?Genocidio o epopeya?
Quedan todav¨ªa siete a?os para el V Centenario del Descubrimiento de Am¨¦rica, pero su conmemoraci¨®n corre el riesgo de empezar con mal pie. La pol¨¦mica a que nos quieren llevar algunos, a ra¨ªz de unas desafortunadas, o al menos poco matizadas, declaraciones de Fidel Castro, puede acabar en una absurda y est¨¦ril discusi¨®n acerca de si el descubrimiento y conquista de las Indias fue b¨¢rbaro genocidio o luminosa epopeya civilizadora.La discusi¨®n, sobre in¨²til, carecer¨ªa de sentido. No entender que la conquista del Nuevo Mundo por los espa?oles -y por portugueses, holandeses, franceses e ingleses- tuvo mucho, much¨ªsimo, de violencia y crueldad, pero a la vez permiti¨® que Am¨¦rica alcanzara un nivel de civilizaci¨®n muy superior al que ten¨ªa, es ignorar los rudimentos de la historia.
Desde los comienzos de la hominizaci¨®n, hace millones de a?os, los avances de nuestra especie han sido enormes. Pero todos ellos, sin excepci¨®n, fueron acompa?ados de sangre, sudor y l¨¢grimas. Aunque el progreso mismo consista en ir reduciendo esa hasta hoy inevitable y negra contrapartida ?cabr¨ªa afirmar, por ejemplo, que los adelantos tan notables de nuestros d¨ªas, de este siglo XX del que en tantos aspectos nos sentimos justamente orgullosos, han erradicado del planeta opresiones, hambres, explotaci¨®n? ,
Uno tras otro, los momentos estelares del pasado -revoluci¨®n neol¨ªtica, Roma cl¨¢sica, revoluci¨®n industrial y tantos m¨¢s- tuvieron todos lo que hoy llamar¨ªamos enormes costes sociales.
?Por qu¨¦ otro momento cumbre, como fue el descubrimiento de Am¨¦rica, iba a ser excepci¨®n a la regla?
La civilizada y cristian¨ªsima Europa, cuya hegemon¨ªa mundial empez¨® a asentarse precisamente hace 500 a?os con la expansi¨®n geogr¨¢fica ?no bas¨® riqueza, poder¨ªo, esplendor, ciencia..., en la explotaci¨®n de otros continentes y otras razas?
La esclavitud -reducir al pr¨®jimo a cosa, al instrumentum vocale de Varr¨®n- nos parece hoy, por fortuna, aberrante desde todos los puntos de vista. Y, sin embargo, ha sido la instituci¨®n m¨¢s duradera, tal vez con la excepci¨®n de la familia, de la historia de la humanidad. Iniciada probablemente con la aparici¨®n del excedente econ¨®mico al final del Paleol¨ªtico, nuestros bisabuelos o tatarabuelos pod¨ªan tener esclavos con todas las bendiciones legales, al menos en Cuba, y hasta la ley Moret de 1870. Y la esclavitud, ya fuese soterrada como en el caso de los indios, o expl¨ªcita, como ocurr¨ªa con los negros, fue pilar no ¨²nico, pero s¨ª importante, de la colonizaci¨®n americana.
Por lo que hace a las afirmaciones de Fidel Castro, est¨¢ claro que la palabra genocidio, empleada por ¨¦l, no es acertada si nos atenemos a la definici¨®n del t¨¦rmino por la Academia, como extinci¨®n o eliminaci¨®n sistem¨¢tica de un grupo social por motivo de raza, de religi¨®n o de pol¨ªtica.
Los conquistadores espa?oles no pretend¨ªan en absoluto eliminar sistem¨¢ticamente a los indios, pues lo que quer¨ªan era convertirlos a la verdadera fe... y hacer que trabajasen para la Corona y para los colonos. Otra cosa es que luego, como subproducto no deseado, aunque en una clara relaci¨®n de causa a efecto, los ind¨ªgenas muriesen m¨¢s de la cuenta, ya fuese por no aceptar la sumisi¨®n, o acept¨¢ndola, por la explotaci¨®n de que eran objeto, o simpletamente al trastocarse toda, su vida y no encontrar justificaci¨®n o aliciente para seguir viviendo ni contar con reservas sus organismos para combatir los virus que tra¨ªan los blancos junto con la cruz y la espada.
