Traiciones, dolor y muerte en un K2 virgen
A Wiessner lo acusaron de abandonar a un compa?ero, y Bonatti fue marginado en un vivac a 8.000 metros
Ahora que el K2 (8.611 m) tambi¨¦n ha sucumbido al turismo de alta monta?a, cuesta imaginar las tremendas historias de valent¨ªa, traici¨®n y dolor perpetradas aqu¨ª en 1939 y en 1954, fecha de la primera ascensi¨®n de la segunda monta?a m¨¢s elevada del planeta. Mientras la Alemania nazi part¨ªa a la conquista de Europa, Fritz Wiessner, un qu¨ªmico y alpinista alem¨¢n con doble nacionalidad estadounidense, se obsesionaba con el K2...
Ahora que el K2 (8.611 m) tambi¨¦n ha sucumbido al turismo de alta monta?a, cuesta imaginar las tremendas historias de valent¨ªa, traici¨®n y dolor perpetradas aqu¨ª en 1939 y en 1954, fecha de la primera ascensi¨®n de la segunda monta?a m¨¢s elevada del planeta. Mientras la Alemania nazi part¨ªa a la conquista de Europa, Fritz Wiessner, un qu¨ªmico y alpinista alem¨¢n con doble nacionalidad estadounidense, se obsesionaba con el K2. El 19 de julio de 1939, la noche empez¨® a caer cuando ¨¦l mismo y el nepal¨¦s que lo acompa?aba, Pasang Lama, se hallaban apenas a 240 metros de desnivel de una cima que ya acariciaban. No portaban ox¨ªgeno artificial pero el tiempo era perfecto, no estaban agotados y solo les quedaba unas sencillas pendientes de nieve hasta alcanzar lo m¨¢s alto. Pero Pasang, temeroso de los demonios de la noche, se plant¨®: no intentar¨ªa la cima hasta el d¨ªa siguiente, a la luz del sol. Comprensivo y tolerante, Wiessner accedi¨® a darse la vuelta. Se arrepentir¨ªa durante toda su vida, incapaz de imaginar en ese momento el encadenamiento de desgracias que alterar¨ªan para siempre su existencia.
La expedici¨®n estadunidense de 1939 deb¨ªa ser la definitiva, tras una celebrada en 1938 para reconocer la monta?a y fijar como la mejor opci¨®n de ascenso la ruta del Espol¨®n de los Abruzzos. Wiessner era un gran escalador y alpinista. Descubri¨® por negocios Estados Unidos y finalmente decidi¨® quedarse, transmitiendo a la comunidad local todo lo aprendido en los Alpes. Su fortaleza y capacidad t¨¦cnica era descomunal para la ¨¦poca. Ser¨ªa el l¨ªder de una expedici¨®n al K2 que, sin embargo, carec¨ªa de financiaci¨®n. Cada uno de los alpinistas se pag¨® de su bolsillo la aventura, lo cual coloc¨® antes a tipos pudientes que a verdaderos alpinistas. Wiessner part¨ªa de expedici¨®n con lo que, realmente, era un grupo de clientes entre los que destacaba Dudley Wolfe, tan rico como poco dotado para la escalada, tan voluntarioso como limitado, tan entusiasmado como dependiente. La marcha de aproximaci¨®n al gigante del Karakoram dur¨® un mes (hoy, una semana), pero una vez in situ, la cadena de aprovisionamiento de v¨ªveres, gasolina y material diverso para los numerosos campos de altura funcion¨® razonablemente bien. Hasta que todo se fue al garete por motivos que, todav¨ªa hoy, no han quedado absolutamente claros.
Ir¨®nicamente, un problema log¨ªstico deriv¨® tambi¨¦n (durante la exitosa expedici¨®n italiana al K2 de 1954) en uno de los asuntos m¨¢s desagradables que ha conocido la historia del Himalayismo. Entonces (y ahora), los sherpas se ocupaban de abastecer los campos de altura con lo necesario para habitar la monta?a y permanecer a resguardo en caso de tormenta. Si ahora en el K2 mandan los sherpas (este a?o han fijado ellos las cuerdas para registrar 200 cimas en una misma temporada, m¨¢s de la mitad de las logradas en 68 a?os), en 1939 mandaban los alpinistas occidentales. Pero entonces el l¨ªder m¨¢s cualificado, Fritz Wiessner, alcanz¨® un punto alto en el K2 desde el que la cumbre quedaba a mano: mientras lanz¨® su ataque a cima, por debajo de los 7.500 metros la maquinaria dej¨® de funcionar. Donde los sherpas deb¨ªan haber seguido suministrando recursos, empezaron a desaparecer. Las ¨®rdenes fueron mal dadas, o no fueron entendidas. El caso es que el cord¨®n umbilical que un¨ªa los campos entre s¨ª qued¨® cortado. Arriba, aislados sin saberlo, quedaron Wiessner, Lama y Wolfe. Mientras, los campos de altura que quedaban por debajo eran desmantelados de forma sistem¨¢tica.
