Otros turismos
El mundo no es suficiente. Durante siglos la soluci¨®n estuvo en los viajes. S¨®lo unos pocos, ricos, aventureros o melanc¨®licos, pod¨ªan colmar su sed de aventura, su curiosidad o su ansia de poner tierra de pormedio. Thomas Cook lo cambi¨® todo, empeque?eciendo el planeta para siempre. Silos grandes viajeros de los siglos XVIII y XIX acabaron definitivamente con las terrae incognitae que los ge¨®grafos antiguos estampaban en los m¨¢rgenes de los mapas, las agencias de viaje pusieron el mundo al alcance de casi todos. A partir de las vacaciones pagadas, una conquista popular generalizada en los a?os treinta, el viaje "por placer" se ha ido convirtiendo en una necesidad, en la forma preferida de escape de las masas. Y en una industria millonaria que no ha cesado de crecer.
Fitur, laFeria Internacional de Turismo que acaba de celebrarse, ha terminado con menos campanas al vuelo que en a?os anteriores. La recidiva de esta inacabable recesi¨®n afecta a los bolsillos de los europeos, que se lo piensan dos veces antes de endeudarse en lo que antes se consideraba gasto fijo anual. La oferta se abarata y se multiplica, algo muy conveniente para los destinos"seguros": el sector tur¨ªstico espa?ol se beneficia por los precios a¨²n asequibles y por lo que los analistas denominan "acontecimientos geopol¨ªticos del norte de ?frica y Oriente Medio". De modo que parece que vendr¨¢n a¨²n m¨¢s y nos iremos un poco menos.
En todo caso, el viaje de placer se ha convertido en un tr¨¢mite. La costumbre y las agencias han logrado que forme parte de la panoplia de bienes"culturales", precisamente en una ¨¦poca en que la cultura se utilizacomo medio de seducci¨®n, como reclamo para estimular deseos que pueden comprarse.Y, as¨ª, cuando viajamos lo hacemos por un mundo que ya conocemos: la publicidad, las recomendaciones de los amigos (todo el mundo conoce a alguien que ha estado en alguna parte, por rara que se nos antoje), la diaria dosis de programas "viajeros" suministrada puntualmente por las televisiones, han logrado que nuestro mapa imaginario del mundo se parezca mucho al desmesurado, perfecto e in¨²til que levantaron los ge¨®grafos de cierto imperio antiguo y borgiano, tan prolijo en sus detalles que su tama?o coincid¨ªa con el del propio territorio cartografiado. La representaci¨®n, convertida en realidad, hace el viaje redundante.
Pero hay otros destinos posibles, y m¨¢s baratos, que merecer¨ªan otra Fitur, quiz¨¢s m¨¢s adecuada a ¨¦pocas de crisis. Se trata de lugares que no est¨¢n en los mapas o que, si est¨¢n, figuran con otro nombre, enmascarados por el mito o la literatura. De esos sitios tambi¨¦n existen gu¨ªas y cat¨¢logos: la Gu¨ªa de los lugares imaginarios, de Alberto Manguel y Gianni Guadalupi (Alianza, 1993), o el muy reciente Dictionnaire des lieux et pays mythiques, dirigido por Olivier Battistini y publicado por Robert Laffont, inventar¨ªan cientos de ellos. Desde la extensa Tierra del Medio de Tolkien a la peque?a isla del tesoro de Steveson, de la encantada ?nsula Firme de Amad¨ªs, al pa¨ªs de los Houyhnhnms,descubierto por Lemuel Gulliver. En esos cat¨¢logos encontramos territorios creados por hombres y mujeres que, tal vez, se alejaron muy poco de su casa. Algunos nunca existieron; otros fueron el resultado de sue?os de reforma que no cuajaron, como las comunidades "arm¨®nicas" de los socialistas ut¨®picos, en las que no hab¨ªa crisis. Y otros (no siempre mencionados en esas gu¨ªas) mimetizan lugares reales a los que la literatura cambi¨® el nombre para brindarles nueva vida: el Wessex de Hardy, la Vetusta de Clar¨ªn, elYoknapatawpha de Faulkner, la M¨¢gina de Mu?oz Molina, la Comala de Rulfo, elBalbec de Proust, la Regi¨®n de Benet, el Yonville de Emma Bovary. En ellos reside tambi¨¦n la aventura. Y si no tienen un stand en Fitur (con muestras de la gastronom¨ªa de la zona), al menos dej¨¦mosles que ocupen un lugar en la biblioteca.
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