Christian Marclay y el tiempo real
El Pompidou de Par¨ªs exhibe una selecci¨®n de trabajos del maestro californiano del ¡®collage¡¯ visual y sonoro
Christian Marclay pas¨® en 2010 de artista conocido a artista archifamoso gracias a El reloj, la pel¨ªcula monumental que justo no est¨¢ en la exposici¨®n que le dedica el Pompidou (y eso que son due?os de una de las seis copias de la edici¨®n ¨²nica). Es una omisi¨®n voluntaria y pensada para que no robe la funci¨®n en una muestra que tiene m¨¢s de revisi¨®n selecta que de retrospectiva enciclop¨¦dica. Ya en la entrevista del cat¨¢logo ¨¦l mismo dice casi con pena que es lo que los ingleses llaman un albatros: una obra tan magna que se vuelve casi cancerosa y que al desplegar las alas gigantes acaba haciendo sombra al resto de la carrera de un artista.
Sin embargo, y mal que le pese, es imposible no pensar en ella como cumbre, resumen y emblema de todas las ideas que arman su trabajo. Dura 24 horas exactas y est¨¢ hecha de pel¨ªculas, un corta-y-pega con fragmentos de miles en un collage que suena y se mueve. Sus historias se entrecruzan o se contin¨²an o se anulan. En todo el siglo, por todo el mundo, de Godard a las Tortugas Ninja, de Bollywood a Hollywood, de Bette Davis a Brad Pitt.
No est¨¢ ¡®El reloj¡¯, la pel¨ªcula que lo consagr¨®, pero s¨ª su otra gran obra maestra, ¡®Video Quartet¡¯
Tuve la suerte de verla cuando se estren¨® en la galer¨ªa White Cube de Londres, en sesi¨®n continua de 24 horas, sin saber lo que esperarme. Las escenas se suced¨ªan y poco a poco uno entend¨ªa que se hilaban porque en todas hab¨ªa un reloj. De cuco, de pulsera, de sol, digital, sobre andenes de estaci¨®n o mesillas de noche, conectados a bombas. Luego uno se daba cuenta de algo m¨¢s: la hora que marcaban avanzaba minuto a minuto, plano a plano, pel¨ªcula a pel¨ªcula. Y era siempre la misma hora de los relojes de los espectadores, fuera de la peli, en eso que extra?amente llamamos el tiempo real: ca¨ª justo cuando a medianoche y durante un minuto eterno decenas de relojes filmados tintinearon, pitaron, timbraron, ulularon y provocaron en el p¨²blico una especie de excitaci¨®n consternada.
Uno no despegaba los ojos durante horas de la pantalla, y eso es normal en un cine. Pero a la vez pensaba en el tiempo y lo sent¨ªa y lo ve¨ªa pasar: y eso es mucho m¨¢s raro. Marclay negaba el mayor placer del cine justo cuando parec¨ªa darlo a manos llenas. Su pel¨ªcula no serv¨ªa para matar el rato, al contrario: resucitaba el tiempo muerto. Su paso no solo se nos recordaba, no solo era el tema de la pel¨ªcula. Era la pel¨ªcula misma: literalmente, una pel¨ªcula-reloj.
El reloj es una obra dif¨ªcil de exponer y de ver que les complica la vida a los espectadores: entran en la sala y caen hipnotizados y por su culpa llegan tarde a otras citas, o tienen que organizarse y cambiar sus planes, madrugar o trasnochar si quieren verla entera. Eso la vuelve una especie de performance colectiva que trastorna los ritmos all¨ª donde se proyecta. Atrae multitudes y colas kilom¨¦tricas y necesita una infraestructura complicada (para empezar, turnos de personal de sala de 24 horas en los museos). En Par¨ªs, en cambio, hab¨ªa poca gente en esta expo una tarde de entresemana. Y eso era una suerte, porque daba la oportunidad de ver con tiempo y sin agobios otras obras suyas que las alas del albatros habr¨ªan dejado en la sombra.
La semilla de la que nacen todos sus videocollages est¨¢ en Tel¨¦fonos (1995), que dura solo unos minutos y que a base de juntar escenas de pel¨ªculas americanas reconstruye una ¨²nica y m¨²ltiple conversaci¨®n al tel¨¦fono: primero los que suenan, luego los que se descuelgan, despu¨¦s a los que se responde, al final los que se cuelgan. Un arco narrativo a la vez sencill¨ªsimo y que en nuestra imaginaci¨®n, en las mil historias que contiene, se multiplica hasta el infinito.
Y aqu¨ª se estrena mundialmente Puertas, la pel¨ªcula que sirve de espejo y conclusi¨®n l¨®gica a El reloj: un bucle sin principio ni fin de escenas sacadas de 100 a?os de cine y unidas por el momento en que una puerta se abre o se cierra. El reloj obligaba a repensar y sentir el tiempo como sustancia misma de nuestra existencia, como lente de la que no podemos escapar para ver el mundo. Puertas hace lo mismo con el espacio: construye una especie de laberinto mental, un palacio imaginario e imposible de arquitecturas y narrativas entrecruzadas por el que tenemos la sensaci¨®n de perdernos o de andar en c¨ªrculos infinitos.
Su obra cuestiona la idea de avance y progreso y le opone la naturaleza simult¨¢nea de la existencia
En una pieza anterior, y quiz¨¢ su otra gran obra maestra, Video Quartet (2002), Marclay fund¨ªa sus dos materias primas favoritas, el sonido (en forma de m¨²sica y tambi¨¦n de puro ruido) y la imagen. Las usaba para componer una especie de sinfon¨ªa-collage para cuatro pantallas y miles de pel¨ªculas, con sus tanteos y afinados iniciales, su obertura, su crescendo, su apoteosis y su movimiento final. Cuando yo fui, varios ni?os que iban entrando en la sala a oscuras se pon¨ªan casi sin darse cuenta a imitar los sonidos y las voces de las pantallas. Los adultos que los acompa?aban les chistaban para que no molestasen, y otros, en cambio, les ped¨ªamos que les dejaran tararear y reconstruir a su manera la partitura.
Porque seguramente para el caso aquellos ni?os eran los mejores espectadores posibles. Esa reacci¨®n instintiva, esa forma intuitiva y personal de apropiarse y reinterpretar literalmente la obra, es la ideal para todo el trabajo de Marclay. Sus collages, sus performances, sus conciertos y pel¨ªculas cuestionan la visi¨®n supuestamente adulta y racional del mundo: con sus planteamientos, nudos y desenlaces, con su l¨®gica espacial y temporal. Marclay examina la idea misma de avance y de progreso y la opone a la naturaleza simult¨¢nea de la existencia: algo que no podemos concebir racionalmente, pero s¨ª imaginar y evocar m¨¢gicamente gracias a su obra.
Christian Marclay. Centro Pompidou. Par¨ªs. Hasta el 27 de febrero.
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