La Am¨¦rica por descubrir
Cuando las c¨¢maras de Televisi¨®n Espa?ola enfocaron la contundente humanidad del se?or George Burke, secretario de la Exposici¨®n de Chicago, que, paralelamente a la de Sevilla, conmemorar¨¢, en 1992, el quinto centenario del descubrimiento de Am¨¦rica, fue evidente que ese dignatario no representaba a la Am¨¦rica subdesarrollada y subalimentada, sino a la del Welfare State. Hay, sin embargo, un detalle a considerar, y es que el descubrimiento a conmemorar dentro de ocho a?os es el llevado a cabo por Crist¨®bal Col¨®n, y hasta ahora nos hab¨ªan ense?ado que ¨¦ste nunca toc¨® las costas de Norteam¨¦rica, sino las Antillas, que hoy llevan los respectivos nombres de Bahamas, Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico, Jamaica, Trinidad y Cubagua, as¨ª como la costa continental en la desembocadura del Orinoco, y la franja de Am¨¦rica Central comprendida entre lo que hoy es Honduras y Panam¨¢.Quienes s¨ª descubrieron Am¨¦rica del Norte fueron Giovanni y Sebasti¨¢n Caboto, pero eso no fue en 1492, sino en 1497, cuando desembarcaron en una isla entonces bautizada como Terra de Prima Vista (hoy, isla del Cabo Bret¨®n), y fue tambi¨¦n ese Sebasti¨¢n quien en 1517 lleg¨® a la actual bah¨ªa de Hudson. O sea que Norteam¨¦rica, y por ende Chicago, tendr¨¢ perfecto derecho a conmemorar los cinco siglos de su descubrimiento, pero en 1997, y no cinco a?os antes. La historia ha sido sabia en separar cronol¨®gicamente los respectivos descubrimientos de las dos Am¨¦ricas, (la de ellos y la nuestra), como, s¨ªmbolo y anticipo de las otras profundas diferencias que vendr¨ªan despu¨¦s. Sin embargo, la Am¨¦rica nuestra ser¨¢ la gran ausente de la celebraci¨®n que se prepara para 1992.
Quiz¨¢ convendr¨ªa recordar que, aunque Col¨®n fuera probablemente genov¨¦s, su expedici¨®n fue una empresa espa?ola, y espa?ola fue (con sus defectos y con sus virtudes) la colonizaci¨®n que sigui¨® al descubrimiento. Sin embargo, de los tan publicitados 300 millones que hoy hablan espa?ol, 260 millones quedar¨¢n fuera de la geograf¨ªa conmemorante. Su lugar ser¨¢ ocupado por los 220 millones de anglohablantes norteamericanos.
La enconada porf¨ªa sem¨¢ntico-antropol¨®gica y hermen¨¦utico-colonial sobre si debe decirse Am¨¦rica Hisp¨¢nica o Am¨¦rica Ib¨¦rica o Am¨¦rica Latina ha sido en este caso c¨®modamente zanjada, ya que en la conmemoraci¨®n del quinto centenario no estar¨¢n presentes ni la Hisp¨¢nica ni la Ib¨¦rica ni la Latina; nadie se ha acordado de la Am¨¦rica pobre. En verdad fue todo un ag¨¹ero que el mism¨ªsimo Col¨®n, al descubrir su primer encuentro con los arruacos (ind¨ªgenas de Guanahani, la isla por ¨¦l descubierta el 12 de octubre de 1492), anotara en su diario: "Mas me pareci¨® que era gente muy pobre de todo". Casi cinco siglos despu¨¦s, la mayor parte de los habitantes del continente entonces descubierto sigue en esa indigencia. Quiz¨¢ sea una raz¨®n adicional para que "esa gente muy pobre de todo" quede al margen del nutrido aniversario.
Como siempre, los pa¨ªses desarrollados son tambi¨¦n subdesarrollantes y cumplen su cometido a conciencia y sin la menor inhibici¨®n. Por eso era bastante previsible que una ciudad como Chicago (metr¨®pli del Loop y de la escuela monetarista de Milton Friedman), sin dignarse siquiera mirar hacia el Sur ominoso, reclamara ante la Oficina Internacional de Exposiciones (BIE) la prioridad celebratoria, algo que r¨¢pidamente le fue concedido, por 26 votos y 10 abstenciones, el 8 de diciembre de 1982. Los pa¨ªses del subcontinente tienen, ay, descomunales deudas externas, y Chicago les envi¨® el implacable mensaje subliminal: "Primero paguen; despu¨¦s celebren". La respuesta viene desde muy abajo: "Primero dejen de acogotarnos; despu¨¦s tal vez paguemos".
En Am¨¦rica la nuestra los colonizadores recogieron oro en abundancia; descubrieron el caucho, el tabaco y el chocolate; de all¨ª trajeron la papa o patata. Varias metr¨®polis disfrutaron copiosamente de esos trasiegos. Pero en el quinto centenario esa Am¨¦rica proveedora no tendr¨¢ sitio en la agradecida fiesta. El sitio ser¨¢ para Chicago. No importa que el quinto centenario del verdadero descubrimiento de Norteam¨¦rica tenga lugar en 1997; despu¨¦s de todo, podr¨¢ organizarse una segunda celebraci¨®n, ya que siempre habr¨¢ patri¨®ticas empresas dispuestas a acumular cuantiosos dividendos con tan buen pretexto. Ya lo dijo el tangible Mr. Burke: la Exposici¨®n de Chicago no ser¨¢ de financiamiento gubernamental, como la de Sevilla, sino que ser¨¢ econ¨®micamente sostenida por empresas privadas. Lo que los norteamericanos no pod¨ªan permitir es que la Am¨¦rica de abajo fuera protagonista del gaudeamus de 1992. Ah¨ª est¨¢ todo el celuloide de Hollywood para ilustrarnos: las fiestas morrocotudas han de celebrarse en los grandes salones, y no en el traspatio; ah¨ª, en todo caso, y como gesto de buena voluntad patronal, pueden juntarse los negros para entonar alg¨²n thanksgiving spiritual, o los chicanos para cantar sus ma?anitas.
