El demonio y las carnes
Pocas veces la h¨ªbrida programaci¨®n del espacio Cine de medianoche habr¨¢ encontrado su raz¨®n de ser como el pasado viernes con la emisi¨®n de La grande bouffe, de Marco Ferreri. Para penetrar en el santuario familiar altas horas de la noche no hay nada mejor que un filme dom¨¦stico instalado entre ruinas y desechos; nada m¨¢s apropiado que un ritual gastron¨®mico entre cuatro caballeros libertinos cebados por la gula para cubrir un tiempo propicio para los convites conyugales o los rituales de sociabilidad erot¨®mana.Mucho me temo, sin embargo, que esta saludable literalidad entre el espacio del enunciado y el espacio de la enunciaci¨®n no haya producido en los apacibles telespectadores una intensa ebriedad, tal y como las censuras que en su momento alberg¨® el filme -creando pol¨¦mica y generando estereotipos- hac¨ªan presumir, sino un estado de inapetencia, una progresiva aniquilaci¨®n de todos los apetitos en relaci¨®n inversamente proporcional a la de los protagonistas del filme. Am¨¦n de alg¨²n que otro disgusto estomacal, a los vasallos de la intimidad familiar La grande bouffe les ha podido pillar a contrapi¨¦ y en estado de devoluci¨®n.
?Qu¨¦ tiene este filme, sugestivo como pocos, que haya merecido el cornet¨ªn de los censores? ?Qu¨¦ misterios y qu¨¦ deleites puede provocar una pel¨ªcula para que se incluya pr¨¢cticamente en la frontera del porno? No parece ser la intensidad sexual de las im¨¢genes, castas y melifluas por lo dem¨¢s, lo que ha abierto la competencia a todo tipo de tribunales. Entonces, ?qu¨¦ fantasmas pone en escena el filme para que cobre esta dimensi¨®n de esc¨¢ndalo con que todav¨ªa hoy se arropa?
Liturgia de la carne
Lo que parece molestar en La grande bouffe es la exhibici¨®n de la carne. Pero esta ilusi¨®n pornogr¨¢fica se va al garete cuando uno advierte qu¨¦ tipo de carne nos vende Ferreri. All¨ª donde esper¨¢bamos el circo en movimiento multicolor nos encontramos con la charcuter¨ªa en estado bruto. La carne, como es sabido, es el capital del cuerpo y mantiene con el espect¨¢culo una un¨ªvoca relaci¨®n visual. Su trayecto es horizontal y no sufre desgaste, como bien se encarga de demostrar la excelente y exuberante Andrea Ferreol -mujer, maestra, enfermera, puta y madre, una suerte de ciruj¨ªa funcional femenina que encontraremos en muchas pel¨ªculas de Ferreri- en su relaci¨®n amatoria con los cuatro libertinos. La carne muerta, sea de ceb¨®n, ternera o simple cochinillo, ya es otra cosa. Tiene su propia liturgia. Su trayecto es vertical, de la boca al culo, y sufre una transformaci¨®n metab¨®lica. En consecuencia, carece de accesibilidad pornogr¨¢fica: al no satisfacernos ni siquiera ocularmente se convierte en un signo abstracto como los eructos de Mastroianni o los pedos de Piccoli (simples y molestos efectos sonoros de los que no recibimos efluvio alguno), o como esa materia fecal del final de filme que carece de imagen, pero que anuncia la descomposici¨®n familiar y la muerte. Cuando ambas carnes se funden en el filme, la relaci¨®n que se establece resulta desequilibrante: los cuatro sujetos se dedican a comer y s¨®lo secundariamente copulan o ven el porno que Philippe Noiret les proyecta (trayecto, por cierto, contrario al del mism¨ªsimo espectador que ve la pel¨ªcula y, s¨®lo secundariamente, come). "Fuera de la comida todo es un epifen¨®meno", sefiala Piccoli, dejando claro que cada goce tiene su propia disciplina.
Pero cuando la carne aparece continuamente -los libertinos son los ¨²nicos que tienen hambre despu¨¦s de haber comido, podr¨ªa haber firmado Sade- todo el posible misterio se anula. La repetici¨®n y el exceso alimentan el descr¨¦dito -amontonando la mierda se demuestra cu¨¢n aburrida es una narraci¨®n sobre ella- y convierten el espect¨¢culo en un ritual obsceno. Comer un filete puede resultar orgi¨¢stico, pero si despu¨¦s del filete aparece otro filete y luego el pescado, los espaguetis, la compota y el pastel se impone una tregua, so pena de quedar ah¨ªtos y fl¨¢ccidos. Y el espectador no ha encendido el televisor para invocar el sacrificio de la muerte como los protagonistas del filme.
Para resguardar la gula se establece un territorio clausurado -idea que, por otra parte, pivota en todo el mejor cine de Ferreri-, un planetario donde se preserva el consumo y el gasto no productivo, un decorado donde la familia come, fornica, se desarrolla y muere unida. Espacio f¨®bico -una casa de campo en las afueras de Par¨ªs- que, de ser a primera vista lujurioso, se ha convertido en indigerible de la misma forma que con la carne abundante se pasa de la suculencia al excremento.
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