La violencia privada
El cap¨ªtulo #23 de ¡®El mundo entonces¡¯ cuenta c¨®mo la violencia privada crec¨ªa en muchos pa¨ªses ¡ªy especialmente contra las mujeres. La pena de muerte retroced¨ªa como nunca, pero las grandes potencias la manten¨ªan como siempre. Y, sin embargo, el mundo viv¨ªa sus tiempos m¨¢s pac¨ªficos
Ahora, mirado a la distancia, resulta evidente que el dominio del liberalismo se hab¨ªa extendido a las violencias: que la violencia privada ¡ªla violencia de los ciudadanos¡ª hab¨ªa reemplazado en buena medida a la violencia p¨²blica ¡ªla violencia de los estados. Era el caso, por ejemplo, en la zona m¨¢s violenta del mundo en esos a?os, Am¨¦rica Latina. Donde, a diferencia de las regiones isl¨¢micas, los violentos no ten¨ªan nada en qu¨¦ creer salvo la codicia y, si mataban, era para conseguir m¨¢s dinero, m¨¢s poder personal.
Un dato lo muestra sin recodos: en esos a?os el pa¨ªs del mundo con la m...
Ahora, mirado a la distancia, resulta evidente que el dominio del liberalismo se hab¨ªa extendido a las violencias: que la violencia privada ¡ªla violencia de los ciudadanos¡ª hab¨ªa reemplazado en buena medida a la violencia p¨²blica ¡ªla violencia de los estados. Era el caso, por ejemplo, en la zona m¨¢s violenta del mundo en esos a?os, Am¨¦rica Latina. Donde, a diferencia de las regiones isl¨¢micas, los violentos no ten¨ªan nada en qu¨¦ creer salvo la codicia y, si mataban, era para conseguir m¨¢s dinero, m¨¢s poder personal.
Un dato lo muestra sin recodos: en esos a?os el pa¨ªs del mundo con la mayor cantidad de muertes violentas era M¨¦xico, donde no hab¨ªa guerras ni guerrillas ni grupos insurrectos. En M¨¦xico los miembros de varias empresas dedicadas a la producci¨®n, venta y exportaci¨®n de drogas prohibidas se mataban los unos a los otros para conseguir o mantener ventajas comerciales. Esa competencia llevaba casi dos d¨¦cadas asesinando a m¨¢s de 30.000 personas cada a?o. En 2020 fueron unos 43.000, m¨¢s del doble que en el conflicto pol¨ªtico m¨¢s mort¨ªfero del momento, Afganist¨¢n, donde ese a?o no llegaron a 20.000 (ver cap.22).
Semejante cantidad de muertes no era indispensable para el negocio ¡ªpod¨ªa, incluso, perjudicarlo¡ª, pero era el reflejo de una din¨¢mica ineludible: que el uso de la violencia privada engendraba m¨¢s violencia privada. Si una empresa de exportaci¨®n de drogas deb¨ªa pagar una n¨®mina importante de pistoleros, tend¨ªa a usarlos. Y, as¨ª, se embarcaba en una serie de negocios secundarios ¡ªrobos, secuestros, asesinatos por encargo, venganzas diversas¡ª para rentabilizar sus recursos. Lo cual produc¨ªa un efecto directo: esa sociedad, enfrentada a una violencia excepcional, se armaba a su vez, so pretexto de defenderse, y produc¨ªa m¨¢s violencia. Y una serie de efectos secundarios: el crecimiento de una industria de la ¡°protecci¨®n¡± ¡ªque en M¨¦xico en esos d¨ªas mov¨ªa unos 2.000 millones de euros al a?o¡ª pon¨ªa en la calle a cientos de miles de hombres legalmente armados; algunos de ellos lo aprovechaban para amenazar y extorsionar y robar a su vez. En medio de tantas armas, los conflictos entre las personas llegaban muy r¨¢pido a un punto de violencia al que nunca habr¨ªan llegado en otras circunstancias: demasiadas cosas se arreglaban a tiros.
