La alternativa socialdem¨®crata: la inquietante timidez chilena
Es con el expresidente Ricardo Lagos que nace y muere una oferta socialdem¨®crata, la que adopt¨® la fisonom¨ªa sumamente discutible de una tercera v¨ªa sudamericana. Pero a pesar de todos sus l¨ªmites, se apreciaba con nitidez una identidad pol¨ªtica robusta
Una de las grandes debilidades de las izquierdas chilenas, especialmente del Partido Socialista, es la extra?a debilidad de su oferta pol¨ªtica y program¨¢tica, lo que contrasta con el lento ¨Cpero seguro¨C surgimiento de una nueva generaci¨®n de dirigentes. De modo casi vergonzante, el socialismo chileno y sus aliados (eso que en Chile se llama Socialismo Democr¨¢tico) tiene muchas dificultades para afirmar su identidad pol¨ªtica, tanto de su proyecto (cuya esperanza de vida se mide en tres o cuatro gobiernos sucesivos) como de su programa (ese elemento tan relevante para encarar una elecci¨®n presidencial, la madre de todas las elecciones en este pa¨ªs del ¡°extremo occidente¡±, como llamaba a esta parte del mundo el cientista pol¨ªtico franc¨¦s Alain Rouqui¨¦).
Seamos francos: es con el expresidente Ricardo Lagos que nace y muere una oferta socialdem¨®crata, la que adopt¨® la fisonom¨ªa sumamente discutible de una tercera v¨ªa sudamericana. Pero a pesar de todos sus l¨ªmites, se apreciaba con nitidez una identidad pol¨ªtica robusta, de centroizquierda liberal, con apertura hacia el centro pol¨ªtico. Desde entonces, nunca m¨¢s hemos observado una oferta pol¨ªtica tan n¨ªtida: si bien los dos programas de gobierno de la ex presidenta Bachelet eran de inspiraci¨®n socialdem¨®crata (su primer mandato fue mucho m¨¢s moderado que su segundo periodo presidencial, sin que sepamos muy bien en qu¨¦ sentido, m¨¢s all¨¢ del mayor ¨¦nfasis en lo p¨²blico entre 2014-2018), hay pocas razones para pensar que esta timidez program¨¢tica se subsanar¨¢ en el corto plazo. Buena parte de la explicaci¨®n de la timidez de la oferta de centroizquierda en los ¨²ltimos veinte a?os se explica por el cambio de clima ideol¨®gico, en Chile (y en el mundo), as¨ª como por la crisis electoral de varios partidos socialistas y laboristas europeos (hoy en recuperaci¨®n en varios pa¨ªses), especialmente a partir de las movilizaciones estudiantiles de 2011 y 2012, que hicieron imposible siquiera sugerir una identidad socialdem¨®crata (cuando, en la realidad de las cosas, el progresismo gobernaba desde un programa de ese tenor, sin asumir la identidad pol¨ªtica subyacente, lo cual aplica para el gobierno del presidente Gabriel Boric). Es cierto: la tradici¨®n revolucionaria del Partido Socialista hac¨ªa imposible esa aceptaci¨®n (para lograrlo, se hubiese requerido un Congreso de tipo Bad Godesberg), sin lograr conceptualizar al gobierno de la Unidad Popular como una socialdemocracia radicalizada en los hechos.
Pero todo lo anterior es historia. Las coordenadas del presente para cualquier izquierda la inscriben en un per¨ªmetro socialdem¨®crata que, si el clima de polarizaci¨®n de las elites pol¨ªticas fuese algo menos intenso, bien valdr¨ªa la pena sincerar. Pero, ?en qu¨¦ consiste un horizonte socialdem¨®crata? Simplificando en exceso el argumento, el periodo cl¨¢sico (que corresponde a la edad de oro entre 1945 y 1975, tres d¨¦cadas que son conocidas en Europa como las ¡°treinta gloriosas¡±) est¨¢ conformado por tres derechos sociales de goce universal y de efectos igualitarios en tres ¨¢mbitos: salud, educaci¨®n y pensiones, a lo que se suma ¨Cdependiendo de los pa¨ªses¨C un robusto seguro de desempleo. El secreto de este ¨¦xito radicaba en un universalismo redistributivo sin complejos, a partir de condiciones econ¨®micas de posibilidad que son imposibles de repetir hoy en d¨ªa. Pero este horizonte de sentido es, todav¨ªa, inalterable: ante el colapso del comunismo, la fatal decepci¨®n que produjo la revoluci¨®n cubana y la vergonzosa desnaturalizaci¨®n de esos malos experimentos que han sido Venezuela a partir de Ch¨¢vez (y especialmente con el dictador Maduro) y Nicaragua con Daniel Ortega (otro dictador), no hay mucho en donde encontrar fuentes de inspiraci¨®n¡salvo en la socialdemocracia europea de los 30 a?os posteriores a la segunda guerra mundial y, especialmente, en los pa¨ªses n¨®rdicos. Todo lo que no se incluya espont¨¢neamente en este universo de experiencias son variantes de la socialdemocracia (y, por lo tanto, del capitalismo), incluyendo la Unidad Popular en una era de revoluciones (que es, precisamente, lo que funda su gran originalidad).
