Jugar, vivir, sentir narrando
Con voz de falsete y recursos de los comentaristas de televisi¨®n y radio, en el pasillo de nuestra casa se recrearon cientos de encuentros, a cada cual m¨¢s ¨¦pico
Cuando mis hijos eran m¨¢s peque?os, me encantaba observarlos mientras jugaban. La alfombra de la habitaci¨®n que compart¨ªan es quiz¨¢ el lugar donde m¨¢s horas felices he pasado en los ¨²ltimos a?os. Me tumbaba ah¨ª, con un libro y un coj¨ªn, y a ratos le¨ªa, a ratos participaba en los juegos, a ratos me quedaba en silencio mir¨¢ndolos con los ojos con los que se observa un milagro. Tambi¨¦n les escuchaba, porque los ni?os a determinadas edades juegan relatando en alto su propio juego. Cerraba los ojos y les o¨ªa poner voz a sus Legos, a los cochecitos, a los Playmobil de vaqueros que yo les compr¨¦ hinc...
Cuando mis hijos eran m¨¢s peque?os, me encantaba observarlos mientras jugaban. La alfombra de la habitaci¨®n que compart¨ªan es quiz¨¢ el lugar donde m¨¢s horas felices he pasado en los ¨²ltimos a?os. Me tumbaba ah¨ª, con un libro y un coj¨ªn, y a ratos le¨ªa, a ratos participaba en los juegos, a ratos me quedaba en silencio mir¨¢ndolos con los ojos con los que se observa un milagro. Tambi¨¦n les escuchaba, porque los ni?os a determinadas edades juegan relatando en alto su propio juego. Cerraba los ojos y les o¨ªa poner voz a sus Legos, a los cochecitos, a los Playmobil de vaqueros que yo les compr¨¦ hinchado de nostalgia. Con aquellos personajes de pl¨¢stico y metal hilaban historias en las que pod¨ªa reconocer giros, palabras y expresiones que proven¨ªan de su madre o de m¨ª.
Tambi¨¦n jugaban mucho al f¨²tbol en el pasillo, con una pelota de tela que su amama les hab¨ªa confeccionado para ello. En esos partidos pod¨ªa haber cuatro, tres, dos o incluso un solo jugador, dependiendo de la disponibilidad de los miembros de la familia, dada la carga de trabajo y deberes. Cuando esto ¨²ltimo suced¨ªa, cuando uno de los ni?os pateaba en soledad el bal¨®n en el pasillo con la puerta del ba?o a modo de porter¨ªa, resultaba curioso comprobar que tambi¨¦n lo hac¨ªa narrando. Con la palabra, so?aba en alto partidos imposibles. Con voz de falsete y recursos de los comentaristas de televisi¨®n y radio, en el pasillo de nuestra casa se recrearon cientos de encuentros, a cada cual m¨¢s ¨¦pico.
Tomando un caf¨¦ le cont¨¦ esto a un amigo brasile?o y ¨¦l me habl¨® de Uri Geller, un extremo izquierdo del Flamengo de finales de los setenta, apodado as¨ª por su m¨¢gica capacidad para doblar defensas como si fueran cucharas. Al parecer, narraba sus propias jugadas al tiempo que las dibujaba con el bal¨®n sobre el c¨¦sped de Maracan¨¢. Record¨¦ a no pocos amigos que en las pachangas de anta?o hac¨ªan lo mismo, imitando, es curioso, a un narrador siempre sudamericano, bien argentino bien brasile?o. Yo mismo, cuando jugaba con un cigarro en los labios, fui de esos que al recibir un bal¨®n recitaba en portugu¨¦s inventado ¡°recibe Galderinho Da Souza Faria, o rei du la cancha¡¡±.
Mis peque?os ya no son tan peque?os. Los hijos aceleran el tiempo. Todos cambiamos, es una obviedad. Pero ellos los hacen a velocidad de v¨¦rtigo. No s¨¦ c¨®mo ser¨ªa antes, pero en estos tiempos de nuevas tecnolog¨ªas tenemos tantas fotos, tambi¨¦n de la rutina del d¨ªa a d¨ªa, que funcionan como fotogramas de la pel¨ªcula de la vida reciente. Adem¨¢s, Google se empe?a en record¨¢rnoslas. Todos los d¨ªas mi m¨®vil me ofrece evocar, a trav¨¦s de las fotos que un d¨ªa hice. Cu¨¢ntas veces me encuentro a m¨ª mismo contemplando c¨®mo eran mis hijos hace tres, cinco, siete a?os, al tiempo que murmuro los versos de Virgilio: ¡°Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo¡å. Y, cuando les ense?o esas fotos a ellos, nos contamos an¨¦cdotas e historias de cuando fueron hechas. Recordamos juntos.
Estos d¨ªas he le¨ªdo Otra vida por vivir, en cuyas p¨¢ginas Theodor Kallifatides habla de una crisis creativa y se pregunta por qu¨¦ escribir. Ley¨¦ndole, me dec¨ªa que escribir es vivir la vida dos veces. Nos narramos porque estamos vivos y porque vamos a morir. Escribimos porque somos historias, porque estamos hechos de ellas. Con el f¨²tbol sucede lo mismo. La palabra hace que el gol sea dos veces y, bien escrita o cantada, que tenga la posibilidad de venir tambi¨¦n eterno, de vencer al olvido que seremos, como rezan los c¨¦lebres versos de Borges.
En estos tiempos de preeminencia de la imagen, en los que las c¨¢maras han traspasado todas las fronteras y todas las l¨ªneas rojas, conviene reivindicar este poder de la palabra. Las im¨¢genes certifican lo que ha sido (y quiz¨¢ ya ni eso), pero son las palabras la que las dotan de sentido, transform¨¢ndolas en historia y memoria, en relato, en algo vivo. Mis hijos jugaban narrando, igual que Uri Geller relataba su propio arte sobre el c¨¦sped, porque de alguna manera sab¨ªan que solo lo que se cuenta ocurre de verdad.