Contra la filosof¨ªa de Photoshop
El nuevo ensayo de Enrique Lynch sobre las im¨¢genes desvela tantas paradojas que resulta provocador
Llevamos tanto tiempo confundiendo historia de la filosof¨ªa con filosof¨ªa que no hemos ca¨ªdo en lo raro que -con permiso de Borges- ser¨ªa confundir historia de la literatura con literatura. Es decir, leer un ensayo sobre el Siglo de Oro como si estuvi¨¦ramos leyendo una novela de Cervantes o un poema de Sor Juana In¨¦s de la Cruz. Por eso se agradece que, de cuando en cuando, aparezcan libros que piensan casi desde cero sobre asuntos tan presentes en nuestras vidas que los asumimos acr¨ªticamente, como si tuvieran naturale...
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Llevamos tanto tiempo confundiendo historia de la filosof¨ªa con filosof¨ªa que no hemos ca¨ªdo en lo raro que -con permiso de Borges- ser¨ªa confundir historia de la literatura con literatura. Es decir, leer un ensayo sobre el Siglo de Oro como si estuvi¨¦ramos leyendo una novela de Cervantes o un poema de Sor Juana In¨¦s de la Cruz. Por eso se agradece que, de cuando en cuando, aparezcan libros que piensan casi desde cero sobre asuntos tan presentes en nuestras vidas que los asumimos acr¨ªticamente, como si tuvieran naturaleza pero no historia.
Uno de esos asuntos es la imagen y uno de esos libros, Ensayo sobre lo que no se ve (Abada), reci¨¦n publicado por Enrique Lynch. Profesor de Est¨¦tica en la Universidad de Barcelona y autor de t¨ªtulos como La lecci¨®n de Sheherezade (Anagrama) o In-Moral. Historia, identidad, literatura (Fondo de Cultura Econ¨®mica), Lynch se pregunta a qu¨¦ llamamos imagen sin darse por satisfecho con las respuestas tradicionales de su propio gremio -dedicado, afirma, a retocar tradiciones con Photoshop- ni, por supuesto, con las de los te¨®ricos de esa disciplina que conocemos como arte (¡°artesan¨ªa peraltada¡±, lo llama ¨¦l con sorna). Con sorna y con cierta melancol¨ªa, porque admite que la vida sin belleza tiene poco sentido y porque abre su libro con una rotunda cita de Oscar Wilde: ¡°?nicamente las personas superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible¡±.
Cuestionar lo que el observador cree que sabe
Como se recuerda en el cap¨ªtulo dedicado a la luz y el color, Ernst Gombrich llamaba ¡°mirar como un egipcio¡± a ¡°intentar poner en la representaci¨®n todo lo que el observador ya sabe acerca del objeto representado, lo que explica las extra?as posturas de los cuerpos en las pinturas murales y los papiros, con la cadera y el torso de frente y las cuatro extremidades de perfil¡±. Pues bien, Lynch act¨²a con ese af¨¢n egipcio de totalidad, pero solo para cuestionar lo que el observador -rodeado de im¨¢genes desde que enciende el m¨®vil por la ma?ana- cree que sabe.
As¨ª, Ensayo sobre lo que no se ve transita desde las pinturas rupestres hasta el universo digital pasando por la fotograf¨ªa, que ¡°acaba con la hegemon¨ªa de la semejanza consum¨¢ndola hasta sus ¨²ltimas consecuencias¡±. Lo hace, adem¨¢s, dejando a su paso un pu?ado de paradojas impagables sobre las im¨¢genes en general y sobre el arte contempor¨¢neo en particular. Un ejemplo: entre un dolmen y una ready made de Duchamp no hay diferencias sustanciales (en ambos lo importante es lo que no se ve). Otro: el arte actual carece de reglas, pero se ha vuelto dependiente de la teor¨ªa (de ah¨ª el inter¨¦s de un cr¨ªtico como ?ngel Gonz¨¢lez por aquellos que pintan ¡°sin tener ni idea¡±). Y uno m¨¢s: cuando la imagen deja de ser un rastro de lo sagrado suceden dos cosas: por un lado, su influencia se extiende sin l¨ªmites; por otro, cuanto m¨¢s profana es la representaci¨®n, m¨¢s se tiende a sacralizarla identific¨¢ndola con eso que desde el siglo XVIII llamamos arte. Desde hace un siglo, es una redundancia exponer un urinario de oro.