El cine que se cuenta
Con el eje de la estructura en los a?os noventa, y volviendo una y otra vez a los a?os setenta y cincuenta, el filme nunca fluye como relato
La a veces radical diferencia entre la narrativa y el lenguaje literarios y los modos cinematogr¨¢ficos podr¨ªa explicarse con pel¨ªculas como El hijo del acordeonista, segundo largometraje de Fernando Bernu¨¦s, basado en la novela de Bernardo Atxaga. Una reflexi¨®n desde el presente incierto, la vida en democracia en el Pa¨ªs Vasco, hasta el turbio pasado, los ¨²ltimos a?os del franquismo y la primera etapa del terrorismo, el de ETA y el de estado, que, en una segunda instancia de su encaje temporal, se retrotrae hasta un pret¨¦rito a¨²n m¨¢s descarnado, la Guerra Civil Espa?ola. Una pel¨ªcula sobre el peso del pasado en la que pocas cosas ocurren simplemente porque casi todo se cuenta.
EL HIJO DEL ACORDEONISTA
Direcci¨®n: Fernando Bernu¨¦s.
Int¨¦rpretes: Cristian Merch¨¢n, Aitor Beltr¨¢n, Frida Palsson, Joseba Apaolaza.
G¨¦nero: drama. Espa?a, 2018.
Duraci¨®n: 95 minutos.
Una f¨®rmula narrativa donde todo se verbaliza, que puede servir para una novela pero (casi) nunca para el cine. Con el eje de la estructura en los a?os noventa, y volviendo una y otra vez a los a?os setenta y a los cincuenta, y con la losa de lo ocurrido a finales de los treinta, El hijo del acordeonista nunca fluye como relato. Algo acrecentado por dos errores de producci¨®n. Primero, un reparto en el que no acaba de apreciarse la diferencia de edad (ni el parecido f¨ªsico) entre los cuatro actores elegidos para los dos principales personajes. Y una manifiesta inverosimilitud en los ambientes que se desarrollan en el presente de los noventa, a los que se ofrece demasiado tiempo de metraje: se supone que es California, pero ni sus hospitales ni sus paisajes ni sus casas parecen Estados Unidos.
Detalles, en todo caso, menores en comparaci¨®n con una historia de evidente inter¨¦s pol¨ªtico y social que, sin embargo, prefiere una cierta l¨ªrica un tanto meliflua (el acorde¨®n, las mariposas¡), en lugar de hincarle el diente a la violenta realidad del Pa¨ªs Vasco desde la complejidad y la trascendencia.
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