El Museo Brit¨¢nico exhibe el epitafio del sue?o americano
La gran exposici¨®n de obra gr¨¢fica estadounidense en Londres adquiere un nuevo significado en la era Trump


Los vikingos, los celtas, las ciudades sumergidas egipcias y, ahora, Estados Unidos. Resulta inquietante que la misma sala del Museo Brit¨¢nico que en los tres ¨²ltimos a?os ocuparon las ruinas de sendas civilizaciones desaparecidas la llene ahora, en 2017, a?o uno de la era Trump, la poderosa iconograf¨ªa de la cultura norteamericana.
En un momento en que el nuevo presidente estadounidense se esmera en dinamitar d¨ªa a d¨ªa la reputaci¨®n pol¨ªtica, intelectual y est¨¦tica de la potencia hegem¨®nica, El sue?o americano, la gran exposici¨®n de la temporada en el museo londinense que se inaugura este jueves, tiene algo de testamento. De epitafio de una ¨¦poca en la que el sintagma que da t¨ªtulo a la muestra pod¨ªa pronunciarse sin iron¨ªa.
La exposici¨®n, subtitulada Del pop al presente, es una recopilaci¨®n sin precedentes de obra gr¨¢fica de los grandes artistas estadounidenses de las ¨²ltimas seis d¨¦cadas. Como si Londres se hubiera volcado en un inmenso y coordinado homenaje al mejor arte estadounidense, El sue?o americano sucede en el tiempo a la que la Royal Academy consagr¨® al expresionismo abstracto y coincide con la que la Tate Modern dedica a Rauschenberg.
Las 200 piezas de m¨¢s de 70 artistas trazan el ¨ªmpetu creativo del arte norteamericano que surgi¨® del boom econ¨®mico de la posguerra. En plena euforia del consumismo, los mass media y la publicidad, Robert Rauschenberg y Jasper Johns rompieron con la profundidad metaf¨ªsica del expresionismo abstracto y, en palabras del cr¨ªtico de arte Leo Steinberg, ¡°permitieron al mundo volver a entrar¡± en su obra.

Las banderas (Johns), las vi?etas de c¨®mic (Lichtenstein), las marylins (Warhol), las estaciones de servicio (Ruscha) y los dispensadores de bolas de chicle (Thiebaud) construyeron una iconograf¨ªa que resulta extremadamente familiar. Esos artistas descubrieron las posibilidades del grabado y lo convirtieron en parte central de su pr¨¢ctica. En la litograf¨ªa, Norteam¨¦rica encontr¨® un poderoso medio para distribuir su mensaje entre una cada vez mayor masa de consumidores de arte.
Explica la historiadora Susan Tallman en el cat¨¢logo de la exposici¨®n que, antes de los setenta, cuando ve¨ªas a un artista en el tren de Long Island un mi¨¦rcoles por la ma?ana, sab¨ªas que iba al psicoanalista; despu¨¦s de esa fecha, sab¨ªas que iba al grabador. ¡°Eso tiene dos notables implicaciones: primera, que la angustia freudiana y los misterios metaf¨ªsicos del subconsciente hab¨ªa sido suplantados por la tecnolog¨ªa mec¨¢nica; y segunda, que el artista del tren no quer¨ªa convertirse en lit¨®grafo m¨¢s de lo que quer¨ªa convertirse en psicoanalista. La producci¨®n del arte se hab¨ªa convertido en un trabajo en equipo¡±, se?ala Tallman.
Aunque hay pr¨¦stamos de instituciones del otro lado del Atl¨¢ntico, el 70% de las obras exhibidas pertenece a la imponente colecci¨®n de grabados del Museo Brit¨¢nico, que lleva adquiriendo obra gr¨¢fica desde los tiempos de Hogarth en el siglo XVIII. Y casi la mitad de las piezas colgadas han sido adquiridas en los ¨²ltimos ocho a?os, despu¨¦s de la exposici¨®n La escena americana: grabados de Hopper a Pollock (2008), de la que esta muestra constituye una suerte de continuaci¨®n. Una secuela que, explica Hartwig Fischer, director del museo, ¡°ha tenido que esperar a la apertura, hace dos a?os, de las nuevas salas donde se ubica para acomodar la monumental escala y la naturaleza seriada de los grabados estadounidenses posteriores a 1960¡±.
Sacadas de sus carpetas y colgadas en las 12 salas que abarca la exposici¨®n, las obras componen un viaje que sale del pop, para adentrarse en el minimalismo de Sol Lewitt y Donald Judd, el realismo de Alex Katz o el arte abiertamente pol¨ªtico de las Guerrilla Girls. Pero tambi¨¦n hablan de una ¨¦poca de radicales cambios sociales. La guerra de Vietnam, los supermercados, los viajes espaciales, la garganta de Janis Joplin, el amor supremo de Coltrane, el sue?o de Martin Luther King, el feminismo, el orgullo gay, el sida y, tambi¨¦n, la guerra contra el terror y la gran crisis financiera.
La llorosa Jackie tras el asesinato de John F. Kennedy o la cara de Nixon, coloreada con el verde del vestido de su esposa, estampada sobre un cartel en el que Andy Warhol ped¨ªa el voto por George McGovern, rival dem¨®crata del republicano que llev¨® las mentiras y la vigilancia a la Casa Blanca. Las ¨²ltimas salas ofrecen sutiles avisos sobre el principio del fin del sue?o, sobre el declive de esa civilizaci¨®n que hoy parece ya un tanto lejana.

Los ritmos de trabajo de una instituci¨®n como el Museo Brit¨¢nico hacen imposible pretender que la exposici¨®n ¨Cque de hecho se present¨® semanas antes de la victoria de Trump el pasado noviembre- haya sido concebida como reacci¨®n a los nuevos tiempos que vive Estados Unidos. Pero lo bonito es que estos han dotado a la muestra de un significado y un poder a¨²n mayores.
Si el sue?o americano depende de la prosperidad, el nuevo milenio ha sido testigo de su eclipse parcial. ¡°El poder¨ªo de la fabricaci¨®n estadounidense ha entrado en competici¨®n con las econom¨ªas de Asia. Los salarios de la Am¨¦rica media se han estancado. La educaci¨®n es prohibitiva y la movilidad social, la esencia de ese sue?o, se ha vuelto m¨¢s dif¨ªcil¡±, explica Stephen Coppel, comisario de grabados del museo. ¡°Pero a pesar de las incertidumbres, Estados Unidos sigue siendo un lugar vital y creativo¡±.
El tiempo dir¨¢ si el pa¨ªs de Trump, donde el poder cultural parece residir en la telerrealidad y la conspiranoia digital, sirve de acicate de la creatividad. De ser as¨ª, es probable que su veh¨ªculo sea m¨¢s Internet que el papel grabado. Pero si una cosa ha demostrado el arte estadounidense, algo de lo que da fe esta exposici¨®n, es su portentosa capacidad de irreverencia.
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