Buscando el subid¨®n de adrenalina
Se ha informado de la muerte de 20 personas en el ¨²ltimo accidente ocurrido en pr¨¢cticas deportivas que despiertan la adrenalina. ?Qu¨¦ es lo que hace que miles de personas arriesguen sus vidas en busca del placer? "He estado ah¨ª, he hecho tal y cual" era el estribillo repetido hasta la saciedad por un grupo de molones jovencitos en una serie de ruidosos anuncios de Pepsi Max de hace un par de a?os, mientras en la pantalla aparec¨ªan como rel¨¢mpagos im¨¢genes de actividades deportivas m¨¢s all¨¢ del l¨ªmite, sin que faltaran los gritos, las muecas y los ojos de los participantes a punto de salirse de sus ¨®rbitas. Puede que ¨²nicamente fuera una muestra inteligente de mercadotecnia para un refresco, pero tambi¨¦n supuso el esfuerzo inicial m¨¢s eficaz para sacarle partido a una creciente tendencia contracultural, que hac¨ªa que unos hombres aparentemente aburridos (y predominantemente se trata de varones) vagaran por el globo en busca de emociones al l¨ªmite sobre las cuales cacarear. Las noticias de un nuevo desastre en el que se ven implicados los deportes "de aventura" o "extremos" han vuelto a demostrar que existe un posible alto precio que pagar por ese tipo de diversi¨®n cargada de adrenalina. Sin duda para sorpresa de muchos participantes habituales, se ha vuelto a revelar que estas actividades son algo m¨¢s que meras declaraciones activas de estilo: pueden matar de verdad, independientemente de lo que se diga en la publicidad. Mientras que algunos participantes pueden alardear de que este hecho no hace m¨¢s que aumentar la gloria de los deportes extremos, para el resto de nosotros tambi¨¦n puede plantear, para empezar, la cuesti¨®n de por qu¨¦ querr¨¢ la gente meterse en eso. Para ser m¨¢s concretos, ?por qu¨¦ querr¨¢n los j¨®venes, a los que les queda tanto por vivir, poner intencionadamente sus vidas en manos de perfectos extra?os, en situaciones cada vez m¨¢s peligrosas que controlan poco o nada? Los deportes peligrosos no son un fen¨®meno nuevo, especialmente en Gran Breta?a, que lleva produciendo hombres felices de arriesgarlo todo desde mucho antes que el capit¨¢n Scott se fuera a la Ant¨¢rtida y no volviera. Lo que es relativamente novedoso, como el anuncio de Pepsi, es la comercializaci¨®n de esta necesidad por parte de una industria en crecimiento que promete que cualquiera puede hacerlo, siempre que est¨¦ dispuesto a pagar. El progreso de una actividad como por ejemplo la escalada resulta instructivo y muestra la forma en que han cambiado nuestras actitudes hacia los deportes peligrosos. Inicialmente constitu¨ªa el coto de los j¨®venes ricos, pero la escalada se hizo m¨¢s popular en este pa¨ªs tras la II Guerra Mundial, cuando grupos de gente del norte, fundamentalmente de clase trabajadora, utilizaron los riscos y los acantilados de la zona como liberaci¨®n de la rutinaria vida de la f¨¢brica. ?ste fue el movimiento que produjo las primeras estrellas de la escalada, como el difunto Joe Brown, que desarroll¨® nuevas t¨¦cnicas aplicando una actitud casi profesional a su actividad de ocio. La ambici¨®n b¨¢sica de muchos de aquellos escaladores era familiarizarse con los grandes picos del mundo, y trabajaban y esperaban a?os y a?os hasta que se les considerara suficientemente buenos como para formar parte de una expedici¨®n importante. Actualmente hay dos cosas que han cambiado. En primer lugar, se ha puesto de moda escalar, resulta incluso sexy, y los fabricantes de equipos venden la imagen de preciosos cuerpos cubiertos de lycra. En segundo lugar, tambi¨¦n se ha hecho posible manejarse con grandes monta?as sin tener que pasar por el engorro de todo ese asunto del aprendizaje. Hoy en d¨ªa incluso se puede llegar a la cima del Everest si uno puede poner una cifra suficientemente larga en un cheque. La presi¨®n en busca de emociones a¨²n m¨¢s al l¨ªmite ha desembocado en una p¨¦rdida de inter¨¦s en adquirir experiencia y en que se bonifique el "subid¨®n de adrenalina". "En gran parte tiene