El ¨²nico relato de Toni Morrison: la historia de dos amigas, negra y blanca, en los lados opuestos de los conflictos sociales
¡®Babelia¡¯ adelanta un extracto de ¡®Las dos amigas (un recitativo)¡¯, un texto in¨¦dito de la Nobel estadounidense con ep¨ªlogo de Zadie Smith, que sale este jueves en Lumen. Dos ni?as que comparten habitaci¨®n en un centro de acogida van aprendiendo a entenderse, aunque la vida las conduce a diferentes destinos
Mi madre se pasaba la noche bailando y la de Roberta estaba enferma. Por eso nos mandaron a Saint Bonny¡¯s. La gente, cuando se entera de que has estado en un centro de acogida, quiere darte un abrazo, pero en realidad no fue tan terrible. No dorm¨ªamos en una sala enorme y alargada con cien camas, como en el hospital de Bellevue. ?ramos cuatro por habitaci¨®n y, cuando llegamos Roberta y yo, hab¨ªa escasez de ni?as tuteladas por el Estado, as¨ª que fuimos las dos ¨²nicas a las que metieron en la 406 y, si quer¨ªamos, pod¨ªamos pasar de una cama a otra. Y quer¨ªamos, vaya si quer¨ªamos. Nos cambi¨¢bamos ...
Mi madre se pasaba la noche bailando y la de Roberta estaba enferma. Por eso nos mandaron a Saint Bonny¡¯s. La gente, cuando se entera de que has estado en un centro de acogida, quiere darte un abrazo, pero en realidad no fue tan terrible. No dorm¨ªamos en una sala enorme y alargada con cien camas, como en el hospital de Bellevue. ?ramos cuatro por habitaci¨®n y, cuando llegamos Roberta y yo, hab¨ªa escasez de ni?as tuteladas por el Estado, as¨ª que fuimos las dos ¨²nicas a las que metieron en la 406 y, si quer¨ªamos, pod¨ªamos pasar de una cama a otra. Y quer¨ªamos, vaya si quer¨ªamos. Nos cambi¨¢bamos de cama todas las noches y a lo largo de los cuatro meses que pasamos all¨ª no llegamos a elegir una en concreto.
La historia no empez¨® as¨ª. Cuando entr¨¦ y la Alelada de Remate nos present¨®, se me revolvi¨® el est¨®mago. Una cosa era que me hubieran sacado de la cama de madrugada y otra muy distinta que me hubieran soltado en un sitio que no conoc¨ªa de nada con una ni?a de una raza completamente distinta. Y Mary, o sea, mi madre, ten¨ªa raz¨®n. De vez en cuando dejaba de bailar el tiempo suficiente para decirme algo importante, y una de las cosas que me dec¨ªa era que esa gente no se lavaba el pelo y ol¨ªa raro. Roberta, desde luego, s¨ª. S¨ª que ol¨ªa raro, quiero decir. Y, as¨ª, cuando la Alelada de Remate (nadie la llamaba nunca ¡°se?ora Itkin¡±, igual que nadie dec¨ªa ¡°Saint Bonaventure¡±) fue y dijo: ¡°Twyla, esta es Roberta. Roberta, esta es Twyla. Haced lo posible por ayudaros¡±, le contest¨¦:
¡ªA mi madre no le har¨¢ gracia que me meta aqu¨ª.
¡ªEstupendo ¡ªdijo la Alelada¡ª. A ver si as¨ª viene a buscarte.
Eso s¨ª que era ser mala. Si Roberta se hubiera re¨ªdo, la habr¨ªa matado, pero no se rio. Se fue hasta la ventana y se qued¨® all¨ª, d¨¢ndonos la espalda.
¡ªVu¨¦lvete ¡ªle dijo la Alelada¡ª. No seas maleducada. A ver, Twyla. Roberta. Cuando oig¨¢is un timbre muy fuerte, es que llaman para cenar. Se sirve en la planta baja. Nada de ri?as si no quer¨¦is quedaros sin pel¨ªcula. ¡ªY entonces, para asegurarse de que sab¨ªamos lo que nos perder¨ªamos, a?adi¨®¡ª: El mago de Oz.
