Un arrebato de inspiraci¨®n
Juan Ortega sobrecogi¨® a La Maestranza con un abanico de ver¨®nicas excelsas
Eso fue lo de Juan Ortega en La Maestranza: un arrebato de inspiraci¨®n, lo cual sucede muy de vez en cuando. Porque, primero, debe ponerse de acuerdo el cielo con la tierra, en unas circunstancias temporales adecuadas y en un espacio concreto; y segundo, porque debe salir el toro propicio, y el torero debe estar presto para atraer a las musas, con el coraz¨®n a mil por hora; la cabeza, en su sitio; el ¨¢nimo, por las nubes; las mu?ecas, sueltas; las manos, bajas; el ment¨®n hundido en el pecho, y dejar que fluya eso, la ...
Eso fue lo de Juan Ortega en La Maestranza: un arrebato de inspiraci¨®n, lo cual sucede muy de vez en cuando. Porque, primero, debe ponerse de acuerdo el cielo con la tierra, en unas circunstancias temporales adecuadas y en un espacio concreto; y segundo, porque debe salir el toro propicio, y el torero debe estar presto para atraer a las musas, con el coraz¨®n a mil por hora; la cabeza, en su sitio; el ¨¢nimo, por las nubes; las mu?ecas, sueltas; las manos, bajas; el ment¨®n hundido en el pecho, y dejar que fluya eso, la inspiraci¨®n, ese misterio insondable que pone la piel de gallina y porta la felicidad.
Jandilla/El Fandi, Manzanares, Ortega
Toros de Jandilla, justos de presentaci¨®n, mansurrones, nobles y descastados.
El Fandi: casi entera ca¨ªda y atravesada ('silencio'); estocada ('silencio').
Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares: estocada baja de efecto fulminante (oreja); estocada trasera ('ovaci¨®n').
Juan Ortega: media tendida, cuatro descabellos -aviso- y dos descabellos ('ovaci¨®n'); estocada ('ovaci¨®n').
Plaza de La Maestranza. 19 de septiembre. Segunda corrida de feria. M¨¢s de tres cuartos de entrada sobre un aforo del 60%.
Ser¨ªan las siete menos algo. Ortega dej¨® que ese toro tercero, Oportunista de nombre, tomara posesi¨®n del ruedo. Lo llam¨® despu¨¦s y lo pas¨® con suavidad en dos atisbos de lances para darle las buenas tardes. Y as¨ª, sin m¨¢s, se puso a torear a la ver¨®nica, una, otra y otra¡ templad¨ªsimas, suaves, hondas, y de ese ¡°bien¡.¡±, antesala de la grandeza, la plaza irrumpi¨® en unos ol¨¦s profundos y desgarrados, al tiempo que la banda desgran¨® sus notas al viento para acompa?ar tan grande obra de arte.
Siete ver¨®nicas, siete, fueron las que dibuj¨® Juan Ortega a las siete menos algo de la tarde. Y el abanico lo cerr¨® con una media belmontina, de modo que el capote qued¨® tan arrebujao en su cuerpo que a punto estuvo de sufrir un percance cuando el toro hizo por ¨¦l.
?Qu¨¦ momento m¨¢s bonito¡! Cu¨¢nto durar¨ªa¡ Una vida, sin duda, porque perdurar¨¢ para siempre en la memoria de quienes tuvieron la fortuna del verlo.
Pero no acab¨® ah¨ª la partitura de Ortega.
Tras el primer puyazo, el toro en los medios, el torero se fue hacia su oponente, y no qued¨® claro si pretendi¨® hacer un quite o un galleo por chicuelinas para llevar el animal al terreno del caballo; lo cierto es que hubo tres o cuatro pinturas a c¨¢mara lenta y una media final de esc¨¢ndalo.
Y se acab¨®. Bueno, se acab¨® el arte, aunque continu¨® el festejo. La afici¨®n lo esperaba todo, qui¨¦n no, pero ese toro tercero, que hab¨ªa galopado en banderillas e ilusionado al torero ¡ªno en vano lo brind¨® a la concurrencia¡ª, se par¨®, cabece¨® en exceso y todo qued¨® muy deslucido. Tampoco el sexto propici¨® la alegr¨ªa, un animal con apariencia de buey, apagado y sin fuelle, que solo permiti¨® a Ortega un quite por delantales pre?ados de ritmo.
Lo que son las cosas¡ El Fandi es la demostraci¨®n emp¨ªrica de que el toreo es un misterio. Tiene valor, oficio, una larga experiencia, sabe torear y es variado con capote, banderillas y muleta. Pues deja a la gente impasible y silenciosa. ?Hay que ver¡! Recibi¨® a su primero con dos largas cambiadas en el tercio, ver¨®nicas, delantales, chicuelinas y una larga, y el p¨²blico ni m¨². Ese toro estaba inv¨¢lido y resacoso, pero ten¨ªa calidad, y El Fandi le dio pases de varios colores, pero lo ¨²nico que se gan¨® fue el respeto de quien valora lo que supone vestirse de luces, y ese aplauso al final de cada tanda que sabe m¨¢s a obligado cumplimiento que a reconocimiento. Lo mismo le sucedi¨® ante el cuarto, otro toro que le permiti¨® una faena tan larga como ins¨ªpida. Es evidente que sentir el toreo es un don¡
Manzanares, por su parte, cort¨® una oreja del segundo sin salir de su zona de confort; otro animal noble, con clase, al que acompa?¨® en sus embestidas sin m¨¢s abrigo que su propia figura. Y fue la suya una labor desigual, sosa, sin emoci¨®n. M¨¢s dificultoso se present¨® el quinto y oblig¨® al torero a emplearse para no salir desbordado en el envite; una labor trabajada y poco vistosa.
Quedaba, eso no se olvida, el recuerdo imperecedero del toreo a la ver¨®nica de Juan, ese torero que debutaba en Sevilla como matador de toros y ha dejado un sello indeleble.