El acuerdo de Stormont y el foro de HB
El autor analiza los intentos, por parte de HB, de extrapolar el acuerdo de paz en el Ulster a la situaci¨®n de Euskadi
Refrendado el acuerdo de Stormont por la mayor¨ªa de la poblaci¨®n irlandesa, ha surgido en Euskadi la pol¨¦mica cuesti¨®n sobre si se puede extrapolar dicho acuerdo al escenario vasco. Como es natural, cada cual extrae del proceso constituyente norirland¨¦s las lecciones que le interesan a la luz de las posiciones que mantiene ante los problemas vascos. Tampoco el MLNV, como no pod¨ªa ser menos, ha podido evitar ver reflejado su inter¨¦s en este espejo.As¨ª, HB prev¨¦ constituir, en el presente mes de junio, un foro de debate sobre el acuerdo irland¨¦s que quede "blindado" ante cualquier acci¨®n violenta de ETA y en el que pretende implicar a PNV, EA e IU. Los temas a tratar son los que interesan al MLNV. Es decir, los contenidos en la alternativa t¨¢ctica de ETA -esa misma que nos ofrece una paz vigilada y "a cuenta"-, m¨¢s o menos maquillados con la nueva cosm¨¦tica Otegi. En estas condiciones, en las que no se afecta a la estrategia terrorista de ETA y se acepta la discusi¨®n de sus propuestas, no es extra?o que, como recogen diversas informaciones de prensa, esta iniciativa est¨¦ "refrendada por ETA".
Con su oportunismo habitual, la lectura que hace HB del proceso social y pol¨ªtico norirland¨¦s soslaya y oculta el fondo del asunto. As¨ª, cabr¨ªan se?alar dos aspectos del citado proceso que tal foro de discusi¨®n no prev¨¦ abordar para nada: 1) la fecundidad y proliferaci¨®n de las iniciativas sociales de integraci¨®n y comunicaci¨®n intercomunitaria que hab¨ªan hecho retroceder el apoyo social a los paramilitares; 2) el car¨¢cter del proceso institucional y democr¨¢tico, cuyos mecanismos proscriben el frentismo pol¨ªtico, que se ha seguido para llegar al acuerdo.
La primera cuesti¨®n es clave. Mari Fitzduff, pacifista norirlandesa, habla de que "en Irlanda del Norte se ha hecho evidente desde hace un tiempo que la necesidad primordial no es la de hallar una soluci¨®n constitucional creativa, sino la de desarrollar un contexto en el que tal soluci¨®n sea tomada en cuenta colectivamente". En una sociedad como la del Ulster, donde la barrera entre comunidad constituye un verdadero abismo, las iniciativas previas de suturar esta incomunicaci¨®n han conformado una de las m¨¢s fuertes presiones para forzar una salida al problema. Las plataformas intereclesiales, las medidas concretas de supresi¨®n de las barreras intercomunitarias, los movimientos de solidaridad entre comunidades cada vez que se daba un atentado, las campa?as contra la violencia y el terror de los grupos paramilitares, el apoyo a las v¨ªctimas, los progresos en materia de igualdad en las condiciones sociales y el c¨®digo moral de una prensa que silencia las justificaciones de los paramilitares son reflejo directo del esfuerzo que ha hecho la propia sociedad del Ulster para lavar sus heridas y para constituir una convivencia digna.
Todo esto corresponder¨ªa en Euskadi a un apoyo no sectario a las v¨ªctimas del terrorismo y de los excesos del contraterrorismo, a la defensa de la dignidad humana por encima de intereses estrat¨¦gicos, a iniciativas que busquen desarmar la red intimidatoria y de represalias (sabotajes, kale borroka) del MLNV y a un movimiento de rechazo del asesinato, la extorsi¨®n econ¨®mica y del recurso a la violencia en general. Ese perfil, sin embargo, no se corresponde con lo que se conoce de la que ha sido y, al parecer, seguir¨¢ siendo la pol¨ªtica de HB y el MLNV. Realmente, el inter¨¦s en integrar a la sociedad vasca, sin esperar a que de la nada surja la soluci¨®n definitiva, puede verse entre las filas del pacifismo vasco y en los momentos de l¨²cida firmeza de los pol¨ªticos de Ajuria Enea.
Por otra parte, no tiene menos importancia la lectura de la evoluci¨®n del proceso pol¨ªtico. El vac¨ªo institucional existente en Ulster ha hecho que el acuerdo de Viernes Santo sea el inicio, en la regi¨®n, de un proceso constituyente en toda regla. En realidad, el IRA y Sinn F¨¦in siempre se han opuesto al autogobierno de los norirlandeses. Para ellos, la Administraci¨®n auton¨®mica imped¨ªa que se viera con claridad la responsabilidad brit¨¢nica -el enemigo principal- en el conflicto. Pese a todo, el acuerdo de Stormont consagra un marco pol¨ªtico de autogobierno para el Ulster, con las garant¨ªas necesarias y, acaso, suficientes de que no se convierta en martillo de la comunidad m¨¢s d¨¦bil.