En 1954, el ¨²ltimo campo de altura tambi¨¦n desapareci¨®: cuando el joven Walter Bonatti y el porteador de altura Mahdi llegaron al punto acordado para transportar v¨ªveres y botellas de ox¨ªgeno vitales para el ataque a cima, all¨ª no estaban ni Lino Lacedelli ni Achille Compagnoni, ni su tienda. Estos dos ¨²ltimos la hab¨ªan colocado m¨¢s arriba, fuera de la vista y la noche imped¨ªa encontrarla. Bonatti se desga?it¨® para localizarlos, y cuando lo hizo, los gritos que escuch¨® lo dejaron petrificado: le conminaban a dejar las cargas ah¨ª mismo y marcharse. No cab¨ªa nadie m¨¢s en la tienda. Incapaces de descender sin luz, Bonatti y Mahdi sufrieron una terrible noche al raso, a 8.000 metros de altitud. Mahdi, severamente congelado (perder¨ªa todos los dedos de pies y manos), sobrevivi¨® gracias a la ayuda de Bonatti, quien nunca se repuso de esa traici¨®n inhumana pese a convertirse en el alpinista m¨¢s ic¨®nico que ha existido.
El contrato de confidencialidad que hab¨ªa firmado al enrolarse en la expedici¨®n le imped¨ªa denunciar la actitud criminal de Lacedelli y Compagnoni, pero a?os despu¨¦s cont¨® su verdad y demostr¨® de pasada que en la conquista del K2 ambos usaron ox¨ªgeno pese a jurar que no lo hab¨ªan hecho. Con todo, este y otros asuntos igualmente injustos, aniquilaron la confianza de Bonatti en los hombres.
Para Fritz Wiessner no hubo un segundo ataque a cima: Pasang Lama perdi¨® sus crampones y sin ellos quedaba indefenso en la monta?a. Hubo pues que esperar 11 a?os para que el ser humano escalase al fin un pico de m¨¢s de 8.000 metros: fue el Annapurna, honor que se llev¨® Francia. Ambos iniciaron su retirada y, para su sorpresa, en el campo ubicado a 7.700 metros dieron con Dudley Wolfe, quien llevaba una semana solo y esperando suministros desde abajo. Sin nada con lo que encender el hornillo, llevaba d¨ªas sin beber ni comer y su estado era deplorable. Para alcanzar el siguiente campo, a 7.500 metros, rozaron la tragedia: Wolfe no daba m¨¢s de s¨ª. Con la esperanza de encontrar suministros y trabajadores sherpa monta?a abajo, Wiessner y Pasang acomodaron a Wolfe y salieron, muy d¨¦biles, buscando ayuda. No ver¨ªan a nadie hasta alcanzar, m¨¢s muertos que vivos, el campo base. Aqu¨ª empieza el cruce de acusaciones. Wiessner acus¨® a Tony Cromwell, otro miembro de la expedici¨®n, de conspirar para acabar con su vida y este le acus¨® de abandonar a Wolfe, para el que se organizaron tres intentos de rescate. El ¨²ltimo logr¨® colocar por encima de los 7.000 metros a tres sherpas que nadie volvi¨® a ver. Wolfe tambi¨¦n desapareci¨®.
Wiessner fue tratado poco menos que como un apestado en Estados Unidos, un alem¨¢n sospechoso. Su figura solo fue rehabilitada muchos a?os despu¨¦s, en 1956, tras narrar en un libro el asunto misterioso del desmantelamiento de los campos. Jack Durrance, otro miembro de la expedici¨®n, explic¨® a la muerte de Wiessner (1988) que fue Cromwell quien mand¨® recoger los campos de altura¡ pero los sherpas no entendieron que los que estaban por encima de los 7.000 metros deb¨ªan permanecer funcionales. Y Fritz Wiessner jam¨¢s se quit¨® de la cabeza el momento en el que sin saberlo gir¨® la espalda a la historia y decidi¨® no alcanzar la cima, seguro como estaba entonces que el amanecer le traer¨ªa la gloria que los demonios nocturnos se llevaron para siempre.
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