En el dentista
Todo empez¨® por el final. Antes de convertirse en protagonistas de ¡®Gente normal¡¯, Marianne y Connell nacieron en este relato breve escrito en 2016, que transcurre durante una visita a una cl¨ªnica dental cuando los dos ten¨ªan 23 a?os. ¡®Babelia¡¯ publica el relato, in¨¦dito en espa?ol
De camino al dentista hablan de volver a casa por Navidad. Est¨¢n en noviembre, y a Marianne van a quitarle una muela del juicio. Con?nell la lleva al dentista porque es el ¨²nico de sus amigos que tiene coche, y tambi¨¦n la ¨²nica persona a la que ella le conf¨ªa dolencias m¨¦dicas desagradables, como un diente roto. A veces la lleva en coche a la consulta del m¨¦dico cuando necesita antibi¨®ticos para sus infecciones urinarias, lo que ocurre a menudo. Tienen 23 a?os.
Connell aparca en la esquina del dentista y la radio se apaga sola. Ha pedido la ma?ana libre en el trabajo para llevar a Maria...
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De camino al dentista hablan de volver a casa por Navidad. Est¨¢n en noviembre, y a Marianne van a quitarle una muela del juicio. Con?nell la lleva al dentista porque es el ¨²nico de sus amigos que tiene coche, y tambi¨¦n la ¨²nica persona a la que ella le conf¨ªa dolencias m¨¦dicas desagradables, como un diente roto. A veces la lleva en coche a la consulta del m¨¦dico cuando necesita antibi¨®ticos para sus infecciones urinarias, lo que ocurre a menudo. Tienen 23 a?os.
Connell aparca en la esquina del dentista y la radio se apaga sola. Ha pedido la ma?ana libre en el trabajo para llevar a Marianne a la cita, cosa que no le ha contado. En parte por culpabilidad. Una semana antes, Marianne le hizo una mamada en su apartamento y m¨¢s tarde se quej¨® de que le dol¨ªa la mand¨ªbula, y ¨¦l se puso en plan: ?Tienes que estar siempre quej¨¢ndote de todo? Y luego discutieron. Iban los dos un poco borrachos.
Marianne tiene un recuerdo distinto del incidente. Recuerda que estuvo un rato haci¨¦ndole una mamada a Connell en el sof¨¢ y que luego par¨® porque le dol¨ªa la boca. ?l se lo tom¨® bastante bien y al final terminaron haci¨¦ndolo all¨ª mismo. Solo despu¨¦s, cuando ella empez¨® a hablar otra vez de la boca, Connell le dijo: Te quejas mucho m¨¢s que otra gente. Estaban tumbados uno al lado del otro en el sof¨¢. Te refieres a tus otras novias, le dijo Marianne. Y Connell respondi¨®: No, me refiero a la gente en general. Le dijo que nadie que ¨¦l conociese en medida alguna se quejaba tanto como Marianne.
No te gusta o¨ªr las quejas de la gente porque eres incapaz de mostrar compasi¨®n, le dijo Marianne.
Ya te he dicho que lo sent¨ªa la primera vez que te has quejado.
Te gustan las mujeres que no se quejan porque no quieres verlas del todo humanas.
Siempre que te critico acaba siendo que odio a las mujeres.
Marianne empez¨® a incorporarse. Se recogi¨® el pelo en un mo?o y busc¨® una horquilla con los dedos para sujetarlo.
Me parece sospechoso, dijo, que siempre te metas en relaciones con gente con la que en realidad no hablas.
Est¨¢s molesta y la est¨¢s pagando conmigo, respondi¨® ¨¦l. No soy tonto del todo.
Marianne se palp¨® el pelo con las manos para ver si estaba bien puesto y luego volvi¨® a tumbarse al lado de Connell. Era un sof¨¢ malo, con un estampado de flores marrones.
M¨ªrame a m¨ª, dijo. A m¨ª me ves como un ser humano completo. Por eso no te atraigo.
