En la torre de Babel de la utop¨ªa sovi¨¦tica
Stalin levant¨® frente al Kremlin un edificio de 500 apartamentos destinado a alojar a su ¨¦lite pol¨ªtica. Estaba llamado a representar el para¨ªso comunista, pero termin¨® siendo la antesala del infierno para muchos de sus habitantes. En su monumental ¡®La casa eterna¡¯, Yuri Slezkine recorre la historia de la URSS a trav¨¦s de lo ocurrido entre sus paredes
Con energ¨ªa y euforia, los dirigentes de la joven Uni¨®n Sovi¨¦tica planeaban guiar a sus conciudadanos hacia una vida nueva y libre de las servidumbres y atavismos de un mundo decadente y burgu¨¦s. Una plasmaci¨®n de aquel sue?o revolucionario en la d¨¦cada de los a?os treinta en Mosc¨² fue la Casa del Gobierno (oficialmente, la Casa del Comit¨¦ Ejecutivo Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo), m¨¢s conocida por la Casa del Malec¨®n, gracias a la narraci¨®n del mismo nombre de Yuri Tr¨ªfonov.
Aquel complejo urban¨ªstico sin precedentes inclu¨ªa apartamentos, instalaciones de ocio y diverso...
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Con energ¨ªa y euforia, los dirigentes de la joven Uni¨®n Sovi¨¦tica planeaban guiar a sus conciudadanos hacia una vida nueva y libre de las servidumbres y atavismos de un mundo decadente y burgu¨¦s. Una plasmaci¨®n de aquel sue?o revolucionario en la d¨¦cada de los a?os treinta en Mosc¨² fue la Casa del Gobierno (oficialmente, la Casa del Comit¨¦ Ejecutivo Central y del Consejo de Comisarios del Pueblo), m¨¢s conocida por la Casa del Malec¨®n, gracias a la narraci¨®n del mismo nombre de Yuri Tr¨ªfonov.
Aquel complejo urban¨ªstico sin precedentes inclu¨ªa apartamentos, instalaciones de ocio y diversos servicios, dispuestos en torno a varios patios comunicados entre s¨ª. La obra hab¨ªa sido encomendada en 1927 al arquitecto Bor¨ªs Iof¨¢n para alojar a los miembros de la ¨¦lite bolchevique, que por entonces resid¨ªan de forma provisional en hoteles, palacios y edificios requisados y dispersos por Mosc¨².
La Casa del Gobierno se ubic¨® frente al Kremlin, en una isla pantanosa del r¨ªo Moscova, y fue el escenario de las ilusiones y tambi¨¦n de la angustia y la agon¨ªa de los revolucionarios que a partir de 1930 comenzaron a mudarse al sofisticado complejo de hormig¨®n armado que iba creciendo en la ci¨¦naga. Los reci¨¦n llegados eran un contingente variopinto ¡ªmilitares, obreros, escritores, agentes de los servicios de seguridad, entre otros¡ª y proced¨ªan de diversas regiones de la URSS. Una buena parte eran jud¨ªos de las zonas occidentales del antiguo imperio zarista. Muchos ten¨ªan las manos manchadas de sangre ¡ªo se las manchar¨ªan siendo ya residentes en la Casa¡ª, pues eran ellos quienes hab¨ªan ideado y dirigido el sistema de campos de trabajos forzados del Gulag, quienes hab¨ªan participado en las expropiaciones del campesinado durante la colectivizaci¨®n y hab¨ªan apretado el gatillo contra los enemigos del r¨¦gimen.
El historiador Yuri Slezkine ha elegido el edificio simb¨®lico de la Casa de la Ribera como eje de una saga de la revoluci¨®n rusa en el libro La casa eterna, publicado en ingl¨¦s en 2017 con el t¨ªtulo de The House of Government y que la editorial Acantilado acaba de sacar en traducci¨®n espa?ola a cargo de Miguel Temprano Garc¨ªa.
Slezkine contempla a los bolcheviques residentes en la Casa como una secta religiosa, con su mes¨ªas y profetas (Lenin y Stalin), su tierra prometida (el nuevo mundo sin clases ni propiedad privada), y sus luchas internas entre purgas purificadoras y herej¨ªas destructivas. ¡°En la historia de la humanidad ha habido muchas sectas milenaristas diferentes, especialmente en algunas tradiciones como el cristianismo y el islam, que han tenido mucho ¨¦xito y han sobrevivido a pesar de que sus profec¨ªas no se han cumplido. El bolchevismo, sin embargo, muri¨® despu¨¦s de una sola generaci¨®n de adeptos¡±, afirma Slezkine, en una entrevista por Zoom desde Riga (Letonia).
