Sin parar
Aparece en Espa?a 'Memorias de un n¨®mada', la autobiograf¨ªa de Paul Bowles
(.. ) Una noche lluviosa, Touche me pidi¨® que me reuniera con ¨¦l en el vest¨ªbulo del Plaza. Cuando llegu¨¦, estaba con Erika Mann y con una chica pelirroja muy atractiva de nariz respingona. Tomamos un taxi y Touche dio una direcci¨®n de Harlem. Nuestro destino result¨® un apartamento muy poco iluminado en el que los invitados pagaban una entrada y recib¨ªan canutos para fumar ( ... ) La pelirroja se llamaba Jane y no era muy comunicativa. Unos d¨ªas despu¨¦s llev¨¦ a los Tonny a Patchin Place a ver a Cummings y a Marian. All¨ª estaba Touche, y le acompa?aba Jane. Beb'mos bastante y nos pusimos a hablar de M¨¦xico. Tonny proclam¨® en seguida que quer¨ªa conocerlo (.. .) Dije que si iban a M¨¦xico, les acompa?ar¨ªa. Jane dijo entonces que a ella tambi¨¦n le gustar¨ªa ir, luego se excus¨® y pas¨® a la habitaci¨®n de al lado a hablar por tel¨¦fono. A los pocos instantes me llam¨®. Cuando fui a ver qu¨¦ pasaba, me pas¨® el tel¨¦fono dici¨¦ndome que su madre quer¨ªa hablar conmigo. La mujer que estaba al otro extremo de la l¨ªnea me pregunt¨® c¨®mo me llamaba y me propuso que acompa?ara a Jane a casa cuando nos march¨¢ramos de casa de los Cummings.-Si mi hija va a ir a M¨¦xico contigo creo que debo conocerte, ?no te parece?
Acept¨¦ y acompa?¨¦ luego a Jane al hotel Meurice, que era donde viv¨ªa. No me cab¨ªa en la cabeza que la se?ora Auer aceptara aquel capricho repentino de su hija como algo normal¨ªsimo. Pero al parecer lo estaba considerando en serio y dijo que quer¨ªa conocer tambi¨¦n a Marie-Claire y a Tonny. Quedamos para cenar con ella un d¨ªa de la semana siguiente
[Finalmente emprenden viaje a M¨¦xico]( ... )Pasado Monterrey, la carretera todav¨ªa estaba en construcci¨®n y en muchos tramos resultaba casi intransitable. Los autobuses eran todav¨ªa m¨¢s primitivos que los de ?frica. Tonny, Marie-Claire y yo nos sent¨ªamos content¨ªsimos con las curvas en horquilla, los precipicios y el paisaje salvaje, pero Jane hab¨ªa llevado una vida relativamente protegida en Nueva York y en Suiza y aquello le parec¨ªa terror¨ªfico. Durante los dos d¨ªas que viajamos por las monta?as permaneci¨® acurrucada en el suelo, mareada y asustada, en la parte trasera del autob¨²s, sin hacer caso de los comentarios sarc¨¢sticos de Tonny.
-?coute, ma petite, tu aurais mieux fait de rester chez ta m¨¨re -sol¨ªa decirle, o-: Tu nous emmerdes avec tes histoires de gosse de riches.
