Intervenci¨®n o aislamiento
Respuesta a Giorgio NapolitanoSe han notado dos ausencias importantes en la crisis del Golfo: Europa y la izquierda.
Constatamos que si Europa ha estado paralizada, la izquierda ha estado dividida, apartada. La ruptura ha ocurrido en el interior d¨¦ nuestras propias familias pol¨ªticas. Singularmente ha dividido a la mayor¨ªa progresista del Parlamento Europeo, como el Grupo Socialista.
Esto no tiene nada de sorprendente. Michel Rocard recordaba hace poco, a prop¨®sito del socialismo franc¨¦s, que las guerras internacionales hab¨ªan sido funestas y casi mortales para el movimiento socialista: 1914, 1940, la guerra de Argelia... En torio menor, la guerra del Golfo, sin duda, se encuentra entre ellas.
La Comunidad Europea, consciente de sus fallos, busca unirse de nuevo con ocasi¨®n de la conferencia intergubernamental sobre la uni¨®n pol¨ªtica. Tanto la Comisi¨®n Europea como los Gobiernos de los Estados miembros han sometido proposiciones con vistas a establecer una pol¨ªtica com¨²n en materia de pol¨ªtica exterior y de seguridad. El deber de las fuerzas de izquierda europeas es hacer lo mismo, a su nivel. Deber¨ªamos de proceder a un examen de conciencia y encontrar razones para actuar en una orientaci¨®n com¨²n. Giorgio Napolitano nos invita a hacerlo. Tiene raz¨®n.
La guerra del Golfo ha mostrado los l¨ªmites de la construcci¨®n institucional. El presidente del Consejo de Ministros, haciendo una relaci¨®n sobre la actitud de la Europa de los Doce, no ha dudado en subrayar el funclonamiento correcto de los mecanismos institucionales de la cooperaci¨®n pol¨ªtica europea. Nunca se han reunido tanto, jam¨¢s se ha hablado tanto, si no negociado. Intensas concertaciones, concili¨¢bulos de todas clases, numerosas iniciativas han marcado este periodo. Sin duda hay algunas mejoras que hacer, sobre todo en la preparaci¨®n en com¨²n de las reuniones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero las deliberaciones que han precedido al lanzamiento del plan europeo sobre la cuesti¨®n kurda marcan un progreso que debemos se?alar.
Sin embargo, todo fue in¨²til. Dudo por mi parte que la gesti¨®n federalista pueda traer una respuesta al problema de fondo. Puesto que es cuesti¨®n. de vida o muerte, el Estado naci¨®n se encuentra en los momentos decisivos en un marco de acci¨®n ineludible. El voto de la mayor¨ªa, sin duda, no hubiera cambiado gran cosa durante la crisis del Golfo y no hubiera permitido desempe?ar una mayor voluntad com¨²n de los 12 Estados miembros sobre lo esencial, que es la regla del consenso que rige hoy el funcionamiento de la cooperaci¨®n pol¨ªtica.
Se podr¨¢ progresar tanto como se quiera sobre las instituciones, pero si no hay una visi¨®n com¨²n de Europa y de su papel en el mundo, la unidad realizada por la v¨ªa institucional no resistir¨¢ en caso de crisis mayores. Adem¨¢s, la historia de los Estados federales ha estado salpicada de episodios sangrientos. Est¨¢ de moda hoy celebrar a los padres fundadores de la convenci¨®n de Filadelfia; pero no olvidemos que Lincoln, cerca de un siglo m¨¢s tarde, tuvo que forjar la naci¨®n americana a sangre y fuego.
Tambi¨¦n la contribuci¨®n de las fuerzas de la izquierda en el debate sobre la pol¨ªtica exterior y la seguridad debe hacerse patente para inspirar a las instituciones europeas una visi¨®n com¨²n del nuevo orden internacional y del papel de Europa en el mundo.
Parad¨®jicamente, los problemas de las relaciones con Estados Unidos, por largo tiempo objeto de discordia entre las fuerzas de la izquierda, me parece que est¨¢n en v¨ªas de soluci¨®n. Napolitano tiene raz¨®n en subrayar que un antiamericanismo primario no ayudar¨ªa a avanzar en la reflexi¨®n. Somos todos conscientes del peligro de un mundo unipolar, dominado por la paz americana. As¨ª como tambi¨¦n comprendemos la necesidad de mantener la Organizaci¨®n del Tratado del Atl¨¢ntico Norte, garant¨ªa de la estabilidad estrat¨¦gica en un periodo tan turbado. Somos conscientes de la urgencia de reforzar la construcci¨®n europea, ¨²nico medio de reequilibrar el reparto de cartas en el mundo futuro frente al hundimiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y al eclipse en materia de seguridad de Alemania y de Jap¨®n. Ciertamente, subsisten m¨¢s que matices en nuestros an¨¢lisis respectivos sobre nuestra relaci¨®n con Estados Unidos, nuestra concepci¨®n de la Alianza Atl¨¢ntica o el papel de la Uni¨®n Europea Occidental. Pero las divergencias no me parecen infranqueables.
