La imagen de una eternidad
Fernando Roble?o cae herido en el primer toro de una dur¨ªsima corrida de Jos¨¦ Escolar. Juan del ?lamo corta una oreja y Borja Jim¨¦nez, tambi¨¦n contusionado, se reivindica como torero heroico
La corrida comenz¨® de la peor manera posible: con la cogida de Fernando Roble?o en el primer muletazo con la mano derecha que intent¨® ejecutar al toro que abri¨® plaza. En cuanto lo vio plantado en la arena, el animal hizo caso omiso del enga?o, lo enganch¨® por el muslo izquierdo con violencia, le hizo perder pie, volvi¨® a levantarlo del suelo y le tir¨® derrotes a la cara que, felizmente, no alcanzaron su objetivo. Pero a Roble?o lo fastidi¨® gravemente, por la herida, y porque en unos segundos se esfum¨® toda posibilidad...
La corrida comenz¨® de la peor manera posible: con la cogida de Fernando Roble?o en el primer muletazo con la mano derecha que intent¨® ejecutar al toro que abri¨® plaza. En cuanto lo vio plantado en la arena, el animal hizo caso omiso del enga?o, lo enganch¨® por el muslo izquierdo con violencia, le hizo perder pie, volvi¨® a levantarlo del suelo y le tir¨® derrotes a la cara que, felizmente, no alcanzaron su objetivo. Pero a Roble?o lo fastidi¨® gravemente, por la herida, y porque en unos segundos se esfum¨® toda posibilidad de ¨¦xito. El torero pas¨® a la enfermer¨ªa y Juan del ?lamo se limit¨® a machetear al deslucido animal.
Ah¨ª comenz¨® otra corrida, y se produjo, en primer lugar, un hecho sobrenatural.
Si es verdad que la eternidad es un misterio, Borja Jim¨¦nez se entretuvo en explicarla con claridad. Eso, s¨ª, le cost¨® lo suyo; por lo menos, un calvario.
Cuando avisaron de la salida del segundo toro, Jim¨¦nez cogi¨® el capote, cruz¨® el ruedo y se plant¨® de rodillas en chiqueros. Se abri¨® la puerta de los miedos, y se detuvo el tiempo. Solo se ve¨ªa un t¨²nel negro sin fin; y el segundero corr¨ªa mientras el torero, con el reflejo de la m¨¢xima concentraci¨®n en la cara, esperaba inquieto pero firme que apareciera el toro. Pero, no. Un minuto, y continuaba la imagen oscura. Se hizo el silencio, con lo dif¨ªcil que ello resulta en esta plaza. ?Qu¨¦ pasa? Pasaba que los empleados se afanaban en la tarea de cambiar el turno de los toros tras la cogida de Roble?o, pero all¨ª segu¨ªa de rodillas, sin noticias, impert¨¦rrito, un hombre al que se le sal¨ªa el coraz¨®n por la boca. Minuto y medio, quiz¨¢ dos, una eternidad, sin duda, hasta que alguien le hace una se?al y Jim¨¦nez se encampana, se muerde la lengua y se dispone a esperar a su oponente. Y sali¨® un toraco, largos y afilados los pitones y mirada violenta. Atisba al torero, deslumbrado, tal vez, y hace un regate sin pretenderlo que descoloca a su lidiador. A toda velocidad corre hacia ¨¦l, solo tres o cuatro pasos, un tramo sin fin parec¨ªa, y lo arrolla, pasa por encima del cuerpo del humano, que esquiva el atropello tir¨¢ndose a la arena, pero recibe una patada en el pecho y acaba ileso de milagro y con el capote a modo de montera.
Esa debe de ser una eternidad, el tiempo detenido, el reloj imparable y el coraz¨®n a mil por hora.
Ese tiempo que estuvo Borja Jim¨¦nez de hinojos frente a chiqueros le sirvi¨® para reivindicarse como torero heroico. Todo lo dem¨¢s -una entrega sin l¨ªmite, un derroche de pundonor, una disposici¨®n ejemplar, un impropio desprecio a su integridad f¨ªsica-, no hizo m¨¢s que confirmar que la profesi¨®n de torero, tan dura, tan sacrificada y que tan poco sabe, por general, de recompensas, es exclusiva de unos pocos.
Ese toro desarroll¨® sentido y peligro. Al cuarto le trag¨® con admirable firmeza, muy asentado, le rob¨® redondos de m¨¦rito y a cambio recibi¨® un puntazo en el muslo derecho que, en principio, fue diagnosticado como una fuerte contusi¨®n, y el tercero embest¨ªa con la cara alta, sin clase ni celo.
Juan del ?lamo cort¨® una oreja de poco peso de su primer toro; ni la faena ni la estocada merecieron premio, pero, al igual que su compa?ero, dej¨® constancia de una extraordinaria verg¨¹enza torera. Parec¨ªa m¨¢s noble ese animal, pero pronto se par¨®, le costaba obedecer y derrotaba al final de cada muletazo. Muy complicado fue el otro, imposible para trazar cualquier intento de toreo.
La corrida de Jos¨¦ Escolar, una prenda. Hizo honor a su fama de dura. Mansa y deslucida en grado sumo, al menos, sirvi¨® para que dos toreros se reivindicaran como tales y exigieran mejor trato de ese otro toro, dificil¨ªsimo, que reside en la oscuridad de los despachos.
Escolar/Roble?o, Del ?lamo, Jim¨¦nez
Toros de José Escolar, muy bien presentados, serios, cornalones y astifinos; muy mansos en los caballos, y broncos, duros, correosos y muy deslucidos en el tercio final.
Fernando Robleño: herido en la faena de muleta del primer toro. Según el parte médico, ha sufrido dos cornadas en el muslo izquierdo, una superficial, de 12 centímetros, y la otra, de 8 centímetros que diseca la femoral.
Juan del Álamo: media estocada baja y dos descabellos (silencio); estocada baja (oreja); pinchazo y estocada (silencio).
Borja Jiménez: pinchazo y bajonazo (silencio); pinchazo, media tendida y baja -aviso- y un descabello (ovación); pinchazo y estocada baja (vuelta al ruedo).
Plaza de Pamplona. 8 de julio. Segunda corrida de San Fermín. Lleno.