En la sombra

A menos que Reagan escriba alg¨²n d¨ªa sus memorias, nunca sabremos con certeza qu¨¦ tipo de vicepresidente ha sido George Bush. Todos los jueves, durante ocho a?os, ha almorzado en privado en la Casa Blanca con el presidente, pero en el consejo ofrecido a Reagan, el impacto de las posiciones de George es una inc¨®gnita hist¨®rica. El vicepresidente siempre ha defendido la confidencialidad de estos encuentros, de los que s¨®lo sabemos que ten¨ªan lugar, frecuentemente, en torno a comida tejanamexicana, la cocina preferida de Bush.La funci¨®n primordial del vicepresidente, como la de todos sus antecesores en el cargo, ha sido la presidencia del Senado, resolviendo los empates con su voto, y la permanente disponibilidad como globetrotter del Estado para acudir al m¨¢s remoto pa¨ªs de la Tierra a representar a EE UU en el funeral de su l¨ªder.
Bush ha tenido, adem¨¢s, la responsabilidad de coordinar una comisi¨®n interministerial de lucha contra las drogas, un problema que ha crecido durante el reaganismo, y bajo cuya guardia se mantuvo al general Noriega, presunto narcotraficante de alto vuelo, en la n¨®mina de la CIA. Bush ha explicado que ¨¦l no tiene nada que ver con este asunto, pero fue enviado por Reagan a Panam¨¢ y se entrevist¨® con el general para, al parecer, pedirle que entrenara a los contras a cambio de segir haciendo la vista gorda con sus manejos en el mundo de la droga.
Tambi¨¦n Bush presidi¨® otra comisi¨®n para coordinar la lucha contra el terrorismo. Y al mismo tiempo, la Administraci¨®n de la que formaba parte vend¨ªa armas al ayatol¨¢ Jomeini, l¨ªder de una naci¨®n oficialmemte declarada 'terrorista' por el Departamento de Estado. El vicepresidente asisti¨® a un m¨ªnimo de 30 reuniones, ya que por su cargo es miembro del Consejo de Seguridad Nacional, en las que se discutieron las pol¨ªticas que llevaron al Irangate y al desv¨ªo ?legal de fondos a la contra nicarag¨¹ense.
Pero en este tema, como en el asunto Noriega, Bush no recuerda, no sabe, no contesta. Es un caso de amnesia pol¨ªtica que contrasta con la actitud de los secretarios de Estado o de Defensa, George Shultz y Caspar Weinberger, que se opusieron a continuar una pol¨ªtica que condujo al mayor desastre exterior de la presidencia de Reagan. Pero Bush ha conseguido salvarse de las salpicaduras del esc¨¢ndalo. Cuando Oliver North y el almirante Poindexter estaban ya a los pies de los caballos, el caballeroso Bush no tuvo empacho en invitarles a la fiesta de Navidad que dio en su oficina de la Casa Blanca.
Reagan tambi¨¦n encarg¨® a su vicepresidente que presidiera un comit¨¦ de control de crisis que ha sido bastante ineficaz. Bush, desde ese puesto, coordin¨® los preparativos de la invasi¨®n de la isla de Granada y desde entonces ya no ha vuelto a reunirse. En las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) se recuerda a Bush como el convidado de piedra, igual de pasivo que el presidente. Sus bi¨®grafos hablan de que tiene la misma falta de atenci¨®n por las cuestiones complejas que Reagan.
Sin embargo, su lealtad ciega al presidente, como ¨¦l mismo la ha calificado, no le ha impedido influir sobre Reagan positivamente para que ¨¦ste atenuara su ret¨®rica antisovi¨¦tica del imperio diab¨®lico. Bush recibe cr¨¦dito por su influencia en moderar la reacci¨®n de la Administraci¨®n tras el derribo por cazas sovi¨¦ticos del jumbo surcoreano.
Tambi¨¦n el vicepresidente fue eficaz para acallar la pelea Pent¨¢gono-Departamento de Estado que ten¨ªa bloqueadas las negociaciones de desarme, ante la incapacidad del presidente de zanjar la cuesti¨®n a favor de Shultz o de Weinberger.
Se le concede m¨¦rito, asimismo, en su gira europea, en 1983, para convencer a los aliados de la necesidad de desplegar los euromisiles. Y en viajes delicados, a China, a Oriente Pr¨®ximo y a El Salvador. En este ¨²ltimo pa¨ªs se enfrent¨® al mando del Ej¨¦rcito para exigirle el fin de los derechistas escuadrones de la muerte. Sin embargo, en uno de estos viajes, a Filipinas en 1981, brind¨® por el dictador Marcos, elogiando "su respeto por los principios democr¨¢ticos". Reagan repite que George "ha sido parte importante de todo lo que hemos conseguido durante estos a?os".
George Bush no ha expuesto a¨²n convincentemente cu¨¢l es su idea global del mundo y del papel de Estados Unidos al final del siglo XX. Al comienzo de la campa?a se refiri¨® a esta cuesti¨®n esencial como "el asunto de la visi¨®n". Finalmente ha preferido la v¨ªa f¨¢cil de la generalidad de la "diplornacia desde la posici¨®n de fuerza". Y, en el orden interno, el recurso a envolverse en la bandera nacional y la promesa de m¨¢s ley y m¨¢s orden, haci¨¦ndose fotograflias en cada ciudad con los sindicatos de polic¨ªas.
Lo m¨¢s cerca que ha llegado a definirse filos¨®ficamente fue en su discurso de aceptaci¨®n de la designaci¨®n como candidato presidencial, en Nueva Orleans, cuando afirm¨® que "soy un hombre callado, pero escucho a la gente callada que otros no oyen. Les oigo y me emociono, y sus preocupaciones son las m¨ªas".
Este pol¨ªtico profesional, al que sus gentes comparan con un Gary Cooper un poco torpe tiene una dislexia verbal que le enfrenta constantemente con la sintaxis-, ha recibido el premio a la constancia. A George Bush le podr¨ªa pasar lo mismo que a otro hombre simple en el que nadie cre¨ªa, Harry Truman, que creci¨® en la Casa Blanca, llegando a ser un gran presidente.
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