In¨²tiles totales
El autor de ¡®La trilog¨ªa de la guerra civil¡¯ se estren¨® como novelista con ¡®In¨²tiles totales¡¯, una obra de tintes autobiogr¨¢ficos autopublicada en 1951. Nunca fue reeditada. Reproducimos el comienzo

Bajo el cielo cubierto, gris y fr¨ªo, al pie de la extra?a torre solitaria, la fila indisciplinada de los ¡°?In¨²tiles totales¡± esperaba que pasasen lista y recoger el panecillo que un hombre colorado iba dando por una ventana del antiguo convento.
La ma?ana estaba fr¨ªa y movida. Un ca?oneo lejano fue acerc¨¢ndose y el horizonte pareci¨® retemblar en un estampido constante. El suelo estaba fangoso y removido por los obuses que hab¨ªan ca¨ªdo la v¨ªspera y, en la espera, los pies hormigueaban y se hac¨ªan sensibles. Al fin, lleg¨® el teniente, apresurado, diciendo cuchufletas que en la fila fueron recibidas bien porque no era muy tarde.
¡ªQuinta del cuarenta, ?a cubrir!
Las manos se apoyaron en el hombro del que estaba delante y los brazos se estiraron, alarg¨¢ndose as¨ª al doble la cola absurda que no parec¨ªa de soldados. El teniente, que era fuerte y blanco, igual que una campesina holandesa, repas¨® con sus ojos la mezcla de hombres que le miraban atentos: la mano de un labriego at¨®nito sujeta el hombro de un muchachito enano con gafas voluminosas; delante de ¨¦l, un tuberculoso con cara cenicienta, un tullido con bufanda hasta los ojos¡ Sobre los dem¨¢s, la cara p¨¢lida y fofa de un gordo fenomenal que pretende darse cuenta de todo con sus ojillos diminutos. En cada uno de esos hombres a medias, vestidos de cualquier manera, ahora contentos de no ir a la guerra, hay un recelo ¡ªacaso una verg¨¹enza¡ª en sus gestos bruscos y en sus exclamaciones.
Hace dos o tres a?os, el teniente no se hubiera detenido un solo momento en el aspecto triste de los ¡°In¨²tiles¡±, pero la guerra le ha hecho rodar mucho y ver tantas cosas que se ha acostumbrado a mirar a los hombres con otra mirada de la que ten¨ªa cuando estaba en el taller. Entonces, le parec¨ªan todos, todos iguales, indiferentes, como si careciesen de sentimientos que en ¨¦l mismo no advert¨ªa. Despu¨¦s de pasar a?os en el frente, hasta que fue herido, cada hombre o mujer, de aquellos que se encontraba en las retiradas, eran ya en todo igual a ¨¦l, con la misma posibilidad de sufrir o de caerse rendidos sobre la tierra. Ahora se ve¨ªa reflejado en cualquiera que le dirigiera la palabra y era un efecto como si se dividiese en muchos trozos, se fraccionase, y los dem¨¢s fuesen ¨¦l mismo. Solamente despu¨¦s de haber pasado por la guerra, pod¨ªa quedarse contemplando la fila de los ¡°In¨²tiles¡± casi con inter¨¦s cuando antes ten¨ªa desprecio por todos los enfermos.
La fila se movi¨®. Hablaban algo que no alcanzaba a o¨ªr. A lo largo de ella, trotaba un tipo an¨¦mico y alto que llevaba unas botas desmesuradas. Ten¨ªa gafas y eso le indispuso con los otros.
¡ª?D¨®nde has robado eso, chaval?
Pero ¨¦l busc¨® el final de la cola y se uni¨® a ella con la nariz encendida.
El teniente pas¨® lista. Algunos faltaban.
¡ªMaldita sea¡ Esos¡
Enfrente, las otras quintas iban entrando despacio por la puerta de la tapia arruinada para recoger el pan. El ca?oneo arreci¨®; hubo miradas de odio, desconfiadas, de cansancio, temor a que empezaran a caer obuses. Quietos, tendr¨ªan a¨²n que esperar a que pasasen los otros reemplazos delante. La fila se rompi¨®. Unos se sentaron en el borde de la acera; otros formaron un grupo alrededor de un loco que viv¨ªa por all¨ª. Vestido con una guerrera destrozada y un gorro, andaba con ojos torvos y murmuraba:
¡ªSoy un soldado, un soldado nada m¨¢s.
Le hac¨ªan preguntas obscenas, se re¨ªan de ¨¦l, pero no contestaba nunca e iba de un lado a otro buscando algo en el suelo.
