La Habana para un infante dormido
Cabrera Infante, que se exili¨® de Cuba en los a?os sesenta; Heberto Padilla, en los setenta; Reynaldo Arenas, en los ochenta; Jes¨²s D¨ªaz, en los noventa, y Ra¨²l Rivero, en el primer decenio de este siglo, fueron los autores disidentes que m¨¢s incomodaron al r¨¦gimen
¡°Esta ciudad naci¨® en la sal del puerto / y all¨ª creci¨® caliente, deschavada, / el sexo abierto al mar, / el cl¨ªtoris guiando a los marinos / como un faro de luz en la bah¨ªa¡¡±. No se explicita la noche y, sin embargo, sabemos que es de noche en estos versos, brillantes y a la vez opacos que, a modo de un r¨¦quiem por La Habana, urden los adolescentes protagonistas letraheridos de Las palabras perdidas (1992), la primera de las novelas que escribi¨® Jes¨²s D¨ªaz (La Habana, 1941¨CMadrid, 2002) en su exilio tard¨ªo, y bien fecundo, con muerte prematura, a los 60 a?os. Una imagen que nos habla, sobre todo, de un magnetismo dislocado, eternamente presente y eternamente diferido, hacia una inminencia que, estrofas m¨¢s tarde, desemboca en el pasado.
Como ha subrayado Rafael Rojas en Tumbas sin sosiego (Anagrama, 2006), nadie como el historiador Manuel Moreno Fraginals (La Habana, 1920¨CFlorida, 2001) ha desmontado con tanta lucidez el h¨¢bil ¡°secuestro de la historia¡± por parte del castrismo, para fabricarse un ed¨¦nico patriotismo a la carta. En la articulaci¨®n del doble mito de ¡°la Revoluci¨®n Inconclusa y la Tierra Prometida¡±, el destino final de la lucha por la independencia cubana no era otro que cumplimentar la Revoluci¨®n castrista. Y para ello, se emplean mimbres de falseada dial¨¦ctica hegeliana, no tan materialista, si reparamos en los rotundos s¨ªmbolos que refuerzan al uno y trino Fidel Castro, junto a "la clara, la entra?able transparencia" y la "divina presencia" del Che Guevara, que con ser el Esp¨ªritu Laico, ha compartido el papel del hijo (¡°Padre, ?por qu¨¦ me has abandonado?¡±) con Ra¨²l ¡ªel padre resucitado¡ª para compensar que, en realidad, es el hermano¡
Por arte de birlibirloque, Jos¨¦ Mart¨ª y todos los pr¨®ceres de la independencia y cada uno de los mambises pelearon duro con el m¨¢ximo objetivo mental de allanarle el terreno a Fidel Castro. De ah¨ª que, en muchas plazas y avenidas de la Isla, los grandilocuentes monumentos de los ca¨ªdos por la independencia ("m¨¢s se gan¨® en la Guerra de Cuba") se den la mano con el recordatorio de los m¨¢rtires de la Revoluci¨®n. Y de ah¨ª que la tumba con las cenizas de Fidel se haya situado junto al mausoleo de Mart¨ª, como la doble cara de un Jano canonizado que ahora reposar¨¢n juntos, para la eternidad, en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, a los pies de la Sierra Maestra.
Hasta all¨ª se han trasladado tambi¨¦n, el pasado octubre, exhumados desde la otra punta, los restos de Mar¨ªa Grajales, la madre de los generales m¨¢rtires Jos¨¦ y Antonio Maceo, y de Carlos Manuel C¨¦spedes, el pr¨®cer de la guerra previa (1868), "de los diez a?os", en la que muri¨®, retrotrayendo de ese modo, otros cuarenta a?os m¨¢s, el pistoletazo de salida del inmortal castrismo¡ Claro, que Moreno Fraginals hubo de aguardar a su exilio a¨²n m¨¢s tard¨ªo, ya septuagenario, en Miami, para dar a la luz su exhaustivo y riguroso estudio Cuba / Espa?a ¨C Espa?a / Cuba: historia com¨²n, luego de pasar d¨¦cadas en La Habana condenado al ostracismo.
As¨ª prosiguen los adolescentes en la larga noche de D¨ªaz: ¡°Pavorreal del tr¨®pico extasiado / en los vitrales y ocelos de su cola / reflejada en el mar, / graznaba a prima su profundo dolor / radioescuchando novelones, / serpientes de la desesperanza inventada por ella. / Luego, en las noches, / sacaba los colmillos de vampira, / y ya en la madrugada / se jugaba la suerte hasta las nalgas / que sol¨ªa perder con gran contento, / se entregaba a gozar y a raros ritos / y amanec¨ªa bailando, la cabrona¡±¡
La marcha del tambi¨¦n autor de Las iniciales de la Tierra o D¨ªme algo sobre Cuba, por tard¨ªa e inesperada, result¨® especialmente dolosa para el castrismo, pues, adem¨¢s de profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de La Habana y esencial editor, hab¨ªa sido uno de los m¨¢s l¨²cidos y brillantes ide¨®logos del R¨¦gimen y, de pronto, en un encuentro internacional de escritores en Z¨²rich, se descolgaba sorpresivamente en un duro alegato contra el R¨¦gimen, Los anillos de la serpiente, para no regresar jam¨¢s. ¡°Te has vendido por un plato de lentejas; te llamas Jes¨²s, pero deber¨ªas llamarte Judas", le respondi¨® en una dura misiva de su pu?o y letra el ministro de Cultura, Armando Hart, con la m¨¢s que segura supervisi¨®n, si no el dictado, del propio Fidel Castro.
