Libre
En aquellos a?os en los que la libertad era s¨®lo una palabra escrita en la pared, como cantaba Pablo Guerrero, y la palabra libre se escrib¨ªa con letras verdes tras los parabrisas de los taxis, los taxistas madrile?os se rebelaron contra la autoridad municipal que les obligaba a trabajar de uniforme y lanzaron al ruedo de la Cibeles sus gorras de plato con la vana pretensi¨®n de encajar alguna sobre la coronilla de la diosa y as¨ª implicarla en su simb¨®lica protesta.Hoy, por supuesto, sus reivindicaciones son otras y sus modos reivindicativos muy diferentes. Superando sin complejos cualquier contradicci¨®n, los taxistas madrile?os, un gremio especialmente cr¨ªtico con las manifestaciones callejeras que estorban su trabajo, salieron en los pasados d¨ªas a tapar la calle como cualquier otro colectivo insatisfecho para hacerse o¨ªr y de paso hacer sufrir al ciudadano, implic¨¢ndole en sus problemas, con la ventaja de hacerlo a bordo de sus veh¨ªculos, que muItiplican el volumen de sus concentraciones y garantizan un taponamiento total.
Los taxistas madrile?os son una raza combativa, acostumbrada a ser objeto de toda clase de generalizaciones agraviantes por su agresiva forma de conducir y conducirse entre el tr¨¢fico, muy similar a la que desarrollaron tambi¨¦n sus colegas de otras grandes ciudades agobiadas por el exceso automovil¨ªstico. Profesionales obligados a bregar con toda clase de aficionados al volante, los taxistas han creado su propio c¨®digo de la circulaci¨®n para poder rendir su servicio al p¨²blico que arr¨ªa sus banderas y suele mirar espeluznado el implacable martilleo del tax¨ªmetro que dispara sus cifras. Guerrilleros urbanos fecundos en toda clase de ardides, los taxistas han afinado su instinto de supervivencia para defenderse en la espesa jungla municipal, plagada de obst¨¢culos y trampas, minada de obras interminables y formaciones en doble y triple fila, aparcamientos salvajes y caravanas eternas. Un instinto que el usuario del taxi aprecia en lo que vale para su bolsillo. Hay clientes, por ejemplo, que animan a los conductores a saltarse los sem¨¢foros, atajar por direcciones prohibidas y lanzarse a los m¨¢s audaces adelantamientos. Pero nada m¨¢s bajar del coche, reducido de nuevo a la condici¨®n de peat¨®n, ese mismo cliente cambiar¨¢ su fervorosa adhesi¨®n al modus operandi de los taxistas al volante por la m¨¢s feroz de las cr¨ªticas.
Los incomprendidos taxistas madrile?os constituyen uno de los gremios vertebradores de la identidad ciudadana; los taxistas conforman un sistema nervioso canalizador de la comunicaci¨®n que hace circular toda clase de informaciones y rumores emitidos por las m¨¢s diversas fuentes y descodificados a su aire por cada uno de ellos. Al margen de la forma de conducir que los identifica, los taxistas no forman, desde luego, un conjunto homog¨¦neo que permita generalizar, m¨¢s bien son piezas que encajan en un variopinto y multicolor mosaico donde caben todos los tipos y todas las opiniones, un mosaico que se enriquece a diario con la aportaci¨®n de nuevas generaciones.
Los viajes en taxi se alargan d¨ªa a d¨ªa y con ellos se prolonga el contacto entre el conductor y el conducido. Si el taxista pertenece a la especie parlanchina, mayoritaria en el sector, el flujo de comunicaci¨®n aumenta, el intercambio de informaci¨®n se multiplica y los dos ocupantes del veh¨ªculo acaban comport¨¢ndose como dos compa?eros de viaje sometidos a las mismas inclemencias, obligados a compartir las mismas penalidades, todas a excepci¨®n de la penalidad econ¨®mica del tax¨ªmetro. A veces, por ejemplo, despu¨¦s de un viaje inici¨¢tico a trav¨¦s del v¨ªa crucis de la M-30 en uno de sus d¨ªas malos, el viajero y el conductor acaban intercambiando tarjetas de visita o tomando una copa en un bar cercano al fin de trayecto para comentar las incidencias de la agotadora jornada, cuando estuvieron a punto de colisionar con el cami¨®n articulado y crucificado entre dos carriles, cuando se extraviaron por un desv¨ªo provisional que desembocaba en un callej¨®n sin salida, o cuando estuvieron a punto de ser pillados in fraganti por un guardia motorizado al realizar una maniobra arriesgada y prohibida para sortear un atasco. S¨®lo falta la cl¨¢sica foto con el gu¨ªa de la expedici¨®n que rubrique el recuerdo de estos safaris por el coraz¨®n salvaje de la urbe.
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