¡°En su fase de entusiasmo inicial el bolchevismo tuvo gran ¨¦xito al poder conquistar su capital simb¨®lica (su Roma o su Babilonia), pero a m¨¢s largo plazo sucumbi¨® a la pobreza conceptual del marxismo como filosof¨ªa de la historia y tambi¨¦n a la misma naturaleza humana¡±, afirma. ¡°Mi libro se ocupa de forma tangencial de la muerte del bolchevismo, porque trata de la primera generaci¨®n de convertidos a la secta, de gentes que hicieron la revoluci¨®n y construyeron el Estado sovi¨¦tico. La fe y la convicci¨®n de esas personas fueron apag¨¢ndose poco a poco junto con su generaci¨®n¡±, dice.
Albergaba un teatro para 1.300 espectadores, un cine para 1.500 y un cuerpo de bomberos de 24 miembros
La ci¨¦naga es la met¨¢fora central de Slezkine. En el Mosc¨² pos-sovi¨¦tico es tambi¨¦n el nombre recuperado de la plaza cercana a la Casa del Gobierno (Bol¨®tnaia Ploschad o plaza de la Ci¨¦naga), un top¨®nimo que hoy se asocia con multitudinarias protestas duramente reprimidas contra el fraude electoral en Rusia.
¡°La ci¨¦naga es la vida humana y los h¨¦roes de mi libro intentaron secar la ci¨¦naga, limpiarla de todas las dificultades, de todo lo aparentemente superfluo, bello e imprevisible, intentaron construir un universo sim¨¦trico y artificial¡±, se?ala el investigador. ¡°Mis h¨¦roes vivieron una vida tr¨¢gica y terrible, pero lo hicieron como privilegiados en una isla, separados por verjas de un mundo donde otros pasaban hambre, se hacinaban en barracas y sufr¨ªan los horrores de la colectivizaci¨®n¡±, explica.
Durante d¨¦cadas, Slezkine ha estudiado documentos y memorias y ha entrevistado a supervivientes. Una larga lista de familias residentes en la Casa completa su libro. En ella, entre otros est¨¢n Mija¨ªl Koltsov (el periodista autor del Diario de la guerra de Espa?a), Anna L¨¢rina-Bujarina (la viuda del l¨ªder revolucionario Nikol¨¢i Bujarin), Karl Radek (miembro del Comit¨¦ Ejecutivo del Komintern), Aleks¨¦i Rykov (presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo), los parientes de Y¨¢kov Sverdlov (el presidente del Comit¨¦ Ejecutivo Central Panruso) y el escritor Yuri Tr¨ªfonov (cuyo padre, Valentin, fue comisario del Cuerpo de Expedici¨®n Especial en el ?rea del Don). Junto a los nombres se indican los apartamentos en los que habitaron. En el n¨²mero 228 residi¨® Filipp Goloschokin, el encargado de ejecutar a la familia del zar en 1918.
¡°Quienes pasaron su infancia en la Casa de la Ribera recuerdan aquel periodo de su vida como una ¨¦poca dorada, de culto a la lectura, de amor, de amistad, de relaciones ¨ªntimas¡±, se?ala Slezkine. Los habitantes de la Casa bailaban foxtrot al son de discos tra¨ªdos del extranjero, preparaban tradicionales dulces de Pascua y a partir de 1935 recuperaron incluso los abetos de Navidad (prohibidos a fines de los a?os veinte) reconvertidos en ¨¢rboles de A?o Nuevo.
La Casa del Gobierno ten¨ªa ascensores, montacargas, conductos de basura, un teatro para 1.300 espectadores, un cine para 1.500, una verduler¨ªa, tiendas, pistas de deporte, espacios para actividades sociales, cafeter¨ªa estilo norteamericano y un club. En noviembre de 1932 el n¨²mero de empadronados era de 2.745, adem¨¢s de 128 guardias, 24 bomberos, hasta 23 conserjes en invierno y 7 especialistas en control de plagas. Entre el medio millar de apartamentos disponibles, la mayor¨ªa (179) eran de cuatro habitaciones. El traslado de un piso a otro era habitual y depend¨ªa tanto de las necesidades familiares como de los ascensos y degradaciones en el escalaf¨®n del poder. Los guardias vigilaban todas las puertas del recinto.
