El terror pol¨ªtico del KGB
"Tienen documentos empapados en sangre" dice el periodista Alexandr Milchakov
La desaparici¨®n del Partido Comunista de la URSS (PCUS) la daban ya todos por hecha despu¨¦s del cese del presidente sovi¨¦tico, Mija¨ªl Gorbachov, y de la orden de entregar todos los bienes de la organizaci¨®n a los s¨®viets o ayuntamientos. Otros dos decretos, ¨¦stos del l¨ªder ruso Bor¨ªs Yeltsin, que ordenan entregar los archivos del Comit¨¦ de Seguridad del Estado (KGB) y los del PCUS a las instituciones especializadas rusas, impuls¨® nuevamente a la gente a congregarse y festejar el hecho en la plaza Lubianka, frente al KGB.
Junto al pedestal donde hace unos d¨ªas todav¨ªa se alzaba la inmensa estatua de F¨¦lix Dzerzhinski, el fundador de esta temible organizaci¨®n, se encuentra entre los congregados Alexandr Milchakov, un periodista que se ha dedicado a investigar y encontrar las sepulturas masivas de v¨ªctimas del terror estaliniano. Ya ha descubierto 11 sepulturas de este tipo en Mosc¨². La de B¨²tovo, por ejemplo, contiene m¨¢s de 100.000 cad¨¢veres."El decreto es muy importante, pero est¨¢ lejos de solucionar el problema. Yeltsin lo ha firmado, como dice en el texto, para evitar que los archivos sean destruidos y para que puedan ser utilizados, pero aquellos documentos que est¨¢n empapados con la sangre de millones de inocentes, por incre¨ªble que parezca, no est¨¢n registrados, no est¨¢n descritos, no hay ficheros. Es como si no existieran", dice Milchakov.
Esto significa que el KGB puede tranquilamente negar que los tiene. "Y en cualquier momento, en este mismo instante en que la gente se alegra por las medidas tomadas, pueden ser destruidos o alguien puede llev¨¢rselos, ya que no hay constancia de que existan", agrega Milchakov.
Adem¨¢s, hay otro problema: todos los documentos tienen el sello de estrictamente confidenciales. Y mientras no se apruebe una ley de archivos que permita dejar de considerar secretos estos documentos, el KGB puede negarse a hacerlos p¨²blicos.
Seg¨²n los especialistas, en el KGB puede haber documentos que prueben la participaci¨®n de esta organizaci¨®n en la muerte del escritor b¨²lgaro Georgi Markov. Obligado a emigrar, Markov trabajaba en Londres en la BBC, y Todor Yizkov, el entonces presidente de Bulgaria, lo escuchaba todos los d¨ªas. Y o¨ªa cosas desagradables, pues el escritor sacaba a la luz pormenores sobre la corrupci¨®n de los Yizkov. Por eso se decidi¨® asesinarle.
Espa?oles asesinados
Seg¨²n Oleg Kaluguin, el ex general del KGB y hoy diputado de la URSS, fueron especialistas del KGB quienes instruyeron a los agentes b¨²lgaros para que a Markov le inyectaran curare con una aguja especial colocada en la punta de un paraguas.Un tema de especial importancia para Milchakov es el destino de los espa?oles en los tiempos de Stalin. Concretamente, de la secci¨®n espa?ola del Komintern. Milchakov asegura que son much¨ªsimos los asesinados, y se plantea la tarea de encontrar sus sepulturas.
De pronto, nuestra conversaci¨®n la interrumpen unos gritos. En la plaza en donde estaba la estatua de F¨¦lix Dzerzhinski s¨®lo queda, ya bastante da?ado, el pedestal -que, por los dem¨¢s, data de mucho antes de la revoluci¨®n-. A la plaza llega una mujer con un gran cesto lleno de flores artificiales. Asegura ser nieta del f¨¦rreo F¨¦lix, como llamaban al fundador de los ¨®rganos represivos sovi¨¦ticos, y desea poner el ramo en lo que queda del pedestal, que est¨¢ lleno de inscripciones contra el PCUS y el KGB. Al mismo tiempo, saca unos 10 billetes de 100 rublos y trata de repartirlos entre la gente para que compren flores y las pongan en memoria de su abuelo.
"?Echen a esa admiradora de los fascistas!", grit¨® un joven, y de inmediato la mujer fue rodeada por un grupo de hombres agresivos. Los polic¨ªas que regulan el tr¨¢nsito en la plaza tuvieron que dejar sus puestos y acudir en socorro de la mujer, a la que los manifestantes ya estaban dispuestos a linchar.
"La conozco. Viene siempre, desde hace a?os, a depositar flores a los pies de Dzerzhinski", dijo Sergu¨¦i Barfolom¨¦yev, el polic¨ªa que regula el tr¨¢fico en la plaza. "Est¨¢ un poco loca. Estuvo un tiempo internada en la cl¨ªnica psiqui¨¢trica", agreg¨®.
"Hab¨ªa que haber dejado tranquila a esa pobre mujer. Por lo dem¨¢s, si queremos construir una sociedad democr¨¢tica, ellos, los comunistas, tambi¨¦n tienen derecho de opini¨®n", manifest¨® una joven, que de inmediato y al un¨ªsono fue atacada verbalmente por unos 10 muchachos.
El problema de la tolerancia es uno de los m¨¢s preocupantes para algunos dirigentes liberales, que ya est¨¢n advirtiendo el peligro de caer en una caza de brujas. Anatoli Sobochak, el alcalde radical de Leningrado, crey¨® su deber salir en defensa de la existencia de "partidos de ideas comunistas" en la URSS.
Mientras tanto, despu¨¦s de haber desmontado tambi¨¦n las estatuas de Y¨¢kov Sverdlov, al que se acusa de haber ordenado la muerte del ¨²ltimo zar y de su familia, y la de Mija¨ªl Kalinin -quien desde su puesto nominal de jefe del Estado en los a?os treinta contempl¨® impasible c¨®mo Stalin mataba y encerraba a millones de personas y no protest¨® ni siquiera cuando su propia esposa fue enviada a un campo de concentraci¨®n- los moscovitas radicales se aprestaban a eliminar la estatua de Lenin, que se alza en la plaza de Octubre, a pesar de los llamamientos que las autoridades de la capital han hecho para impedirlo.
Y los moscovitas fieles al comunismo, temerosos de que Lenin sea sacado del mausoleo de la plaza Roja y enterrado en otro lugar, hac¨ªan cola para ver, quiz¨¢ por ¨²ltima vez, el cuerpo momificado del l¨ªder de la revoluci¨®n bolclievique.
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