Flannery O¡¯Connor y la intervenci¨®n en un mundo sin fe
La escritora estadounidense actuaba en el mundo como el Dios del Antiguo Testamento, su favorito, como solo puede hacer un escritor: cre¨¢ndolo
Que los p¨¢jaros no hablasen fue algo que a la escritora Flannery O¡¯Connor (Savannah, 1925-Milledgeville, 1964, Estados Unidos) siempre le atrajo de ellos. O¡¯Connor pasaba las tardes alimentando a sus aves en Andalusia, la granja familiar de productos l¨¢cteos, y dec¨ªa que si se rodeaba de gallinas, gansos y pavos reales era porque no la juzgaban. En una ocasi¨®n, despu¨¦s de un viaje para promocionar su libro, escribi¨® a una amiga que se alegraba de ¡°volver con los pollos, que no saben que escribo¡±. Aunque estudi¨® en el famoso Programa de Escritura Creativa de Iowa, y vivi¨® en Nueva York y Connec...
Que los p¨¢jaros no hablasen fue algo que a la escritora Flannery O¡¯Connor (Savannah, 1925-Milledgeville, 1964, Estados Unidos) siempre le atrajo de ellos. O¡¯Connor pasaba las tardes alimentando a sus aves en Andalusia, la granja familiar de productos l¨¢cteos, y dec¨ªa que si se rodeaba de gallinas, gansos y pavos reales era porque no la juzgaban. En una ocasi¨®n, despu¨¦s de un viaje para promocionar su libro, escribi¨® a una amiga que se alegraba de ¡°volver con los pollos, que no saben que escribo¡±. Aunque estudi¨® en el famoso Programa de Escritura Creativa de Iowa, y vivi¨® en Nueva York y Connecticut, el lupus oblig¨® a O¡¯Connor a llevar una vida reposada, lejos de la bohemia urbana de sus contempor¨¢neos. En 1951 la escritora se retirar¨ªa a la granja de forma definitiva, desencantada tras un hallazgo que la acompa?ar¨ªa durante el resto de su vida: la humanidad perd¨ªa la fe.
¡°Escribo como lo hago¡±, explicar¨ªa O¡¯Connor, ¡°porque (no a pesar de que) soy cat¨®lica¡±. Escribir le permit¨ªa ir m¨¢s all¨¢ del lamento e intervenir en un mundo que no le gustaba. En una carrera literaria de poco m¨¢s de 10 a?os O¡¯Connor public¨® dos novelas (Sangre sabia, en 1952, y Los violentos lo arrebatan, en 1960; editadas por Lumen en un volumen) y m¨¢s de 30 relatos en Un hombre bueno es dif¨ªcil de encontrar (1955) y en el p¨®stumo Todo lo que asciende debe converger (1965) (recogidos en Cuentos completos, tambi¨¦n por Lumen). Aunque fue comparada con autores diversos, como Carson McCullers, William Faulkner y otros pertenecientes al ¡°g¨®tico sure?o¡±, en su correspondencia O¡¯Connor expresar¨ªa mayor cercan¨ªa con los escritores cat¨®licos de la ¨¦poca (como Walker Percy o el brit¨¢nico Evelyn Waugh). Aunque su escritura le parec¨ªa ¡°rid¨ªcula¡±, de la vida de la tambi¨¦n cat¨®lica Simone Weil, O¡¯Connor apreciaba la ¡°mezcla casi perfecta de lo C¨®mico y lo Terrible¡±.
Si algo define su literatura es esa conjunci¨®n de lo terriblemente c¨®mico, que los cr¨ªticos asocian a menudo con lo ¡°grotesco¡±: un cat¨¢logo de personajes como ladrones y asesinos, pero tambi¨¦n granjeros o terratenientes, ejemplo de todo aquello que estaba mal en el mundo, de los que la escritora se re¨ªa y a los que castigaba en finales violentos. Ese castigo les permit¨ªa alcanzar una iluminaci¨®n divina. ¡°No s¨¦ d¨®nde Flannery conoci¨® a ese tipo de gente¡±, dir¨ªa su madre, ¡°pero no en mi casa¡±. O¡¯Connor lo ten¨ªa claro: ¡°Mi p¨²blico¡±, explicar¨ªa, ¡°es la gente que cree que Dios ha muerto. Al menos son esas las personas para las que creo escribir¡±. El ser humano, pensaba la escritora, andaba a la deriva, descre¨ªdo y orgulloso y, por supuesto, rid¨ªculo. Pero su cruzada no se dio solamente contra los que no cre¨ªan, sino tambi¨¦n contra los que cre¨ªan mal, los evangelistas, que hac¨ªan del cristianismo un espect¨¢culo. Los predicadores, tan habituales en su Georgia natal, promov¨ªan una visi¨®n edulcorada de la religi¨®n que, tal vez dir¨ªa O¡¯Connor hoy, se parec¨ªa m¨¢s a la autoayuda que a la fe.
