Morante, pese a los escombros de Juan Pedro
El sevillano es ovacionado y Paco Ure?a corta dos orejas ante una anovillada e inv¨¢lida corrida de Juan Pedro Domecq
A los pocos segundos de salir por la puerta de chiqueros, el primer torito de la corrida, de bonitas hechuras, burraco de capa y anovillado semblante, ya dej¨® claro que, otra tarde m¨¢s, los picadores no ser¨ªan necesarios. Porque, pese a que incluso lleg¨® a meter los ri?ones en el caballo, seg¨²n sali¨® de su encuentro, se desplom¨® en la arena. Estaba inv¨¢lido. Como toda la corrida. Pero solo ¨¦l fue sentenciado a regresar a los corrales. El resto, pese a carecer igualmente del m¨¢s m¨ªnimo atisbo de fortaleza, permaneci¨® en el ruedo.
Incontables fueron las ocasiones en las que los animalitos...
A los pocos segundos de salir por la puerta de chiqueros, el primer torito de la corrida, de bonitas hechuras, burraco de capa y anovillado semblante, ya dej¨® claro que, otra tarde m¨¢s, los picadores no ser¨ªan necesarios. Porque, pese a que incluso lleg¨® a meter los ri?ones en el caballo, seg¨²n sali¨® de su encuentro, se desplom¨® en la arena. Estaba inv¨¢lido. Como toda la corrida. Pero solo ¨¦l fue sentenciado a regresar a los corrales. El resto, pese a carecer igualmente del m¨¢s m¨ªnimo atisbo de fortaleza, permaneci¨® en el ruedo.
Incontables fueron las ocasiones en las que los animalitos de Juan Pedro Domecq probaron el sabor del albero manchego. Uno tras otro, pese a que a ninguno fue castigado en ese simulacro llamado tercio de varas, perdieron las manos y claudicaron delante de los toreros. Pr¨¢cticamente todos, incluido el sobrero de Conde de Mayalde que sustituy¨® al mencionado primero, llegaron al ¨²ltimo tercio como muertos en vida, convertidos en marmolillos.
Toros -por decir algo, porque tambi¨¦n carecieron del m¨ªnimo trap¨ªo exigible- nobil¨ªsimos, eso s¨ª, pero indignos de apellidarse bravos. ?Ay, si el Duque de Veragua levantara la cabeza y viera su legendario hierro marcado en las ancas de estos toritos ¡°artistas¡±! L¨®gicamente, por culpa de tales escombros, la tarde careci¨® de lo que nunca deber¨ªa carecer una tarde de toros: de emoci¨®n. Y todo, pese a la entrega manifiesta de Paco Ure?a y a la may¨²scula torer¨ªa de Morante de la Puebla.
DOMECQ / MORANTE, URE?A, ORTEGA
Toros de Juan Pedro Domecq, mal presentados, y tan nobles como flojos y descastados; y un sobrero (1? bis) de Conde de Mayalde, correcto de presentaci¨®n, noble y sin casta.
Morante de la Puebla: media estocada trasera, ca¨ªda y atravesada (saludos); pinchazo, media estocada y un descabello (saludos).
Paco Ure?a: estocada ca¨ªda y contraria (oreja con leve petici¨®n de la segunda); pinchazo y estocada ca¨ªda (oreja).
Juan Ortega: pinchazo y estocada (silencio); estocada (silencio).
Plaza de toros de Albacete. S¨¢bado, 11 de septiembre. 4? de abono. Unos 6.500 espectadores sobre un aforo m¨¢ximo permitido de 7.500.
El sevillano, que regres¨® a Albacete tras ocho a?os de ausencia, dio un recital de buen toreo¡ sin toro. Especialmente frente al primero bis, noble pero muy soso y descastado. Aunque por momentos parec¨ªa tarea imposible, Morante volvi¨® a demostrar que se encuentra en uno de los momentos m¨¢s dulces de su ya dilatada carrera en una faena inventada pre?ada de naturalidad, pureza y sabor.
Los muletazos, en especial los ejecutados sobre el pit¨®n derecho, que brotaron de sus mu?ecas fueron aut¨¦nticos carteles de toros. Asentado, sin forzar ni un solo m¨²sculo de su figura, present¨® los vuelos de la muleta con primorosa suavidad y tir¨® de la embestida hasta el final, con el ment¨®n hundido en la chaquetilla. Redondos lentos y bell¨ªsimos rematados con pases de pecho y trincherazos soberbios.
Habr¨ªa cortado una oreja de peso, pero se le fue la mano. Tambi¨¦n se esforz¨® sin resultado ante el cuarto, a¨²n m¨¢s moribundo.
S¨ª obtuvo trofeos, dos, Paco Ure?a, murciano de nacimiento, pero albacete?o de adopci¨®n. La suya fue una actuaci¨®n desigual, presidida siempre por la entrega, pero que, por momentos, cay¨® en la vulgaridad y el populismo. Como en esas tres jalead¨ªsimas tandas de derechazos y naturales en las que, en vez de ligar, encaden¨® los muletazos en el cuello del toro y haciendo la noria.
Unas veces vertical y enfrontilado, otras abocado y despegado, sac¨® provecho de la calidad de un lote que se mantuvo en pie a duras penas, y se tir¨® a matar muy derecho, cayendo la espada baja en ambos turnos. Lo mejor: el valeroso quite por gaoneras que realiz¨® frente al segundo y algunos naturales muy templados y bello trazo ejecutados ante el quinto.
Cerraba el cartel Juan Ortega, que se presentaba como matador de toros, y que solo pudo dejar muestras de su art¨ªstico concepto en un manojo de notables ver¨®nicas y una media en el saludo capotero al tercero. A partir de ah¨ª, su lote, infame, impidi¨® cualquier posibilidad de lucimiento. Desmonterado lleg¨® y (casi) in¨¦dito se march¨®.