Lina Wertm¨¹ller: ¡°La muerte no me interesa¡±
La cineasta italiana, primera mujer de la historia en lograr una nominaci¨®n al Oscar a la mejor direcci¨®n, recoge con 91 a?os el premio honor¨ªfico de la Academia de Hollywood
Ni su hija, sentada en el sof¨¢ de al lado, logra contener la risa. Y eso que debe de estar m¨¢s que acostumbrada a las bromas de Lina Wertm¨¹ller.
¡ª?C¨®mo era usted en los rodajes?
¡ªUn ¨¢ngel.
Ahora, con sus 91 a?os, la directora podr¨ªa resultar cre¨ªble. Pero su leyenda, y su mirada pilla, afirman lo contrario. Wertm¨¹ller, nacida en Roma, ciudad donde se realiz¨® esta entrevista en el mes de septiembre, lleva casi un siglo haciendo lo que le da la gana. Su rebeld¨ªa empez¨® en la guarder¨ªa: un d¨ªa, ya que no le dejaban ir al ba?o, se baj¨® las bragas y defec¨® en medio de la clase. De peque?a, la echaron de hasta 11 escuelas; y, al crecer, volc¨® sus ganas de libertad en su arte. Las marionetas, el teatro, la televisi¨®n, hasta la canci¨®n. Y, a partir de los sesenta, el cine. En revoluci¨®n permanente, tanto como las pol¨¦micas que generaba. ¡°Hacemos un trabajo que est¨¢ en el balc¨®n, todos pueden hablar. Aunque me importa un bledo¡±, dice la cineasta. Lo cierto es que de ella se ha discutido y mucho. Quiz¨¢s sea lo que tiene romper los esquemas. En 1977, destroz¨® dos a la vez: con Pasqualino Siete Bellezas, fue la primera mujer de la historia nominada a un Oscar a la mejor direcci¨®n. Que lo consiguiera una pel¨ªcula de habla no inglesa tambi¨¦n era in¨¦dito. No gan¨® ning¨²n premio, pero Hollywood sald¨® al fin la deuda con la italiana: ayer domingo estaba previsto hacerle entrega de?un Oscar de Honor.
Un ¨¢ngel talentoso, pues. Y con cierto car¨¢cter. Su hija, Maria Zulima, lo resume en que ¡°se hac¨ªa respetar¡± en el plat¨®. ?C¨®mo lograba eso? ¡°Pegando¡±, sentencia ella. Y calla. ?S¨¢tira o verdad? Probablemente, ambas. En el fondo, al menos con su c¨¢mara, Wertm¨¹ller siempre ha golpeado fuerte.
As¨ª es su cine: iron¨ªa despiadada para contar la realidad, de Mim¨ª metal¨²rgico, herido en su honor a Ins¨®lita aventura de verano. La han atacado democristianos y comunistas, feministas y cr¨ªticos de cine. Pero Scorsese dijo que su obra es ¡°un carnaval¡±, Henry Miller escribi¨® que era ¡°preferible a cualquier director¡± y una joven Jodie Foster descubri¨® gracias a sus pel¨ªculas que una mujer tambi¨¦n pod¨ªa ser cineasta. La c¨¢mara de Wertm¨¹ller observa el terrorismo, el capitalismo, la lucha de clases, el Holocausto, la inmigraci¨®n o los abusos sexuales: los deforma, los ti?e de humor y, mientras, los desmenuza. No por nada, la palabra m¨¢s asociada a su obra es grotesco. ¡°Forma parte de mi naturaleza¡±, concede. Como muestra, la continuaci¨®n de la charla.
¡ªSe cuenta que un d¨ªa hasta le mordi¨® un dedo al actor Luciano de Crescenzo.
¡ªAh s¨ª. Eso ocurri¨®. Es que lo mov¨ªa mucho.
El tiempo no ha derrotado sus ganas de provocar. Los indicios se multiplican desde la entrada a su hogar: all¨ª aguardan dos grandes mu?ecos con sus genitales bien visibles. Y, ya en la planta de arriba, la cineasta espera tumbada en su sof¨¢. Un peque?o espacio al lado de sus pies desnudos, que Robert Altman bes¨® una vez en los Globos de Oro, es la ¨²nica se?al de que ah¨ª hay que sentarse.
