Volverse loco en el Chile de Pinochet
ENVIADO ESPECIALLa cuarta jornada del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva nos ha deparado una aut¨¦ntica sorpresa al presentar a concurso el largometraje chileno Hijos de la guerra fr¨ªa, de Gonzalo Justiniano. La sorpresa nace de la manera en que el cineasta aborda la realidad, ir¨®nica y tangencial, sin complacencia ni ret¨®rica. Se trata de mostrar el desarrollo de una historia de amor entre dos oficinistas triviales y alienados, desarrollo que continuamente se ve interrumpido y deteriorado por las circunstancias pol¨ªticas y econ¨®micas que acompa?an la dictadura de Pinochet. Si los protagonistas sue?an un mundo fabricado a partir de clich¨¦s sacados de fotonovelas, lo cierto es que la cotidianidad, con la represi¨®n y la miseria, no permite mantener vivo este universo on¨ªrico si no es a costa de una fuga hacia adelante, de un enloquecimiento que llegue a negar lo tangible, que entronice la cursi idealizci¨®n en que se quiere vivir.
Es en ese contexto argumental en el que se apoya el trabajo de Justiniano, que, si bien no logra mantener siempre la progresi¨®n de la historia -era muy dif¨ªcil conseguirlo debido a la exigencia de cambiar de tono y pasar de la parodia a la f¨¢bula simb¨®lica-, s¨ª es un buen ejemplo de puesta en escena imaginativa y arriesgada.
La pel¨ªcula acaba con su h¨¦roe perdido en un paisaje solitario, junto al mar, delirando despu¨¦s de pasar una serie de aventuras de las cuales ¨¦l no conoce la interpretaci¨®n -por ejemplo,
busca refugio en una cooperativa de la que le habl¨® un amigo y descubre que lleva ya muchos a?os abandonada, referencia a esa d¨¦cada larga de dictadura-, sinti¨¦ndose pose¨ªdo por unas razones casi metaf¨ªsicas, de destino glorioso, que el director ridiculiza al acompa?ar la aventura del protagonista con una m¨²sica que nos recuerda mucho la que empleaba Herzog en los momentos de paroxismo iluminado de su Lope de Aguirre.
Autobuses salvajes
Si Justiniano, rodando en su pa¨ªs, pero con producci¨®n francesa, encuentra una manera indirecta para referirse a la situaci¨®n chilena, el colombiano Ciro Dur¨¢n opta, en La guerra del centavo, por la v¨ªa del documental. Ese centavo del que nos habla el t¨ªtulo es la cantidad que cobran los conductores de autobuses de Bogot¨¢ por cada pasajero transportado. No existe el sueldo fijo, sino la competencia salvaje. El resultado es el caos circulatorio, jornadas de trabajo de hasta 17 horas y, sobre todo, un ¨ªndice de accidentes de tr¨¢fico estremecedor. Basta con un solo dato: el 50% de los autobuses de Bogot¨¢ se estrellaron a lo largo de 1983. La guerra del centavo es un buen ejemplo de cine documental, cuyo destino m¨¢s l¨®gico est¨¢ en la televisi¨®n. No es un producto demag¨®gico, sino trabajo que acoge las distintas opiniones y deja que ellas solas vayan confront¨¢ndose con los hechos.El tercer t¨ªtulo a competici¨®n ha sido el filme portugu¨¦s Contactos, de Leandro Ferreira, cruce entre Blow up y Profession: reporter, con algunas gotas de Mister Arkadin, todo pasado por la batidora del mimetismo acr¨ªtico y colonizado.
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