Reagan y los astros
ES NORMAL que los servidores, terminado su servicio, sientan el irrefrenable impulso de contar la vida y milagros de quienes fueron sus jefes. Es comprensible que cuanto m¨¢s tir¨¢nicos o famosos hayan sido ¨¦stos, mayor sea la carga de amargura o de difamaci¨®n que contienen las memorias. Sin embargo, aun en esos ca sos, por m¨¢s escabrosas, mezquinas, lujuriosas o in morales que resulten las figuras centrales de tales memorias, siempre tendr¨¢n en su conducta, se describa ¨¦sta reticentemente o no, un detalle susceptible de admiraci¨®n: la mezquindad resultar¨¢ inteligente, la inmoralidad estar¨¢ recubierta de un manto de humor.Este aserto parece tener una sola excepci¨®n: la de los libros que glosan la personalidad y trayectoria pol¨ªtica de Ronald Reagan, presidente de EE UU. En fecha reciente, Larry Speakes, que fue portavoz de la Casa Blanca, y Donald Regan, que fue su jefe de gabinete, han publicado sendos tomos de memorias de sus a?os al servicio de la presidencia en los que se confirman determinados rasgos del car¨¢cter de Reagan de cuya existencia ya hab¨ªan sido indicios negligencias, olvidos y meteduras de pata impropias del presidente de la primera potencia del mundo. As¨ª, Speakes describe a un hombre tan poco ocurrente y con tan poca chispa que el portavoz no ten¨ªa m¨¢s remedio que inventarse citas y frases que ilustraran su ingenio. Para Regan, la cosa era a¨²n peor. Harto de tener que aguantar una presidencia compartida como bien ganancial por Nancy y Ronald (como consecuencia de lo cual, el autor perdi¨® su trabajo), ha acabado describiendo a un presidente pasivo, supersticioso, sin opini¨®n, sin informaci¨®n ni ganas de adquirirla, s¨®lo atra¨ªdo por los oropeles de su magistratura y dedicado a alimentar a las ardillas del jard¨ªn. Y lo que es m¨¢s, tomando decisiones, haciendo viajes, qued¨¢ndose en silencio en los peores momentos de crisis del Irangate, porque as¨ª lo aconsejaba, a trav¨¦s de la propia Nancy, una astr¨®loga, tras consultar las estrellas desde la soleada California.
El modelo de clase pol¨ªtica norteamericana, por oposici¨®n a lo que ocurre en Europa, es pr¨®digo en ejemplos de hombres poco cultos, escasamente o en absoluto interesados por el mundo m¨¢s all¨¢ de sus fronteras y con una formaci¨®n t¨¦cnica no siempre brillante. En Estados Unidos no se pide al pol¨ªtico que sea una enciclopedia ambulante. A cambio de ello, se le exige responsabilidad en la adopci¨®n de medidas de pol¨ªtica concreta y capacidad de liderazgo. El resto lo har¨¢n sus equipos. El caso Reagan parece haber roto, sin embargo, con todos los moldes. Sobre sus escasos conocimientos ya se ten¨ªan pruebas concretas. Ahora, sus ocasionales bi¨®grafos lo describen adem¨¢s como un hombre sin voluntad, a merced de una mujer dominante y de sus celestes consejeros.
No ha llegado a¨²n el momento de hacer la disecci¨®n que se anuncia de la presidencia de Ronald Reagan. Sin embargo, estos libros de memorias que van apareciendo perfilan la imagen de un hombre primario, aburrido por su trabajo, dispuesto a aceptar que los acontecimientos pueden m¨¢s que la voluntad del poder. O, como dec¨ªa recientemente Arthur Schlesinger y recoge Donald Regan, el presidente es un actor representando el ¨²ltimo papel de su vida. De la imagen de fuerte y segura de su primera presidencia s¨®lo parece haber quedado su caracterizaci¨®n como gran comunicador, una cualidad que a¨²n hoy ser¨ªa injusto negarle. Pero ahora sabemos que tras esa voz sonora y convincente, tras su aspecto honrado y firme, se encontrar¨ªa poco m¨¢s que un busto parlante profesional a quien se hubiera puesto ante las c¨¢maras porque da bien el tipo y lee las noticias sin comprenderlas, aunque con la entonaci¨®n que le marca el teleprompter.
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