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Las cifras sobre la poblaci¨®n de la Am¨¦rica hispana desde el descubrimiento hasta la emancipaci¨®n hablan por s¨ª solas. Aunque se prestan, claro est¨¢, a mucha discusi¨®n, por tratarse de informaci¨®n preestad¨ªstica, cabe aceptar como indicaciones o tendencias v¨¢lidas las siguientes:
En 1942, al poner pie Col¨®n en tierra americana, habr¨ªa al menos unos 15 millones de indios en los territorios que pasar¨ªan a formar parte de la Corona espa?ola, aunque la mayor¨ªa de los autores se inclina por cifras bastante m¨¢s altas. Un siglo o siglo y medio despu¨¦s se alcanzar¨ªa un m¨ªnimo dificil de cifrar, inferior en todo caso a los ocho, millones que se estiman cuando la independencia, a principios del siglo XIX. En ese mismo per¨ªodo, blancos y mestizos pasaron de cero a 15 millones y los esclavos negros, antes de la abolici¨®n, ascendieron a unos cuatro o cinco millones.
El descenso de la poblaci¨®n ind¨ªgena y su desaparici¨®n en algunas zonas fue as¨ª patente y ocurri¨® en igual o mayor medida en la Am¨¦rica no espa?ola. No reconocerlo ser¨ªa simplemente negar la evidencia.
M¨¢s valdr¨ªa, pues, abandonar cualquier pretensi¨®n poco cient¨ªfica de emblanquecer tiempos pret¨¦ritos, aunque sea en respuesta a intentos igualmente parciales de ennegrecerlos, y aprovechar el V Centenario para hacer una reflexi¨®n sobre el pasado y el presente de Am¨¦rica y Espa?a. Con una finalidad ¨²ltima, como debe tener toda rememoraci¨®n de altura: hacer una contribuci¨®n al pensamiento sobre la humanidad, su historia y su futuro.
Los dados de la historia
Temas de reflexi¨®n no faltan. No sabemos todav¨ªa muy bien por qu¨¦ los dados de la historia premian a pa¨ªses o a continentes a lo largo de los siglos, pero una vez reconocido que Europa se puso a la cabeza del mundo desde el siglo XV, posici¨®n en la que se mantuvo hasta hace bien poco, hay que aceptar que Col¨®n no fue un azar, ni, mal que nos pese -aunque a m¨ª, he de confesarlo, no me pesa nada-, el que fuese genov¨¦s, ni que los portugueses no lo escucharan y los espa?oles s¨ª.
Todo esto se explica en buena medida, sin perjuicio de que se pueda ahondar mucho m¨¢s en su conocimiento, porque hab¨ªan sido las ciudades-estado italianas las que hab¨ªan iniciado la expansi¨®n ultramarina, gracias a las t¨¦cnicas de navegaci¨®n mediterr¨¢neas, las m¨¢s avanzadas a la saz¨®n. La expansi¨®n hab¨ªa que hacerla, sin embargo, por el Atl¨¢ntico, cerrado -como estaba el acceso a Oriente por el baluarte otomano. G¨¦nova, Venecia y dem¨¢s carec¨ªan por su propia dimensi¨®n de las fuerzas suficientes para un despliegue que requer¨ªa hombres y recursos en abundancia. Quien s¨ª los ten¨ªa era Portugal, que hab¨ªa logrado una unidad temprana y pudo as¨ª lanzarse al periplo africano en pos del Lejano Oriente. Cuando Col¨®n ofrece sus ideas y servicios en Lisboa no encuentra l¨®gicamente apoyo. ?Para qu¨¦ iban a buscar los portugueses otros caminos, cuando ya ten¨ªan en exclusiva la ruta del oro?
En cambio, la Espa?a de los Reyes Cat¨®licos estaba a punto de conseguir una tard¨ªa unidad nacional y su organizaci¨®n social y pol¨ªtica -un r¨¦gimen se?orial con un modo de producci¨®n feudal- era de naturaleza expansiva. Una casta de avezados guerreros, personajes humanos de toda una pieza, en los que se daba con igual fuerza el incentivo moral (extender la propia religi¨®n) y el material (la sed de oro y de riquezas), algo que hoy nos sorprende y que por entonces era lo m¨¢s natural del mundo, estaba dispuesta a seguir conquistando, tras haber culminado la Reconquista.