Roberta debi¨® de entender que lo que yo quer¨ªa decir era que mi madre se enfadar¨ªa porque me hab¨ªan metido en el centro de acogida, no porque compartiera habitaci¨®n con ella, ya que en cuanto se fue la Alelada se me acerc¨® y me pregunt¨®:
¡ª?Tu madre tambi¨¦n est¨¢ enferma?
¡ªNo. Es que le gusta pasarse la noche bailando.
¡ªAh.
Asinti¨® con la cabeza y me gust¨® que entendiera las cosas a la primera, as¨ª que por el momento no me import¨® que, all¨ª plantadas, pareci¨¦ramos la sal y la pimienta, que fue como empezaron a llamarnos a veces las dem¨¢s. Ten¨ªamos ocho a?os y siempre lo suspend¨ªamos todo. Yo porque no consegu¨ªa acordarme de lo que le¨ªa o de lo que dec¨ªa la maestra. Y Roberta porque sencillamente no sab¨ªa leer y ni siquiera prestaba atenci¨®n en clase. No se le daba bien nada, excepto jugar a las tabas, para eso era un fen¨®meno: pam recoger pam recoger pam recoger.
Al principio no nos ca¨ªmos demasiado bien, pero nadie m¨¢s quer¨ªa jugar con nosotras porque no ¨¦ramos hu¨¦rfanas de verdad con unos padres estupendos muertos y en el cielo. A nosotras nos hab¨ªan dado la patada. Ni siquiera las puertorrique?as de Nueva York ni las indias del norte del estado nos hac¨ªan caso. All¨ª dentro hab¨ªa ni?as de todas clases, negras, blancas, incluso dos coreanas. La comida era buena, eso s¨ª. O al menos a m¨ª me gustaba. A Roberta le repugnaba y se dejaba pedazos enteros en el plato: fiambre de lata, filete ruso, incluso macedonia de frutas en gelatina, y le daba igual que me acabara lo que ella no quer¨ªa. Para Mary, la cena consist¨ªa en palomitas de ma¨ªz y un batido de chocolate industrial. A m¨ª, un pur¨¦ de patatas caliente con dos salchichas de Frankfurt me parec¨ªa algo digno del d¨ªa de Acci¨®n de Gracias.
Saint Bonny¡¯s no estaba tan mal, la verdad. Las mayores del primer piso nos mangoneaban un poco. Pero nada m¨¢s. Llevaban pintalabios y l¨¢piz de cejas, y meneaban las rodillas mientras ve¨ªan la tele. Quince a?os, diecis¨¦is incluso, ten¨ªan algunas. Eran chicas repudiadas, la mayor¨ªa se hab¨ªan escapado de casa muy asustadas. Unas pobres ni?as que hab¨ªan tenido que quitarse de encima a alg¨²n t¨ªo suyo, pero que a nosotras nos parec¨ªan duras de pelar y tambi¨¦n malas. Dios m¨ªo, qu¨¦ malas parec¨ªan. El personal trataba de mantenerlas apartadas de las peque?as, pero a veces nos pillaban mir¨¢ndolas en el huerto, donde pon¨ªan la radio y bailaban unas con otras. Nos persegu¨ªan y nos tiraban del pelo o nos retorc¨ªan un brazo. Nos daban miedo, a Roberta y a m¨ª, pero ninguna de las dos quer¨ªa que la otra se enterase, as¨ª que nos buscamos una buena lista de insultos que gritarles mientras hu¨ªamos de ellas por el huerto. Yo so?aba mucho y casi siempre sal¨ªa el huerto. Una hect¨¢rea, quiz¨¢ una y media, de manzanos peque?itos. Centenares de manzanos. Pelados y retorcidos como mendigas cuando llegu¨¦ a Saint Bonny¡¯s, pero cargad¨ªsimos de flores