Los nuevos reclusos
Los Estados nacionales llevan camino de saltar hechos a?icos. Pero esta feliz constataci¨®n no afecta s¨®lo al ¨¢mbito europeo, donde hasta la ¨²ltima folcl¨®rica va a verse en la obligaci¨®n de considerar a un tipo de Helsinki como su primo hermano, sino al conjunto de la gran pelota planetaria. El juicio de extradici¨®n contra Augusto Pinochet Ugarte (salva sea la parte) es una nueva demostraci¨®n de lo chicas que est¨¢n quedando todas las fronteras. El efecto ya ha sido destacado por muchos comentaristas: a partir de ahora, asesinar por razones de Estado no va a quedar impune, ya que a los seres humanos del milenio que viene el Estado (y sus razones) les van a importar m¨¢s bien poco. Hasta ahora, los dictadores transitaban por el planeta envueltos en una burbuja, similar a la valija diplom¨¢tica, que los hac¨ªa pr¨¢cticamente inaccesibles a cualquier forma de justicia. Esa especie de invisible papam¨®vil ya ha desaparecido de la conciencia internacional. Y est¨¢ bien que as¨ª sea. Los tiranos tendr¨¢n que cuidarse mucho antes de acudir a un lujoso hotel en la Costa Azul para descansar de tanta inquina. Se lo pensar¨¢n m¨¢s de dos veces antes de contratar un ciclo de conferencias en Estocolmo o en Florencia: la polic¨ªa podr¨ªa echarles el guante. Ahora cualquier juez, cualquier agente urbano que as¨ª, a capricho, recuerde de improviso su larga hilera de asesinatos, les puede dar el alto y conducirlos amablemente a alguna lujosa mansi¨®n del extrarradio, donde esperar sentencia. Uno de los conceptos m¨¢s insidiosos que hab¨ªa elaborado el Derecho Internacional era el de la "no injerencia en los asuntos internos de otro Estado". Se trataba de una especie de exenci¨®n corporativa, una rancia tradici¨®n que materializaba un l¨²gubre principio: que los Estados, en el fondo, siempre han considerado a sus ciudadanos como unos s¨²bditos cuya ¨²nica garant¨ªa judicial y pol¨ªtica ser¨ªa aqu¨¦lla que el propio Estado, en funci¨®n de sus leyes, les quisiera conceder. A partir de ah¨ª, todo era una cuesti¨®n de suerte: no era lo mismo nacer en el democr¨¢tico Luxemburgo que en la Rep¨²blica Centroafricana de Bokassa, ya que no hab¨ªa ni aqu¨ª ni all¨¢ embajador dispuesto a meter la mano en favor o en contra de individuos con pasaporte ajeno. Esos presuntos estadistas que transforman sus pa¨ªses en una l¨²gubre prisi¨®n van a acabar prisioneros de sus propias fronteras. Salir de ellas puede ser para ellos muy peligroso. No es mala met¨¢fora. Si hasta ahora el exilio era una pena menor, una pena a menudo autoimpuesta, para escapar de las garras de cualquier indeseable provisto de bast¨®n de mando, la hogare?a condici¨®n que va a adquirir todo el planeta quiz¨¢s suavice la suerte del exiliado y haga del dictador, por contra, un aut¨¦ntico recluso, un recluso confinado en su propio pa¨ªs, en su jaula de oro presidencial. Los que hagan de su tierra un cementerio estar¨¢n dibujando al mismo tiempo los barrotes de su celda, ya que m¨¢s all¨¢ pueden encontrarse con Lores ingleses, valerosos Garzones, incluso multiling¨¹es tribunales internacionales. La condici¨®n de dictador va a generar la de un nuevo recluso, circunscrito a las peque?as fronteras de su tierra, donde a¨²n sea invulnerable. Sin duda los abogados defensores de Pinochet, en Londres, dilatar¨¢n los tr¨¢mites procesales, interpondr¨¢n recursos, agrandar¨¢n el papeleo hasta hacerlo insoportable. De hecho ya han recusado a uno de los Lores que fundamentaron el levantamiento de la inmunidad. Pero es muy posible que, al final, el octogenario dictador consiga la ¨²nica absoluci¨®n que a¨²n le resulta viable: la del fallecimiento por causa natural, antes de que el ¨²ltimo recurso de la defensa, all¨¢ por el a?o 2010, se haya resuelto. Tambi¨¦n la muerte puede ser una extra?a forma de indulgencia. Muchos podr¨¢n irse sin pena carcelaria, pero al menos lo que es seguro es que ya no se ir¨¢n de rositas.
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