Los terrores del SIDA
Cada ¨¦poca tiene sus terrores y ofrece una imagen propia y singular de los mismos. Cada ¨¦poca administra el miedo a su manera, pero lo administra siempre. La muerte fue siempre un asunto pol¨ªtico, y no menos lo han sido los miedos ultraterrenos. El infierno ha sido manejado como una polic¨ªa extremadamente eficaz, y Voltaire mismo dec¨ªa necesitar a Dios todav¨ªa para este menester administrativo: para que su jardinero no le robara las peras. Es lo que se llamaba el inter¨¦s social de la religi¨®n, y los se?ores burgueses se espantaban de hasta d¨®nde podr¨ªan llegar los desmanes del populacho o c¨®mo podr¨ªan ser controlados las mujeres y los ni?os sin esas bondades religiosas. Si no existiera el miedo, ?c¨®mo ser¨ªa posible, en efecto, gobernar... y vender?En la Histoire de Juliette, de Sade, el pr¨ªncipe de Francavilla dir¨ªamos que se muestra muy preocupado con la creciente secularizaci¨®n y con los problemas de gobierno que plantea, y propone en presencia del rey Fernando de N¨¢poles lo que considera el ¨²nico remedio: "Es necesario sustituir las quimeras religiosas por el temor m¨¢s extremado", de manera que si el pueblo ha perdido el miedo al infierno del m¨¢s all¨¢, es preciso que tema al infierno de aqu¨ª abajo preparado por los poderosos: "Al Gobierno corresponde regular la poblaci¨®n", prosigue el pr¨ªncipe; "debe tener en sus manos todos los medios para exterminarla, si la teme, y para aumentarla, si lo considera conveniente". Y en ¨¦stas estamos. Pero el caso es que, adem¨¢s de este temor administrativo, hay o permanece habiendo el otro terror de siempre: el de las pestes y cat¨¢strofes naturales, y tambi¨¦n es administrado convenientemente, ahora como siempre. Por ejemplo, el SIDA.
Exactamente como en otro tiempo sucedi¨® con las epidemias y especialmente con la s¨ªfilis, al principio de su noticia, y por el hecho de que se aseguraba que su transmisi¨®n se realizaba por v¨ªa sexual, el asunto ha sido tomado a broma o quiz¨¢ incluso con orgullo, y tampoco han faltado en esta ocasi¨®n los equivalentes -aunque literariamente muy disminuidos- del poema de Fracastoro al mal de amor. Y, luego, ha llegado tambi¨¦n la etapa del distanciamiento, como el de las damas y caballeros de los que se nos habla en el Decamer¨®n, que pasaron su tiempo narrando cuentos er¨®ticos y divertidos en un jard¨ªn hasta el que no llegaban los miasmas de la peste que asolaba la ciudad en las cercan¨ªas. Pero, al fin, todos hemos visto al caballo rojo de la muerte: uno m¨¢s, por cierto, en un mundo como el nuestro, poblado de ellos. Pese a las conquistas cient¨ªficas y t¨¦cnicas en el plano de la salud, el ej¨¦rcito de la muerte no nos cerca de manera menos impresionante que como lo hace en el cuadro de Brueghel, El carro de heno, sino todo lo contrario; y los cient¨ªficos, al igual que en otro tiempo los demon¨®logos que ten¨ªan sus listas de demonios dominados y de aquellos otros imposibles de dominar o no dominados, todav¨ªa nos advierten cada d¨ªa de que un nuevo microbio ha aparecido y mata inexorablemente. Y todo eso sin contar sus cotidianas advertencias, cada d¨ªa m¨¢s parecidas a los viejos sermones barrocos y seg¨²n las cuales todo aquello que alegra nuestra pobre vida humana es letal para ¨¦sta. Y sin contar, igualmente, las comprobaciones no menos cient¨ªficas de que aire, tierra y agua, comida y bebida est¨¢n cada d¨ªa m¨¢s envenenados y adulterados por el demonio de la usura, por el dinero o esti¨¦rcol del diablo, que dec¨ªa Lutero. Y hasta por el esti¨¦rcol o desecho y excremento del aparato cultural constituido por las palabras vac¨ªas, los lugares comunes, el pensar estereotipado que se fabrica, se empaqueta, se distribuye y se vende perfectamente desde las instancias de producci¨®n y dominio culturales.
As¨ª son las cosas, y a lo mejor el mism¨ªsimo Stalin pensaba
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todo esto cuando un d¨ªa, acompa?ando al general De Gaulle de visita en Mosc¨² a una representaci¨®n del Bolshoi, le pegaba insistentemente con la rodilla para advertirle: "Todo se lo llevar¨¢ la muerte". Pero no con melancol¨ªa, sino como extendiendo un certificado de c¨®mo es la realidad; de modo que el SIDA, el nuevo demonio o el ¨²ltimo caballo de la muerte entre nosotros, est¨¢ siendo ya domesticado y se a?adir¨¢ en seguida a todo el resto de la tenebrosa cuadra para permitirnos superar este anacr¨®nico sobresalto.
Nuestros abuelos medievales pasaban el trago haciendo peregrinaciones o azot¨¢ndose las espaldas, quemando yerbas y gritando al cielo; nuestros abuelos del Renacimiento, cont¨¢ndose haza?as er¨®ticas en la sombra de las arboledas y a la vista de las fuentes. Nosotros tenemos los sacramentales de las cl¨ªnicas y de las farmacias y acudimos al remedio del dinero. El dinero para la investigaci¨®n del SIDA vencer¨¢ al SIDA, y el dinero empleado en la lucha contra la contaminaci¨®n o en la inspecci¨®n de alimentos eliminar¨¢ la contaminaci¨®n y los fraudes producidos por el dinero. Exactamente como el dinero utilizado en producir armas servir¨¢ para hacer inservibles ,otras armas producidas por el dinero, aunque para ello haya que implicar a Sirio y las otras relucientes estrellas o a galaxias enteras. Todos debemos estar tranquilos.
El miedo a la muerte y a los otros terrores ha ofrecido en el pasado terror¨ªficos rostros y escenas abominables. Nuestros miedos pueden, ahora, presentarse est¨¦ticamente adecentados gracias al dinero. Para evitar horribles traumatismos d¨¦ tiempos m¨¢s primitivos y tercermundistas, como se dice. ?Podr¨ªamos pedir otra cosa?
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