IV centenario de Juan de J¨¢uregui, el gran am¨ªgo-enemigo de G¨®ngora
Igual que el pez grande se come al chico, as¨ª los grandes centenarios devoran a los peque?os. Este a?o conmemoramos centenarios de Stendhal y de Kafka (por ejemplo) y ello pudiera hacemos olvidar a Juan de J¨¢uregui, preterido y gran personaje de nuestro Siglo de Oro.A J¨¢uregui -pintor, poeta y tratadista- se le ha considerado siempre como escritor un tanto desquiciado. Arremeti¨® contra G¨®ngora, pero escribi¨® un poema cultista. Embisti¨® contra Quevedo, pero ten¨ªa afanes cl¨¢sicos. En realidad, se le ha aplicado frecuentemente esa ret¨ªcula de zonas o etapas que tanta incomprensi¨®n trajo para muchos autores del per¨ªodo. J¨¢uregui quiso siempre ser un poeta culto, y en esa batalla (hacia un lado o hacia otro) estuvo siempre.
Hab¨ªa nacido en Sevilla -con ongenes vascos- en 1583. Y vivi¨® a?os de su juventud en Italia. All¨ª public¨® en 1607 su primera obra conocida, que es una pulcr¨ªsirna traducci¨®n en verso (corregida m¨¢s tarde) del Aminta, de Torquato Tasso, un poema esc¨¦nico-buc¨®lico. La traducci¨®n mereci¨® el severo elogio de Cervantes (por boca de don Quijote) y ha quedado siempre como una de las m¨¢s felices y ajustadas de la ¨¦poca.
Retom¨® J¨¢uregui a Sevilla hacia 1610 y all¨ª edit¨® en 1618 sus Rimas, conjunto vario de poemas l¨ªricos, con el Aminta incorporado y corregido. Son poemas de voluntad cl¨¢sica y culta. En general mesurados (salvo alg¨²n exceso conceptista), pero afectos a la palabra y a la sintaxis rica. Poes¨ªa muy elegante.
La 'pestilente poes¨ªa'
En esas fechas se han dado a conocer Las soledades, de G¨®ngora, y en la pol¨¦mica que generaron destaca un tratado-libelo de Juan de J¨¢uregui: Ant¨ªdoto contra la pestilente poes¨ªa de las soledades. Y por este texto antigongorino se dice que Juan de J¨¢uregui era anticulterano. Sin duda lo fue, pero no anticulto. Y es que lo que exaspera a J¨¢uregui en el poema de G¨®ngora no es la est¨¦tica, sino el exceso. J¨¢uregui se queja de que G¨®ngora est¨¦ en su terreno, pero (a su entender) lo enfangue. Le acusa de ser -en el "sino poema- a la par oscuro, intrincado y chocarrero. A un verso de G¨®ngora -"Pasos otro dio al aire, al suelo coces"-, comenta J¨¢uregui: "Este verso es de caballeriza".
Y para demostrar, quiz¨¢, lo que deb¨ªa entenderse por verdadera poes¨ªa culta -sin retorcimientos oscuros-, Juan de J¨¢uregui public¨® en 1624 su Discurso po¨¦tico, que es un tratado, una po¨¦tica cultista; y un poema mitol¨®gico, Orfeo, que aunque no siempre bien entendido (naturalmente G¨®ngora ironiz¨® sobre ¨¦l porque le pareci¨® culterano) es un ejemplo bell¨ªsimo y perfecto de poes¨ªa culta y clasicista. Es el que comienza: "Gozaba juvenil el Trace Orfeo / de libre edad la primavera ociosa".
Ya por entonces Juan de J¨¢uregui se hab¨ªa trasladado a Madrid. Segu¨ªa su tarea de pintor (de la que apenas quedan muestras) y era gran amigo de Lope de Vega y del predicador fray Hortensio F¨¦lix Paravicino. Fue J¨¢uregui caballerizo de la reina Isabel de Borb¨®n. Y sigui¨® sus pol¨¦micas. En 1635 atac¨® a Quevedo en una poco conocida s¨¢tira dram¨¢tica titulada El retra¨ªdo, contra la quevedesca La cuna y la sepultura. Juan de J¨¢uregui, seg¨²n vemos, no toleraba desafueros. En 1639 alcanz¨® el t¨ªtulo de caballero de Calatrava. Y muri¨® en Madrid en 1641.
La ¨²ltima obra en la que laboraba fue otra traducci¨®n, una versi¨®n en octavas de La Jarsalia, de Lucano, que se edit¨® p¨®stuma y tambi¨¦n con elogio. No hace a¨²n tres a?os, en un t¨¦ con amigos, o¨ª a Jorge Luis Borges encomiar esa traducci¨®n, y hasta repetir alg¨²n verso de memoria: "Muere el mar, y es cristal su monumento".
Si en el mal haber de Juan de J¨¢uregui est¨¢ el no haber entendido el gran desorden, el sacro desorden de G¨®ngora o de Quevedo -desarreglo, por otro lado, tan medido-, en su haber positivo hay cosas muy importantes. Ser un buen poeta y un tratadista notable, un excelente traductor y convencido peregrino de una senda tenida como poco espa?ola: el exacto cultismo, una irrefrenable voluntad cl¨¢sica. Un af¨¢n de armon¨ªa, de mesura, de elegante equilibrio. Sin churriguerescos ni lodazales. Buen tema de meditaci¨®n, se me antoja, en este su silenciado cuarto centenario.
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