S¨ª que me atraes.
Sexualmente, pero no de un modo rom¨¢ntico.
Lo observ¨® mientras ¨¦l miraba el techo. Ten¨ªan la cara muy cerca el uno del otro.
Supongo que si fuese algo rom¨¢ntico no me gustar¨ªa que tuvieses otros novios, dijo ¨¦l.
De hecho, no te gusta.
No me gustan los novios que eliges, que es distinto.
?Quieres saber lo que ha pasado con Daniel?, dijo Marianne. Le dije que hab¨ªa so?ado que me casaba y me pregunt¨®: ?Conmigo? Y le dije: No, con mi amigo Connell. El resto de la discusi¨®n no fue sobre ti, fue sobre las cosas que digo a prop¨®sito para fastidiarlo, porque disfruto haciendo que se sienta mal consigo mismo.
Vaya.
Marianne se volvi¨® a casa despu¨¦s, pregunt¨¢ndose si se quejaba demasiado. Cuando lleg¨® a su apartamento le dol¨ªa ya la cabeza entera. Cogi¨® una botella de ginebra del estante de la puerta de la nevera y se ech¨® un poco en la boca a modo de experimento. Cuando se enjuag¨® las enc¨ªas con el alcohol fr¨ªo una gigantesca punzada de dolor le subi¨® por la mand¨ªbula e hizo que le llorasen los ojos. Escupi¨® entre babas la ginebra en el fregadero de la cocina y se ech¨® a llorar.
Se acerc¨® al dentista ella sola la ma?ana siguiente. Por el camino, fue planeando los comentarios efectistas que podr¨ªa hacerle acerca de su dolor de mand¨ªbula. La mayor parte del tiempo no duele tanto, se imagin¨® diciendo, pero hacer mamadas, descartado. En lugar de eso, el dentista le ech¨® un vistazo r¨¢pido a la boca y le recet¨® un ciclo de antibi¨®ticos para lo que denomin¨® una infecci¨®n ¡°la mar de fea¡±. No me sorprende que te duela, dijo el dentista. Esa muela te est¨¢ atravesando la mejilla como si fuese de mantequilla. Garabate¨® algo en una libreta y luego la mir¨®. Cuando baje la infecci¨®n te la sacaremos sin problema, le dijo. Ser¨¢s una persona nueva. Marianne extrae un considerable placer personal de ver confirmado su dolor por profesionales.
Hoy son las dos ¨²nicas personas en la sala de espera de la primera planta de la cl¨ªnica dental. Los asientos son de un color verde menta claro. Marianne hojea un n¨²mero de la National Geographic y explora su boca con la punta de la lengua. Connell mira la portada de la revista, una fotograf¨ªa de un mono con ojos enormes. Esa noche, la semana antes, Marianne lo hab¨ªa llamado para contarle que Daniel y ella hab¨ªan roto. Connell estaba en el ba?o cuando son¨® el tel¨¦fono, y lo cogi¨® su compa?ero de piso, Barry. Cuando Connell volvi¨®, Barry le dijo con tono inocente: Eh, ?c¨®mo se llamaba esa ni?a rica con la que fuiste al instituto? Ya sabes, la que te gusta follarte. Creyendo que la pregunta era sincera, Connell le respondi¨®: Marianne, ?por qu¨¦? Y entonces Barry le lanz¨® el tel¨¦fono. Quiere hablar contigo, le dijo. Cuando Connell cogi¨® el tel¨¦fono ya se la o¨ªa re¨ªr.