Si el horizonte es el que hemos se?alado, ?en qu¨¦ podr¨ªa consistir un estado del mundo con derechos sociales universales garantizados? Esta no es una pregunta program¨¢tica, tampoco ret¨®rica, es una pregunta de proyecto pol¨ªtico que, por razones misteriosas, pocos la formulan seriamente: Sheri Berman ha narrado brillantemente su historia, y Lane Kenworthy ha suministrado pruebas de su desempe?o. Es cierto que existen muchos intelectuales de gran prestigio que se han propuesto refundar el horizonte de sentido de las izquierdas, desde Nancy Fraser con su cr¨ªtica al capitalismo can¨ªbal y su agenda de cuidados hasta Wendy Brown con su brillante deconstrucci¨®n del neoliberalismo, pasando por la elaboraci¨®n de una problem¨¢tica agenda de¡°interseccionalidad desde el trabajo pionero de Kimberl¨¦ Crenshaw: este es un vibrante debate pol¨ªtico e intelectual, pero que -a pesar de la ambici¨®n de quienes lo protagonizan-, corrige en el margen el horizonte de bienestar socialdem¨®crata, sin romper con ¨¦l.
Pues bien, las coordenadas de la vida en sociedad han mutado a tal velocidad que, me temo, todo lo anterior arriesga seriamente con quedarse corto. En primer lugar, las izquierdas, todas, tienen que asumir seriamente la pregunta por las condiciones econ¨®micas de posibilidad de este horizonte de sentido, lo que equivale a interrogarse sobre los fundamentos del crecimiento econ¨®mico, y solo en seguida por la redistribuci¨®n: alg¨²n tipo de respuesta la proporciona, en Chile, la industria del litio y las posibilidades del hidr¨®geno verde, pero no constituyen un proyecto de crecimiento econ¨®mico sustentable y duradero en el tiempo (el que, de existir, supone incorporar valor a esta econom¨ªa extractivista que es la chilena). En segundo lugar, la r¨¢pida automatizaci¨®n del trabajo supondr¨¢ la extinci¨®n de grupos sociales completos que han sido la base de apoyo tradicional de las izquierdas: ¡®trabajadores manuales e intelectuales¡¯ en la historia doctrinaria del socialismo chileno, una bella f¨®rmula que describe muy bien lo que fue el pasado, pero que no nos dice mucho de lo que ser¨¢ el futuro. En tercer lugar, la inminente irrupci¨®n de la inteligencia artificial en la vida cotidiana generar¨¢ nuevos dilemas de los que nadie tiene claridad: ?c¨®mo responder pol¨ªticamente, desde una socialdemocracia moderna que se formula las preguntas de hoy, a las amenazas del capitalismo de vigilancia gracias al big data, a la automatizaci¨®n de innumerables oficios y al futuro del trabajo (un reciente estudio del FMI, ¡°Gen-AI: Artificial Intelligence and the Future of Work¡±, ofrece algunas pistas de respuesta), a esa posible v¨ªa de escape de todos los males del mundo a trav¨¦s del meta-verso, al transhumanismo, la crisis clim¨¢tica y tantas otras cosas?
Nada de esto es futurolog¨ªa: es pol¨ªtica en movimiento, y no ser¨¢n ni la vieja izquierda popular ni la nueva izquierda embriagada por la identity politics y el wokismo las que ofrecer¨¢n respuestas ¨²tiles e interesantes. Lo ¨²nico que queda en pie, por el momento, es el impulso universalista de la socialdemocracia, y nada garantiza que ese horizonte de sentido siga siendo pertinente en un mundo que, en apenas una d¨¦cada, no tendr¨¢ nada que ver con el mundo desde el que escribo esta columna.
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