Picasso y la rep¨²blica
En la d¨¦cada de los sesenta, dos estudiantes disconformes con el r¨¦gimen de Franco, residentes, por raz¨®n de estudios, en Londres, compraron una reproducci¨®n del Guernica y la colocaron en su habitaci¨®n. Hoy son el alcalde de Barcelona y el l¨ªder parlamentario catalanista en el Congreso. Como ellos, otros muchos lo hicieron y el hecho ronstituye un buen ejemplo de lo que para los espa?oles durante largos a?os ha significado este cuadro, quiz¨¢ la pintura m¨¢s importante del siglo XX.Ahora, el Guernica est¨¢ ya en Espa?a y puede tener sentido desvelar el proceso que llev¨® desde su creaci¨®n hasta su vuelta a Espa?a. Al narrar esta historia, el autor de estas l¨ªneas no pretende ning¨²n protagonismo, sino su condici¨®n de testigo relevante de la fase final del mismo y de obligado conocedor y usuario como historiador de una documentaci¨®n hasta ahora por completo desconocida que constituir¨¢ el eje de mi relato. Descubrir y conocer la larga aventura del Guernica es tambi¨¦n revelar una porci¨®n quiz¨¢ anecd¨®tica, pero indudablemente muy significativa, de la historia contempor¨¢nea espa?ola.
El proceso de gestaci¨®n d¨¦l Guernica tiene unos proleg¨®menos remotos y, en realidad, nada hac¨ªa presagiar que pudieran concluir en un cuadro de tan trascendental irnportancia en la h¨ªstoria de la pintura. En los a?os treinta, Picasso era en buena medida un d¨¦sconocido en Espa?a y, en todo caso, distaba mucho de ser aceptado incluso por- todos los sectores de la profesi¨®n a la que pertenec¨ªa. Lejanos estaban ya los a?os en los que pudo formarse en la vanguardia barcelonesa de comienzos de siglo. La cr¨ªtica madrile?a m¨¢s al uso, como, por ejemplo, Juan de la Encina, le consideraba ?en ning¨²n caso un precursor de tiempos nuevos? o ?un abridor de nuevos caminos?, sino tan s¨®lo un h¨¢bil y ect¨¦ctico reproductor de modas: ?Picasso lo sabe todo y todo lo imita y lo reproduce?, dec¨ªa. Otro cr¨ªtico, Manuel Abril, escribiendo en Blanco y Negro en marzo de 1934, calificaba de ?fracaso completo" una reciente exposici¨®n picassiana en Par¨ªs. Peor todav¨ªa fue el juicio de la Gaceta de Bellas Artes, sedicente ¨®rgano de la Asociaci¨®n de Pintores y Escultores, con ocasi¨®n de la exposici¨®n celebrada en Madrid a comienzos de 1936: Picasso ser¨ªa un pintor dado a las ? extravagancias ?, que, ?en serio o en broma, se ha dado a la extra?a manla de inventar, y un ?¨ªdolo? de los ?marchantes jud¨ªos? y de los ? peras de la cr¨ªtica y el ensayismo?.
Claro est¨¢ que afortunadamente no todos los juicios eran como ¨¦stos. La exposici¨®n organizada por ADLAN (Amigos de las Artes Nuevas) en Barcelona y Madrid dio la oportunidad, pese a su car¨¢cter fragmentario, para conocer a un Picasso nuevo, no el de comienzos de siglo. En su cat¨¢logo, Guillermo de la Torre le defin¨ªa como ?un esp¨ªritu inventivo en hervor continuo?, y, entre otros cr¨ªticos, Enr¨ªque Lafuente Ferrari se refiri¨® a ella con todo inter¨¦s, mientras Eduardo Westerdahl dedic¨® al pintor un n¨²mero de la Gaceta de Arte canaria. Algo se hab¨ªa avanzado en el conocimiento del pinto? por parte de los espa?oles, pero cuando ¨¦l viaj¨® por Espa?a en 1933 y 1934 no estuvo demasiado expresivo con la Prensa: Picasso no parla, dec¨ªa el art¨ªculo que se le dedic¨® en el diario barcelon¨¦s La Publicitat.