En la sala de espera, Connell est¨¢ pensando en Lauren, su novia durante 10 meses. Se hab¨ªa mudado a Manchester en septiembre, y dos semanas atr¨¢s se hab¨ªa acostado con otro estando borracha. Cuando se lo cont¨® a Connell, su incapacidad para sentir algo le inquiet¨®, y se pregunt¨® si ella le importaba lo m¨¢s m¨ªnimo. Durante unos d¨ªas se sinti¨® vagamente deprimido y cansado, y luego se acost¨® con Marianne, que lo acus¨® de no considerar a las mujeres ¡°seres humanos completos¡±. Se dio cuenta en ese momento de que, en efecto, no ve¨ªa a Lauren como un ¡°ser humano completo¡±, sino como un personaje secundario de su propia vida. Por eso lo que ella hiciese fuera de escena le daba igual. Cuando Marianne se march¨® esa noche, abri¨® una pesta?a nueva en el navegador y tecle¨®: Por qu¨¦ no siento las cosas.
A la ma?ana siguiente, llam¨® a Lauren por Skype y le dijo que cre¨ªa que deb¨ªan dejarlo. Ella estuvo de acuerdo, sin mojarse. Nos lo pas¨¢bamos bien, dijo ella, pero esto a distancia no iba a funcionar de ninguna manera. Este croquis de la trayectoria de su relaci¨®n guardaba tan poco parecido con nada que ¨¦l pensara o sintiera que se limit¨® a asentir y a decir: S¨ª, exacto. No le hab¨ªa contado todav¨ªa a Marianne esta conversaci¨®n por Skype. Hab¨ªa tenido todo el drama con lo del diente y no quer¨ªa que diese la impresi¨®n de que hab¨ªa tomado una decisi¨®n importante como resultado de haberse acostado con ella. De mantequilla, dice ella cada vez que hablan. Me muero de dolor. Lo cierto es que Connell no ha pillado la importancia de partida de este s¨ªmil de la mantequilla, y ahora decide que ha pasado el tiempo suficiente como para preguntar.
?Qu¨¦ es eso de la mantequilla que no dejas de repetir?, le pregunta.
Lo de que mi mejilla es como mantequilla.
?Que qu¨¦?
Lo que me dijo el dentista, ?recuerdas?: Esa muela te est¨¢ atravesando la mejilla como si fuera mantequilla.
Connell se la queda mirando por encima del marco amarillo de la National Geographic que ella sostiene entre las manos.
Joder, ?te est¨¢ atravesando literalmente la mejilla?
?No me estabas escuchando? Llevo como una semana habl¨¢ndote del tema.
Supongo que a veces te desconecto.
Ella vuelve a clavar la mirada en la revista, con aire divertido.
Dotes para la vida, dice.
Bueno, ?sabes?, lo he dejado con Lauren. No s¨¦ si te has enterado.
Por un momento, Marianne finge estar concentrada en la lectura. Connell se da cuenta de que est¨¢ decidiendo qu¨¦ hacer o decir. Los mecanismos de la mente de Marianne se le aparecen cristalinos en breves destellos como este y luego se desvanecen.
No me lo hab¨ªas comentado.
Ya, bueno.
Connell tose, aunque no lo necesita. Es una debilidad, y sabe que Marianne la detecta, como sangre flotando en el agua.
?Cu¨¢ndo ha pasado todo esto?, pregunta ella.
Hace como una semana.
Aj¨¢.
No gesticula ese ¡°aj¨¢¡±. Tan solo cierra la revista y la devuelve a la mesita de cristal con un gesto l¨¢nguido. Connell traga saliva. ?Qu¨¦ le hace tragar saliva? En el instituto, Marianne era fea y todo el mundo la detestaba. De un modo casi s¨¢dico, a Connell le gusta pensar en ello cuando tiene la sensaci¨®n de que ella le est¨¢ pasando por delante en una conversaci¨®n. El ¨²ltimo a?o de instituto ¨¦l le quit¨® la virginidad y luego le pidi¨® que no se lo contase a nadie, aunque no es algo respecto a lo que se sienta demasiado bien hoy d¨ªa. Ella ah¨ª tumbada en plan: ?Por qu¨¦ iba a querer cont¨¢rselo a nadie? A Connell le parece representativo de algo.
