Monrovia vive su lenta agon¨ªa
La capital de Liberia, extenuada por el asedio de las tropas rebeldes
Monrovia, capital de Liberia, vive su lenta agon¨ªa. La poblaci¨®n est¨¢ sin luz, sin agua, sin gasolina, sin abastecimientos, incomunicada del resto del mundo, extenuada por un interminable sitio, atacada por todos los flancos por la guerrilla del Frente Patri¨®tico Nacional (FPN). Las tropas gubernamentales ahogan en exaltadas borracheras la desesperaci¨®n de quien se sabe inexorablemente perdido. Para los liberianos que han quedado atrapados en la ciudad, ¨¦sta es, como dicen ellos, la "estaci¨®n del drama".
Mientras, los rumores sobre el inminente anuncio del presidente Samuel Doe para abandonar su resistencia bajo protecci¨®n norteamericana no acaban de confirmarse. La implantaci¨®n desde el lunes del toque de queda ha dado una nueva licencia para matar a los soldados que, fuera del alcance de sus superiores, multiplican sus fechor¨ªas contra la poblaci¨®n civil.Tras un mes de angustioso sitio a Monrovia, los guerrilleros del FPN por fin se decidieron a atacar el lunes. Desde primeras horas de la ma?ana, el avance de los rebeldes cerr¨® el paso del puente de Caldwell, que enlaza el centro de la ciudad con las barriadas situadas al norte.
?xodo masivo
A paso ligero y en absoluto silencio, la poblaci¨®n emprendi¨® un masivo ¨¦xodo hacia las afueras de Monrovia. Quienes se dirig¨ªan a las barriadas de Paynesville, a apenas unos 20 minutos en coche del centro, tampoco pudieron regresar a sus casas. Algunos, especialmente las mujeres que se hab¨ªan despedido poco antes como todos los d¨ªas de trabajo de sus hijos, estaban dispuestos a afrontar el riesgo de un mal recibimiento por parte de los soldados. "Morir es una decisi¨®n que s¨®lo corresponde a Dios, pero si me ha de ocurrir quiero que, al menos, sea junto a los m¨ªos", dec¨ªa un hombre, padre de cuatro ni?os, sacudiendo la cabeza. Todo in¨²til. Los militares, con blasfemias y contundentes amenazas, no estaban dispuestos a darles la oportunidad de cruzar al otro lado.Ya no hay escapatoria por tierra para los habitantes de Monrovia. Desde el viernes pasado, en que la guerrilla reanud¨® su avance hacia la capital, qued¨® cortado el paso por la carretera que conduce a la frontera con Sierra Leona, la ¨²ltima v¨ªa que los rebeldes hab¨ªan dejado libre para que la poblaci¨®n pudiera cumplir sus advertencias de que abandonase "mientras fuese posible" el escenario de la que pretende ser la ¨²ltima batalla contra el presidente Samuel Doe.
El mismo d¨ªa, los rebeldes hab¨ªan arrebatado a las tropas el aeropuerto internacional de Robertsfield, situado a unos 50 kil¨®metros de la ciudad, e iniciaron la marcha hacia la primera y principal l¨ªnea defensiva, antes de llegar a la mansi¨®n presidencial.
Mientras, la poblaci¨®n intentaba hacer frente a las cada vez m¨¢s penosas tribulaciones de su rutina diaria. Desde el jueves, los guerrilleros se apoderaron del suministro de agua y mantienen cortado su abastecimiento a la capital. El viernes fue el turno de la electricidad. El lunes, el de las l¨ªneas telef¨®nicas. Mientras pudieron circular por las calles, los habitantes de la capital intentaban poner a salvo, aunque fuera a costa de hacer kil¨®metros hacia la casa de un vecino con generador, los pocos v¨ªveres que, rastreando la ciudad, hab¨ªan logrado almacenar en sus neveras.
Las amas de casa, que en Liberia utilizan principalmente cocinas el¨¦ctricas, se lanzaron a almacenar los ya casi olvidados sacos de carb¨®n, que en un solo d¨ªa subieron su precio de dos a quince d¨®lares por saco. Mujeres y ni?os ten¨ªan que movilizarse desde el amanecer, con cubos sobre sus cabezas, en busca de un pozo del que obtener agua.
Con el avance de la guerrilla, toda esta actividad se ha esfumado. La ciudad ha cobrado un aspecto sombr¨ªo. De d¨ªa, desde numerosas barriadas los liberianos se sobresaltan con las explosiones, cada vez m¨¢s cercanas, de los morteros de la guerrilla. De noche, es el infierno de las r¨¢fagas incesantes de los soldados que disparan para superar el miedo que los atenaza o para acometer, sin ser molestados, sus saqueos a las tiendas en que los comerciantes liberianos guardan a¨²n, a precios desorbitados, sus menguantes mercanc¨ªas alimenticias.
"Habr¨¢ pillaje"
Mohamed, uno de los 8.000 comerciantes de esta comunidad, no ha esperado al ¨²ltimo momento para ser previsor. En su tienda, situada en uno de los puntos m¨¢s bulliciosos de Monrovia, aseguraba con convicci¨®n: "Pase lo que pase, tanto si atacan los rebeldes como si deciden matar de hambre a la ciudad, habr¨¢ pillaje a mansalva y nosotros seremos las principales v¨ªctimas". Mohamed, segunda generaci¨®n de su familia en Monrovia, ya se qued¨® con las manos vac¨ªas durante el golpe de 1980. "Esta vez no me vuelve a ocurrir", dec¨ªa mientras supervisaba con orgullo una simulaci¨®n de columna con la que acaba de tapiar una de la salas del almac¨¦n donde guarda sus mejores tejidos.Pero los desmanes de los sol dados no se limitan a sembrar el terror y el robo. La implantaci¨®n, el lunes, del toque de queda les ha dado una nueva licencia para matar. La v¨ªctima, de nuevo, es la poblaci¨®n civil.
Y a medida que aumentan lo rumores de matanzas de krahns y mandingos -las tribus aliadas en el poder- en las barriadas bajo control de la guerrilla, los militares se exasperan cada vez m¨¢s. Hundidos en la desesperaci¨®n, se refugian en el delirio del alcohol.
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