La oposici¨®n tradicional entre la izquierda americana y la izquierda neutralista me parece sustituirse hoy en d¨ªa por una nueva discrepancia: la que oponen los aislacionistas a los intervencionistas. La guerra del Golfo ha creado un shock y ha dejado un traumatismo, sin duda, duradero en las fuerzas de la izquierda. Una buena parte de esas fuerzas rechaz¨® la guerra a cualquier precio, ha aprendido la lecci¨®n de que Europa debe evitar dejarse arrastrar en aventuras exteriores. Como mucho, aceptar¨ªan la existencia de una pol¨ªtica exterior de seguridad y de defensa, pero puramente defensiva, e incluso la obligaci¨®n de asistencia prevista en el art¨ªculo cinco del Tratado de Bruselas y sometida a las condiciones de procedimiento.
Se trata en cierta medida de hacer de Europa un valle de paz en un mundo turbado, de rechazar el modelo -considerado como arcaico- del poder¨ªo militar, en beneficio de una concepci¨®n aislacionista de la construcci¨®n europea.
Esta perspectiva vuelve la espalda a la tradici¨®n internacionalista de la izquierda, fundada sobre la noci¨®n de la seguridad colectiva por el sostenimiento de la -acci¨®n de los organismos internacionales para mantener la paz en el mundo. La guerra del Golfo ha puesto a los responsables pol¨ªticos de la izquierda europea ante un crudo dilema. Ninguno de nosotros
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Viene de la p¨¢gina anteriorha visto con alegr¨ªa el recurso de la fuerza. No ha habido en la izquierda patriotismos ni aspavientos en una intervenci¨®n en la que los l¨ªmites no estaban claros. Pero, despu¨¦s de todo, las situaciones son raramente di¨¢fanas en pol¨ªtica; no se aclaran nada m¨¢s que con el tiempo y con la vuelta de la historia. Sin embargo, hay que tomar responsabilidades de inmediato en un mundo concreto tal y como es, y no en la situaci¨®n abstracta que desear¨ªamos.
Es indiscutible que los mecanismos de seguridad colectiva de la Carta han funcionado, por primera vez desde 1945, en la guerra del Golfo. Se puede dudar de la legalidad de la acci¨®n, considerar que Estados Unidos buscaba su propio inter¨¦s en el asunto, lamentar tal y tal aspecto de la intervenci¨®n; pero no se puede responsabilizar nada m¨¢s que al Consejo de Seguridad, representante de las cinco grandes potencias, as¨ª como a una mayor¨ªa de pa¨ªses que representaban a las otras regiones del globo y que han votado un n¨²mero sin precedentes de resoluciones organizando una acci¨®n de seguridad colectiva y dando un mandato a las fuerzas coligadas para ejecutarlo. Pues la seguridad colectiva es una noci¨®n indivisible. No se puede aceptar cuando gusta y negarla cuando no nos conviene.
La guerra del Golfo hace, pues, una pregunta temible a la izquierda europea: ?la comunidad piensa tomar parte en las responsabilidades exteriores, fuera de sus dominios, en materia de seguridad colectiva y bajo la autoridad de las Naciones Unidas? ?O bien, en nombre del rechazo a todas las guerras, entiende que debe permanecer indiferente a las turbulencias del mundo? Se sabe que estas preguntas ser¨¢n cuestionadas en el pr¨®ximo congreso del Partido Socialdem¨®crata Alem¨¢n en Bremen. Se preguntar¨¢ a todas nuestras fuerzas pol¨ªticas.
La conferencia intergubernamental sobre la uni¨®n pol¨ªtica puede poner en su lugar a todas las instituciones, incluso las m¨¢s avanzadas en materia de pol¨ªtica exterior de seguridad y de defensa -y yo deseo que ocurra as¨ª decididamente-. Pero mientras las fuerzas de izquierda no aporten una respuesta com¨²n a la cuesti¨®n de seguridad colectiva, nosotros quedaremos al margen de la construcci¨®n del nuevo mundo. Dejaremos a los Estados naciones -y sobre todo a Estados Unidos- llenar el vac¨ªo que habremos creado por nuestra incapacidad para definir una voluntad com¨²n.
es presidente del Grupo Socialista del Parlamento Europeo.
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