A Marianne le hace sentir humillada que Connell no le haya contado lo de Lauren hasta ahora. Disimula esos sentimientos concentrando una atenci¨®n desganada y despectiva en su entorno inmediato. Se pregunta si tal vez Connell no se lo ha contado porque la ve desesperada. A los 23, a Marianne la invaden de vez en cuando las mismas preocupaciones sombr¨ªas que caracterizaron su vida adolescente. Se pas¨® todo el instituto mostr¨¢ndose despreciativa con los dem¨¢s, pero al mismo tiempo embargada por el miedo al desprecio de los dem¨¢s. Connell fue la primera persona a la que le cay¨® realmente bien, y ni siquiera ¨¦l le dirig¨ªa la palabra delante de sus amigos. Marianne hizo cosas degradantes para retener su afecto y fingi¨® que no le parec¨ªan degradantes. Se quedaba callada en el segundo plano de sus llamadas telef¨®nicas.
S¨ª, pensaba que ya te habr¨ªas enterado, dice. Fue una de esas rupturas por Skype. Relativamente tranquila, para lo que son las rupturas.
Lauren es una chica tranquila.
Seguramente s¨ª. ?l mira por la ventana y trata de bostezar. Se detesta a s¨ª mismo. No tiene ni idea de lo que estar¨¢ pensando Marianne. De manera compulsiva, y por resentimiento hacia s¨ª mismo, se recuerda que todo el tiempo que Lauren y ¨¦l estuvieron juntos no consigui¨® nunca que se corriera m¨¢s que por casualidad. Con Marianne le ha resultado siempre espl¨¦ndida y absurdamente f¨¢cil. Por supuesto, sabe que esto no significa nada.
Bueno, no te preocupes, dice ella. S¨¦ que ahora los dos estamos solteros, pero no te voy a pedir que seas mi novio.
Por extra?o que parezca, no estaba preocupado por eso.
Se abre la puerta y una enfermera sale diciendo: ?Marianne? Ya puedes pasar. Marianne mira a Connell, que le devuelve la mirada. Por un momento lo odia, pero esta malevolencia siempre se disipa. Connell no tiene intenci¨®n de hacer nada con esa necesidad terrible que hay en ella. Con Daniel se sent¨ªa libre y empoderada, porque no se lo hab¨ªa tomado nunca en serio. Sus deseos de herirla no hac¨ªan m¨¢s que evidenciar cu¨¢nto depend¨ªa de ella. Pero Connell no necesita nada, y con ¨¦l se siente impotente. Se lleva la mano a la cara y sigue a la enfermera a la consulta.
Cuando se cierra la puerta, Connell se levanta y se acerca a la ventana. Mira hacia la calle, a las coronillas de la gente que pasa. Hace un d¨ªa despejado, fr¨ªo y azul como un polo de hielo. Intenta no pensar en Marianne pasando dolor. Sabe que le dormir¨¢n la zona necesaria de la boca, pero esa idea tambi¨¦n lo perturba. Marianne no muestra miedo al sufrimiento f¨ªsico. Connell la ha visto pasar por cosas malas. Aun as¨ª, le ha dolido que le dijese que no quer¨ªa ser su novia, en parte por lo gratuito del comentario. No se lo iba a pedir ni por asomo, adem¨¢s. Empieza a morderse el pulgar, hasta que lo nota pulposo y retorcido en la boca.