No hay tab¨² para Wertm¨¹ller. Es ella, ayer, ahora y ma?ana. Pide cigarros y espeta ideas, con la seguridad de una vida contracorriente. Si una pregunta es ¡°absurda¡±, lo hace notar. Si la respuesta apropiada es un monos¨ªlabo, en eso se queda. Tan solo le falla, de vez en cuando, la memoria: ¡°?Me tengo que acordar de todo?¡±. De ah¨ª que la socorran Zulima o Valerio Ruiz, autor del documental Detr¨¢s de las gafas blancas. La directora, c¨®mo no, las lleva puestas. Hace d¨¦cadas las vio, se enamor¨® de ellas y contact¨® con su fabricante para comprarlas. Le dijeron que el pedido m¨ªnimo era de 5.000 pares. Todav¨ªa debe de sobrarle alguna caja.
Hoy son parte integrante del icono que recoge el Oscar. Wertm¨¹ller agradece el galard¨®n, aunque hubiera preferido que se lo llevaran a Roma. Dice que en ning¨²n sitio est¨¢ mejor que en su casa. El apartamento que la rodea, con sus tres plantas y sus vistas a la Piazza del Popolo, refuerza su argumento. ¡°Mi vida tiene muchos l¨ªos. Hago lo menos posible, pero toca ir¡±, explica. Este a?o, tambi¨¦n visit¨® Cannes, Venecia o el Barbican de Londres, siempre por alg¨²n homenaje. ¡°?Usted cree en los premios? No les haga mucho caso. Adem¨¢s, ?pagan?¡±, cuestiona.
Tambi¨¦n tiene un Globo de Oro y un David, ambos de Honor. Es autora de una treintena de pel¨ªculas ¡ª¡°?en serio? ?Tantas?¡±¡ª, adem¨¢s de obras de teatro, guiones, libros u ¨®peras. Y todav¨ªa prepara alg¨²n proyecto m¨¢s, como el filme El sexo de Hitler, sobre los placeres de la carne que Mussolini prepar¨® para la visita romana del F¨¹hrer. De la capital italiana, Wertm¨¹ller nunca se despega: ¡°Ni loca. Es mi patria¡±. Y eso que alguna vez le ofrecieron instalarse en Hollywood.
Wertm¨¹ller siempre ha rechazado tambi¨¦n distinguir entre hombres y mujeres en el s¨¦ptimo arte: sostiene que su g¨¦nero no le supuso ninguna discriminaci¨®n en su carrera, de la que siempre tuvo el pleno control. ¡°Los productores no dec¨ªan nada. Yo hac¨ªa, ya est¨¢. As¨ª que me resulta una pregunta abstrusa. Adem¨¢s las mujeres siempre han mandado¡±, defiende. Wertm¨¹ller escrib¨ªa, rodaba y montaba sus largos a su antojo: cambiar el guion la ma?ana misma de la filmaci¨®n era m¨¢s que habitual. Y luego los bautizaba con t¨ªtulos tan largos como Film d¡¯amore e d¡¯anarchia, ovvero stamattina alle 10 in via dei Fiori nella nota casa di tolleranza¡ (Film de amor y de anarqu¨ªa, en espa?ol). Solo condens¨® el nombre de su ¨®pera prima, I basilischi, en 1963. Ese mismo a?o, fue ayudante de direcci¨®n de Ocho y medio, de Fellini. ¡°Era ¨²nico, simpatiqu¨ªsimo. Trabajar con Federico era como abrir una ventana y descubrir un panorama que no sab¨ªas que estaba ah¨ª¡±, rememora.
De los directores de hoy en d¨ªa no tiene tan halag¨¹e?a opini¨®n. En su casa, ve sobre todo cine en blanco y negro, Hitchcock o Capra. Valerio Ruiz le enumera una serie de autores conocidos, italianos y extranjeros, que presuntamente le gustan. A cada uno, ella responde igual: ¡°S¨ª, pero¡ sin exagerar¡±. El ¨²nico al que concede la adoraci¨®n es un m¨²sico: ¡°Louis Armstrong es dios¡±.
Todav¨ªa m¨¢s arriba, en un nivel mucho m¨¢s exclusivo, coloca el recuerdo de Enrico Job, su fallecido marido: ¡°Le echo de menos much¨ªsimo. Era una persona especial, un gran artista, hombre y amigo. Con ¨¦l, se me fue un pedazo del coraz¨®n¡±. Hace ya 11 a?os que Wertm¨¹ller perdi¨® al amor de su vida. Desde entonces, le acompa?a su hija. Y el cine, el teatro o el jazz. Mientras dure, lo disfruta. E incluso el destino ha de rendirse ante su libertad: ¡°No pienso nunca en la muerte. No me interesa¡±. Como se acerque demasiado, puede que hasta la muerda.
Babelia
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