Visitando al maestro
La historia del encuentro entre un Hitchcock fatigado y Truffaut, el disc¨ªpulo ansioso
No s¨¦ si hay otro libro que pueda alimentar mejor una vocaci¨®n temprana por el cine o por la literatura como El cine seg¨²n Hitchcock, de Fran?ois Truffaut. Es un acto de admiraci¨®n de un gran director joven hacia su maestro y es tambi¨¦n una conversaci¨®n fervorosa entre dos personas que aman con id¨¦ntica intensidad el oficio al que se dedican. Ninguno de los dos se cansa de hablar de lo que m¨¢s le gusta, de examinar por dentro los mecanismos de la narraci¨®n, a la vez sofisticados y primarios, y de fijarse en los saberes t¨¦cnicos que la hacen posible. Hablan de c¨®mo se hacen y c¨®mo funcionan las pel¨ªculas, pero podr¨ªan estar hablando de novelas, y no habr¨ªa gran diferencia en el valor de sus observaciones. Hablan de lo que se muestra y de lo que se sugiere, de lo que parece muy importante en una historia pero tan solo es un pretexto para mantenerla en marcha, del modo en que la narraci¨®n es un esbozo que solo llega a completarse en la imaginaci¨®n hipnotizada del espectador. Por eso, cuando el libro ca¨ªa en manos de un aprendiz de novelista, ya no hab¨ªa manera de que dejara de leerlo.
La edici¨®n original en franc¨¦s y la que se hizo en Estados Unidos conten¨ªan un gran despliegue de tipograf¨ªa y de fotogramas de pel¨ªculas que ya era en s¨ª mismo una completa experiencia visual. Nosotros, los que lo descubrimos en espa?ol cuando ¨¦ramos muy j¨®venes, le¨ªamos la edici¨®n de Alianza, que no contaba con las ilustraciones, pero que permit¨ªa, por su formato de bolsillo, llevar el libro a todas partes. Esa lectura satisfac¨ªa sobre todo la pasi¨®n fundamental por el aprendizaje de la forma. En una ¨¦poca de grandes mensajes, de nieblas ideol¨®gicas que lo cubr¨ªan y lo justificaban todo, incluida la incompetencia t¨¦cnica, Truffaut y Hitchcock resaltaban la dificultad y el placer de contar las cosas de la mejor manera posible, con un m¨¢ximo de econom¨ªa y eficacia, con una atenci¨®n y una sagacidad que hab¨ªan de mantenerse igual de alerta en cada plano, en cada encuadre. Una pel¨ªcula se constru¨ªa tan meticulosamente como un soneto o como un enigma policial: graduando la informaci¨®n, controlando el ritmo a lo largo de todo el relato, con las pausas adecuadas, como en una composici¨®n musical, con zonas de quietud y acelerones de crescendo.
El entusiasmo por Hitchcock se me qued¨® atr¨¢s durante mucho tiempo, aunque ha ido volviendo poco a poco, con alguna diferencia
Algo m¨¢s nos atra¨ªa, de una manera m¨¢s profunda: ¨¦ramos el joven entusiasta que va a visitar a su maestro, el que cambi¨® su vida al ayudarle a descubrir su vocaci¨®n. En 1962, cuando visit¨® a Hitch?cock en Los ?ngeles y se qued¨® una semana entera conversando con ¨¦l, Truffaut ten¨ªa 30 a?os. Hab¨ªa dirigido ya tres pel¨ªculas, pero en su actitud, en los gestos y en la manera de mirar y sonre¨ªr que tiene en las fotos, parece m¨¢s joven todav¨ªa, un hombre que lleva intacta en la cara la disposici¨®n para el asombro, la expectativa de algo que est¨¢ a punto de sucederle, la idea para una nueva pel¨ªcula, el encuentro con una mujer de la que se va a enamorar instant¨¢neamente. El fot¨®grafo Philippe Halsman dej¨® un amplio repertorio gr¨¢fico de aquellas conversaciones: Hitchcock es un hombre hinchado y mayor, tieso como un ¨ªdolo, la gran papada derram¨¢ndose sobre el cuello de la camisa y la corbata negra, vestido todo de negro. Truffaut era una de esas personas destinadas a parecer siempre m¨¢s j¨®venes de lo que son: Hitchcock, que ten¨ªa 63 a?os cuando se encontraron, parece m¨¢s viejo. Truffaut est¨¢ empezando la fase de m¨¢s f¨¦rtil originalidad de su carrera: Hitchcock, despu¨¦s de la irrepetible cima est¨¦tica y comercial de Psicosis, se encuentra en otro umbral, aunque en ese momento todav¨ªa no lo sabe, el del agotamiento de su imaginaci¨®n, que coincide con los comienzos de una d¨¦cada en la que el tipo de cine con el que ha labrado su maestr¨ªa va a quedarse anacr¨®nico, en parte por la crisis de los grandes estudios, da?ados por la televisi¨®n, pero sobre todo por las influencias renovadoras que vienen de Europa, de las que precisamente Truffaut es un emisario.