Junto con el mausoleo de Lenin, en la plaza Roja, la Casa del Gobierno es uno de los dos edificios ic¨®nicos de la ¨¦poca del Primer Plan Quinquenal (1928-1932) y el gran viraje, conocida como el ¡°periodo de reconstrucci¨®n¡± o de ¡°transici¨®n¡±. En el primer edificio yac¨ªa el cuerpo embalsamado del fundador y en el segundo viv¨ªan sus selectos disc¨ªpulos, aunque no Stalin, que resid¨ªa en el Kremlin. El tercer elemento de la nueva Mosc¨² iba a ser el Palacio de los Soviets, que deb¨ªa construirse en el solar de la catedral del Cristo Salvador, dinamitada en diciembre de 1931. Los cascotes de aquel derribo cayeron en parte sobre la Casa del Gobierno, seg¨²n cuenta Slezkine.
¡°Visto desde la Casa, Stalin era un dios que resid¨ªa al otro lado del r¨ªo en la fortaleza del Kremlin¡±
La Casa fue un edificio de transici¨®n tanto por su estilo arquitect¨®nico, entre el constructivismo y el neoclasicismo, como por sus opciones de vida (¨¢mbitos tradicionales privados y espacios vanguardistas multiusos). Pero en contra de las previsiones ut¨®picas, la familia burguesa no desapareci¨® ni se disolvi¨® en estructuras comunitarias. Muchos de los habitantes de la Casa usaron su hogar de forma solidaria para cobijar y alimentar a familiares que hu¨ªan de la miseria generalizada. La convivencia en los mismos recintos de diversas y sucesivas esposas y de la prole de todas ellas era resultado de problemas de espacio y no de concepciones ideol¨®gicas. Los revolucionarios sol¨ªan tener a su cargo a empleadas dom¨¦sticas, que en ocasiones emparentaban con personal de servicio de la Casa y tambi¨¦n con los mismos revolucionarios.
Desde la Casa, los cargos del gobierno y del partido viajaban en misiones especiales que les confrontaban ¡ª?como espectadores o protagonistas¡ª con los cad¨¢veres de las hambrunas y los brutales m¨¦todos del Gulag. Al volver a su hogar, llevaban a sus hijos a pasear por el parque Gorki, les le¨ªan las obras de Charles Dickens y jugaban con ellos al ajedrez. Tambi¨¦n cuidaban de su salud acudiendo a balnearios en Crimea, Georgia o en el C¨¢ucaso del Norte, o a las dachas (casas de campo) especiales en las afueras de Mosc¨².
La conciencia de haberse convertido ellos mismos en v¨ªctimas de la violencia que practicaban y en la que viv¨ªan les lleg¨® de repente a los habitantes de la Casa en diciembre de 1934 con la noticia del asesinato del dirigente bolchevique Sergu¨¦i K¨ªrov, jefe de los comunistas de la regi¨®n de Leningrado. El crimen sirvi¨® a Stalin como motivo para las grandes purgas de los a?os treinta.
¡°La violencia estaba presente en la vida de los habitantes de la Casa, muchos de los cuales hab¨ªan participado en la guerra civil o eran ide¨®logos y art¨ªfices de la colectivizaci¨®n y sab¨ªan lo que hac¨ªan con sus propias manos y lo que el Estado hac¨ªa en su nombre¡±, relata Slezkine. ¡°Antes del asesinato de K¨ªrov las informaciones sobre el terror se comunicaban entre susurros o entre l¨ªneas, pero solo despu¨¦s los miembros privilegiados de la secta tuvieron la impresi¨®n de que aquello era el final de su propia vida¡±. Stalin ¡°inici¨® y organiz¨® el terror en el interior del partido, incluida la de sus antiguos allegados¡±, pero queda deliberadamente en el tel¨®n de fondo de la obra de Slezkine. ¡°Visto desde la Casa, Stalin era una persona-s¨ªmbolo, un ser irreal, un dios, que resid¨ªa al otro lado del r¨ªo, en la fortaleza del Kremlin¡±.