¡ª?Qu¨¦ tipo! ¡ªle dijo uno al de las botas de pocero, se?al¨¢ndoselo.
¡ª S¨ª ¡ªcontest¨®, distra¨ªdo.
Delante de ellos un joven abotargado y obeso, con un largo gab¨¢n, hablaba con otros dos:
¡ªEstudi¨¦ mucha Historia Natural¡ Eso se me da bien. Ver¨¢s, los peces se dividen¡
¡ªYo tambi¨¦n s¨¦ eso ¡ªexclam¨® un chico que llevaba una lechera al brazo.

Pero hubo un revuelo en el centro de la cola. Tres bromeaban a gritos y se pegaban jugando. Uno, vestido de soldado, con buena ropa, se burlaba de otro. Se form¨® un c¨ªrculo presenciando los insultos y la cara rubia del muchacho que se pavoneaba delante de cincuenta prontos a re¨ªr. Buscaba las frases y casi las gritaba al otro, un hombre mayor que le miraba excitado.
El sol acab¨® por lucir entre las nubes y hacer brillar el casquete encarnado de la torre, en cuyo campanario abandonado anidaban unos p¨¢jaros negros y grandes.
Uno de los ¡°In¨²tiles¡±, peque?o y enfermizo, lo contemplaba ensimismado. Se volvi¨® al que ten¨ªa detr¨¢s, el de las botas de pocero, y le dijo:
¡ªEs de estilo bizantino, ?eh? ¡ª?co?- mo estando seguro de que el otro entender¨ªa. Este mir¨® la torre, dud¨® y dijo:
¡ªS¨ª, pero con elementos g¨®ticos. Es una fantas¨ªa ¡ªy tom¨® un aire distra¨ªdo. De pronto baj¨® la mirada al que le pregunt¨® y frunci¨® las cejas.
¡ª?C¨®mo sabes t¨² eso? ¡ªy se le qued¨® mirando fijo. El joven delgadito hizo un gesto.
¡ªHe estudiado algo¡ soy aficionado al arte. Pero t¨² tambi¨¦n parece que sabes¡ ¡ªSe contemplaron con simpat¨ªa, rodeados de un grupo que hablaba a voces. El que hab¨ªa hablado de estilo bizantino hizo una se?al al que llevaba las botas.
¡ªAqu¨ª se cansa uno. Vamos ah¨ª enfrente.
Comenzaron a charlar con cierta desconfianza, observ¨¢ndose, pero al cabo de un rato la sinceridad venci¨® el recelo y se confiaban sus ambiciones y su manera de pensar
El otro accedi¨® y se sentaron en el borde de la acera, al sol. Comenzaron a charlar con cierta desconfianza, observ¨¢ndose, pero al cabo de un rato la sinceridad venci¨® el recelo y se confiaban sus ambiciones y su manera de pensar. Era la primera conversaci¨®n y ten¨ªan prisa por conocerse y saber el uno del otro; se ped¨ªan parecer, se preguntaban, olvidaron la cola y la guerra, contentos de o¨ªr en boca de otra persona las palabras que estuvieron a punto de decir tantas veces. Resultaron de la misma edad, con iguales aficiones. Ambos ten¨ªan id¨¦ntico aspecto desmedrado y sucio, con ropa gastada y manos esquel¨¦ticas y oscurecidas que sal¨ªan un gran trecho de las mangas y se mov¨ªan con nerviosismo. Los de la cola miraban con gesto de burla c¨®mo accionaban y se exaltaban interrumpi¨¦ndose en la conversaci¨®n. Los dos muchachos no se apercib¨ªan de que llamaban la atenci¨®n y que autom¨¢ticamente se hab¨ªan hecho antip¨¢ticos a toda la cola.
El de las botas pregunt¨® al otro:
¡ª?D¨®nde vives t¨²?
El otro le cont¨® que era hijo de un maestro y viv¨ªa en las afueras, pasado Vallecas.
¡ªBueno, te ir¨¦ a ver un d¨ªa.
¡ªVente esta tarde. As¨ª continuaremos charlando ¡ªinsisti¨® el joven, que ten¨ªa una escasa barba crecida.
