Recuerdos del D¨ªa del Libro
El 23 de abril es la prueba del algod¨®n de los escritores. Est¨¢s con el pescado en el mostrador a ver si vendes algo
Mis recuerdos infantiles del 23 de abril son borrosos. No sab¨ªa muy bien qu¨¦ se celebraba en tan agitada efem¨¦ride, m¨¢s all¨¢ de que no hab¨ªa colegio. Yo viv¨ªa entonces en un pueblo del Alto Arag¨®n de 13.000 habitantes, y la fiesta del libro se confund¨ªa con la de San Jorge, que era el patr¨®n de mi comunidad. No recuerdo que mi padre comprase ning¨²n libro en el D¨ªa del Libro, ya solo le hubiera faltado eso, bastante ten¨ªa con vender ¨¦l lo que le tocaba por su oficio de viajante. Yo s¨¦ muy bien de d¨®nde vengo, y la ...
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Mis recuerdos infantiles del 23 de abril son borrosos. No sab¨ªa muy bien qu¨¦ se celebraba en tan agitada efem¨¦ride, m¨¢s all¨¢ de que no hab¨ªa colegio. Yo viv¨ªa entonces en un pueblo del Alto Arag¨®n de 13.000 habitantes, y la fiesta del libro se confund¨ªa con la de San Jorge, que era el patr¨®n de mi comunidad. No recuerdo que mi padre comprase ning¨²n libro en el D¨ªa del Libro, ya solo le hubiera faltado eso, bastante ten¨ªa con vender ¨¦l lo que le tocaba por su oficio de viajante. Yo s¨¦ muy bien de d¨®nde vengo, y la costumbre de comprar y leer libros entre las clases medias espa?olas cumple a lo sumo cuatro d¨¦cadas. Cuarenta a?os frente a cuatrocientos a?os de analfabetismo. Yo vengo de la noche del analfabetismo espa?ol, bastante lejos he llegado, que escribo sin faltas de ortograf¨ªa y con l¨¦xico distinguido y s¨¦ diferenciar un sujeto de un complemento directo y me s¨¦ de memoria todas las tildes diacr¨ªticas del espa?ol y las recito con encanto.
Un cura nos dijo en clase de 7? de la antigua EGB que Cervantes y Shakespeare hab¨ªan muerto el mismo d¨ªa. No deb¨ªa de ser un ni?o demasiado tonto porque eso me pareci¨® imposible. Me pareci¨® un delirio. Y me lo sigue pareciendo. Un delirio hermoso, pero delirio. Unos cuantos a?os despu¨¦s fui yo quien me sub¨ª a una tarima y desde all¨ª volv¨ª a proclamar la buena nueva de que el 23 de abril de 1616 dijeron adi¨®s al mundo los dos m¨¢s grandes genios de las letras universales. Uno se muri¨® en Espa?a, y el otro en Inglaterra. Y era como si se hubieran puesto de acuerdo para morirse el mismo d¨ªa. Mis alumnos me miraban como si yo mismo fuese una encarnaci¨®n prescindible y pasajera del Caballero de la Triste Figura. ¡°Salid al paseo de la Independencia y compraos un libro¡±, les dec¨ªa a mis chicos.
Viv¨ªa yo entonces en Zaragoza y en ese bulevar zaragozano se celebraba y se celebra el D¨ªa del Libro. En Zaragoza ejerc¨ª en dos institutos de los que guardo un recuerdo maravilloso, uno fue el Goya, y el otro el Avempace. En aquellos a?os me di cuenta de una iron¨ªa pol¨ªtica: es muy dif¨ªcil explicar literatura si el entorno urban¨ªstico en que est¨¢ edificado un instituto es feo, porque la arquitectura y la literatura acaban siendo la misma cosa, y tienden a la belleza. Explicar un soneto de Garcilaso de la Vega en un instituto de barrio, con pasillos horribles, con aulas sin nobleza, con una biblioteca de mesas de pl¨¢stico, rodeado de bloques de casas espantosas, es imposible. Acabas pareciendo un predicador de una secta extinguida.
Luego me toc¨® asistir como escritor a las firmas del D¨ªa del Libro. Me deslumbr¨® Barcelona, convertida en una aut¨¦ntica fiesta de la literatura. La primera vez que fui a un Sant Jordi lo hice asustado, temiendo no firmar nada y hacer el rid¨ªculo m¨¢s espantoso, solo le ped¨ªa al destino no caer en un puesto de librer¨ªa al lado de un superventas. Como escritor a menudo me he sentido un impostor. Alguna vez le he o¨ªdo a Juan Jos¨¦ Mill¨¢s sentirse as¨ª, y eso me ha consolado mucho. Y me fue muy bien en mi primer Sant Jordi. Firm¨¦ un mont¨®n de libros. Eso s¨ª, me tentaba contribuir a pagar la mitad de mi propio libro. Si mi novela costaba 18 euros, pensaba en dar 9 de mi bolsillo al comprador y futuro lector por si acaso no le gustaba el libro. He sido un escritor vulnerable a la hora de firmar libros. Miro a mis lectores a los ojos y pienso que en cualquier momento me van a descubrir. Van a llamar a la polic¨ªa para denunciar al impostor. ¡°Polic¨ªa, polic¨ªa, hemos descubierto a un poliz¨®n en el noble bajel de la literatura¡±. Y entonces viene la polic¨ªa y se me lleva esposado y los cr¨ªticos de los suplementos literarios dan v¨ªtores a la polic¨ªa.
En estos pensamientos estaba en mi ¨²ltimo Sant Jordi en Barcelona cuando se plant¨® delante de m¨ª nada menos que el actor Pepe Sacrist¨¢n para que le firmara un libro m¨ªo. No me lo pod¨ªa creer. Pens¨¦ en mi padre. Si viviera mi padre, al ver a Pepe Sacrist¨¢n con un libro m¨ªo, tendr¨ªa que concluir que soy un escritor. Todo cuesta mucho en Espa?a. Salir adelante con la literatura es un milagro. El D¨ªa del Libro es la prueba del algod¨®n de los escritores. All¨ª est¨¢n los lectores, pasando de puesto en puesto. Y t¨² con el pescado en el mostrador, con los ajos de Chinch¨®n, como dec¨ªa el padre de Pepe Sacrist¨¢n, a ver si los vendes y puedes seguir pagando facturas. Vivir de la literatura en Espa?a lo consiguen muy pocos. Se cree que eso es un problema de los escritores, y que all¨¢ se las compongan ellos por haber elegido un oficio tan vecino del hambre inmemorial, pero no es as¨ª. Cuando en un pa¨ªs los escritores no pueden vivir de su oficio se resienten la modernidad y el grado de civilizaci¨®n. Los espa?oles tenemos la suerte de que aqu¨ª se escribi¨® la gran novela de Cervantes. Aqu¨ª naci¨® el milagro de un libro que un¨ªa en indisoluble matrimonio la m¨¢s alta, sofisticada y delicada literatura con el mayor ¨¦xito de p¨²blico que pueda imaginarse, con millones y millones de lectores de toda condici¨®n.
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