el de los que hab¨¦is llegado hasta aqu¨ª. La cosa parec¨ªa simple, incluso tonta, pero¡ Est¨¢bamos sentadas muy juntas mi perrita K¨¦nia, una podenca italiana adoptada de tres a?os y apenas seis kilos, que acababa de traerme de un refugio para animales abandonados. Los cazadores, al juzgarla poco fuerte para ese imp¨ªo entretenimiento, la colgaron de un ¨¢rbol en Sagunto, provincia de Valencia. La llam¨¦ K¨¦nia por su pelaje suave, color arena sombreada, y sus manchas blancas entre los dos ojos color avellana, que reaparec¨ªan en su pecho, su cuello, la punta del rabo y las patitas. Parece pintada. Siempre se sienta encima del mugriento banco del jard¨ªn a la misma altura que yo, cabeza junto a cabeza. Lugar solitario, agreste, abandonado. Pero una tarde, detr¨¢s de nosotras, casi ocultos, pude leer los carteles de las flores que alguna vez crecieron, parlotearon y murieron all¨ª, demasiado temprano. Eran, como suele ocurrir, nombres propios de personajes de Shakespeare. The Fairy Rose, Lucinda, Briseida, Ara?itas de duende. Todas desaparecidas o marchitas.
De pronto, una anciana mofletuda, apenas vestida con un blus¨®n ligero y sandalias ¡ª?caray, era febrero!¡ª, se nos qued¨® mirando asombrada y dijo muy bajito, pero con un dedo inquisitivo apunt¨¢ndonos: ¡°?Huy, pero si sois hermanas!¡±. Se evapor¨® sin m¨¢s. Sentimos su calor. Nos olisqueamos. Y eso nos entretuvo un rato. Yo iba con un jersey de cuello alto blanco y un tabardo color canela; llevo el pelo cano y corto. Crom¨¢ticamente, s¨ª, ¨¦ramos hermanas, pero ni la mujer volvi¨® a aparecer jam¨¢s, ni yo lo he comprendido hasta releer a Walter de la Mare. Existe un hada en el secarral m¨¢s infeliz de la tierra. Ahora ha dejado de ser m¨ªsero, porque, a veces, la o¨ªmos. Quiero decir, nos o¨ªmos a nosotras mismas. Yo escucho hablar a mi perra en un ingl¨¦s isabelino. Y, por mi parte, he tomado la costumbre de ladrarle bajito.