No obstantae, tal vez comparezcan otros significados en esta discriminaci¨®n casi vergonzante. Es curioso que siempre que se habla del tema, un repentino pudor impide mencionar la Am¨¦rica Hisp¨¢nica o Ib¨¦rica o Latina. Aun quienes tanto se agravian cuando los sudacas hablamos de Am¨¦rica Latina han permanecido silenciosos frente a la anomal¨ªa de que en el quinto centenario la Am¨¦rica Hisp¨¢nica est¨¦ ausente.
Quiz¨¢ dentro de poco (restan
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apenas ocho a?os) nos veamos enfrentados a una revisi¨®n hist¨®rica. No hay que olvidar que el pobre Col¨®n muri¨® ignorando la verdadera dimensi¨®n de su colosal descubrimiento. Las cartas geogr¨¢ficas no eran muy exactas en aquellos tiempos. De modo que no es imposible que cualquier d¨ªa de ¨¦stos alg¨²n notable investigador, y futuro premio Nobel, de Stanford o de Yale o de Iowa nos revele que el 12 de octubre de 1492 el. almirante no lleg¨® en verdad a Guanahani, sino a la costa de la Florida (adonde s¨ª sabemos que lleg¨® Ponce de Le¨®n en 1513) o descubri¨® gozosamente el Misisip¨ª (que s¨ª sabemos fue descubierto por Hernando de Soto en 1541), y hasta es posible que Rodrigo de Triana, el marinero de la Pinta que, seg¨²n la falible leyenda, grit¨®: "?Tierra!", en verdad haya exclamado: "Oh, boy!".
Puede haber, asimismo, otra interpretaci¨®n. El hecho de que Am¨¦rica Hisp¨¢nica o Ib¨¦rica o Latina no sea convocada a la verbena de 1992 quiz¨¢ signifique que, si bien Norteam¨¦rica ya ha sido, desgraciadamente, descubierta (sobre todo en sus intenciones), la Am¨¦rica de abajo, en cambio, est¨¢ en gran parte todav¨ªa por descubrir. Para la cabal comprensi¨®n de ese panorama social que tan distante y enigm¨¢tico resulta a muchos europeos, qu¨¦ ¨²til ser¨ªa que algunos de los comentaristas que desde su respetable confort juzgan con intolerancia revoluciones y hambres ajenas saltaran un d¨ªa sobre la imponente valla de las agencias internacionales y el informe Kissinger, y se internaran en la tremenda realidad del continente mestizo, hasta compenetrarse con sus penurias, sus urgencias, sus posibilidades efectivas, sus rencores ancestrales, sus frustraciones en cadena, sus heridas no cicatrizadas, sus descreimientos, su desesperanza, y, en definitiva, su capacidad de insurrecci¨®n. Quiz¨¢ as¨ª se enteraran de que esas masas explotadas, asediadas y fam¨¦licas jam¨¢s han o¨ªdo hablar de Marx ni de Lenin, pero s¨ª en cambio conocen de memoria a la United Fruit Company (la Mamita Yunai denunciada en 1941 por el novelista costarricense Carlos Luis Fallas).
Por lo general, el juicio sobre la Am¨¦rica del subdesarrollo tiene en cuenta las dictaduras militares, la represi¨®n desenfrenada, el envilecimiento de la tortura, la instituci¨®n de los desaparecidos, el genocidio. Pero en la Am¨¦rica nuestra hay tambi¨¦n una disponibilidad de inteligencia, de tes¨®n, de trabajo, de solidaridad, de imaginaci¨®n, que todav¨ªa est¨¢ por descubrir, al menos desde Europa.
En Estados Unidos s¨ª la conocen, pero el inconveniente es que no les gusta. Digamos que es un desamor correspondido. Por otra parte, uno tiene la impresi¨®n de que en Europa se conforman con la versi¨®n norteamericana. De ah¨ª que, cuando escuchamos o leemos lo que se dice de bueno, y sobre todo de malo, acerca de nuestros h¨¢bitos, nuestras tradiciones, nuestras luchas, tenemos la impresi¨®n de que se refieren a otro continente, a otra realidad. Tenemos virtudes, pero, generalmente, son otras; tenemos defectos, pero tambi¨¦n son otros. Somos tercermundistas, pero no lo consideramos una tara cong¨¦nita, ni mucho menos una verg¨¹enza, sino m¨¢s bien una consecuencia de c¨®mo nos ha tratado el Primer Mundo.
Del resto de Europa no esperamos mucho; de Espa?a, s¨ª. Ojal¨¢ que alg¨²n d¨ªa zarpe una Pinta II, y cuando alg¨²n marinero (o piloto o cosmonauta, da lo mismo) descubra, por fin, esa Am¨¦rica in¨¦dita, d¨¦ el aviso con salvas.
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