Razones para escribir
Yo no eleg¨ª vivir en T¨¢nger de forma permanente: fue una casualidad. Ten¨ªa la intenci¨®n de que mi visita fuera breve; despu¨¦s me ir¨ªa a otro sitio y seguir¨ªa de un lado a otro indefinidamente. Me hice perezoso y demor¨¦ la partida. Y, luego, un d¨ªa advert¨ª extra?ado que no s¨®lo hab¨ªa mucha m¨¢s gente en el mundo que muy poco tiempo antes, sino que forma permanente: fue una casualidad. Ten¨ªa la intenci¨®n de que mi visita fuera breve; despu¨¦s me ir¨ªa a otro sitio y seguir¨ªa de un lado a otro indefinidamente. Me hice perezoso y demor¨¦ la partida. Y, luego, un d¨ªa advert¨ª extra?ado que no s¨®lo hab¨ªa mucha m¨¢s gente en el mundo que muy poco tiempo antes, sino que adem¨¢s los hoteles no eran tan buenos, ni los viajes tan c¨®modos, y que los lugares en general eran mucho menos bellos. A partir de entonces siempre que iba a alg¨²n otro sitio deseaba inmediatamente volver a T¨¢nger. As¨ª que s¨ª ahora estoy aqu¨ª es solamente porque estaba aqu¨ª cuando comprend¨ª hasta qu¨¦ punto hab¨ªa empeorado el mundo y que ya no deseaba viajar.En defensa de esta ciudad puedo decir que hasta el momento los aspectos negativos de la civilizaci¨®n contempor¨¢nea la ha afectado menos que a la mayor¨ªa de ciudades de su tama?o. Y m¨¢s importante a¨²n, saboreo la idea de que por la noche, mientras duermo, la hechicer¨ªa horada sus t¨²neles invisibles en todas direcciones, desde miles de remitentes a miles de receptores desprevenidos. Se hacen conjuros, el veneno sigue su curso; las almas son despojadas de la seudoconciencia parasitaria que acecha en los desprotegidos rincones de la mente.
Casi todas las noches suenan los tambores. Nunca me despiertan; los oigo y los incorporo a mi sue?o como las llamadas nocturnas de los muecines. Aun cuando en el sue?o est¨¦ en Nueva York, el primer Allah akbar! borra el tel¨®n de fondo para trasladar lo que sea a ?frica del Norte, y el sue?o sigue.
Ahora, desde que empec¨¦ este libro, llevo meses seguidos en T¨¢nger eligiendo, de entre el inmenso n¨²mero de fragmentos de recuerdos desenterrados, los que pueden servir a mi prop¨®sito. Los utilizo para reconstruir pieza a pieza un esquema ordenado, procurando no forzar en ¨¦l ninguna parte que no encaje. A mi modo de ver, esta precauci¨®n su pone el esfuerzo de reservar el juicio y la resoluci¨®n de destacar al m¨ªnimo las actitudes persona les. Escribir una autobiograf¨ªa es en el mejor de los casos, una tarea ingrata. Es un tipo de periodismo en el cual el reportaje, en vez del informe del testigo presencial del suceso, es s¨®lo la me mor¨ªa de la ¨²ltima vez que se record¨®. ( ... )
Escribir una autobiograf¨ªa no es el tipo de trabajo con que se supone que disfrutan la mayor¨ªa de los escritores. Y es evidente que contar lo que ocurri¨® no constituye forzosamente un buen relato. En mi relato, por ejemplo no hay victorias espectaculares porque no hubo lucha. Yo aguant¨¦ y esper¨¦. Creo que es lo que ha de hacer la mayor¨ªa de la gente; son realmente raras las ocasiones en las que existe la posibilidad de hacer m¨¢s.
Los marroqu¨ªes afirman que la plena participaci¨®n en la vida exige la contemplaci¨®n sistem¨¢tica de la muerte. Estoy totalmente de acuerdo. Por desgracia, me es imposible concebir mi propia muerte sin situarla en la lejana mise en sc¨¨ne m¨¢s espantosa de la vejez. Me veo desdentado, no puedo moverme, dependo por completo de alguien a quien pago para que me cuide y que en cualquier momento puede salir de la habitaci¨®n y no regresar nunca. Por supuesto, esto no es en absoluto lo que los marroqu¨ªes entienden por la contemplaci¨®n de la muerte; considerar¨ªan mis fantas¨ªas una forma especialmente contemplativa de temor. La terapia de una cultura es el tormento de otra.
"Adi¨®s", le dice el moribundo al espejo que sostienen delante de ¨¦l. "No volveremos a vernos". El epigrama de Val¨¦ry me parec¨ªa una fantas¨ªa profunda cuando lo cit¨¦ en El cielo protector. Ahora que ya no me veo como espectador, sino como protagonista, me parece repugnante. Para que su breve despedida fuera correcta, el moribundo tendr¨ªa que a?adir tres palabras. Y tales palabras son: "?A Dios gracias!".
Babelia
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