Tres brillantes periodistas enga?ados por el teatro
Las palabras ?cabaret pol¨ªtico? est¨¢n inscritas, definitivamente, en la historia del teatro. Nombran una experiencia rica y estimulante, a la que se debe una revitalizaci¨®n no formalista del continente teatral y una cota muy alta de libertad expresiva. No es un azar que su per¨ªodo de brillantez m¨¢xima, para cualquier observador, est¨¦ vinculado a las experiencias de Piscator y, sobre todo, de Bertolt Brecht, en el Berl¨ªn de las entreguerras. El elemento sat¨ªrico, por supuesto, tiene blasones mucho m¨¢s antiguos y las farsas grotescas entraron en el teatro griego desde sus comienzos, acompa?ando a las grandes trilog¨ªas como un elemento m¨¢s del sistema de competiciones.Hablo de algo que siempre nos qued¨® muy lejano. Las circunstancias espa?olas no permitieron la creaci¨®n de estos espacios teatrales, directamente abiertos al contacto absoluto con la audiencia. Nuestra susceptibilidad nacional tampoco parec¨ªa muy proclive a la critica directa, con nombres y apellidos, de una clase, como la pol¨ªtica, baqueteada y bien baqueteada en el simple ejercicio de su actividad. Y cuando lleg¨® la apertura pareci¨® como si la prioridad que objetivamente se alzaba con el primer lugar fuese ¨²nicamente la er¨®tica, sin sitio para cualquier otra tem¨¢tica. La violencia de esta irrupci¨®n mutil¨® y descart¨® las inquietudes experimentales. No es s¨®lo que los caf¨¦s-teatro se dedicaron al sexualismo; es que se dedicaron a hacerlo en t¨¦rminos de mera rutina, con elementos de categor¨ªa Profesional menos que discreta y con realizaciones muy baratas.
Cabaret pol¨ªtico
Autores: Carlos Luis ?Ivarez, Manuel Vicent y Francisco Umbral. Int¨¦rpretes: Paloma Hurtado, Alfonso del Real y Mar¨ªa Jos¨¦ Prendes. Director: Antonio Guirau. Local de estreno: Teatro Mart¨ªn.
En estas condiciones, pocas propuestas fueron esperadas con tanta ilusi¨®n como la anunciada por el teatro Mart¨ªn. Tres escritores importantes, brillantes y conocidos, abordaban el ?cabaret pol¨ªtico?. Los nombres de Carlos Luis ?lvarez, Manuel Vicent y Francisco Umbral promet¨ªan, al menos, un trasplante al espacio esc¨¦nico de sus propias posiciones, ajustad¨ªsimas con nuestro tiempo a trav¨¦s del ejercicio de un periodismo cr¨ªtico literario de aut¨¦ntica avanzadilla. Mi desilusi¨®n no tiene l¨ªmites. No puedo perdonar f¨¢cilmente a ninguno de mis tres compa?eros y amigos la frivolidad, la ligereza o el desd¨¦n con que se han acercado a la expresi¨®n dram¨¢tica. Sus fin¨ªsimas antenas no han detectado ninguna de las variantes que el medio presenta frente a su trabajo habitual. Don Tancredo, de Carlos Luis ?lvarez, es un ininteligible galimat¨ªas de palabras inactivadas por falta de cualquier proyecto de dramaturgia. La Bella Otero, de Manuel Vicent, es un trist¨ªsimo ejemplo de falta de ponderaci¨®n entre ?lo que hay que contar? y ?la forma de contarlo?. Los felices cuarenta, de Francisco Umbral, es el proyecto m¨¢s logrado porque, de alguna manera, los personajes comparecen y median entre el autor y nosotros. Resuenan los ecos de las Canciones para despu¨¦s de una guerra y funciona la nostalgia. Todo es triste y hasta mortificante para los amigos del teatro.
Caer en la trampa
Yo creo que estos tres escritores han caldo en una trampa. Se les ha propuesto la comparecencia en un medio con el que no est¨¢n familiarizados y, tomo es de tradici¨®n, han aceptado y afrontado la tentaci¨®n. No han calculado los riesgos. No han considerado seriamente la necesidad de replantearse los t¨¦rminos de su habitual expresividad. Y, adem¨¢s, han admitido la m¨¢s zafia, la m¨¢s roma, la m¨¢s torpe de las direcciones. El se?or Guirau, Antonio Guirau, no paga con la vida lo que ha hecho con tres escritores que necesitaban, justamente, imaginaci¨®n, alegr¨ªa, ayuda t¨¦cnica. Sus textos, dramat¨²rgicamente d¨¦biles, exig¨ªan reconsideraci¨®n teatral, El se?or Guirau los ha tratado con la torpeza de un elefante. Mal concebido, mal repartido y mal ensayado, el espect¨¢culo es un mamotreto confuso en que los actores van y vienen a placer, degradando los textos y acumulando torpezas a ordinarieces y movimientos de una ingenuidad colegial con desplantes de mal gusto. No salvo a nada ni a nadie. No puedo.Me duele mucho tener que escribir esto cuando se produce la primera aproximaci¨®n al caf¨¦-teatro de tres verdaderos escritores. Si fuese mal pensado deber¨ªa suponer que se ha tratado de retrasar el abordaje del medio, tan infamado, para evitar su recuperaci¨®n. Pens¨¢ndolo mejor, creo que ni eso. Un oportunismo ruin se ha lanzado antropof¨¢gicamente sobre tres escritores de reputaci¨®n s¨®lida. No los ha devorado. Pero lo ha intentado. Y, de paso, nos ha venido a decir que s¨®lo nos merecemos el sucio y torpe caf¨¦-teatro que tenemos, que nos ahoga, que nos inunda. Estos tres escritores, gentes que conllevan la vanidad en su biolog¨ªa, ?por qu¨¦ no se ponen ya, esta noche, a concebir un nuevo trabajo? Porque si ahora abandonan le van a dar la raz¨®n, para bastante tiempo, a los sarracenos, aquellos que eran tantos y nos molieron a todos a palos.
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