Pero ?qu¨¦ pasaba mientras tanto en las esferas oficiales? La Rep¨²blica hizo mucho por la protecci¨®n legal del patrimonio art¨ªstico. Su pol¨ªtica de artes pl¨¢sticas fue, sin embargo, convencional y no rompl¨® los moldes heredados. Basta, para comprobarlo, leer los cat¨¢logos de las exposiciones nacionales. Sin embargo, el director general de Bellas Artes hizo por lo menos un intento, y consisti¨® precisamente en intentar ana exposici¨®n de Picasso. del que reconoc¨ªa ?que goza de universal nombrad¨ªa y es desconocido en su patria?. Lo curioso del caso es no s¨®lo que Ricardo de Orueta -este era su nombre- asemejaba a Picasso con Anglada y Zuloaga, sino que hubiera de hacer gestiones ante las representaciones diplom¨¢ticas espa?olas para descubrir si Picasso segu¨ªa siendo espa?ol o habr¨ªa perdido su nacionalidad. Hubo una respuesta de un embajador, el de Par¨ªs, que no tiene desperdicio. El embajador escribi¨® en septiembre de 1933, juzgando ?incalificable la conducta de este se?or?. ?Desde que llegu¨¦?, dec¨ªa, ?aprovech¨¦ todas las ocasiones para invitarle, ya a ?las fiestas generales, ya incluso a almuerzos y cenas de pocas personas?. ?No he conseguido nunca?, a?ad¨ªa, ?ni siquiera que contestase, y const¨¢ndome que estaba en Par¨ªs y en su casa, no he conseguido nunca ni siquiera que viniese al tel¨¦fono cuando le hice llamar?. Y conclu¨ªa: ?Considero francamente grosera la conducta de Picasso para conmigo personalmente y para con el embajador de su pa¨ªs, y le digo a usted con toda franqueza que me parecer¨¢ deplorable que hagan ustedes nada oficial por ¨¦l, mientras no justifique su conducta a este respecto para con el embajador de Espa?a?. Quien as¨ª escrib¨ªa no era un hombre carente de sensibilidad: se llamaba Salvador de Madariaga. El director general, que tambi¨¦n la ten¨ªa, respondi¨® a vuelta de correo: ?Claro est¨¢ que despu¨¦s de su carta queda totalmente desechado el proyecto, pues yo no puedo realizar nada que signifique un homenaje oficial a quien no f!uard¨® las m¨¢s elementales normas de cortes¨ªa con el representante oficial de su patria?. As¨ª concluy¨® este proyecto. No conocemos la reacci¨®n de Picasso frente a ¨¦l sino por el testimonio de Ernesto Gim¨¦nez Caballero, quien le vio en 1934 en San Sebasti¨¢n y ha escrito que el pintor ironiz¨® acerca de la incapacidad del Estado espa?ol para pagar los seguros de la exposici¨®n prometiendo s¨®lo la custodia de la Guardia Civil sobre sus cuadros.
Exist¨ªa, pues, un alejamiento evidente entre Picasso y la Administraci¨®n espa?ola. Dram¨¢ticos acontecimientos de nuestra historia hicieron que bruscamente desapareciera. Cuando estall¨® la guerra civil, el pintor estaba pasando por una crisis sentimental (la aparici¨®n de Marie Therese Walter y Dora Maar en su vida), que tuvo su traducci¨®n pict¨®rica y otra, ideol¨®gica, que le llev¨® al compromiso pol¨ªtico y social. La Administraci¨®n, en su porci¨®n que sigui¨® al Frente Popular en la guerra civil, necesitaba del apoyo de los intelectuales para su propaganda. De esta coincidencia naceria el Guerni ca.
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