La responsabilidad del presidente
Gonz¨¢lez, seg¨²n el autor, sit¨²a el list¨®n de las responsabilidades demasiado alto. Alega que hay que esperar al dictamen de los jueces, pero est¨¢ convirtiendo a los magistrados en causantes de dimisiones o de otros efectos pol¨ªticos.
Si alg¨²n elemento positivo podemos encontrar en la crisis que atenaza a la pol¨ªtica espa?ola est¨¢ en que ha planteado por vez primera en nuestra a¨²n joven democracia la gran cuesti¨®n de la responsabilidad pol¨ªtica. M¨¢s exactamente, la responsabilidad pol¨ªtica -que no penal- del presidente del Gobierno.El paso de la responsabilidad penal de los gobernantes a la responsabilidad pol¨ªtica es gigantesco en t¨¦rminos hist¨®ricos. Es abandonar la r¨ªgida y traum¨¢tica responsabilidad penal del antiguo r¨¦gimen cambi¨¢ndola por el protagonismo de una exigencia de responsabilidad de naturaleza mucho m¨¢s flexible e, indudablemente, la m¨¢s adecuada a un r¨¦gimen constitucional.
?ste es el tipo de responsabilidad que se pide asuma Felipe Gonz¨¢lez por los grav¨ªsimos hechos que se han sucedido en la ¨¦poca socialista en el seno del Ministerio del Interior. A pesar de que este departamento es el eje vertebrador de un Gobierno, desplazando incluso, en los tiempos actuales, al Ministerio de Defensa, las graves responsabilidades que afectan a la c¨²pula de la Seguridad en los mandatos de Barrionuevo y Corcuera no llegar¨ªan a afectar al presidente, seg¨²n la doctrina oficialmente mantenida por ¨¦ste. Primero, porque el presidente no delinqui¨® ni orden¨® delinquir. Segundo, porque hay que esperar al dictamen de los jueces, a los que se convierte as¨ª en causantes de dimisiones o de otros efectos pol¨ªticos.
Esta insostenible doctrina unifica interesadamente la responsabilidad jur¨ªdica con la pol¨ªtica. Pero poco tienen que ver una y otra. Efectivamente, quien imputa alguna cosa a otro tiene que superar tres requisitos que el imputado es capaz de responder, que el imputado est¨¦ vinculado absolutamente al hecho o acto del que se le culpa y que la exigencia de ese hecho est¨¢ judicialmente acreditada y probada. Basado en ello, el presidente del Gobierno no sena responsable.
Tales requisitos no se exigen en la vida pol¨ªtica para desencadenar una responsabilidad. La responsabilidad pol¨ªtica es de muy distinta naturaleza.
Para empezar, la responsabilidad pol¨ªtica se predica siempre de quien tiene poder pol¨ªtico en una democracia. Es la otra cara del poder. A m¨¢s poder m¨¢s responsabilidad. A m¨¢s poder m¨¢s daci¨®n de cuentas. Es exactamente lo opuesto a" la regla de una dictadura: cuanto menos responsabilidad m¨¢s poder. Por eso, quien tiene atribuida -no pose¨ªda- autoridad gubernamental est¨¢ especialmente sometido a la cr¨ªtica y al escrutinio p¨²blico.
En la responsabilidad pol¨ªtica -a diferencia de la jur¨ªdica- no debe darse necesariamente una vinculaci¨®n preestablecida en leyes entre un determinado hecho y una determinada consecuencia, porque la vida pol¨ªtica est¨¢ constituida por infinitas variables. Entre la imputaci¨®n (la cr¨ªtica) y la sanci¨®n (la p¨¦rdida o disminuci¨®n del poder) no hay un lazo invisible, cierto, controlable, fijado. En pol¨ªtica se puede sancionar sin imputar por mecanismos formales o judiciales.
Incluso, en la pol¨ªtica, quien tiene poder responde por hechos o comportamientos de otros, y no s¨®lo de forma excepcional como sucede en el derecho, sino constante y necesariament.
La responsabilidad pol¨ªtica es, por definici¨®n, difusa y est¨¢ fuera de la norma. No obstante, es tan importante para el sistema democr¨¢tico que se ha canalizado constitucionalmente a trav¨¦s de las mociones de censura como ¨²ltimo recurso contra quien no quiere asumir su responsabilidad. No es preciso, en todo caso, llegar a eso. La responsabilidad pol¨ªtica existe, aunque no se exija jur¨ªdicamente. Adem¨¢s, la responsabilidad pol¨ªtica es, seguramente, la m¨¢s general e importante convenci¨®n constitucional. (Rescigno). En Espa?a, es cierto, nos faltan precedentes para poder llegar a precedente porque sit¨²a el list¨®n de la exigencia de responsabilidad demasiado alto. consolidar verdaderas convenciones constitucionales, y la no asunci¨®n de la misma. por Gonz¨¢lez crea un mal precedente porque sit¨²a el list¨®n de la exigencia de responsabilidad demasiado alto. Y ello contrasta con una opini¨®n p¨²blica que exige esa responsabilidad gracias, dicho sea de paso, a la acci¨®n de jueces y medios de comunicaci¨®n, cuya utilizaci¨®n m¨¢s o menos escandalosa o demag¨®gica es lamentable, pero no traslada de campo aquella responsabilidad. En los sistemas pol¨ªticos modernos, condicionados por la potencia medi¨¢tica, se da una personalizaci¨®n y espectacularizaci¨®n del mensaje que focaliza sobre el l¨ªder el juicio popular positivo o negativo.
No hay duda. El presidente del Gobierno -quien designa a los altos cargos del Estado- es responsable pol¨ªtico de la crisis del Ministerio del Interior, y no lo remedia la huida hacia adelante que intenta apresuradamente limpiar jur¨ªdicamente lo que s¨®lo pol¨ªticamente puede limpiarse.
Como dice el fil¨®sofo Husson, estudioso de la teor¨ªa de la responsabilidad, "nuestros actos nos siguen". Como la sombra al cuerpo. Responder de esos actos -u omisiones- supone una interpelaci¨®n: ?qu¨¦ has hecho?, ?por qu¨¦ y c¨®mo? Son preguntas no contestadas por un presidente que decidi¨® no dimitir. Pero todo el mundo comparte una idea: en la democracia la apelaci¨®n al pueblo constituye el mecanismo supremo de manifestaci¨®n de la responsabilidad pol¨ªtica a un Gobierno -y a una oposici¨®n- por quien m¨¢s legitimado est¨¢ para pedirlado. ?sa parece ser la salida que queda. Mientras no se transite hacia la misma, el clima p¨²blico ser¨¢ asfixiante y la inestabilidad pol¨ªtica -con proyecci¨®n a la evidente inestabilidad econ¨®mica- seguir¨¢ existiendo porque ha devenido cr¨®nica aunque haya estabilidad parlamentaria. Y es que la responsabilidad pol¨ªtica es el, alma de la democracia, y cuando, en su interpretaci¨®n divergen los gobernantes y la oposici¨®n, resulta extremadamente complicado vertebrar una acci¨®n pol¨ªtica, o sea, gobernar.
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