La situaci¨®n era apenas mejor en otros pa¨ªses de la regi¨®n. En ninguno se mataba tanto como en Venezuela, con una media de 40 homicidios cada 100.000 habitantes en 2021, y lo segu¨ªa Honduras con 38, Colombia y Ecuador con 25, Brasil, 18, Guatemala y El Salvador, 17. En todas las listas de las ciudades del mundo con m¨¢s muertes violentas las nueve o diez primeras sol¨ªan ser mexicanas ¡ªy a veces se colaba alguna norteamericana o caribe?a. Aunque muchos de sus pa¨ªses no eran especialmente homicidas, Am¨¦rica Latina, era, en conjunto, la regi¨®n m¨¢s asesina del mundo en esos d¨ªas con un promedio de 20 homicidios al a?o cada 100.000 personas: diez veces m¨¢s que las medias de Europa y Asia. Entre quejas y lamentos, la barbarie se mantuvo hasta que ciertos l¨ªderes entendieron que la raz¨®n era muy simple: que solo uno o dos de cada cien asesinatos recib¨ªan el castigo de la justicia y que, por lo tanto, matar era demasiado barato como para privarse.
Pero si las cifras latinoamericanas descollaban era, tambi¨¦n, porque las otras hab¨ªan disminuido. En el mundo en general la violencia criminal estaba en baja: en Asia y Europa, por ejemplo, en 2020 se mataba menos de la mitad que tres d¨¦cadas antes. No hab¨ªa acuerdo sobre las razones de ese descenso. La causa no era, claramente, la severidad de la justicia, porque en ese mismo lapso las penas aplicadas a los delincuentes hab¨ªan disminuido igual o m¨¢s.
Las diferencias entre el MundoRico y el MundoPobre tambi¨¦n se manifestaban en el terreno de los delitos y la delincuencia: en el Pobre los cr¨ªmenes sol¨ªan involucrar violencia, cuerpos, materialidad; en el Rico implicaban negocios, dineros: eran inmateriales.
Salvo en Estados Unidos, un caso extra?o: todav¨ªa era el pa¨ªs m¨¢s rico y poderoso del mundo pero ten¨ªa tasas de homicidios propias de un pa¨ªs pobre, diez veces mayores que las de Europa Occidental. Muchos cre¨ªan que esa plaga se deb¨ªa a la antigua tradici¨®n seg¨²n la cual todo buen ciudadano deb¨ªa tener sus propias armas ¡ªpara defenderse de los extra?os, los extranjeros, los delincuentes, los diferentes o los dirigentes¡ª: el arma como un rasgo central del ser americano. All¨ª la proporci¨®n terminaba de invertirse: si, cuando se inventaron, la inmensa mayor¨ªa de las armas se usaba contra los animales y unas pocas contra personas, si durante buena parte de la historia la proporci¨®n de mantuvo equilibrada, el siglo XXI termin¨® de consagrar la tendencia contraria: la mayor¨ªa absoluta de las armas se dedicaba al uso entre personas ¡ªy usarlas contra animales se consideraba despreciable.
Lo cierto es que los 330 millones de estadounidenses se repart¨ªan, en esos d¨ªas, casi 400 millones de armas de fuego: en promedio, cada uno pose¨ªa m¨¢s de un arma. O, para no dejarse enga?ar por las medias: muchos no ten¨ªan ninguna, pero muchos m¨¢s ten¨ªan varias. En cualquier caso, casi la mitad de las armas de fuego ¡°personales¡± del mundo estaba en los Estados Unidos, y cada a?o se compraban 25 millones m¨¢s. Nunca un pa¨ªs hab¨ªa estado tan ¡ªprivadamente¡ª armado.
Lo cual se traduc¨ªa en unos 15.000 asesinatos y unos 24.000 suicidios con arma de fuego cada a?o: en ning¨²n otro lugar del mundo era tan f¨¢cil pasar de la idea del suicidio a su realizaci¨®n. Para no hablar de aquella marca cultural americana de la ¨¦poca, los mass shootings, cuando un loquito o dos abat¨ªan a cuantos m¨¢s mejor en alg¨²n lugar p¨²blico: un centro comercial, una escuela, una disco. Eran masacres azarosas, donde el hecho de estar por casualidad en tal lugar a tal hora alcanzaba para acabar con tu vida; en ciertos casos, el asesino argumentaba que quer¨ªa matar negros u homosexuales. En una demostraci¨®n del poder de ciertos poderes, nunca nadie intent¨® llamar a esto ¡°terrorismo¡±.
