Montserrat Roig
Era, en los primeros a?os setenta, la catalana progre y rubia, con larga faldumenta heredada de todas las abuelas de G¨¹nter Grass, y esa dulzura de borjas blancas que tiene el catal¨¢n en su voz, y que no he vuelto a encontrar en ninguna otra voz femenina. Era lo que se dice una progre (y ya est¨¢ dicho) y a m¨ª me llev¨® de la mano, en Barcelona, a conocer el barrio de Santa Mar¨ªa, la plaza aquella de las palomas las palmeras y los chanquetes, el barrio G¨®tico y la flor m¨¢s ¨ªntima o lo m¨¢s ¨ªntimo de la flor -ya sal pura y sola-, de la rosa ciudadana y mediterr¨¢nea.Ahora ha publicado una nueva novela: El temps de les cireres. ?Pas¨® el tiempo de las cerezas, Montse? No les voy a contar a ustedes la oscura historia de la prima (ap¨®crifa) Montse, sino solamente voy a recordarles que ella hizo buen periodismo, buenas entrevistas -a m¨ª me tiene hecha alguna, donde llega a precisar lo honestamente imprecisable-, y que ahora hace en la televisi¨®n de Barcelona un programa llamado Personatges que es un A fondo con menos protocolo y m¨¢s veneno. Pero Montserrat Roig, sobre todo, es novelista. Su ¨²ltima novela me la dedica as¨ª, con letra todav¨ªa colegial: ?Para Paco, deliciosamente mis¨®gino. Con muchos besos.?
?Besos, cerezas? Montserrat ha ganado los premios V¨ªctor Catal¨¢ y Sant Jordi. Ha escrito otras novelas, y libros de reportaje. El temps de les cireres cuenta con agua de prosa y luz catalana el tempo franquista/postfranquista de una mujer, de unas mujeres, de una patria, Catalunya, que viene del seny burgu¨¦s con fuentes modern-style y va hacia el futuro incierto de su catalanidad, saliendo desorientadamente de la invasi¨®n franquista, del barbarismo en su doble acepci¨®n de brutalidad y extranjerismo. Pero, sobre todo, esta novela cuenta y no cuenta a Montserrat Roig, que es La Bien Plantada de D'Ors pasada por el PSUC, que es la Teresa adolescente del Glosari apuntada y desapuntada a los socialismos unificados de Catalu?a.
Cuando la progres¨ªa madrile?a del tardofranquismo se encandilaba con la neocultureta catalana, y una noche en Oliver con Terenci Moix pod¨ªa jer una org¨ªa perpetua para los in y las in de entonces, yo le¨ªa a Montserrat Roig y paseaba con ella por el barrio G¨®tico de Barcelona. Montserrat nunca estuvo en la cresta cristalina y gaudiana de la ola contestataria. Lleg¨®, ha llegado a nosotros despacio, sin perder la armon¨ªa en marcha de su larga falda, la claridad ir¨®nica de sus abiertos ojos.
Libros como los de Montserrat, libros como los de Gimferrer nos avisan siquiera sea por v¨ªa literaria (la m¨¢s iluminadora de las v¨ªas)de que un pa¨ªs azul y entero crece, vive, recrece al costado del nuestro, como Montserrat Roig, Eva catalana y catalanista pudo haber nacido de mi costado si mi presunta misoginia -?de d¨®nde sacas eso, loca?- no lo hubiera impedido. Ay.
Cuando otros pa¨ªses nos avisan con la sintaxis de la sangre, Catalunya nos avisa con novelas, con prosas, con poemas, de que hay un tiempo de cerezas y borjas blancas a la orilla del Mediterr¨¢neo, y que no cabe sino respetar esa cosecha y mirar el mar a trav¨¦s de ella, como miraba Proust, a trav¨¦s de un rosal, el infinito tiempo que tarda un barco en lontananza en pasar de una rosa a otra.
Cito a Proust y su lentificaci¨®n de la novela porque Montserrat Roig, como mucha de la cultura catalana, est¨¢ tocada del mejor touch franc¨¦s y ella narra despacio, como vive despacio (hasta que te metiste de lleno en la pol¨ªtica, Montserrat, botas de miliciana), como mira despacio, con amor y desprecio, este resto de mapa que apenas da cerezas. Est¨¢bamos en el tardofranquismo, eran los primeros setenta, lo catal¨¢n y lo latinoamericano montaban drugstore literario en Madrid, y yo, m¨¢s en la pen¨²ltima hora, me dejaba llevar, traer de la mano leve, mano con temperatura de p¨¢jaro de las Ramblas, por Montserrat Roig, en cuyos ojos y libros le¨ªa ya la amplitud venidera de una Catalunya que est¨¢ ah¨ª, aqu¨ª, tra¨ªda sin violencia por todas y todos. Tra¨ªda por Montserrat con su falda de pionera.
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