Si a Dios no solo hab¨ªa que amarlo, sino tambi¨¦n temerlo, a una escritora, m¨¢s todav¨ªa. No bastaba con la creencia, pues O¡¯Connor confiaba ¡°m¨¢s en la t¨¦cnica que en la fe¡±: su herramienta no fue la predicaci¨®n, sino la narraci¨®n de historias. Sus cuentos ¡ªdonde atravesamos el Estados Unidos sure?o y rural de la mano de un joven vendedor de Biblias que roba una pierna prost¨¦tica a una mujer o de un asesino en serie que ejecuta a toda una familia en un arc¨¦n¡ª eran duros porque no hab¨ªa ¡°nada m¨¢s duro o menos sentimental que el realismo cristiano¡±. Mostrando la falta humana y castig¨¢ndola, O¡¯Connor quer¨ªa intervenir en sus lectores, una generaci¨®n de ¡°gallinas sin alas¡± y sin ¡°sentido moral¡±. Sus relatos destilan la omnipotencia cruel de un narrador que se sabe imbatible, ejecutada contra personajes que son como marionetas sacudidas por una mano caprichosa. Como el Dios del Antiguo Testamento, su favorito, O¡¯Connor interven¨ªa en el mundo como solo puede hacer alguien que escribe: cre¨¢ndolo. ?Qui¨¦n se parecer¨ªa m¨¢s a un dios todopoderoso que una escritora?
Lo que evidencia la lectura de autores que ans¨ªan el control de sus textos con tanta insistencia es precisamente el poder que tiene la ficci¨®n de existir m¨¢s all¨¢ de su tiempo y, sobre todo, de sus circunstancias. La crueldad de sus textos hizo que, en vida, O¡¯Connor fuera confundida por un escritor, pues su nombre era poco com¨²n y las mujeres, simplemente, no escrib¨ªan as¨ª. Las cr¨ªticas que la halagaban como ¡°nada femenina¡, de una iron¨ªa brutal¡, humor explosivo¡, siniestramente directa como una sentencia de muerte¡± le horrorizaban. O¡¯Connor continuar¨ªa, probablemente a su pesar, inspirando a diversos artistas, desde el m¨²sico Nick Cave a directores de cine como los hermanos Coen o Quentin Tarantino, quienes no tomar¨ªan de ella la fe, sino la brutalidad de sus historias.
A pesar de tener una idea muy clara de lo que su literatura deb¨ªa provocar en el lector, cuando, en una ocasi¨®n, una periodista le pregunt¨® a O¡¯Connor de qu¨¦ iba uno de sus cuentos, la escritora se neg¨® en rotundo a responder. Solo hab¨ªa una forma de saber algo as¨ª: ley¨¦ndolo ¡°tal y como se cuenta en la propia historia¡±. No puede haber mejor homenaje que continuar la lectura, 100 a?os despu¨¦s, con la libertad que otorga la ausencia del espectro de la autora susurr¨¢ndonos al o¨ªdo qu¨¦ era exactamente lo que quer¨ªa decir. Si O¡¯Connor era capaz de alimentar a toda clase de aves, sabr¨ªa, tal vez, que todav¨ªa hoy unos polluelos, sin alas pero hambrientos, seguir¨ªamos el rastro de las semillas que caen de sus manos.
Adriana Murad Konings, doctora en Literatura por la Universidad de York, ha publicado la novela Los d¨ªas leves (Binomio Editorial, 2023) y en mayo sacar¨¢ Los id¨®latras y todos los que aman (Anagrama).