Enemigos y adversarios
La situaci¨®n pol¨ªtica en el Pa¨ªs Vasco ha alcanzado ya los l¨ªmites de lo soportable. El lento pero inexorable autoexilio de determinados profesores de universidad o de otros sectores sociales, la imprescindible protecci¨®n institucional a los cargos pol¨ªticos -o a otras figuras p¨²blicas- no nacionalistas, la violencia cotidiana y muchas otras manifestaciones de falta de ejercicio pleno de la libertad son s¨ªntomas de una insuficiencia de normalidad democr¨¢tica. Con la peculiaridad de que coexiste con un despliegue institucional que, en lo fundamental, respeta las reglas de juego democr¨¢tico. Los tintes antidemocr¨¢ticos se arraigan en sectores muy concretos de la sociedad civil dispuestos a poner en solfa el sistema de libertades y a valerse de la violencia o de su amenaza como instrumento de acci¨®n pol¨ªtica. Al antagonista pol¨ªtico se le trasmuta aqu¨ª en enemigo y ya no hay reglas capaces de acoger sus discrepancias mutuas. Se busca amedrentarlo, cohibirlo y conducirlo as¨ª hacia su expulsi¨®n de la comunidad o hacia un exilio interior: a desactivar su compromiso ciudadano si ¨¦ste no coincide con el de sus posibles verdugos. Como bien sab¨ªa Goebbels, la funci¨®n principal de la violencia pol¨ªtica consiste en "simbolizar", en mostrar que todos somos sus v¨ªctimas potenciales, que nadie se puede escapar a su largo brazo. Y el mejor s¨ªntoma de su triunfo es la gradual aparici¨®n de la desconfianza mutua, el silencio, el progresivo recelo hacia vecinos y compa?eros de trabajo, la no implicaci¨®n pol¨ªtica. Pero tambi¨¦n, como observaba Savater, que a aquellos que insisten en la denuncia p¨²blica de esta situaci¨®n, se les acabe elevando al rango de "h¨¦roes". Muy mal signo es, en efecto, que algo tan saludable y cotidiano en cualquier sociedad democr¨¢tica como es el ejercicio de la raz¨®n y la cr¨ªtica p¨²blicas se incorpore al canon de la heroicidad.Los titulares de esta violencia pol¨ªtica y todo su entramado legitimador son el "enemigo". Todos conocemos su rostro y, lamentablemente, tambi¨¦n sus acciones. Hoy, como tantas otras veces, recorre las calles del Pa¨ªs Vasco una manifestaci¨®n que busca hacer expl¨ªcita esta naturaleza suya de enemigos de la sociedad. S¨®lo las luchas partidistas entre diferentes "adversarios" pol¨ªticos han impedido que pueda acoger a todas las fuerzas democr¨¢ticas. Y esto es un error. Los intereses de una "parte" no pueden hacerse prevalecer sobre lo que indudablemente constituye el inter¨¦s del todo: exteriorizar la unidad de acci¨®n de todas las fuerzas democr¨¢ticas y la deslegitimaci¨®n expl¨ªcita de la violencia pol¨ªtica. Frente a estos fines de orden superior decaen en su derecho las pugnas entre "adversarios". Son comprensibles las condenas del PP hacia anteriores acciones y gestos pol¨ªticos del PNV o sus suspicacias ante posibles intereses electorales detr¨¢s de este nuevo giro. Pero a pesar de sus vicios de origen no deja de ser una propuesta emanada del titular del poder pol¨ªtico leg¨ªtimo en Euskadi y de un partido que seguir¨¢ siendo fundamental para su gobernabilidad. Del mismo modo que, una vez m¨¢s, sobran las muestras de satisfacci¨®n de Arzalluz porque sus seguidores no tengan que desfilar junto a los militantes y simpatizantes del PP. Hay demasiado en juego para que se trate de extraer ventajismos partidistas o nos enroquemos en posiciones dogm¨¢ticas cuando todos compartimos el lema de la manifestaci¨®n.
Uno de los grandes logros de los sistemas democr¨¢ticos consisti¨® en su gran capacidad para conducir las fieras disputas entre "enemigos" por los cauces de la libre discrepancia entre "adversarios". Con independencia de cu¨¢n grandes sean las distancias que separan a los nacionalistas democr¨¢ticos de los no nacionalistas, jam¨¢s podr¨¢n resolver sus diferencias si ambos ignoran este presupuesto fundamental y comienzan a dejar de distinguir a uno del otro. Para Karl Popper, la cuesti¨®n fundamental de cualquier organizaci¨®n democr¨¢tica es c¨®mo organizar las instituciones pol¨ªticas de forma que malos e incompetentes gobernantes no puedan provocar en ellas da?os excesivos e irreparables. No es mi intenci¨®n, desde luego, atribuir estos descorteses ep¨ªtetos a ninguno de nuestros gobernantes, estatales o auton¨®micos. Pero si tengo el convencimiento de que nunca se conseguir¨¢ preservar una sociedad libre sin tener una clara intelecci¨®n de sus aut¨¦nticos enemigos.
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