Nacido en la URSS, en la familia de un prestigioso especialista en Latino?am¨¦rica, Slezkine abandon¨® su pa¨ªs natal en 1982, ¡°en parte por desacuerdo con un r¨¦gimen que no me dejaba viajar al extranjero, leer ciertos libros y ver ciertas pel¨ªculas¡±. Tras cruzar Europa en tren, recal¨® en Lisboa y despu¨¦s trabaj¨® como traductor del portugu¨¦s en un puerto de Mozambique. Posteriormente se traslad¨® a EE UU, y ahora jubilado en la Universidad de California en Berkeley, Slezkine est¨¢ en el camino de retorno a su tierra natal, aunque la pandemia le impide de momento llegar a ella. El profesor, que tiene pasaporte portugu¨¦s y estadounidense, ha solicitado el pasaporte ruso, que nunca lleg¨® a tener por haberse marchado como ciudadano de la URSS. Desde el extranjero, Slezkine sigui¨® la perestroika de Gorbachov y lleg¨® a lamentar no haberse quedado en la URSS: ¡°En 1989, cuando volv¨ª por primera vez desde mi marcha, el ambiente era electrizante. Yo era un ruso que viv¨ªa en Am¨¦rica y que lamentaba haberse perdido aquella fant¨¢stica revoluci¨®n¡±.
?Pod¨ªa haberse transformado la URSS en un pa¨ªs democr¨¢tico hace 30 a?os? ¡°La introducci¨®n de la democracia significaba autom¨¢ticamente la p¨¦rdida de las rep¨²blicas del B¨¢ltico y de parte del territorio, pero aquello era una parte natural del proceso y una liberaci¨®n para Rusia¡±.
Slezkine no detecta la existencia de ¡°una ideolog¨ªa de restablecimiento del imperio¡± en la Rusia actual, pero s¨ª de una ideolog¨ªa de oposici¨®n al mundo occidental, unida a la ret¨®rica sobre las relaciones fraternales con los pueblos de Bielorrusia y Ucrania. ¡°Lo que yo detecto es la ret¨®rica de oposici¨®n geopol¨ªtica al entorno y a la OTAN. Me parece que la anexi¨®n de Crimea fue improvisada en reacci¨®n a una situaci¨®n determinada¡±, opina.
¡°La ret¨®rica de Putin es de oposici¨®n a Occidente, pero no creo que busque restablecer el imperio¡±
¡°Tras el fin de la URSS, Rusia sali¨® con los brazos abiertos hacia el exterior y fue rechazada por razones totalmente racionales. Luego vino la decepci¨®n y la rivalidad entre Rusia y Occidente. Yo no simpatizo con el r¨¦gimen actual, pero es dif¨ªcil imaginar que un pa¨ªs como Rusia no se opusiera a la ampliaci¨®n de un bloque militar dirigido contra ella. No hay nada paranoico en eso¡±.
El estudioso no ve paralelismo entre los bolcheviques y los dirigentes actuales: ¡°El bolchevismo era una ideolog¨ªa que se basaba en una doctrina y una fe. Los viejos bolcheviques estaban llenos de esa fe e iban al pat¨ªbulo por ella. Lo que sucede ahora es un autoritarismo rutinario convencido adem¨¢s de que debe luchar con los competidores de su entorno. Para Occidente, Rusia es un enemigo y, con Putin o sin ¨¦l, Rusia no ser¨¢ parte del mundo occidental, porque no se la puede meter en ning¨²n club: es demasiado grande, tiene demasiados recursos, demasiadas cabezas nucleares y sus propias ideas sobre s¨ª misma y sobre su historia. Occidente podr¨ªa haber sido m¨¢s sabio cuando la URSS se desintegr¨® y Rusia intentaba ingresar en alguna estructura internacional, pero las esperanzas de Rusia de entrar en el club dirigido por EE UU no eran justificadas. Hoy tenemos una dura confrontaci¨®n, tal vez inevitable, que lleva a un brusco empeoramiento de la situaci¨®n y a la represi¨®n en el interior de Rusia. Y es triste contemplar eso¡±.
¡®La casa eterna. Saga de la Revoluci¨®n rusa¡¯. Yuri Slezkine. Traducci¨®n de Miguel Temprano Garc¨ªa. Acantilado, 2021. 1.632 p¨¢ginas. 46 euros.
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