Pero ?por d¨®nde? ?frica estaba cerrada, el Mediterr¨¢neo pr¨¢cticamente tambi¨¦n. Nada o poco costaba -arriesgar una inversi¨®n relativamente escasa (el equivalente a unos 15 kilogramos de oro, menos de 30 millones de pesetas de las de ahora, de los que -la Corona aport¨® los dos tercios) para intentar hacer una jugada maestra a nuestros malqueridos hermanos lusos.
Jugada que result¨® a primera vista perfecta, pues el descubrimiento permiti¨® establecer y financiar un imperio, geogr¨¢ficamente el segundo m¨¢s extenso de la historia de la humanidad, despu¨¦s del ingl¨¦s del siglo XIX. La rentabilidad de la operaci¨®n, en t¨¦rminos econ¨®micos, fue redonda, pues hasta 1660 llegaron a la Casa de Contrataci¨®n sevillana unas 180 toneladas de oro, un 20% m¨¢s de todo el que exist¨ªa en el mundo conocido en 1500, sin. contar con la plata, que ascendi¨® a casi 100 veces esa cantidad. Una suma enorme, tan grande, que hoy servir¨ªa para pagar toda la deuda exterior latinoamericana, y que aprovech¨® poco a Espa?a y m¨¢s a otros pa¨ªses europeos, por la escasa capacidad inversora y productiva de nuestra sociedad y nuestra econom¨ªa de entonces. Adem¨¢s, se difundi¨® una lengua, una religi¨®n, una cultura, una civilizaci¨®n, por un extens¨ªsimo territorio, hoy integrado por 18 -naciones soberanas.
Los costes para Espa?a
Pero los costes sociales no s¨®lo se produjeron en Am¨¦rica. Un gran historiador franc¨¦s, Pierre Vilar, ha descrito magistralmente c¨®mo el imperio fue el canto del cisne del feudalismo hispano. Dio d¨ªas de gloria a nuestro pa¨ªs pero tambi¨¦n le impidi¨® adentrarse por los caminos del capitalismo y fren¨® hasta muy tarde la revoluci¨®n burguesa, que coloc¨® a bastantes pa¨ªses europeos entre los, m¨¢s ricos y adelantados del globo. Portugal y Espa?a, sin embargo, pese a haber iniciado los descubrimientos, s¨®lo esbozados por los italianos, se quedaron varadas en la historia. Tan amarga paradoja s¨®lo se explica por su m¨¢s anticuada e ineficiente organizaci¨®n social y aclara el retraso econ¨®mico relativo que todav¨ªa padecen ambos pa¨ªses en el plano europeo.
Sangre, sudor y l¨¢grimas, as¨ª pues, no s¨®lo para Am¨¦rica, sino tambi¨¦n para las dos grandes naciones descubridoras. Epopeya gloriosa sin duda pero tambi¨¦n una historia que hay que abordar con ¨¢nimo cient¨ªfico Y explicativo, sin ditirambos pero tambi¨¦n sin anacr¨®nicos complejos de culpabilidad. Claro que las cosas pudieron suceder de otra manera. Genoveses y portugueses pudieron descubrir Am¨¦rica, y concelebrar con ellos la gran efem¨¦ride tampoco estar¨ªa fuera de lugar.
Los Reyes Cat¨®licos -pudieron haber abierto la sociedad espa?ola en lugar de cerrarla, eso s¨ª, con mano maestra, y la Am¨¦rica hispana habr¨ªa podido entonces haberse colonizado con mentalidad m¨¢s capitalista y menos feudal, con lo que las naciones de habla espa?ola ser¨ªamos hoy m¨¢s ricas y avanzadas. Tambi¨¦n -aunque pretenderlo ser¨ªa desprop¨®sito hist¨®rico- los conquistadores espa?oles pudieron haber respetado las culturas ind¨ªgenas y actuar con la sensibilidad del hombre de hoy. Pudo as¨ª transcurrir la haza?a americana de muchas formas, pero aconteci¨® de manera muy concreta, que hay que intentar, no defender sino comprender. Comprensi¨®n del pasado, que si se hiciera de modo cabal coadyuvar¨ªa no poco a entender el presente y mejorar el futuro.
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