En cambio, despertaba en esos a?os una conciencia global sobre el llamado ¡°femicidio¡± o ¡°feminicidio¡±: el asesinato de mujeres por su condici¨®n de mujeres. Estudios de la ¨¦poca calculaban que lo sufr¨ªan, cada a?o, entre 80 y 90.000 mujeres en todo el mundo. M¨¢s de la mitad, dec¨ªa uno, mor¨ªan a manos de familiares o parejas ¡ªo de una pareja anterior que no soportaba dejar de serlo. Era una cifra espeluznante, que, junto con la movilizaci¨®n de millones, contribuy¨® a que muchos pa¨ªses empezaran a legislar contra las violencias de g¨¦nero. Pero era, tambi¨¦n, una evidencia de que la violencia segu¨ªa siendo mayormente masculina: no solo los victimarios, sino tambi¨¦n las v¨ªctimas lo eran. Aquel mismo a?o, por ejemplo, los hombres asesinados en el mundo fueron cuatro veces m¨¢s, alrededor de 400.000 individuos.
En Am¨¦rica Latina, que el lugar com¨²n de la ¨¦poca sol¨ªa considerar particularmente machista, la diferencia era mucho mayor: diez hombres por cada mujer asesinada. Y nueve de cada diez asesinos ¡ªde hombres y mujeres¡ª eran varones: matar segu¨ªa siendo cosa de machos.
Entre los hombres la mayor¨ªa de los homicidios ten¨ªa que ver con razones comerciales: peleas de negocios, disputas por una zona de ventas, apropiaciones de valores en calles y casas. Aunque hab¨ªa, tambi¨¦n, por supuesto, las que se relacionaban con alguna relaci¨®n familiar o sentimental que se hab¨ªa complicado ¡ªpero la proporci¨®n era mucho menor.
Mientras tanto, las fuerzas policiales hab¨ªan crecido en todas partes: eran el ¨²ltimo intento de los estados de mantener cierto monopolio sobre la violencia e imponer en sus territorios el orden que eligieran. Hacia 2020 se calculaba que sumaban, en todo el mundo, m¨¢s de 13 millones de efectivos ¡ªles dec¨ªan ¡°efectivos¡±¡ª: dos millones en China, otros dos en la India, m¨¢s de medio mill¨®n en Rusia, Estados Unidos, Indonesia. Pero la cantidad de polic¨ªas por habitante era mayor en Argentina, Espa?a, Turqu¨ªa, Uruguay, Grecia, Hong Kong, M¨¦xico, Italia ¡ªuna lista que parece caprichosa. En todo caso, sus equipamientos cada vez m¨¢s sofisticados les aseguraban una posibilidad de control que nunca antes hab¨ªan tenido: las calles de las ciudades importantes rebosaban de c¨¢maras que registraban casi todo lo que suced¨ªa y lo transmit¨ªan en tiempo real a centros de vigilancia o lo grababan para investigaciones posteriores; algunas de esas c¨¢maras ten¨ªan incluso sistemas de reconocimiento facial o de placas de coches que les permit¨ªan alertar cuando una persona o un veh¨ªculo ¡°registrados¡± aparec¨ªa en alg¨²n lugar sensible. Y los equipos de espionaje de llamadas y conversaciones eran cada vez m¨¢s eficaces, y las redes de informaci¨®n computerizadas les daban un nivel de informaci¨®n in¨¦dito (ver cap.18).
Las polic¨ªas m¨¢s poderosas se beneficiaron as¨ª del avance t¨¦cnico justificado y pagado por ¡°la amenaza terrorista¡± (ver cap.22). Y sobre todo aprovecharon el miedo a la violencia, tan bien instalado en esos a?os, para legitimar sus acciones, para mostrarse como los salvadores. ¡°Yo me pas¨¦ d¨¦cadas temiendo a la polic¨ªa m¨¢s que a nadie¡±, dec¨ªa un personaje de una novela de ¨¦poca, ¡°y ahora en ciertas situaciones los veo y me quedo m¨¢s tranquilo. Es curioso: a m¨ª los ladrones y los terroristas nunca me hicieron ning¨²n da?o, y en cambio los polic¨ªas muchas veces, y sin embargo¡¡±. El personaje se refer¨ªa a viejas represiones; tambi¨¦n pod¨ªa haberse referido a tantos momentos y lugares en que las polic¨ªas, gracias a su posici¨®n de poder, ejerc¨ªan actividades muy cercanas al crimen: extorsiones, tr¨¢ficos, sobornos, las m¨¢s diversas arbitrariedades.
