Actitud siniestra, vocaci¨®n g¨®tica
Una apabullante visi¨®n panor¨¢mica de aquella subcultura que jugaba con el sexo y la muerte.
Fue posiblemente la m¨¢s llamativa de las mitolog¨ªas juveniles que eclosionaron en los a?os ochenta: los g¨®ticos. Aunque Ana Curra reivindica el t¨¦rmino mucho m¨¢s descriptivo que se usaba en los c¨ªrculos musicales espa?oles: los siniestros. Ana lo recuerda en su pr¨®logo para Temporada de brujas. El libro del rock g¨®tico, un tomo escrito por la novelista inglesa Cathi Unsworth, publicado por Contra y traducido con mimo por H¨¦ctor Castells.
Advierto que el planteamiento del libro es decididamente angloc¨¦ntrico: el movimiento g¨®tico se define aqu¨ª por oposici¨®n a Margaret Thatcher, que viv¨ªa entonces su d¨¦cada dorada. En realidad, los siniestros no se enfrentaron con la Dama de Hierro, ni en las calles ni en los discos, a diferencia de otros sectores musicales. Tengo recuerdos de conversar al respecto con Siouxsie Sioux, de los Banshees, o Robert Smith, de The Cure, y comprobar que su inter¨¦s por la pol¨ªtica se acercaba al cero. Ni la guerra de las Malvinas, ni la huelga de los mineros, ni el combate contra el poll tax parec¨ªan afectarlos (de hecho, a principios de los noventa, Siouxsie se transformar¨ªa en exiliada fiscal, con domicilio en el sur de Francia).
Uno puede entender el solipsismo de aquella generaci¨®n, que convivi¨® con horrores como el destripador de Yorkshire, que mataba mujeres en Leeds y alrededores. Precisamente, Leeds fue una gran incubadora de lo g¨®tico: de all¨ª brotaron grupos como The Sisters of Mercy o Soft Cell. En verdad, una de las fortalezas del movimiento resid¨ªa en su dispersi¨®n geogr¨¢fica, con la consecuente variedad de propuestas. Evitaban el microclima londinense, con aquellas potentes revistas que decretaban lo que estaba o no estaba de moda: fueron los a?os, recuerden, cuando el mundo textil y la industria musical se aliaron para lanzar a los denominados new romantics.
Los g¨®ticos no reconoc¨ªan muchos precedentes, aunque subyac¨ªa un respeto reverencial por las transformaciones est¨¦ticas y la voracidad de David Bowie por las experiencias. Como el Bowie vamp¨ªrico que aparec¨ªa al inicio de El ansia (1983), pareja de Catherine Deneuve, ambos rastreando cuerpos frescos entre los asistentes a un concierto del grupo Bauhaus.
Eran hijos del punk, que se hab¨ªa fragmentado demasiado aprisa. Dejando, eso s¨ª, muchas ense?anzas. Como el DIY, el H¨¢ztelo T¨² Mismo, al que Ana Curra confiesa que se apunt¨® para enfundarse la lencer¨ªa de cuero que luci¨® en la portada de El acto, elep¨¦ de Par¨¢lisis Permanente. Destaca igualmente Temporada de brujas. El libro del rock g¨®tico por su aliento did¨¢ctico: hay muchas p¨¢ginas de bibliograf¨ªa y filmograf¨ªa. Cada cap¨ªtulo se cierra con la invocaci¨®n a un padrino y una madrina del rock g¨®tico; Jacques Brel o Maria Callas se codean as¨ª con Marc Almond o Diamanda Galas. Pero esas irreverencias obedecen a una l¨®gica risue?a. La Unsworth va retratando las ocurrencias de (generalmente) chavales de provincias que van formando bandas, fanzines, sesiones en discotecas, sellos independientes, promotoras de conciertos.
Intuimos que van a tropezar con muchas piedras: drogas, egos, dineros. Efectivamente, tropiezan y caen. Pocos han demostrado la fortaleza de un Nick Cave, que ha mantenido su b¨²squeda creativa a trav¨¦s de tres continentes, superando mil desastres y renovando sus c¨®mplices. Es una peque?a compensaci¨®n, piensa Unsworth, frente a la principal exportaci¨®n australiana: el maligno Rupert Murdoch.
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