cuando me march¨¦. No s¨¦ por qu¨¦ so?aba tanto con aquel huerto. La verdad es que all¨ª no pasaba nada. Nada demasiado importante, quiero decir. Las mayores bailaban y pon¨ªan la radio y ya est¨¢. Roberta y yo mir¨¢bamos. Una vez, Maggie se cay¨® en el huerto. La se?ora de la cocina, que ten¨ªa las piernas como unos par¨¦ntesis. Y las mayores se rieron de ella. Deber¨ªamos haberla ayudado a levantarse, ya lo s¨¦, pero aquellas chicas con pintalabios y l¨¢piz de cejas nos daban miedo. Maggie no hablaba. Las ni?as dec¨ªan que le hab¨ªan cortado la lengua, pero yo supongo que era cosa de nacimiento: ser¨ªa muda. Era mayor, ten¨ªa la piel morena y trabajaba en la cocina. No s¨¦ si era simp¨¢tica o no. Lo ¨²nico que recuerdo son aquellas piernas como par¨¦ntesis y que se balanceaba al andar. Trabajaba desde primera hora de la ma?ana hasta las dos, y si se retrasaba, si ten¨ªa mucho que fregar y no sal¨ªa hasta las dos y cuarto o as¨ª, acortaba por el huerto para no perder el autob¨²s y tener que esperar otra hora. Llevaba un gorrito de lo m¨¢s idiota (un gorro infantil con orejeras) y no era mucho m¨¢s alta que nosotras. Un gorrito horroroso. Por mucho que fuera muda, lo suyo era ri?d¨ªculo: iba vestida como una ni?a y nunca dec¨ªa nada de nada.
¡ªPero ?y si alguien intenta matarla? ¡ªYo me preguntaba esas cosas¡ª. ?O si quiere llorar? ?Puede llorar?
¡ªClaro ¡ªme dijo Roberta¡ª, pero solo le salen l¨¢grimas. No hace ning¨²n ruido.
¡ª?Puede gritar?
¡ªQu¨¦ va. Para nada.
¡ª?Y oye?
¡ªSupongo.
¡ªVamos a llamarla ¡ªpropuse.
Y la llamamos:
¡ª?Eh, muda! ?Eh, muda!
Nunca volv¨ªa la cabeza.
¡ª?La de las piernas arqueadas! ?La de las piernas arqueadas!
Nada. Segu¨ªa andando, contone¨¢ndose, mientras las cuerdecitas laterales del gorro de ni?o se balanceaban de un lado a otro. Creo que nos equivoc¨¢bamos. Creo que o¨ªa perfectamente, pero disimulaba. Y todav¨ªa hoy me da verg¨¹enza pensar que en realidad all¨ª dentro hab¨ªa alguien que no era insignificante y que nos o¨ªa insultarla de aquella forma y no pod¨ªa delatarnos.
Roberta y yo nos llev¨¢bamos bastante bien. Nos cambi¨¢bamos de cama todas las noches, suspend¨ªamos Educaci¨®n C¨ªvica, Comunicaci¨®n y Gimnasia. La Alelada dec¨ªa que la decepcion¨¢bamos. De las ciento treinta ni?as tuteladas por el Estado, noventa ten¨ªamos menos de doce a?os. Casi todas eran hu¨¦rfanas de verdad con unos padres estupendos muertos y en el cielo. Nosotras ¨¦ramos las ¨²nicas a las que les hab¨ªan dado la patada y las ¨²nicas que suspend¨ªan tres asignaturas, incluida Gimnasia. As¨ª que nos llev¨¢bamos bien, por eso y porque ella se dejaba trozos enteros de comida en el plato y adem¨¢s ten¨ªa el detalle de no preguntar nada.
¡®Las dos amigas (un recitativo)¡¯, de Toni Morrison. Ep¨ªlogo de Zadie Smith. Traducci¨®n de Carlos Mayor Ortega. Lumen. 96 p¨¢ginas, 17,90 euros. A la venta el 8 de junio.
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