Peter Mullan aguanta la enorme presi¨®n tr¨¢gica de 'Se?orita Julia', de Strindberg
Carlos Diegues convierte la miseria de una 'favela' de R¨ªo de Janeiro en una estampita tur¨ªstica
Aguantar la enorme presi¨®n tr¨¢gica, la desconcertante intensidad de Se?orita Julia, puro zumo del genio de August Strindberg, es una de las pruebas de fuerza m¨¢s duras y complejas que dos int¨¦rpretes pueden so?ar, tanto para la actriz que se atreva a meterse en el pellejo de la turbadora arist¨®crata sueca, como para el actor con h¨ªgados suficientes para encarnar al criado de su padre, que ha de sostener frente a ella de t¨² a t¨² una r¨¦plica de no menor dificultad.La bell¨ªsima inglesa Saffron Burrows entra en el arriesgad¨ªsimo enfrentamiento con un saco de delicados y elegantes matices bajo el rostro, casi todos concentrados en sus enormes, enigm¨¢ticos ojos. Y convence. Pero el rectil¨ªneo actor escoc¨¦s Peter Mullan -a quien aqu¨ª conocemos por su inmenso obrero alcoh¨®lico de Mi nombre es Joe, que, dirigido por Ken Loach, le vali¨® el premio al mejor actor en Cannes 98- afronta la embestida de la seda en carne viva de Julia con u?as y dientes, a mordiscos y zarpazos, como una escurridiza fiera panza arriba. Y no s¨®lo convence, deslumbra.
El Jean o John o Johannes de Peter Mullan es literalmente genial y aguanta por s¨ª solo esa casi insostenible presi¨®n tr¨¢gica aludida, que acecha la cocina del arist¨®crata sueco padre de Julia y amo de este lacayo sublevado y con vehemente ansia de encaramarse en un tent¨¢culo del poder emergente de la burgues¨ªa noreuropea de finales del siglo XIX. La potencia del portentoso d¨²o creado por August Strindberg no tiene menor rango que el de Lady Macbeth y su furibundo marido ideado por Shakespeare; o que el de Medea y Jas¨®n escrito con sangre negra, hace milenios, por Eur¨ªpides. Estamos en pleno Himalaya del teatro y nos topamos de bruces, ayer en San Sebasti¨¢n, con uno de sus m¨¢s en¨¦rgicos escaladores.
Un error y una haza?a
Pero Saffron Burrows y, sobre todo, Peter Mullan tiran con su talento desnudo, a cuerpo limpio, de un carro cargado de granito esc¨¦nico y logran la haza?a de moverlo, a pesar de que sus ruedas no han sido bien engrasadas por el director Mike Figgis ni por la guionista adaptadora Helen Cooper, que incurren en un grav¨ªsimo error de bulto en la construcci¨®n del inexplicable, misterioso tempo secuencial que requiere la representaci¨®n de este choque frontal de dos trenes a toda presi¨®n que circulan por la misma v¨ªa de poder y de sexo, pero en sentido contrario.
El error radica en su deficiente captura del fuera de campo, cosa que es vital para hacer de esa cocina el agobiante campo de batalla entre ama y criado que debe ser. La org¨ªa de los campesinos durante la hora y media escasa (la obra discurre en tiempo estrictamente real) que dura una noche de San Juan en las latitudes del Norte donde sucede Se?orita Julia debe o¨ªrse incesantemente y entreverse en planos generales a trav¨¦s de los ventanales, pero jam¨¢s debe invadir el territorio de lucha entre Julia y el lacayo de su padre.
Que ocurra s¨®lo fuera, en los alrededores de la casa, es un elemento esc¨¦nico coral lejano o s¨®lo sonoro, indispensable para dar al suceso espesura de cerco o de argolla que desvela la presi¨®n tr¨¢gica que acosa a la escena y a sus tres (el otro es la cocinera, Cristina) ¨²nicos pobladores. Al introducir en el campo de la c¨¢mara -en una disparatada secuencia inventada, ideada s¨®lo para llevar a Julia y Juan al escondite de la despensa- a los campesinos borrachos, Figgis y Cooper vulneran el delicad¨ªsimo continuo temporal de la tragedia y, en nombre de una innecesaria verosimilitud, hacen anidar en ella una arritmia mortal.
Y ya que estamos en plena tragedia frustrada, recordemos que la pel¨ªcula que acompa?¨® a Se?orita Julia ayer en San Sebasti¨¢n es una adaptaci¨®n del mito griego tr¨¢gico de Orfeo por el brasile?o Carlos Diegues; que, apoyado en Vinicius de Moraes y en sus ganas de dar una r¨¦plica al viejo Orfeo negro de Marcel Camus, se entromete en las entretelas del mito de Orfeo y Eur¨ªdice y de ¨¦l se saca de la bocamanga del prestidigitador de colorines un bonito cuento, en el que una m¨ªsera favela de R¨ªo de Janeiro es convertida por arte de birlibirloque en una aseada postalita tur¨ªstica.
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