La era de Damocles
Hemos abandonado el siglo XX y sus apocal¨ªpticas llamaradas para afrontar una nueva convivencia con la muerte.La gigantesca cambalada de la historia mundial que empez¨® en 1914 se acaba en 1990. Si hoy se dice que el siglo XX se ha acabado en 1990 es porque su destino ha sido justamente el de este vaiv¨¦n hist¨®rico.
En agosto de 1914, el atentado de un terrorista balc¨¢nico provoc¨®, de una manera completamente inesperada, una reacci¨®n en cadena, desde Sarajevo a Viena, pasando por Mosc¨², Berl¨ªn, Par¨ªs y Londres, dando origen al gigantesco hurac¨¢n de la 1 Guerra Mundial. En el interior de esta guerra, otro formidable hurac¨¢n, de naturaleza revolucionaria ¨¦ste, se form¨® en 1917, y a trav¨¦s de las convulsiones consiguientes a estos a?os 1914-1918 propici¨® el nacimiento del primer sistema totalitario de partido ¨²nico, pronto imitado, aunque con una finalidad contraria, por el fascismo y el nacional socialismo.
La historia continu¨® su curso demente, desquiciada y vaiveneada de nuevo por la crisis econ¨®mica mundial de 1929, creando as¨ª las condiciones para que el nazismo ascendiera al poder. A partir de entonces, el planeta se desliz¨® como un son¨¢mbulo hacia la II Guerra Mundial con el expansionismo anexionista del III Reich y la embestida imperialista de los japoneses en China.
El nuevo- hurac¨¢n hist¨®rico de la guerra mundial se desat¨® en 1940-1941, arrastrando a su paso cuanto encontraba; acab¨® en 1945, no s¨®lo con la victoria aliada sobre la Alemania nazi y Jap¨®n, sino con el triunfo de una megamuerte sobre Hiroshima y Nagasaki y con el triunfo de la opresi¨®n estaliniana. La guerra fr¨ªa congel¨® la parte del mundo sometida al totalitarismo vencedor, e incre¨ªbles agitaciones cambiaron la faz de Asia y de ?frica.
?Camin¨¢bamos hacia la generalizaci¨®n del sistema totalitario en el mundo? ?Se avanzaba hacia el enfrentamiento nuclear en Europa? De pronto, en la URSS, una reforma econ¨®mica, modestamente iniciada en 1987, se transform¨® en una revoluci¨®n antitotalitaria en 1989, liquidando para siempre el comunismo estaliniano y disipando, tambi¨¦n para siempre, la guerra fr¨ªa entre las dos superpotencias. Ello no quiere decir, evidentemente, que debamos excluir la aparici¨®n de alg¨²n nuevo tipo de totalitarismo, en el futuro ni que la aparici¨®n de guerras calientes no sea algo m¨¢s que posible.
La historia vuelve a ponerse en marcha hacia el futuro yendo hacia su pasado, es decir, hacia unas cuestiones nacionales, ¨¦tnicas, raciales y religiosas propuestas tal y como se propon¨ªan antes de quedar m¨¢s o menos congeladas; algunas de ellas incluso, debido tal vez a esta congelaci¨®n, se plantean hoy de una manera paroxismal.
Este siglo XX, as¨ª delimitado, ha sido apocal¨ªptico en el sentido primero y fuerte del t¨¦rmino apocalipsis, el que significa revelaci¨®n, que describe el desmelenamiento de las fuerzas del mal que sumergen al mundo en el horror y que anuncia al mismo tiempo el triunfo de la salvaci¨®n, el fin de los tiempos, el reino de Dios.
Los horrores y los sufrimientos de la guerra de 1914-1918 convencieron apocal¨ªpticamente a los combatientes de que viv¨ªan y mor¨ªan en la ¨²ltima de las guerras, la ¨²ltima de las ¨²ltimas, de la que habr¨ªa de surgir, necesariamente, un mundo pacificado. Desde el coraz¨®n de este p rimer apocalipsis surgi¨®-el apocalipsis revolucionario: el nuevo anticristo imperialista, al desencadenar la guerra mundial,- anunciaba la llegada salvadora de la revoluci¨®n universal.
Rosa Luxemburg expresaba, con el mismo exaltado. entusiasmo de los bolcheviques, su convicci¨®n de que las violencias desencadenadas provocar¨ªan el hundimiento del capitalismo y el advenimiento de un mundo nuevo. M¨¢s adelante, los sufrimientos, las privaciones y las crueldades del estalinismo.parecieron a muchos revolucionarios un precio doloroso que hab¨ªa que pagar para llegar al reino de la fraternidad y de la bondad; el mismo Brecht dio el consejo , para ¨¦l de suprema moralidad, de ser malo para ser bueno.
Pero fue sobre todo el sistema estaliniano el que marittivo mas vivo el mito apocal¨ªptico al afirmar que las fuerzas del mal son mucho m¨¢s amenazantes a medida que van siendo derrotadas (teor¨ªa de la agravaci¨®n de la lucha de clases en funci¨®n de los ¨¦xitos del socialismo). Despu¨¦s llegaron las hecatombes, los estragos, las deportaciones y los sufrimientos de la II Guerra Mundial, que suscitaron en centenares de millones de seres humanos la convicci¨®n de que un mundo mejor, pacificado, justo y libre nacer¨ªa. indefectiblemente de la derrota del nazismo.
En fin, la bomba de Hiroshima fue asumida de una manera apocal¨ªptica por todos, a excepci¨®n de los japoneses. Fue la bomba la que puso el punto final a la guerra. Se pens¨® que hab¨ªa producido este sumo mal un sumo bien al salvar millones de vidas. De hecho, la bomba de Hiroshima anunciaba una era nueva, en la que el arma termonuclear ser¨ªa una espada de Damocles suspendida permanentemente sobre la humanidad: nac¨ªa la eradamocleana.
Hemos dejado atr¨¢s el siglo XX, pero no tiernos salido de la edad de hierro planetaria. Hemos pasado de la era apocaliptica a la era damocleana.
La era apocal¨ªptica ha ido diluy¨¦ndose lentamente a lo largo de los decenios de la posguerra. La idea de la revolugi¨®n conservaba todos sus componentes apocal¨ªpticos y hasta tuvo un nuevo resplandor apocal¨ªptico con el mao¨ªsmo de la Revoluci¨®n Cultural; con ¨¦l resurgieron chispazos locales de apocalipsis en las sectas revolucionarias, y en especial en los microgrupos terroristas, persuadidos de que la libertad, la igualdad y la fraternidad no pueden ganarse m¨¢s que con y por la sangre, y que cuanto mayor fuera el ba?o de sangre, m¨¢s pr¨®xima estar¨ªa la era de la felicidad.
Pero el empobrecimiento generalizado de la idea de revoluci¨®n, tras los a?os 1975-1977, min¨® cualquier esperanza apocal¨ªptica. Si se except¨²an todav¨ªa algunos potentes fundamentalismos religiosos especialmente isl¨¢micos, para los dem¨¢s, los males no anuncian ning¨²n bien; los males son el mal. Los males hist¨®ricos no se ven compensados con la salvaci¨®n hist¨®rica. Ahora podemos comprender que los desastres y las desgracias terrestres no anuncian ninguna salvaci¨®n.
El arma nuclear introdujo la era damocleana naciente en el seno mismo de la era apocal¨ªptica. La situaci¨®n damocleana se instala con sus enormes arsenales capaces; de destruir muchas veces la humanidad, con
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