En muchos pa¨ªses la polic¨ªa era el cuerpo armado m¨¢s potente: sus integrantes sol¨ªan aprovecharlo para imponer su voluntad y cometer muy variados delitos. O recurr¨ªan a un m¨¦todo m¨¢s directo: amenazaban con ¡°descuidar¡± el control de un determinado territorio si sus autoridades intentaban ponerles un freno. Ante el aumento de la violencia y la inseguridad y el malestar ciudadano que eso supon¨ªa, esas autoridades sol¨ªan ceder sin m¨¢s defensa.
Las posibilidades de aplicar violencia en nombre de la justicia se hab¨ªan restringido mucho ¡ªal menos legalmente. Cien a?os antes casi todos los pa¨ªses impon¨ªan la pena de muerte para distintos tipos de delitos: la idea judeo-cristiano-isl¨¢mica del ojo por ojo primaba y cada a?o se ejecutaba a miles de convictos con guillotinas, cimitarras, horcas, rifles, venenos variados, silla el¨¦ctrica, garrote vil. A lo largo del siglo XX la pena de muerte se fue desnaturalizando y cada vez m¨¢s sociedades empezaron a verla, por primera vez en la historia, con sospecha y repulsa.
Fue un cambio radical: la mayor¨ªa de los estados dej¨® de matar a sus r¨¦probos. Y fue muy poco subrayado: quiz¨¢, tras haberlos matado durante siglos, prefer¨ªan no recordarlo ¡ªy por eso no celebraron demasiado su final. Pero, en cualquier caso, los errores de la justicia, el escepticismo religioso y el auge de los ¡°derechos humanos¡± fueron provocando el abandono de esa tradici¨®n milenaria: en 2020 tres cuartos de los pa¨ªses del mundo la hab¨ªan abolido o, a¨²n manteni¨¦ndola en sus legislaciones, no la practicaban. Quedaban 56 pa¨ªses que s¨ª lo hac¨ªan, con entusiasmos diversos. Los m¨¢s grandes estaban entre ellos: China, India, Estados Unidos, Rusia ¡ªy la mayor¨ªa de los musulmanes. Era otra evidencia de un mundo dividido, desparejo, que deb¨ªa buscar maneras de igualarse.
China era, con diferencia, el pa¨ªs que m¨¢s ejecutaba: aunque no daba cifras, una gran instituci¨®n humanitaria calculaba que mataba cada a?o a ¡°miles de personas¡±, y se dec¨ªa que el estado cobraba a los deudos la bala final. Los delitos m¨¢s mortales eran asesinatos, violaciones, actividades mafiosas, corrupci¨®n. En el resto del mundo, en 2021, los ejecutados no llegaron a mil. La Rep¨²blica Isl¨¢mica de Ir¨¢n era la segunda m¨¢s verduga: unos 380, la mayor¨ªa en la horca por asesinatos, pero tambi¨¦n por homosexualidad, prostituci¨®n, incesto, adulterio, blasfemia, falsificaci¨®n, contrabando, militancias varias y manifestaciones callejeras. Egipto ahorc¨® o fusil¨® a 176, muchos de ellos por oponerse al gobierno, igual que Siria, que se carg¨® a 24, Irak a 17. En Arabia Saudita los decapitaban en la plaza p¨²blica ¡ªpor razones casi tan variadas como en Ir¨¢n¡ª; en 2021 la cantidad hab¨ªa bajado mucho ¡ª65 contra 184 en 2019¡ª porque las condenas por delitos de drogas fueron suspendidas. Y por fin, en Estados Unidos, aquel a?o once acusados de alg¨²n asesinato recibieron la inyecci¨®n letal ¡ªque hab¨ªan esperado en sus pasillos de la muerte alrededor de dos d¨¦cadas y que se resolv¨ªa como una mezcla de espect¨¢culo y venganza: los familiares de la v¨ªctima eran invitados a presenciar, de muy cerca, la agon¨ªa del victimario.