A la tarde le cost¨® bastante a Cosme dar con la casita de su amigo. Cruz¨® descampados y borde¨® huertecillos, cercados con maderas y alambres y latas clavadas de pie. A lo lejos o¨ªa los ruidos del frente que nunca cesaban a pesar de haber tranquilidad aquellos d¨ªas. Gente miserablemente vestida pasaba cerca de ¨¦l llevando sacos a la espalda. En las puertas de las casuchas que formaban el barrio hab¨ªa ni?os jugando y mujeres sentadas, cosiendo. Hac¨ªa sol, pero aquellas casas de una sola planta, con ventanucas colgadas de ropas, ten¨ªan una luz triste y desolada. Encontr¨® la de su amigo porque lo vio a ¨¦l en la puerta, esper¨¢ndole. Se puso muy contento al verle y le hizo entrar en la casita, que deb¨ªa tener s¨®lo tres o cuatro habitaciones. Se notaba fr¨ªo y humedad en la que le introdujo. Era la suya, y all¨ª hab¨ªa libros amontonados por todos sitios y, en cambio, s¨®lo una cama de hierro, una mesita y una banqueta. (¡) En la lejan¨ªa se ve¨ªan las sombras de grandes edificios, sin duda f¨¢bricas. Pero este aspecto desagradable no tuvo importancia para Cosme en cuanto vio que los libros all¨ª reunidos eran los de su preferencia. Y sin m¨¢s, empezaron a charlar sentados en la cama, con los pies sobre la banqueta. (¡) En la casa no se o¨ªa ning¨²n ruido; de vez en cuando el aire hac¨ªa sonar los cristales de la ventana y una r¨¢faga m¨¢s fr¨ªa les daba en la cara. Sin embargo, ellos no lo notaban.
El amigo de Cosme, que se llamaba Carlos, era un hombre delgadito y peque?o que hablaba mucho y con gran vehemencia, empleando palabras exactas y asombrando a Cosme con su cultura. El mismo ardor que pon¨ªa en lo que dec¨ªa le obligaba a tartamudear; se inclinaba hacia delante, exaltado, queriendo trasmitir su emoci¨®n a la otra persona, y entornaba los ojos. Cosme comprendi¨® enseguida que ser¨ªa su amigo y que hab¨ªa encontrado un tipo poco corriente.
Le parec¨ªa que con aquella amistad perd¨ªa un poco de su equilibrio ¨ªntimo y, al tener un inter¨¦s y un afecto por algo fuera de ¨¦l, su propia vida disminuir¨ªa en importancia
Hablaron de muchas cosas con entusiasmo y estuvieron de acuerdo en casi todas. Luego Carlos le acompa?¨® hasta el Metro y quedaron citados para el otro d¨ªa en la cola de los ¡°in¨²tiles¡±.
La sensaci¨®n que despu¨¦s tuvo Cosme era extra?a. Le parec¨ªa que con aquella amistad perd¨ªa un poco de su equilibrio ¨ªntimo y, al tener un inter¨¦s y un afecto por algo fuera de ¨¦l, su propia vida disminuir¨ªa en importancia. Ya no pensar¨ªa tanto, o exclusivamente, en ¨¦l y participar¨ªa de la existencia de un amigo. Sent¨ªa una gran alegr¨ªa, y nuevas ideas y motivos de conversaci¨®n brotaron en su mente.
Hab¨ªa conversado poco; estuvo siempre solo y retra¨ªdo, mir¨¢ndolo todo como un conejo desde la madriguera, y dio a la amistad un gran valor. Ahora se sent¨ªa contento y ve¨ªa como aumentadas sus fuerzas. Como por ser alto se inclinaba algo hacia adelante, se dir¨ªa al verle que soportaba el peso de una gran tragedia ¨ªntima. A pesar de lo cual era optimista y sus fant¨¢sticos proyectos no estaban en relaci¨®n con su cuerpo an¨¦mico. Viv¨ªa para desear ardientemente prop¨®sitos que nunca hab¨ªa conseguido y que le hac¨ªan marchar con ilusi¨®n hacia el futuro.
Sentado con Carlos en su cuartito, le vino a la cabeza la idea de que estaba consiguiendo uno de sus sue?os. La charla entusiasta sobre los libros conocidos, el ambiente pobre y sincero de la habitaci¨®n, el nuevo amigo con quien congeniaba tanto le recordaron que infinitas veces lo hab¨ªa deseado. Y en el Metro, rodeado de gente desconocida, se convenci¨® de que en la vida llega todo y, aunque tarde, es un triunfo el haber tenido la constancia de desearlo d¨ªa tras d¨ªa.
Pr¨®ximamente el sello C¨¢tedra recuperar¨¢ en un volumen las novelas ¡®In¨²tiles totales¡¯ y ¡®El coral y las aguas¡¯ en edici¨®n de Luis Beltr¨¢n Almer¨ªa y ?ngeles Encinar.
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