Tal vez, como no ha ocurrido con igual intensidad en ninguna otra latitud, los m¨¢s importantes escritores del exilio cubano son gentes que en alg¨²n o muchos momentos creyeron fervientemente en la Revoluci¨®n e, incluso, algunos de ellos estaban situados en origen a la izquierda del propio Fidel. Entre Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1929-Londres, 2005), el m¨¢s madrugador en marcharse, en la d¨¦cada de los sesenta, y Ra¨²l Rivero (Camag¨¹ey, 1945), el exilado m¨¢s reciente, tras su excarcelamiento, ya a comienzos de este siglo, es significativo que no haya habido una d¨¦cada sin la marcha de autores de relieve, m¨¢s o menos pr¨®ximos, aun en distinto grado, al dictador y sus adl¨¢teres de la pol¨ªtica cultural. Han terminado siendo acusados de ¡°diversionismo ideol¨®gico", y no es para menos, dado el peculiar choteo, tan privativo de esa Isla, que hace decir a Rivero, por ejemplo: "F¨ªjense si los cubanos somos exagerados, que de los que no tienen moral, decimos que tienen doble moral".
Pero, entre tanta desbandada bibliada, ?en qu¨¦ punto de la triste habanera de D¨ªaz nos encontramos? ?Ah, s¨ª!: ¡°Se enamor¨® de la virtud como una puta, / pidi¨® perd¨®n hincada de rodillas, / y para expiar sus m¨²ltiples pecados / sacrific¨® sus congas, sus mentiras; / grit¨® pura y feliz hasta quedarse ronca / e hizo una cola larga, interminable¡±.
El m¨¢s horadante de cuantos se marcharon fue Cabrera Infante, quien m¨¢s tiempo tuvo para solazarse en su incorregible adicci¨®n a la paranomasia frente al dictador. Tras patentar lo de "habanidad de habanidades y todo habanidad", son c¨¦lebres su diagn¨®stico de la "castro-entiritis aguda" y su denuncia de la "Reichvoluci¨®n" cubana. Luego, entre Cabrera y Rivero, la lista de antimambises pr¨®fugos que por los cargos que ostentaron en el R¨¦gimen o por su fuerte simbolog¨ªa en el exterior, conforman el elenco elemental de escritores m¨¢s inc¨®modos al castrismo, la completan: Heberto Padilla (Pinar del R¨ªo, 1932¨CAlabama, 2000), que se fue en los setenta, tras la infamante palinodia del caso Padilla ("la autohumillaci¨®n de un incr¨¦dulo", seg¨²n Octavio Paz); Reinaldo Arenas (Oriente, 1943¨CNueva York, 1990), s¨ªmbolo de los disidentes del Mariel, en los ochenta, y el mentado Jes¨²s D¨ªaz, en los dur¨ªsimos comienzos de los a?os noventa, durante el dr¨¢stico per¨ªodo especial, tras la ca¨ªda del r¨¦gimen sovi¨¦tico, y cuando tambi¨¦n partieron de la Isla otros veteranos escritores, como el poeta Manuel D¨ªaz Mart¨ªnez (Santa Clara, 1936), afincado en Las Palmas.
Fue el juicio a Padilla (1971), como es sabido, lo que marc¨® un antes y un despu¨¦s, motivando la desafecci¨®n en masa de los intelectuales de izquierda. El hombre al que Fidel le hab¨ªa confiado puestos de m¨¢xima responsabilidad en Nueva York y en Mosc¨² desde el minuto inicial, y anfitri¨®n predilecto de la crema de la intelectualidad extranjera, chaf¨® para siempre esa imagen que el mandatario hubiera querido perpetuar de un socialismo ed¨¦nico y libertario, en una suerte de placenta solar con l¨ªquido amni¨®tico de mojitos. Padilla se hab¨ªa descolgado con el duro poemario Fuera del juego (1968) ¡ª¡°La Historia es esa rata que cada noche sube la escalera¡±¡ª, y denunciado sin ambages el advenimiento de un ¡°estalinismo tropical¡± en toda regla. Y lo curioso es que la trama de la disidencia concuerda. Pues el inicio de su reprobaci¨®n fue la aparici¨®n de un art¨ªculo suyo en El caim¨¢n barbudo donde denunciaba el silencio oficial sobre Tres tristes tigres, del ya exiliado y repudiado Cabrera Infante (que acababa de obtener el premio Biblioteca Breve-Seix Barral), y el director de la publicaci¨®n no era otro que¡ ?Jes¨²s D¨ªaz!. As¨ª acaban los versos de aquellos p¨²beres alter-egos:
¡°No bast¨® con aquella entrega, / los hijos de puta, nosotros, sus bastardos, / la negamos tres veces, ya no tuvo / pinturita de u?as, ni siquiera / un buchito de alcohol de reverbero / que llevarse a la boca en sus delirios; / y si grit¨® de sed no la escuchamos, / and¨¢bamos clamando por el mundo / como una llamarada de pureza. / Casi muri¨® de lepra, las lega?as / nos la dejaron ciega, el gran silencio / le produjo sordera, el desamor / le descarn¨® los labios, la demencia / le (arranc¨®) los cabellos, la tristeza, / le fue secando el sexo. Una ma?ana / la fealdad la asesin¨® del todo. / Queda tan s¨®lo un triste simulacro: / este fantasma de una vieja puta / o de una virgen tuerta y sin altar, / estos fabio, ?ay dolor! que ves agora, / campos de soledad, mustio collado: Dicen que fue candela / que encend¨ªa el rumb¨®n con la cintura, / que alguna vez, la pobre, estuvo viva¡±.
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