Truffaut sabe lo que aprende de ¨¦l, el dominio supremo y la disciplina de una forma est¨¦tica que casi nadie m¨¢s ha alzado tan alto
Hace muchos a?os que no leo El cine seg¨²n Hitchcock. El libro se qued¨® en las estanter¨ªas de alguna vida anterior. Tambi¨¦n el entusiasmo por Hitchcock se me qued¨® atr¨¢s durante mucho tiempo, aunque ha ido volviendo poco a poco, con alguna diferencia. Antes me gustaba lo novelesco que hab¨ªa en esas pel¨ªculas. Ahora lo que me gusta es su poes¨ªa. Lo recupero todo, el amor por Hitchcock y por Truffaut, por la f¨¢bula del disc¨ªpulo ansioso y el maestro fatigado, viendo un documental que acaba de estrenarse en Nueva York. En Hitchcock/Truffaut, Kent Jones reconstruye la historia de aquel encuentro, organiz¨¢ndola en un collage de fotograf¨ªas, pasajes de pel¨ªculas, fragmentos de las cintas grabadas durante m¨¢s de 26 horas, testimonios de directores de cine, Martin Scorsese entre ellos, que descubrieron el libro cuando eran ni?os o adolescentes y lo recuerdan como un episodio central en su vocaci¨®n. Hitchcock y Truffaut hablan junto a una mesa como de sala de reuniones, delante de una cortina neutra. En la mesa hay papeles, ceniceros, cigarrillos, puros habanos. A veces en la cinta grabada una voz se interrumpe y suena el chasquido de un encendedor, y luego la exhalaci¨®n de una bocanada de humo. Truffaut no habla ingl¨¦s, ni Hitchcock franc¨¦s. Una int¨¦rprete va traduciendo sobre la marcha, siguiendo muy de cerca lo que dice cada uno. Con frecuencia se superponen las voces. La conversaci¨®n contin¨²a durante d¨ªas enteros. Toman un descanso para comer y siguen charlando. Truffaut no se cansa de preguntar y de observar, repasando pel¨ªcula por pel¨ªcula, casi un plano tras otro. Hitchcock responde con su engolada voz inglesa, su acento no alterado por m¨¢s de 20 a?os en Estados Unidos. Hace chistes, se recrea en recuerdos, caldeado gratamente por la admiraci¨®n de su disc¨ªpulo, ese espectador perfecto que no ha dejado de advertir ning¨²n detalle.
Truffaut sabe lo que aprende de ¨¦l, el dominio supremo y la disciplina de una forma est¨¦tica que casi nadie m¨¢s ha alzado tan alto. Como es muy joven, aunque no tanto como siempre creemos, probablemente no sabe todo lo que ¨¦l est¨¢ d¨¢ndole a Hitchcock, el otro c¨®mplice en un v¨ªnculo de gratitud que ya no perder¨¢n nunca. Al maestro envejecido la admiraci¨®n del hombre joven le alimenta algo m¨¢s hondo que la vanidad: lo revive por dentro, al mostrarle en estado puro el mismo impulso, el mismo principio de certidumbre que ¨¦l sinti¨® cuando empezaba a encontrar su estilo. Piensa: si alguien joven con tanto talento celebra mi trabajo, quiz¨¢s he logrado algo valioso de verdad.
Siguieron escribi¨¦ndose, comentando cada uno a distancia las pel¨ªculas del otro. En las cartas de Hitchcock hay una creciente inseguridad. Ahora tambi¨¦n ¨¦l tiene fracasos en la taquilla, y se pregunta, le pregunta al disc¨ªpulo, si no ser¨¢ que le ha faltado imaginaci¨®n o entereza para salirse de un estilo que ha derivado ya en una f¨®rmula mustia. En sus ¨²ltimas fotos, Hitch?cock es un anciano apopl¨¦tico, la cara abotargada y rojiza, el pelo escaso muy blanco. Fran?ois Truffaut, que parec¨ªa tan joven, muri¨® solo unos a?os despu¨¦s que ¨¦l.
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