(El gobierno norteamericano tambi¨¦n aplicaba la pena de muerte sin juicio previo ni ninguna otra precauci¨®n legal a cualquiera que sus servicios de ¡°inteligencia¡± hubiera definido como ¡°terroristas¡± o ¡°enemigos¡± ¡ªy la ejecutaba con aquellos drones o misiles enviados a miles de kil¨®metros de distancia o, incluso, con operaciones presenciales de sus fuerzas m¨¢s especiales (ver cap.22). En general, las polic¨ªas de los pa¨ªses occidentales sol¨ªan matar en el terreno a cualquier persona que interceptaran cometiendo un acto ¡°terrorista¡±. En el dialecto de la ¨¦poca, esta acci¨®n se defin¨ªa con una palabra particular, que deb¨ªa parecerles m¨¢s limpia o inocente o apropiada: ¡°abatir¡±. La polic¨ªa ¡°abat¨ªa terroristas¡±.)
El resto de las ejecuciones sucedieron en una decena de pa¨ªses africanos o asi¨¢ticos ¡ªJap¨®n, Yemen, Siria, Om¨¢n, Qatar, Somal¨ªa, Botswana, Sud¨¢n del Sur, Corea del Norte, Vietnam, India, Bangladesh, Taiw¨¢n¡ª que mataron a uno o dos reos cada uno: casi todos hombres.
Pero lo m¨¢s habitual eran las ¡°c¨¢rceles¡±. Dec¨ªamos (ver cap.10) que se manten¨ªa el uso de esa extra?a forma de tortura consistente en almacenar durante a?os en espacios muy custodiados a personas de un mismo sexo. Esos dep¨®sitos conten¨ªan, en esos d¨ªas, en todo el mundo, unos doce millones de cuerpos: curiosamente, casi la misma cantidad que polic¨ªas. Solo Estados Unidos ten¨ªa m¨¢s de dos millones, poco menos del uno por ciento de su poblaci¨®n ¡ªy la mayor¨ªa de ellos por asuntos relacionados con el comercio de drogas ilegales: aquel sistema socioecon¨®mico basado en la libertad de mercado y la compra-venta se reservaba celosamente el derecho de definir qu¨¦ se pod¨ªa comprar y vender, y qu¨¦ no.
Esas fortalezas se presentaban como lugares donde los prisioneros deb¨ªan ser ¡°resocializados¡± ¡ªentrenados para reintegrarse y volverse ¡°personas de bien¡±¡ª, cosa que suced¨ªa muy poco. En todos los pa¨ªses estaba claro que la posibilidad de pasar una temporada en prisi¨®n era directamente proporcional a la pobreza: las c¨¢rceles estaban muy mayoritariamente ocupadas por personas de los sectores y las razas m¨¢s pobres de cada sociedad.
Las prisiones hab¨ªan sido, durante mucho tiempo, otro monopolio de los estados. Pero en esos a?os algunos pa¨ªses ¡ªotra vez, Estados Unidos a la cabeza¡ª hab¨ªan privatizado muchas. Las manejaban empresas que cobraban por preso y obten¨ªan su ganancia en la diferencia entre lo que cobraban y lo que gastaban, o sea: bajando el costo del mantenimiento de sus usuarios. Deb¨ªa ser un buen negocio, porque en ese pa¨ªs, en 2020, hab¨ªa 158 prisiones privadas ¡ªy gobiernos que pagaban una media de 23.000 d¨®lares por prisionero por a?o: cada uno costaba casi 2.000 d¨®lares al mes, mucho m¨¢s dinero que el que manejaban nueve de cada diez personas en el mundo.
* * *
M¨¢s all¨¢ de todos estos matices, culminaba en esos d¨ªas uno de los per¨ªodos de paz m¨¢s largos y generalizados que la historia hab¨ªa conocido. La invasi¨®n rusa de Ucrania se sinti¨® como un punto que pod¨ªa ser final; no sab¨ªan lo que se ven¨ªa. A¨²n as¨ª, ese conflicto produjo en 2022 unos 50.000 muertos ¡ªaunque la cifra era muy discutida. Eran demasiados, por supuesto, pero eran, comparados con conflictos anteriores, tantos menos. Un experto ucranio dijo en esos d¨ªas que la invasi¨®n alemana hab¨ªa causado 30 veces m¨¢s bajas militares diarias que la rusa: de 3.000 en 1941 a 100 en 2022 ¡ªy millones de bajas civiles.