que ver con el factor macho. Se trata de que la gente intente hacer que sus vidas sean m¨¢s interesantes que las de los dem¨¢s", afirma Pete Mulr, redactor jefe de la revista Maxim dedicada a estas emociones, y que adem¨¢s es escalador. "Tambi¨¦n se trata de recibir una gratificaci¨®n instant¨¢nea. Lo que quiere la gente es hacer las cosas r¨¢pido, tachar esa actividad de su lista, y salir corriendo a cont¨¢rselo a los amigos del bar antes de pasar a lo siguiente. Hay gran parte que no trata m¨¢s que de fardar". Esta actitud deja a todo el negocio sujeto a las leyes de la moda, y a una aceleraci¨®n de la demanda de actividades m¨¢s novedosas, cada vez m¨¢s extremas, conforme la gente se va volviendo m¨¢s competitiva frente a los dem¨¢s. Ninguna de estas nuevas actividades se encuentra regulada, no s¨®lo porque no hayan tenido tiempo para establecerse, sino tambi¨¦n porque la reglamentaci¨®n da?ar¨ªa parte de la sensaci¨®n de rebeld¨ªa que llevan emparejada. Nueva Zelanda lleva mucho tiempo a la vanguardia de estos avances, desde actividades bien conocidas como el puenting hasta el escasamente conocido deporte del barranquismo. Actualmente el ¨²ltimo grito en aquellas islas es lo que se conoce como Zorb. Es una mezcla de cosa rechoncha y gladiadores, y consiste en meterse en una inmensa bola transparente y que te empujen monta?a abajo alcanzando velocidades de 50 km/h. Incre¨ªble.John Adams, profesor de geograf¨ªa en el University College de Londres, lleva a?os estudiando el concepto de riesgo, y el domingo present¨® un especial del programa Big Ideas para la BBC sobre este tema. Su conclusi¨®n es que la necesidad de hacer algo arriesgado surge por el hecho de que la vida se ha hecho mucho m¨¢s segura. "Tenemos una actitud profundamente ambivalente frente al riesgo", afirma Adams. "Todos estos h¨¦roes que uno se encuentra son los que asumen riesgos, y despu¨¦s uno se da la vuelta y se encuentra al ejecutivo de Sanidad mirando por encima de nuestro hombro para asegurarse de que estamos a salvo". La mejor ilustraci¨®n que ha visto de todo esto tuvo lugar durante una visita hace tres meses a Suiza, donde se encontr¨® con un folleto que anunciaba una empresa de deportes de aventura que utiliza el eslogan: "?Arriesgue su vida con toda la seguridad posible!". Como contraste, el profesor Adams cita los planes de descartar los viejos autobuses Routemaster de Londres bas¨¢ndose en el hecho de que es demasiado peligroso dejar que la gente se suba y se baje cuando quiera. "Creo que seg¨²n van disminuyendo los riesgos impuestos -como el riesgo de morir en la infancia, o de contraer una enfermedad infecciosa, el riesgo de morir en una mina o una f¨¢brica peligrosa, o de ser reclutado y morir en las trincheras-, parece que al menos encontramos un sustituto parcial en los riesgos que asumimos voluntariamente", comenta Adams. De nuevo, establecemos una distinci¨®n entre un deporte como el monta?ismo, que conlleva una gran cantidad de aptitudes, y algo como el puenting, que ¨¦l compara con montar en una atracci¨®n de feria. "Tiene aspecto y da una sensaci¨®n de mucho miedo... pero en realidad no es as¨ª". Y destaca que para los j¨®venes varones que fundamentalmente participan en los aspectos m¨¢s salvajes de las actividades peligrosas, dichas actividades pierden inmediatamente parte de su atractivo si resultan demasiado organizadas. Cita un caso reciente en Toronto, donde la polic¨ªa tuvo que disolver unos grupos de j¨®venes que organizaban sus propias carreras de coches en la v¨ªa p¨²blica a altas horas de la madrugada. "Mi idea es que si lo paran, o si regulan esta actividad", a?ade el profesor Adams, "estos j¨®venes buscar¨¢n otra actividad en la que puedan jugar seg¨²n sus propias normas". As¨ª que cabe esperar que, mientras las empresas quieran atraer esta vena rebelde proporcionando un atractivo paquete de consumo de subid¨®n de adrenalina, los j¨®venes seguir¨¢n compr¨¢ndolos. Y fardando. Y muriendo.
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