Al principio se alegr¨® de que por fin hubiese roto con Daniel. Era uno de esos dise?adores gr¨¢ficos flacuchos con gafas de pasta que hablan un mont¨®n de temas de g¨¦nero. Connell estuvo sentado a su lado en el bar en el cumplea?os de Marianne, y en lugar de tener una conversaci¨®n estuvieron viendo el partido ?Bournemouth-Chelsea en la enorme pantalla. Daniel le pregunt¨®: ?Importa realmente qui¨¦n gane o qui¨¦n pierda? Bueno, un poco s¨ª, le respondi¨® Connell. El Bournemouth baja a la zona de descenso si pierde este partido. Me refiero desde un punto de vista filos¨®fico, dijo Daniel. Esa fue la conversaci¨®n real que tuvieron. Daniel iba riendo y diciendo: La masculinidad es algo fr¨¢gil. Connell no sac¨® a relucir algunas cosas que casualmente sab¨ªa acerca de las tendencias de Daniel. Es a ti al que le gusta atarla y azotarla con un cintur¨®n, se abstuvo de decir. Apuesto a que te hace sentir un machote.
Dentro de la consulta, a Marianne le han puesto un anest¨¦sico. El dentista le clava un instrumento afilado en la enc¨ªa para ver si todav¨ªa lo nota, y no lo nota. Se dispone a extraerle la muela. Al principio, Marianne oye un rechinar. Una l¨¢mpara blanca y radiante se le refleja en los ojos desde el espejo que tiene encima, y el l¨¢tex de los guantes del dentista tiene un sabor sadomasoquista. Algo zumba, y un l¨ªquido claro y extra?o le llena la boca. No sabe a sangre. Entonces nota que algo se desliza por su lengua, algo liso y pesado, y de pronto est¨¢ sentada con la espalda recta y el dentista dici¨¦ndole: ?Esc¨²pela! Escupe algo en la mano del dentista. Es un trocito amarillo de su propio cuerpo. Ahora s¨ª nota sabor de la sangre, y de algo m¨¢s. Le duele la cabeza. La muela brilla como crema en la palma del dentista. Bien hecho, se?ora, le dice el dentista. La muela tiene frondas, como una an¨¦mona. Marianne est¨¢ temblando.
Connell tiene miedo de ser una persona emocionalmente vac¨ªa. Intenta echar un vistazo al ejemplar de la National Geographic que hay sobre la mesita, pero no se concentra, y el dolor de Marianne le vuelve a la cabeza una y otra vez. Marianne se involucra en asuntos que son malos para ella. Es una opini¨®n que tiene Con?nell y de la que se siente culpable. Sabe que recae sobre ella la culpa de cosas que no son responsabilidad suya solo porque tiene una personalidad dura. La gente se ha aprovechado de ella, pero puede que Marianne haya permitido que siga siendo as¨ª cuando ya no ten¨ªa por qu¨¦. Le hab¨ªa contado ciertas cosas que le mandaba hacer Daniel. Ella le ense?¨® algunas. S¨¦ que es un poco chungo, le dijo. Yo no lo disfruto. Y se hab¨ªa echado a re¨ªr, Connell no soport¨® que se riera.
El dentista le llena la boca de gasa y hace que la muerda. Est¨¢ atontada, como si la muela fuese un ni?o enfermo que ella acaba de dar a luz. Recuerda que Connell est¨¢ en la sala de espera y siente una oleada de gratitud que la deja empapada en sudor. La gasa le roza la lengua adormecida, y las l¨¢grimas comienzan a escocerle en los ojos. La parte m¨¦dica del procedimiento ha terminado. La levantan de la silla como si fuese papel de peri¨®dico.
La puerta de la consulta se abre, y Connell aparta la vista de la ventana. Marianne se se?ala la boca tontamente. Le han entregado la muela metida en un frasco, y lo hace tintinear para ¨¦l. Tiene la cara deformada y torcida como una tienda de campa?a desinflada. Connell experimenta ciertos sentimientos. En el instituto, sol¨ªa fantasear con que soltaba comentarios intelectuales o ingeniosos delante de Marianne. Es una fantas¨ªa a la que a¨²n se entrega compulsivamente en momentos de estr¨¦s. La risa imaginaria de Marianne aplaca sus nervios.
?Ya est¨¢ del todo?, le pregunta.