Sin embargo, en ese mundo donde la violencia era menor que casi nunca antes, la sensaci¨®n de violencia era intensa. Para empezar, la posibilidad de registro global produc¨ªa ese efecto: todo lo que suced¨ªa en el espacio ¡ªm¨¢s o menos¡ª p¨²blico de cualquier rinc¨®n del planeta era grabado por alguna de los millones de c¨¢maras instaladas en las calles, de los miles de millones de c¨¢maras que las personas llevaban en los bolsillos so forma de ordenadores m¨®viles. Esas im¨¢genes, difundidas al momento por todo el espacio, provocaban la sensaci¨®n de que el mundo estaba desbordado por esa violencia ¡ªespor¨¢dica, epis¨®dica. (Y su crudeza gr¨¢fica produc¨ªa, a su vez, ciertas violencias: no era en absoluto lo mismo que se dijera que un hombre negro hab¨ªa sido asesinado por la polic¨ªa en Minneapolis que ver a ese hombre mientras un polic¨ªa de Minneapolis lo mataba; las reacciones eran, por supuesto, tan distintas.)
Esa violencia, adem¨¢s, saturaba los juegos y entretenimientos. Desde siempre los chicos ¡ªlos varones, m¨¢s que nada¡ª jugaron a la guerra: una espada de madera o un par de pu?os los transformaban en soldados. Pero la omnipresencia de los juegos digitales (ver cap.19) le dio a la violencia un lugar extraordinario: millones de chicos se pasaban horas y horas utilizando todo tipo de armas, persiguiendo, emboscando, acribillando, muri¨¦ndose. El combate, aunque virtual, formaba parte de sus vidas como nunca antes.
Y lo mismo pasaba con los adultos de un modo m¨¢s pasivo: no hay c¨¢lculos precisos pero, sobre el total del material audiovisual ficticio ¡ªlas llamadas series y pel¨ªculas¡ª que circulaba en esos d¨ªas, el porcentaje de las que estaban dedicadas a cr¨ªmenes, polic¨ªas, batallas varias y otras representaciones de la violencia no ten¨ªa ninguna relaci¨®n con su realidad (ver cap.20).
Y tambi¨¦n las ¡°noticias¡±. En un pa¨ªs medio como Espa?a, por ejemplo, los espacios de tele-visi¨®n matutina dedicaban una media de hora y media a noticias de violencia. No ten¨ªan suficiente materia prima: Espa?a era, entonces, uno de los pa¨ªses con menos homicidios del mundo ¡ª0,6 asesinatos cada 100.000 habitantes por a?o¡ª y los cr¨ªmenes no abundaban. Pero los productores sab¨ªan que el tema ¡°vend¨ªa¡±: no lo hac¨ªan por ning¨²n designio maquiav¨¦lico sino por pura ambici¨®n comercial, para conseguir m¨¢s espectadores. Para eso, a veces, ten¨ªan que mantener viva una historia durante lapsos inveros¨ªmiles ¡ªporque no consegu¨ªan otras¡ª, y convenc¨ªan a sus espectadores de que viv¨ªan en un infierno. As¨ª, la mayor¨ªa de los ciudadanos de esos a?os sent¨ªa que estaba inmerso en un pantano de violencia extrema, tan descontrolada ¡ªmientras viv¨ªa, como queda dicho, el momento m¨¢s pac¨ªfico que la humanidad hab¨ªa conocido hasta entonces.
Era una ¨¦poca en que las sociedades estaban mucho m¨¢s controladas, donde la violencia se manten¨ªa en poder de los estados y muy pocos resilientes. Los ciudadanos en general ya no andaban armados ni deb¨ªan combatir por sus patrias o su supervivencia. Casi nadie mataba a casi nadie, y la enorme mayor¨ªa no sab¨ªa c¨®mo era, qu¨¦ efecto produc¨ªa en su autor el acto de matar.
Pero el cine y la tele-visi¨®n mostraban a tanta gente matando ¡ªtanta gente matada¡ª que lo normalizaron. Lo mismo que tantos fornicando: cosas que, durante milenios, casi nadie casi nunca ve¨ªa, se hab¨ªan vuelto espect¨¢culo com¨²n (ver cap.4). A fuerza de mirar tanta muerte les resultaba casi f¨¢cil suponer que matar era algo ¡ªm¨¢s o menos¡ª normal, que el que lo hac¨ªa segu¨ªa su camino sin grandes cicatrices. Lo hac¨ªan menos que nunca; lo ve¨ªan m¨¢s que nunca. Esa distancia entre relato y realidad era una marca decisiva de los tiempos.