El principio del consentimiento, que es sin duda una de las m¨²ltiples formas posibles de autodeterminaci¨®n, no es lo que m¨¢s gusta a IRA-SF. De hecho, el tratado anglo-irland¨¦s de 1985 -firmado por Garret Fitzgerald y Margaret Thatcher- ya reconoc¨ªa la necesidad de respetar la opini¨®n de la mayor¨ªa de la poblaci¨®n del Ulster para adoptar cualquier decisi¨®n sobre el futuro del territorio. Este tratado, rechazado por los unionistas, fue, asimismo, repudiado por el IRA, al considerar que el ejercicio del consentimiento confirmaba la partici¨®n de Irlanda. La declaraci¨®n de Downing Street de 1993 y el acuerdo marco brit¨¢nico-irland¨¦s de febrero de 1995 incorporaron finalmente la cooperaci¨®n Norte-Sur al consenso que ha abierto definitivamente las puertas al acuerdo de Stormont de abril de 1998. En conclusi¨®n, en Ulster ya no hay vac¨ªo institucional, no hay segregaci¨®n pol¨ªtica y no hay, por tanto, impedimentos "a priori" -con la importante salvedad de la negativa del IRA y los grupos armados a renunciar a las armas- para un consenso pol¨ªtico interno desde el 22 de mayo.
No obstante, el sectarismo pol¨ªtico no ha sido a¨²n vencido. La propuesta del Sinn F¨¦in de concurrir a las elecciones del 25 de junio con el SDLP ha recibido la oportuna respuesta de ¨¦ste que ha se?alado que el acuerdo de Belfast responde a una idea de integraci¨®n y no de frentismo y confrontaci¨®n. Frente al indisimulado inter¨¦s del Sinn F¨¦in por mantener la fractura social existente en el Ulster, bajo el pretexto de una unidad entre nacionalistas que lanzar¨ªa a los elementos moderados del unionismo en brazos del fan¨¢tico Paisley, el partido nacionalista mayoritario plantea la convivencia y la comunicaci¨®n intercomunitaria como paso previo a la consecuci¨®n de cualquier objetivo pol¨ªtico. La sociedad norirlandesa tiene que curar sus heridas y no plantear un nuevo escenario de enfrentamiento, tal como impl¨ªcitamente pretende el Sinn F¨¦in. Para ello, el eje del ¨²nico acuerdo pol¨ªtico que ofrece garant¨ªas de estabilidad no puede ser otro que el que une al SDLP de Hume y al UUP de Trimble.
En Euskadi, no hemos llegado ni de lejos, aunque vayamos por muy mal camino, al nivel de fractura social y guerra entre comunidades que ha padecido y a¨²n padece el Ulster. En Euskadi, adem¨¢s, no hay vac¨ªo institucional ni segregaci¨®n pol¨ªtica. Las instituciones vascas han adquirido una larga experiencia de gobierno lejos del frentismo y con una importante pr¨¢ctica de consenso. El foro que propone HB es un nuevo escenario de divisi¨®n y de sectarismo. Bajo el pretexto de estudiar el acuerdo de Stormont como referencia de negociaci¨®n pol¨ªtica, HB s¨®lo busca conseguir una nueva correlaci¨®n de fuerzas que favorezca una mayor cobertura pol¨ªtica y legitimaci¨®n social para las propuestas de ETA y el MLNV y pretende, por tanto, que los vascos entiendan y excusen lo que hoy rechazan di¨¢fanamente: ETA y el terrorismo. Stormont es, ante todo, integraci¨®n y conciliaci¨®n pol¨ªtica y social. Pero, a HB nunca se le oir¨¢ hablar de conciliaci¨®n. De hecho, en su reciente Asamblea de Gasteiz, han hablado arrogantemente de "victoria".
Por todo eso, es imprescindible no dejarnos embaucar por el Foro de HB. Del proceso irland¨¦s, sin duda, hay mucho que aprender. Pero, a HB s¨®lo le interesa aquella interpretaci¨®n que le ayude a nadar y guardar la ropa. Nosotros, al contrario, preferimos integrar una sociedad con un grave problema de convivencia y un peligro real de fractura social; una fractura social que el MLNV propicia en la pr¨¢ctica y por la que elementos extremistas del espa?olismo abogan en la teor¨ªa. En este empe?o no es muy responsable, por cierto, dividir a los que est¨¢n unidos para integrar a los que mantienen su estrategia de fractura y antagonismo social inalterable. La tan criticada propuesta Ardanza tiene, por ello, la incuestionable virtud de apelar a la integraci¨®n de la sociedad vasca desde el mantenimiento de la unidad del pacto y sin sacrificar esta unidad en el altar de una iniciativa oportunista, como ¨¦sta del foro de Irlanda, de HB o el MLNV.
En todo caso, el proceso irland¨¦s tiene una consecuencia muy clara: un acuerdo pol¨ªtico s¨®lo puede tener ¨¦xito cuando se cimenta en la integraci¨®n social. Un acuerdo pol¨ªtico sin reconciliaci¨®n social s¨®lo puede servir a aquellos que ven en el antagonismo pol¨ªtico, la fractura social y la lucha sin conciliaci¨®n el motor del cambio pol¨ªtico. Es decir, a aquellos que hacen la guerra para negociar la paz y negocian la paz para continuar la guerra con un nuevo bagaje y en mejores condiciones. Hay que desactivar este "circuito sin interruptor" al que suele aludir Kepa Aulestia con cierta frecuencia. Para ello, hay que trabajar, como indica Fitzduff, en el contexto, identificando aquellos problemas que quiebran la convivencia social y catalizan el recurso a la violencia y procurando resolverlos. As¨ª, la definitiva resoluci¨®n de los problemas pol¨ªticos a trav¨¦s de las instituciones pol¨ªticas siempre se har¨¢ m¨¢s sencilla.
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