Ella asiente, intenta tragar saliva. Algo no encaja en su boca, se siente en el cuerpo equivocado.
Qu¨¦ r¨¢pido, dice Connell. ?C¨®mo te encuentras?
Marianne se encoge de hombros. Siente el escalofr¨ªo que precipita un sollozo y trata de reprimir esa particular clase de fealdad. Demasiado tarde. Est¨¢ llorando. Se frota los ojos con torpeza, la nariz, el abismo dormido de la mejilla. Se encoge otra vez de hombros. Al menos es un llanto silencioso.
Connell solo la ha visto llorar una vez antes, cuando eran adolescentes. Su madre ten¨ªa un novio por aquel entonces, se llamaba Steven. A veces entraba de noche en el cuarto de Marianne para ¡°hablar¡±. Ella fue a casa de Connell una noche despu¨¦s de que sucediera, y llor¨® y le dijo: A veces creo que me merezco que me pasen cosas malas porque soy mala persona. Connell no hab¨ªa o¨ªdo nunca a nadie hablar as¨ª. Le entraron n¨¢useas, y desde aquel momento estar¨ªan siempre ah¨ª, aun cuando no las sintiera. Pasaron a estar fuera de ¨¦l.
Vamos al coche, le dice a Marianne.
En el coche se la ve sola y menuda. En una mano lleva el frasco con la muela dentro, y en la otra, un rollito de gasa de recambio para la boca. Deja con cuidado ambos objetos en el regazo y levanta las manos hacia la visera que hay sobre el asiento para mirarse en el espejo.
Yo no lo har¨ªa si no es necesario, dice Connell.
Ella se queda parada con una mano en el espejo.
?Tan mal estoy?
Tiene la voz pastosa y amortiguada.
Yo no te veo mal, responde, pero me parece que est¨¢s sensible ahora mismo y no quiero que te d¨¦ el ataque.
Al principio cree que Marianne est¨¢ tosiendo, pero luego se da cuenta de que la ha hecho re¨ªr.
O sea, que estoy mal, dice. ?Por qu¨¦ no me contaste lo de Lauren?
Connell amasa el volante con las manos. Ella lo observa. Elimina como un rayo la amenaza de una l¨¢grima en su ojo izquierdo, discretamente, con la manga.
Ese discursito que me has soltado, dice Connell. Lo de ver a las mujeres como seres humanos. Me ha afectado un poco, la verdad.
?Y qu¨¦, por eso rompiste con ella?
De alg¨²n modo complejo, esta pregunta, junto con el hecho de que Marianne est¨¦ llorando visiblemente, lo excita. Piensa, sin querer, en su cuerpo desnudo. Lo considera una imagen de vulnerabilidad, m¨¢s que algo sexual, pero da la impresi¨®n de ser ambas cosas. Sabe que Marianne est¨¢ llorando nada m¨¢s que por un dolor f¨ªsico residual, y eso no es algo que a ¨¦l le reporte ning¨²n placer. Pero su deseo de sentirse cuidada lo conmueve. Una fantas¨ªa de que bajo su fr¨ªa apariencia hay algo m¨¢s.
Marianne se da cuenta de que Connell no ha respondido de inmediato a su pregunta. Est¨¢ mirando el tr¨¢fico como si pensara en otra cosa. Ella espera que su curiosidad descarada parezca desde?osa. Es una de las muchas estrategias din¨¢micas a las que recurre para ocultarle a Connell lo que siente por ¨¦l. Aunque lo que siente no es f¨¢cil de expresar. La gente ama toda clase de cosas: a sus amigos, a sus padres. Los malentendidos son inevitables.
?A¨²n est¨¢s llorando, verdad?, le pregunta ¨¦l.
Se est¨¢ pasando el efecto. Es solo eso.
Este relato apareci¨® publicado en el n¨²mero 18 de ¡®The White Review¡¯ en 2016. Traducci¨®n de Inga Pellisa.